paris city hall green Chesnot/Getty Images

Un Nuevo Trato Verde para Europa

FLORENCIA – A comienzos de este mes, Jim Yong Kim abruptamente renunció a su puesto como presidente del Banco Mundial, dejando un pilar del orden financiero internacional sin liderazgo o conducción. Kim se sumará a una empresa de capital privado, donde cree que “puede tener el mayor impacto en cuestiones globales importantes como el cambio climático”.

Es verdad, el sector privado tiene un papel importante que desempeñar a la hora de movilizar fondos para mejorar los modelos de negocios y enfrentar la amenaza planteada por el cambio climático. Pero los gobiernos y las instituciones multilaterales siguen siendo indispensables para garantizar la transformación económica integral que hace falta.

La evidencia científica para el calentamiento global es inequívoca. Según estimaciones conservadoras, un incremento en la temperatura global de más de 1,5°C por sobre los niveles preindustriales para fin de siglo causaría una devastación ambiental generalizada. Las condiciones climáticas cada vez más severas destruirían la biodiversidad y las subsistencias, a la vez que ejercerían presión sobre los recursos existentes. Los niveles crecientes de los océanos provocarían la desaparición de ciudades costeras. Todo esto contribuiría a una inestabilidad social y a una migración de gran escala.   

Se espera que la población humana alcance los 8.600 millones de personas en 2030 –mil millones más que hoy- y la única manera de alcanzar nuestros objetivos climáticos es transformando el modo en que el mundo hace negocios. Y aquí, Europa está bien posicionada para tomar la delantera implementando un Nuevo Trato Verde.

La idea de un Nuevo Trato Verde –definido como un “plan de movilización económica, nacional e industrial” que daría lugar a una rápida transición “de los combustibles fósiles hacia una energía limpia”- no es nueva. Hasta el presidente estadounidense Barack Obama incluyó el concepto en su plataforma de campaña de 2008.

Bajo el liderazgo de Obama, de 2009 a 2016, Estados Unidos lideró la lucha contra el calentamiento global. En el país, esto implicó promover la energía limpia y renovable e introducir incentivos para fomentar innovaciones que redujeran el consumo de carbono en productos y servicios. Internacionalmente, la administración Obama fue integral a la conclusión del acuerdo climático de París de 2015.

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Pero, en la presidencia del sucesor de Obama, Donald Trump, Estados Unidos ha pasado de ser un líder en acción climática a un negador del cambio climático. Ahora, los miembros demócratas del nuevo congreso de Estados Unidos –especialmente la representante novata Alexandria Ocasio-Cortez- están trabajando para renovar la iniciativa hacia una economía verde. En los próximos dos años, sin embargo, el Congreso probablemente esté muy preocupado por una batalla más amplia sobre la legitimidad de la administración Trump.

Esto significa que Europa hoy tiene una oportunidad ideal para liderar la transformación estructural verde del mundo, de la misma manera que lideró las políticas de reglas de privacidad y competencia en los últimos veinte años. Con ese objetivo, luego de las elecciones del Parlamento Europeo en mayo, los partidos y movimientos liberales y progresistas de Europa deberían trabajar para implementar un Nuevo Trato Verde.

El éxito requerirá, primero y principal, un amplio respaldo público para un contrato social verde. Pero, a pesar de cierto impulso –por ejemplo, el reciente triunfo electoral del Partido Verde en los estados alemanes de Baviera y Hesse-, esto no será fácil.

Como demuestran las manifestaciones de los Chalecos Amarillos en Francia, la gente no respaldará la idea de que el mundo sea más verde si esto le dificulta su vida cotidiana. Y no hay duda de que la transformación estructural requerida por un Nuevo Trato Verde para Europa exigirá un enorme financiamiento que, de otra manera, podría invertirse en programas con beneficios más visibles o inmediatos.

Los líderes políticos que defiendan un Nuevo Trato Verde para Europa deben, por ende, esforzarse para proteger los intereses de los ciudadanos. Como señaló el presidente francés, Emmanuel Macron, en una carta abierta destinada a calmar a los manifestantes, “Hacer la transición ecológica nos permite reducir el gasto en combustible, calefacción, gestión de desechos y transporte. Pero para que esta transición sea exitosa, necesitamos invertir en gran escala y respaldar a nuestros compatriotas de los contextos más modestos”.

Más allá de las promesas prácticas, los líderes políticos deben ofrecer un discurso convincente y hasta inspirador para fomentar la acción climática. Los científicos cognitivos, como George Lakoff, han sostenido desde hace mucho tiempo que la gente responde mejor a los argumentos políticos que se encuadran dentro de sus propios valores (a diferencia de los valores de la persona que presenta el argumento). Entonces, si las fuerzas liberales y progresistas quieren que una mayoría del electorado respalde el gasto necesario para implementar una respuesta efectiva al calentamiento global, necesitan enmarcar el Nuevo Trato Verde –de manera similar al Nuevo Trato original del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt en los años 1930- en términos de seguridad.

La gente necesita que la protejan de la inestabilidad que creará un clima cada vez más extremo, y necesita respaldo durante la transición a un empleo más verde (y de mayor calidad). Mientras tanto, las empresas necesitan incentivos para perseguir las oportunidades de largo plazo creadas por la transformación económica.

Este énfasis unificador en la seguridad social, personal y económica de largo plazo contrastaría marcadamente con los discursos populistas predominantes, que enmarcan a la seguridad como una cuestión de identidad y así tienden a generar respuestas emocionales –y divisivas-. Y hay motivos para creer que podría funcionar. Uno de los legados clave, aunque controvertidos, del período de Angela Merkel como canciller de Alemania, por ejemplo, es el liderazgo por parte de su gobierno de la Energiewende, o transformación energética, que cobró ritmo después de que el desastre nuclear de Fukusima en 2011 planteara interrogantes sobre la seguridad de los suministros a largo plazo.

Otros países europeos también han demostrado liderazgo en materia de acción climática global. El gobierno dinamarqués, por ejemplo, recientemente prometió eliminar gradualmente la venta de todos los autos a gasolina -y diésel- para el año 2030, y un amplio consenso político sostiene el objetivo de llegar a una sociedad neutral en cuanto a emisiones de carbono para 2050.

Sin embargo, para lograr un futuro más seguro y más próspero, toda Europa –y, por cierto, el mundo- necesita poner todo su empeño. Un compacto transnacional que una a los movimientos liberales y progresistas de Europa de cara a la elección del Parlamento Europeo puede apalancar la fuerza producida por el consenso interpartidario y ampliar el respaldo popular.

Europa necesita desesperadamente volver a hacerse cargo de su futuro. Una nueva visión centrada en el Nuevo Trato Verde puede permitirle hacer exactamente eso.

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