NUEVA YORK/JOHANNESBURGO – En la actualidad, el “dinero móvil” –un servicio que permite enviar, recibir y guardar dinero a través de un teléfono móvil- hace posible que un comerciante en Kenia tome un pequeño préstamo al comenzar el día para comprar existencias y pagarlo al anochecer con sus ganancias del día. Este intercambio aparentemente ínfimo tiene el poder de sustentar medios de vida, elevar el acceso a salud y educación y mejorar las vidas de las personas en todos los países del planeta. Y la revolución digital en las tecnologías financieras, o fintech, están ampliando el alcance de las finanzas a muchos otros nuevos ámbitos.
Para fines de 2020, mil millones de personas en todo el mundo utilizarán dinero móvil, y las mayores tasas de penetración serán en el África subsahariana. Pero las fintech también sustentan mercados de carbono de miles de millones de dólares, cumplen un papel esencial en la lucha contra los flujos financieros ilícitos y son cruciales para mejorar la recaudación tributaria e impulsar la eficacia del gasto público. En pocas palabras, la disrupción digital podría originar un sistema financiero radicalmente distinto, centrado en el ciudadano.
Es muy necesario un cambio de esas proporciones, porque el actual sistema financiero global parece seguir una lógica que les conviene a quienes trabajan en él. Como recalcara hace poco la Directora Ejecutiva del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, hay una urgente necesidad de que “el sector de los servicios financieros vuelva a lo que se suponía que debía ser: un sector que sirve a la gente”.
La digitalización puede dar a la gente más opciones sobre dónde poner su dinero –el ahorro global anual alcanzará un estimado de $25 billones-, así como mayor injerencia acerca de para qué se debería usar. Además, las nuevas tecnologías pueden dar a los ciudadanos una mayor influencia sobre las decenas de billones de dólares que los gobiernos gastan cada año en su nombre. Y, en lo que es un punto crucial, la digitalización puede eliminar a esos intermediarios financieros que se han enquistado y convertido en rentistas en gran medida improductivos.
El statu quo financiero en que las personas equivocadas toman decisiones erróneas sencillamente ya no es viable. La gente es la propietaria última de los ingresos y riquezas mundiales. De hecho, los trabajadores ya son los financistas del mundo. A pesar de que muchos de ellos se sienten intimidados por la complejidad de los sistemas financieros, ellos son los que impulsan el motor de la economía mediante sus pagos de impuestos, sus ahorros e inversiones para la vivienda, y sus decisiones de compra.
Y, sin embargo, el sistema financiero global se ha distanciado de las preferencias y las necesidades de la gente. No cambió en lo fundamental después de la crisis financiera de 2008, que se cobró un trágico coste humano, y en gran medida sigue sin dar respuestas al desafío climático existencial al que nos enfrentamos hoy.
Por supuesto, no todos los aspectos de la digitalización son positivos. Las nuevas tecnologías han abierto nuevas oportunidades para evadir el paso de niveles tributarios razonables o robar dinero mediante el fraude. Además, los intermediarios financieros de alta tecnología, en la práctica, aplican impuestos a inversores tradicionales como los fondos de pensiones y las compañías de seguros por el mero hecho de llegar al mercado más rápidamente, sin añadir ningún valor económico real.
Pero lo más probable es que el potencial disruptivo para mejor compense al negativo, ya que abre una oportunidad de cambiar el rumbo de los servicios financieros para servir las necesidades de la gente. Por ejemplo, en la actualidad en todo el mundo 3,6 mil millones de personas –con un nivel desproporcionado de mujeres- carecen de los recursos y las capacidades para aprovechar el mundo digital. Hay iniciativas en camino para solucionarlo.
Una de ellas es el Grupo de Trabajodel Secretario General de la ONU sobre Finanzas Digitales de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que presidimos en conjunto. El trabajo realizado hasta la fecha ha subrayado las extraordinarias oportunidades que crea la digitalización al poner las voces y las necesidades de las personas al centro de la toma de decisiones financieras. En particular, podría aumentar la calidad y facilidad de uso de información financiera relevante, así como reducir la cantidad de intermediarios financieros que no añaden valor real y ofrecer a los ciudadanos plataformas de acción colectiva, a través del micromecenazgo o de acciones de consumidores, empleados o accionistas.
No se debe subestimar el punto vital de que las finanzas son un medio para conseguir un fin, y este es el desarrollo sostenible e inclusivo. Cada vez más gente quiere que su dinero se invierta en metas positivas, incluidas acciones que luchen contra el cambio climático y protejan el mundo natural. Y ya están ocurriendo cambios. Por ejemplo, en 2019 los inversionistas europeos destinaron un máximo histórico de €120 mil millones ($130 mil millones) a fondos sostenibles, el doble que en 2018.
Hoy se necesitan más información y liderazgo para cosechar plenamente el poder de las finanzas digitales de encauzar el dinero en la dirección correcta, incluido el logro de los ODS. En este respecto, es vital la tarea de gestionar las finanzas digitales, que no se puede dejar solo a los bancos centrales y entidades de regulación financiera, ya que sus mandatos se restringen a preocupaciones legítimas pero limitadas sobre estabilidad financiera y lavado de dinero. Por consiguiente, necesitamos con urgencia innovaciones de gobernanza que contemplen criterios y capacidades más amplios e inclusivos para orientar nuestros fondos hacia la financiación de un futuro sostenible para todos.
Pero a medida que se calienta el planeta, se amplían las desigualdades del ingreso y la riqueza, y la gente en todos los continentes se echa a las calles para protestar, queda en evidencia que ya ha pasado el tiempo del pensamiento cortoplacista. Por eso es tan importante la revolución digital: podría sacar a los ciudadanos del cuarto de máquinas y ponerlos en el asiento del conductor, con una influencia mucho mayor sobre los flujos financieros.
Para que el mundo logre los ODS fijados para el año 2030, la década del 2020 debe ser una “década de acciones”. Si aprovechamos el potencial disruptivo de las fintech, podremos crear un sistema financiero más justo e inclusivo que genere un desarrollo sostenible en todos los rincones del planeta.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
NUEVA YORK/JOHANNESBURGO – En la actualidad, el “dinero móvil” –un servicio que permite enviar, recibir y guardar dinero a través de un teléfono móvil- hace posible que un comerciante en Kenia tome un pequeño préstamo al comenzar el día para comprar existencias y pagarlo al anochecer con sus ganancias del día. Este intercambio aparentemente ínfimo tiene el poder de sustentar medios de vida, elevar el acceso a salud y educación y mejorar las vidas de las personas en todos los países del planeta. Y la revolución digital en las tecnologías financieras, o fintech, están ampliando el alcance de las finanzas a muchos otros nuevos ámbitos.
Para fines de 2020, mil millones de personas en todo el mundo utilizarán dinero móvil, y las mayores tasas de penetración serán en el África subsahariana. Pero las fintech también sustentan mercados de carbono de miles de millones de dólares, cumplen un papel esencial en la lucha contra los flujos financieros ilícitos y son cruciales para mejorar la recaudación tributaria e impulsar la eficacia del gasto público. En pocas palabras, la disrupción digital podría originar un sistema financiero radicalmente distinto, centrado en el ciudadano.
Es muy necesario un cambio de esas proporciones, porque el actual sistema financiero global parece seguir una lógica que les conviene a quienes trabajan en él. Como recalcara hace poco la Directora Ejecutiva del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, hay una urgente necesidad de que “el sector de los servicios financieros vuelva a lo que se suponía que debía ser: un sector que sirve a la gente”.
La digitalización puede dar a la gente más opciones sobre dónde poner su dinero –el ahorro global anual alcanzará un estimado de $25 billones-, así como mayor injerencia acerca de para qué se debería usar. Además, las nuevas tecnologías pueden dar a los ciudadanos una mayor influencia sobre las decenas de billones de dólares que los gobiernos gastan cada año en su nombre. Y, en lo que es un punto crucial, la digitalización puede eliminar a esos intermediarios financieros que se han enquistado y convertido en rentistas en gran medida improductivos.
El statu quo financiero en que las personas equivocadas toman decisiones erróneas sencillamente ya no es viable. La gente es la propietaria última de los ingresos y riquezas mundiales. De hecho, los trabajadores ya son los financistas del mundo. A pesar de que muchos de ellos se sienten intimidados por la complejidad de los sistemas financieros, ellos son los que impulsan el motor de la economía mediante sus pagos de impuestos, sus ahorros e inversiones para la vivienda, y sus decisiones de compra.
Y, sin embargo, el sistema financiero global se ha distanciado de las preferencias y las necesidades de la gente. No cambió en lo fundamental después de la crisis financiera de 2008, que se cobró un trágico coste humano, y en gran medida sigue sin dar respuestas al desafío climático existencial al que nos enfrentamos hoy.
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Por supuesto, no todos los aspectos de la digitalización son positivos. Las nuevas tecnologías han abierto nuevas oportunidades para evadir el paso de niveles tributarios razonables o robar dinero mediante el fraude. Además, los intermediarios financieros de alta tecnología, en la práctica, aplican impuestos a inversores tradicionales como los fondos de pensiones y las compañías de seguros por el mero hecho de llegar al mercado más rápidamente, sin añadir ningún valor económico real.
Pero lo más probable es que el potencial disruptivo para mejor compense al negativo, ya que abre una oportunidad de cambiar el rumbo de los servicios financieros para servir las necesidades de la gente. Por ejemplo, en la actualidad en todo el mundo 3,6 mil millones de personas –con un nivel desproporcionado de mujeres- carecen de los recursos y las capacidades para aprovechar el mundo digital. Hay iniciativas en camino para solucionarlo.
Una de ellas es el Grupo de Trabajodel Secretario General de la ONU sobre Finanzas Digitales de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que presidimos en conjunto. El trabajo realizado hasta la fecha ha subrayado las extraordinarias oportunidades que crea la digitalización al poner las voces y las necesidades de las personas al centro de la toma de decisiones financieras. En particular, podría aumentar la calidad y facilidad de uso de información financiera relevante, así como reducir la cantidad de intermediarios financieros que no añaden valor real y ofrecer a los ciudadanos plataformas de acción colectiva, a través del micromecenazgo o de acciones de consumidores, empleados o accionistas.
No se debe subestimar el punto vital de que las finanzas son un medio para conseguir un fin, y este es el desarrollo sostenible e inclusivo. Cada vez más gente quiere que su dinero se invierta en metas positivas, incluidas acciones que luchen contra el cambio climático y protejan el mundo natural. Y ya están ocurriendo cambios. Por ejemplo, en 2019 los inversionistas europeos destinaron un máximo histórico de €120 mil millones ($130 mil millones) a fondos sostenibles, el doble que en 2018.
Hoy se necesitan más información y liderazgo para cosechar plenamente el poder de las finanzas digitales de encauzar el dinero en la dirección correcta, incluido el logro de los ODS. En este respecto, es vital la tarea de gestionar las finanzas digitales, que no se puede dejar solo a los bancos centrales y entidades de regulación financiera, ya que sus mandatos se restringen a preocupaciones legítimas pero limitadas sobre estabilidad financiera y lavado de dinero. Por consiguiente, necesitamos con urgencia innovaciones de gobernanza que contemplen criterios y capacidades más amplios e inclusivos para orientar nuestros fondos hacia la financiación de un futuro sostenible para todos.
Pero a medida que se calienta el planeta, se amplían las desigualdades del ingreso y la riqueza, y la gente en todos los continentes se echa a las calles para protestar, queda en evidencia que ya ha pasado el tiempo del pensamiento cortoplacista. Por eso es tan importante la revolución digital: podría sacar a los ciudadanos del cuarto de máquinas y ponerlos en el asiento del conductor, con una influencia mucho mayor sobre los flujos financieros.
Para que el mundo logre los ODS fijados para el año 2030, la década del 2020 debe ser una “década de acciones”. Si aprovechamos el potencial disruptivo de las fintech, podremos crear un sistema financiero más justo e inclusivo que genere un desarrollo sostenible en todos los rincones del planeta.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen