POTSDAM – A medida que Europa se ve afectada por otro verano históricamente cálido, reconforta ver que Ursula von der Leyen, la recién electa presidenta de la Comisión Europea, da al cambio climático la atención que merece. Al enfrentar la emergencia climática, debemos reconocer que las temperaturas globales en alza son una amenaza no solo para la salud pública y la economía, sino que también (y esto es crucial) para la vida silvestre.
Como primer paso, von der Leyen debería nombrar un vicepresidente enfocado en el clima y la biodiversidad que trabaje estrechamente con los comisionados sectoriales. La Unión Europea necesita una autoridad dedicada que se asegure de que todas las políticas climáticas de la UE apunten a proteger a la naturaleza del riesgo existencial que representan estos dos puntos de inflexión. Sin un cargo así, no podremos manejar adecuadamente la emergencia que tenemos ante nuestros ojos.
Desde la Revolución Industrial, los ecosistemas y los océanos del planeta han absorbido cerca de la mitad de las emisiones anuales producto de los combustibles fósiles. Sin estos colchones naturales, hace mucho que el mundo se habría calentado a más de 2ºC por sobre los niveles preindustriales. En consecuencia, al preservar y restaurar los ecosistemas y la vida silvestre que los mantiene viables hoy, podemos avanzar en la campaña hacia la meta de cero emisiones para 2050.
Al mismo tiempo, limitar el cambio climático ayudará a salvar el mundo natural, del que dependemos para alimentarnos, beber agua y respirar, disponer de medicinas, empleos y sustentos, y tanto más. No podemos vivir sin biodiversidad y la biodiversidad no puede sobrevivir sin nuestra protección. Esto no representa carga alguna, ya que nos permitirá enormes ahorros en costes de salud, empleos futuros y competitividad europea.
Por su parte, von der Leyen desea elevar el objetivo de reducción de emisiones de carbono de la Unión Europea desde un 40% para el 2030 hasta un 55%, por lo menos. Sin embargo, los líderes europeos todavía tienen que entender que para enfrentar el cambio climático también hay que proteger la naturaleza.
Las medidas para responder a ambos problemas se refuerzan mutuamente. Cuando los países del centro y el este europeo se resisten a adoptar políticas climáticas más estrictas, a menudo aducen inquietudes sobre la pérdida de empleos industriales y una hipotética prosperidad. Si solo hubieran comprendido que las políticas climáticas y las medidas de protección ambiental crearían más trabajos a la medida de una economía cada vez menos dependiente de las emisiones de carbono y ayudarían a mantener a raya los cambios extremos de temperatura, no habrían aplicado su poder de veto a principios de este año al objetivo de cero emisiones de la UE para 2050.
Con sus nuevos cargos dirigentes, la UE tiene una nueva oportunidad de atacar de frente la crisis climática. Si miramos hacia el futuro, las políticas ecologistas a nivel de la UE deben ser adoptadas no solo por los departamentos ambientales y de clima designados por la Comisión, sino por todas las agencias, así como el Consejo Europeo y el Parlamento. Esto se facilitaría con la creación de un vicepresidente enfocado en el clima y la biodiversidad.
Es cierto que el Presidente saliente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker trató de romper los espacios estancos de la toma de decisiones de la UE en 2014, al nombrar vicepresidentes con carteras que abarcaban varios sectores. Pero su gesto adoleció de dos falencias fatales: consideró al cambio climático como una política sectorial que había que enfrentar en conjunto con la energía, mientras el medio ambiente quedaba en una cartera distinta, y no hizo que estos vicepresidentes contaran con suficiente personal para hacer que sus iniciativas abarcaran diferentes sectores. En esencia, los vicepresidentes eran generales sin tropas.
Cinco años más tarde, está en evidencia lo masivo de la crisis climática y de la biodiversidad, y la Comisión presidida por von der Leyen no puede ignorar la creciente presión pública para que se adopten medidas serias. Desde el otoño pasado, cientos de miles de europeos han salida a las calles a protestar, y 740 jurisdicciones de 16 países de la UE –además de los parlamentos nacionales francés, británico, portugués e irlandés- han declarado una emergencia climática. Los votantes también marcaron su exigencia de medidas contra la crisis climática en las elecciones de mayo para el Parlamento Europeo, dando a los Verdes y otros partidos ecologistas más escaños que nunca.
Los votantes comprenden que el cambio climático no es un problema aislado. Las medidas para reducir las emisiones también impulsarán un desarrollo sostenible que alivie los efectos de las sequías, inundaciones y olas de calor, a veces tan extremos que impiden trabajar a las personas. La protección y la restauración de océanos y bosques van estrechamente ligadas a la salvaguarda de los suministros de alimentos y la reducción de las enfermedades relacionadas con la polución del aire producida por los gases de los vehículos.
La ciencia explica estas relaciones de manera muy clara. Un informe de las Naciones Unidas sobre la biodiversidad, publicado en mayo (el examen más completo hasta la fecha de la salud del planeta), advierte que más de un millón de especies están en riesgo de extinción. Podrían colapsar ecosistemas enteros, junto con las cadenas alimentarias que sustentan. Tanto los insectos como los depredadores en la cúspide de la cadena trófica (como los lobos y los tiburones), los microbios del suelo y los árboles, desempeñan funciones esenciales en la regulación de los ecosistemas, el filtrado de agua y la producción de los alimentos que comemos.
Más aún, en octubre pasado el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas advirtió que el calentamiento global superará los 2ºC si no reducimos a la mitad las emisiones de gases de invernadero para el 2030, otra vez para el 2040, y una vez más para el 2050. Por otra parte, al limitar el calentamiento a 1,5ºC, salvaríamos a millones de personas de las sequías, inundaciones, condiciones climáticas extremas y otros escenarios letales.
Los bosques, los humedales y los océanos saludables podrían absorber dióxido de carbono y mitigar mayores daños causados por el cambio climático. Sin embargo, la capacidad del planeta Tierra de absorber gases de invernadero ya está declinando, haciendo que la concentración de CO2 en la atmósfera se eleve más rápido que en las décadas previas. De hecho, ya ha alcanzado 415 partes por millón, y está aumentando en tres ppm al año, desde dos ppm en las últimas décadas. Dada la trayectoria de las emisiones de gases de invernadero, la única explicación para un aumento así es que se está absorbiendo menos CO2 que en el pasado.
La Comisión Europea no puede decir que no fue advertida. En tiempos de auge del populismo y menor confianza en las instituciones públicas, la UE debe usar este cambio de su dirigencia como una oportunidad de reconectar con el mundo real y la gente que está manifestándose en las calles. Von der Leyen debe nombrar un o una vicepresidente con una misión lo suficientemente amplia como para reflejar el reto a toda la economía que tenemos por delante. Y debe dotar a quien sea que escoja de un ejército de soldados de dedicación exclusiva que puedan hacerla realidad.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
POTSDAM – A medida que Europa se ve afectada por otro verano históricamente cálido, reconforta ver que Ursula von der Leyen, la recién electa presidenta de la Comisión Europea, da al cambio climático la atención que merece. Al enfrentar la emergencia climática, debemos reconocer que las temperaturas globales en alza son una amenaza no solo para la salud pública y la economía, sino que también (y esto es crucial) para la vida silvestre.
Como primer paso, von der Leyen debería nombrar un vicepresidente enfocado en el clima y la biodiversidad que trabaje estrechamente con los comisionados sectoriales. La Unión Europea necesita una autoridad dedicada que se asegure de que todas las políticas climáticas de la UE apunten a proteger a la naturaleza del riesgo existencial que representan estos dos puntos de inflexión. Sin un cargo así, no podremos manejar adecuadamente la emergencia que tenemos ante nuestros ojos.
Desde la Revolución Industrial, los ecosistemas y los océanos del planeta han absorbido cerca de la mitad de las emisiones anuales producto de los combustibles fósiles. Sin estos colchones naturales, hace mucho que el mundo se habría calentado a más de 2ºC por sobre los niveles preindustriales. En consecuencia, al preservar y restaurar los ecosistemas y la vida silvestre que los mantiene viables hoy, podemos avanzar en la campaña hacia la meta de cero emisiones para 2050.
Al mismo tiempo, limitar el cambio climático ayudará a salvar el mundo natural, del que dependemos para alimentarnos, beber agua y respirar, disponer de medicinas, empleos y sustentos, y tanto más. No podemos vivir sin biodiversidad y la biodiversidad no puede sobrevivir sin nuestra protección. Esto no representa carga alguna, ya que nos permitirá enormes ahorros en costes de salud, empleos futuros y competitividad europea.
Por su parte, von der Leyen desea elevar el objetivo de reducción de emisiones de carbono de la Unión Europea desde un 40% para el 2030 hasta un 55%, por lo menos. Sin embargo, los líderes europeos todavía tienen que entender que para enfrentar el cambio climático también hay que proteger la naturaleza.
Las medidas para responder a ambos problemas se refuerzan mutuamente. Cuando los países del centro y el este europeo se resisten a adoptar políticas climáticas más estrictas, a menudo aducen inquietudes sobre la pérdida de empleos industriales y una hipotética prosperidad. Si solo hubieran comprendido que las políticas climáticas y las medidas de protección ambiental crearían más trabajos a la medida de una economía cada vez menos dependiente de las emisiones de carbono y ayudarían a mantener a raya los cambios extremos de temperatura, no habrían aplicado su poder de veto a principios de este año al objetivo de cero emisiones de la UE para 2050.
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Con sus nuevos cargos dirigentes, la UE tiene una nueva oportunidad de atacar de frente la crisis climática. Si miramos hacia el futuro, las políticas ecologistas a nivel de la UE deben ser adoptadas no solo por los departamentos ambientales y de clima designados por la Comisión, sino por todas las agencias, así como el Consejo Europeo y el Parlamento. Esto se facilitaría con la creación de un vicepresidente enfocado en el clima y la biodiversidad.
Es cierto que el Presidente saliente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker trató de romper los espacios estancos de la toma de decisiones de la UE en 2014, al nombrar vicepresidentes con carteras que abarcaban varios sectores. Pero su gesto adoleció de dos falencias fatales: consideró al cambio climático como una política sectorial que había que enfrentar en conjunto con la energía, mientras el medio ambiente quedaba en una cartera distinta, y no hizo que estos vicepresidentes contaran con suficiente personal para hacer que sus iniciativas abarcaran diferentes sectores. En esencia, los vicepresidentes eran generales sin tropas.
Cinco años más tarde, está en evidencia lo masivo de la crisis climática y de la biodiversidad, y la Comisión presidida por von der Leyen no puede ignorar la creciente presión pública para que se adopten medidas serias. Desde el otoño pasado, cientos de miles de europeos han salida a las calles a protestar, y 740 jurisdicciones de 16 países de la UE –además de los parlamentos nacionales francés, británico, portugués e irlandés- han declarado una emergencia climática. Los votantes también marcaron su exigencia de medidas contra la crisis climática en las elecciones de mayo para el Parlamento Europeo, dando a los Verdes y otros partidos ecologistas más escaños que nunca.
Los votantes comprenden que el cambio climático no es un problema aislado. Las medidas para reducir las emisiones también impulsarán un desarrollo sostenible que alivie los efectos de las sequías, inundaciones y olas de calor, a veces tan extremos que impiden trabajar a las personas. La protección y la restauración de océanos y bosques van estrechamente ligadas a la salvaguarda de los suministros de alimentos y la reducción de las enfermedades relacionadas con la polución del aire producida por los gases de los vehículos.
La ciencia explica estas relaciones de manera muy clara. Un informe de las Naciones Unidas sobre la biodiversidad, publicado en mayo (el examen más completo hasta la fecha de la salud del planeta), advierte que más de un millón de especies están en riesgo de extinción. Podrían colapsar ecosistemas enteros, junto con las cadenas alimentarias que sustentan. Tanto los insectos como los depredadores en la cúspide de la cadena trófica (como los lobos y los tiburones), los microbios del suelo y los árboles, desempeñan funciones esenciales en la regulación de los ecosistemas, el filtrado de agua y la producción de los alimentos que comemos.
Más aún, en octubre pasado el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas advirtió que el calentamiento global superará los 2ºC si no reducimos a la mitad las emisiones de gases de invernadero para el 2030, otra vez para el 2040, y una vez más para el 2050. Por otra parte, al limitar el calentamiento a 1,5ºC, salvaríamos a millones de personas de las sequías, inundaciones, condiciones climáticas extremas y otros escenarios letales.
Los bosques, los humedales y los océanos saludables podrían absorber dióxido de carbono y mitigar mayores daños causados por el cambio climático. Sin embargo, la capacidad del planeta Tierra de absorber gases de invernadero ya está declinando, haciendo que la concentración de CO2 en la atmósfera se eleve más rápido que en las décadas previas. De hecho, ya ha alcanzado 415 partes por millón, y está aumentando en tres ppm al año, desde dos ppm en las últimas décadas. Dada la trayectoria de las emisiones de gases de invernadero, la única explicación para un aumento así es que se está absorbiendo menos CO2 que en el pasado.
La Comisión Europea no puede decir que no fue advertida. En tiempos de auge del populismo y menor confianza en las instituciones públicas, la UE debe usar este cambio de su dirigencia como una oportunidad de reconectar con el mundo real y la gente que está manifestándose en las calles. Von der Leyen debe nombrar un o una vicepresidente con una misión lo suficientemente amplia como para reflejar el reto a toda la economía que tenemos por delante. Y debe dotar a quien sea que escoja de un ejército de soldados de dedicación exclusiva que puedan hacerla realidad.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen