Eiffel Tower in Paris

Los incentivos correctos para un futuro bajo en carbono

BERLIN – El acuerdo sobre el clima que los líderes mundiales alcanzaron en París el mes pasado ha sido ampliamente felicitado por establecer el ambicioso objetivo de limitar el aumento de la temperatura mundial a muy por debajo los 2º centígrados por encima de los niveles preindustriales. Si bien el acuerdo es solamente un escalón en el camino, es uno que reviste mucha importancia. Ahora, los formuladores de políticas deben encontrar la manera de lograr este objetivo – esta no es una tarea fácil, sobre todo teniendo en cuenta que, de manera contraria a la sabiduría convencional, no se puede contar con que los costos constantemente crecientes de la energía convencional propulsen el cambio necesario hacia un futuro bajo en carbono.

A primera vista, la lógica de los incentivos económicos negativos parece sólida. Si, por ejemplo, conducir un coche que consume mucha gasolina se torna más caro,  presumiblemente, sería menos probable que las personas lo hagan. Sin embargo, el impacto de la evolución de los precios del combustible es parcial y retrasado. Si bien los conductores en el largo plazo pueden comprar coches que usan combustible de manera más eficiente, es mucho más probable que en el corto plazo dichos conductores reduzcan otros tipos de consumo para compensar el aumento de los costos. Cuando se trata de resolver un problema tan urgente como el cambio climático, la famosa frase de Keynes –“En el largo plazo, todos estaremos muertos” – se aplica claramente.

Además, incluso si los consumidores respondieran de manera eficiente, los precios de los combustibles fósiles son dictados en gran medida por mercados fuertemente financiarizados, que tienden a ser extremadamente volátiles. La fuerte caída de los precios del petróleo en los últimos 18 meses es un ejemplo de ello. Los precios del petróleo por sí mismos no sólo no lograron impulsar una reducción en el consumo, sino que socavaron los incentivos para desarrollar fuentes alternativas de energía. Invertir en, por ejemplo, energía solar podría haber parecido algo que valía la pena cuando el petróleo costaba USD 100 por barril, pero se vio mucho menos atractivo cuando el precio cayó por debajo de USD 50.

Posiblemente, los formuladores de políticas podrían aumentar los impuestos para compensar dichas disminuciones. Pero tales alzas a veces (como es el caso ahora) tendrían que ser enormes, y la adopción de políticas erráticas que reflejan la volatilidad del mercado nunca es una buena idea.

La fijación de precios del carbón podría atravesar un destino similar. En la Unión Europea, los precios del carbón han estado bajos durante varios años, y por ahora los participantes del mercado parecen estar siguiendo a la manada en cuando a la creencia de que van a seguir siéndolo. Pero, no hay ninguna garantía de que el comercio de emisiones libres no funcionará igual que otros mercados financieros, produciendo fuertes fluctuaciones en los precios del CO2. Si las expectativas cambian de un momento a otro, la manada podría girar y correr en la dirección opuesta, haciendo que los precios de CO2 se eleven.

Sin embargo, otro problema con el abordaje a la mitigación del cambio climático que se basa en precios es que dicho abordaje no tiene en cuenta el potencial que tienen los mercados para crear incentivos perversos. Cuando el costo de la energía convencional sube, nuevos proveedores ven una oportunidad; por lo tanto, antes de junio de 2014, cuando los precios del petróleo estaban altos, los inversionistas vertieron recursos en el desarrollo del petróleo de esquito y gas en Estados Unidos. La oferta adicional, sin embargo, en última instancia, hace que los precios bajen, lo que reduce el incentivo para invertir en fuentes alternativas de energía o en eficiencia energética. Esta es una reacción normal del mercado, pero una que no lleva a progresos en la lucha contra el cambio climático, misma que requeriría que los costos aumenten de manera constante.

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La última razón por la que los incentivos negativos por sí solos no son suficientes para mitigar el cambio climático puede ser también la más irracional: después de algunos años de aumento de impuestos, el público se opone firmemente a cualquier política que pueda aumentar los precios de energía, independientemente de que si los precios actuales son altos o bajos. Las personas están tan convencidas de que los costos de energía están “explotando”, a pesar de la reciente caída del precio del petróleo, que ahora es extremadamente difícil iniciar cualquier nuevo proyecto que implique precios que sean apenas ligeramente más altos – aún si los precios de la energía en general continúen siendo inferiores a los de hace cinco años.

La implicación es clara: cuando los formuladores de políticas se pongan a trabajar en el diseño de estrategias para la ejecución del acuerdo de París, no deberían confiar excesivamente en costos de energía que están al alza para hacer progresar sus objetivos. Una estrategia que asume que el mercado va a castigar a los que no inviertan en un futuro bajo en carbono no es realista.

Un mejor abordaje sí es posible: este abordaje implica recompensar directamente a aquellos que invierten en un futuro bajo en carbono, ya sea mediante la mejora de la eficiencia energética o el desarrollo de fuentes de energía limpia. Por ejemplo, los gobiernos podrían implementar esquemas de depreciación acelerada para la inversión en empresas de baja emisión de carbono; ofrecer subsidios para la inversión en edificios energéticamente eficientes; y, crear políticas que favorezcan a la innovación industrial con el objetivo de reducir las emisiones y aumentar la competitividad. Todo esto haría que los combustibles fósiles sean menos atractivos para los inversores y consumidores.

Si bien en el corto plazo un enfoque basado en este tipo de incentivos positivos sería más costoso que las subidas de impuestos, no hay manera de exagerar cuán importantes llegarían a ser los beneficios a largo plazo. En un momento de fuerte resistencia a mayores costos de la energía, este puede ser uno de los mecanismos más eficaces – sin ni siquiera tener que llegar a mencionar que sería un mecanismo muy sabio políticamente – para el avance de las metas establecidas en París.

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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