Dejemos que fracase la ronda Doha

Imaginemos que los ministros de comercio del mundo simplemente salen de su próxima reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Hong Kong con esta sencilla declaración: “No pudimos llegar a un acuerdo; trataremos de hacerlo mejor la próxima vez.” Esto haría que la así llamada Ronda de “Desarrollo” de Doha llegara a un término poco exitoso, pero no sería ningún desastre.

Si hablamos con los funcionarios del Banco Mundial y la OMC, oiremos montones de rimbombantes aseveraciones sobre los beneficios que traería una ronda de Doha exitosa. Estos funcionarios a menudo hacen sonar sus palabras como si la supervivencia de cientos de millones de pobres en las naciones en desarrollo dependiera de esos resultados. Pero si miramos estas afirmaciones con mayor detenimiento, veremos que no son más que castillos de arena.

La estimación más reciente del Banco Mundial es que la completa liberalización del comercio (lo que incluye las manufacturas y el desarrollo de las naciones mismas) produciría una ganancia neta al mundo en desarrollo de medio punto porcentual de sus ingresos. Sin embargo, eso no ha hecho que el Banco deje de esconder un efecto así de escuálido tras frases hechas para sonar impresionantes.

El hecho es que la economía mundial hoy está más abierta que nunca, y seguirá estándolo incluso si fracasan las conversaciones de Doha. La mayoría de los países en desarrollo se han abierto de manera importante al comercio exterior y ya no aplican las políticas más dañinas del pasado (como las restricciones cuantitativas a las importaciones).

El equilibrio político en estos países se ha inclinado decisivamente a favor de los grupos pro-comercio, con una orientación abierta hacia el exterior. En los países avanzados, las barreras al comercio de bienes manufacturados y muchos servicios se encuentran en un punto históricamente bajo. Sería difícil identificar un país pobre cuyas perspectivas de desarrollo se encuentren seriamente bloqueadas por restricciones al acceso a los mercados externos. Cualquier país con una estrategia de desarrollo sensata tiene la oportunidad de lograr que su economía crezca, con ayuda del comercio.

Pero, ¿y la agricultura? ¿No es verdad que los subsidios agrícolas y otras formas de apoyo a este sector en los Estados Unidos y la Unión Europea socavan el sustento de millones de agricultores pobres? Si se eliminaran de manera gradual, ¿no sería ese un gran aporte a la lucha contra la pobreza mundial?

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La realidad es que el efecto global de la liberalización agrícola en los países pobres sería relativamente pequeño y altamente desigual. Puede que estas políticas afecten a los productores agrícolas de otros países, pero también benefician a los consumidores pobres de áreas urbanas. El equilibro depende del perfil de pobreza de los países individuales y si son exportadores o productores de comida.

Por supuesto, habría algunos que ganarían mucho con la reforma agrícola, pero se trata principalmente de consumidores y contribuyente de países ricos. Algunos grandes exportadores de ingresos medios (como Brasil y Argentina) también se beneficiarían. Estos resultados no son poco importantes, pero representan mucho menos que la imagen que pintan los fundamentalistas del libre comercio.

De hecho, el único riesgo serio de un “fracaso” de la ronda de Doha es que los países ricos se tomarían en serio su propia retórica y reaccionarían de maneras improductivas que probarían ser profecías autocumplidas. EE.UU., en particular, podría intensificar sus tratativas para firmar acuerdos bilaterales, por los cuales puede imponer prioridades de políticas cada vez más inadecuadas a las naciones más pequeñas.

El resquicio de esperanza que puede darnos un quiebre amistoso de las conversaciones de comercio es que daría a los negociadores la oportunidad de centrarse en problemas que tienen mucho mayor importancia para las naciones en desarrollo. Para la próxima vez, las conversaciones de comercio deberían tomar en cuenta las dos omisiones más graves hasta la fecha:

  • Una completa iniciativa para mejorar la movilidad de los trabajadores temporales que se trasladan desde países pobres a países ricos. En este tema es donde serían mayores los beneficios de la liberalización, ya que aquí es donde son más grandes las barreras.
  • La creación de un “espacio de políticas” para los países en desarrollo en los acuerdos de la OMC. La búsqueda por parte de las naciones en desarrollo de políticas industriales y comerciales que promuevan el crecimiento está entrando cada vez más en conflicto con las reglas de la OMC. Las superestrellas del crecimiento, como Corea del Sur, Taiwán, China y muchos otros países no habrían sido capaces de adoptar las estrategias de crecimiento que han tomado si se les hubieran aplicado las limitaciones actuales de la OMC. Los funcionarios del comercio deben reconocer las lecciones de la experiencia de estos países y reformar las reglas en consecuencia.

Existe una posibilidad de que los negociadores comerciales logren armar un acuerdo de último minuto en Hong Kong y salgan de la sala de reuniones cantando victoria. En ese caso, terminaremos con un acuerdo que habrá creado expectativas muy poco realistas y que sin duda causará frustración en el futuro, especialmente en las naciones en desarrollo. También habremos renunciado a la oportunidad de intentar una próxima ronda donde se pueda lograr un verdadero desarrollo de los temas en cuestión.

Algunas veces no hay mayor éxito que el fracaso. La ronda Doha es un buen ejemplo.

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