Los disparates fiscales de Alemania

PRINCETON- En todo el mundo, el déficit del sector público se está disparando. Los gobiernos enfrentan costos masivos ya que están rescatando a los bancos y negocios golpeados por la crisis financiera y económica. Hay un consenso universal sobre la necesidad de un estímulo keynesiano. Al mismo tiempo, los responsables de diseñar las políticas están nerviosos y buscan cada vez más y más una "estrategia de salida". Saben que no pueden mantener el déficit para siempre, pero no quieren ser los primeros en decir cuándo hay que dirigirse a la difícil salida de emergencia.

Alemania es diferente, no porque en estos momentos no esté gastando, sino por su forma de ver el futuro. El gobierno alemán ha adoptado una línea particularmente agresiva para lidiar con el déficit, y para tratar de formular una estrategia de salida sólida. La Canciller Angela Merkel ha criticado a la Reserva Federal estadounidense y al Banco de Inglaterra por aplicar una “facilitación cuantitativa”, que en la práctica ha permitido que el banco central monetice muchos tipos de deuda gubernamental y no gubernamental. El gobierno alemán también ha aprobado una ley constitucional que exige fijar un límite al déficit del gobierno de 0.35% del PIB para 2016, y eliminarlo para 2020.

Las fuertes críticas a los bancos centrales excesivamente flexibles, así como a los esfuerzos por limitar la deuda del gobierno, son enormemente populares en Alemania. Sin embargo, economistas de todos lados (incluidos los de Alemania) han declarado que son disparates.

Merkel no es la primera política alemana que adopta una línea dura en lo relativo a la deuda y la política monetaria –tampoco es la primera en enfrentarse a un torrente de críticas internacionales. A finales de los años 1970, cuando el mundo afrontaba una combinación de estancamiento del crecimiento e inflación, el Canciller Helmut Schmidt dijo insistentemente a los líderes ingleses, franceses y estadounidenses que los déficit de sus países estaban mal y que eran un peligro. El Canciller creía que la solución al estancamiento con inflación  “consistía en que aquéllos que tuvieran déficit lo eliminaran”. Los demás líderes empezaron a considerarlo arrogante.

La explicación más obvia de la peculiaridad alemana es la obsesión con las lecciones de su historia, en particular los dos episodios de inflación descontrolada del siglo XX, cuando los tenedores de activos monetarios sufrieron expropiaciones. La gran inflación de los años 1920, que culminó en una hiperinflación en la que los precios variaban varias veces al día, destruyó a la clase media y engendró la inestabilidad política que en última instancia sentó las bases para el ascenso de Hitler. Hitler prometió en varias ocasiones que haría lo que fuera para acabar con la inflación, pero su militarismo también condujo a la expropiación de los ahorros.

Aunque solamente las personas muy mayores han experimentando personalmente siquiera el segundo de los episodios de destrucción monetaria, sus repercusiones políticas todavía son intensas. El diario alemán de circulación masiva Bild Zeitung informó en un titular en marzo de 2009 del riesgo de una inflación en un momento en que todas las señales de los precios apuntaban en la dirección contraria. Merkel tiene un olfato político agudo y su respuesta caló en el sentimiento popular.

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La segunda razón de la política alemana tiene que ver con la cuestión demográfica. Las limitaciones al presupuesto resultan atractivas no sólo para las personas mayores, sino particularmente para los jóvenes, a quienes les preocupa cargar financieramente con los costos del cuidado de una población cada vez más vieja y dependiente.

Hay una tercera explicación sobre la postura particular de Alemania. Puesto que los gobiernos en todo el mundo (incluido el alemán) están acumulando niveles históricos de deuda en tiempos de paz, los mercados están preocupados por la sostenibilidad. Algunos países proclives a la crisis como Letonia ya no pueden seguir vendiendo más deuda. Sin embargo, incluso para países grandes y estables como Gran Bretaña y los Estados Unidos, es cada vez más problemático subastar los títulos gubernamentales. Los grandes inversionistas, en particular los fondos de reservas de los países asiáticos, se ponen cada vez más nerviosos.

La idea de un mecanismo inquebrantable que vele porque la acumulación de deuda no siga indefinidamente, como medio para aguantar la competencia cada vez más dura por obtener fondos, es atractiva. Alemania parecerá menos riesgosa en lo que se refiere al crédito, y por ende, podrá financiar su déficit presupuestario actual de forma más fácil y asequible.

Por supuesto, hay un elemento de bluf al legislar presupuestos equilibrados. Las promesas exageradas de una mejor conducta en el futuro no son del todo creíbles, aunque a menudo tienen un impacto de corto plazo. La Ley Gramm-Rudman aprobada por el Congreso estadounidense en 1985 estableció recortes automáticos del gasto en caso de que hubiera déficit. Esta Ley se declaró anticonstitucional, pero dio inicio a un proceso de consolidación del presupuesto.

Los criterios establecidos por el Tratado de Maastricht de la Unión Europea, que limitan los déficit a un 3% del PIB, pertenecen a la misma categoría: una medida que podía relajarse según cambiara la presión política, pero que en un principio sí contribuyó a reducir los déficit y los costos de los créditos.

El verdadero problema  de la medida alemana no es tanto nuestra falta de conocimiento sobre cómo será el mundo en 2016 o 2020, sino que Alemania está vinculada política y económicamente con la integración europea, por tanto, vinculada con Estados que tienen prioridades y perspectivas presupuestarias muy diferentes. Como resultado, no tiene caso que Alemania compita con sus vecinos por tener un presupuesto más sólido: todos los países europeos están vinculados entre sí. Cuando los alemanes se amarran las manos con leyes constitucionales presupuestarias, lo que hacen es desamarrar las de sus vecinos.

Se suponía que la unificación monetaria europea de los años 1990 iría acompañada de una armonización y convergencia fiscal. Cuando los presupuestos se mueven en diferentes direcciones, las presiones se desplazan a las políticas regionales (para redistribuir el ingreso) y a la política monetaria (para estimular el crecimiento). Las posibilidades de que haya roces entre los miembros de la Unión Europea aumentan. Lo mejor para Alemania es que las personas –tanto los votantes alemanes como los administradores chinos de fondos - tomen en serio dichas promesas ahora, pero se olviden de ellas en diez años.

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