NUEVA YORK – La catástrofe griega acapara la atención mundial por dos razones. En primer lugar, estamos profundamente afligidos al ver el desplome de una economía ante nuestros ojos, con colas de indigentes para recibir comida y en los bancos que no se habían visto desde la Gran Depresión. En segundo lugar, nos sentimos consternados ante la incapacidad de innumerables dirigentes e instituciones –políticos nacionales, la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo– para impedir el accidente de un tren que avanzaba despacio y que se veía venir durante muchos años.
NUEVA YORK – La catástrofe griega acapara la atención mundial por dos razones. En primer lugar, estamos profundamente afligidos al ver el desplome de una economía ante nuestros ojos, con colas de indigentes para recibir comida y en los bancos que no se habían visto desde la Gran Depresión. En segundo lugar, nos sentimos consternados ante la incapacidad de innumerables dirigentes e instituciones –políticos nacionales, la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo– para impedir el accidente de un tren que avanzaba despacio y que se veía venir durante muchos años.