SAO PAULO – En un caso extremo de tratar de encontrar el lado positivo de la más sombría de las situaciones, el comisario de Medio Ambiente de la Unión Europea llegó a la conclusión de que la crisis y la recesión económica globales son de hecho una buena oportunidad para todos.
La comisario Connie Hedegaard señala que el descenso en la actividad económica facilitará a la Unión Europea lograr su objetivo para 2020 de disminuir las emisiones de gas con efecto invernadero un 20% con respecto a su nivel de 1990. De hecho, Hedegaard piensa que la reducción de emisiones se ha hecho tan fácil que los líderes europeos deben ser más ambiciosos y fijarse unilateralmente el objetivo de reducirlas 30% –una idea que ahora ha ganado el apoyo del nuevo gobierno británico de David Cameron.
Estas pueden parecer buenas noticias, pero no en realidad no lo son debido a que hay una fuerte correlación entre el crecimiento económico y las emisiones de carbono. En la caso de la mayoría de los países, las emisiones altas se derivan de tasas de crecimiento mayores. Además, si se restringen las emisiones de carbono sin ofrecer fuentes alternativas de energía asequible, el PIB disminuirá. En otras palabras, al promover reducciones aún más significativas de las emisiones, Hedegaard está en realidad pidiendo una recesión aún mayor.
Cabe señalar que incluso antes de sus actuales dificultades económicas, Europa no podía igualar el ritmo de las tasas de crecimiento de los Estados Unidos, por no mencionar a las economías emergentes como la India y China. Para poder seguir participando, la UE reconoció hace una década que tenía que ser singularmente creativa. De ahí que surgiera la Estrategia de Lisboa del Consejo Europeo de 2000 que giraba en torno al compromiso de aumentar el gasto para la investigación y el desarrollo en un 50% en el transcurso de la siguiente década. Por desgracia, Europa no lo ha hecho: si acaso, el gasto en investigación y desarrollo en realidad ha disminuido ligeramente desde entonces.
Lo anterior es lamentable porque la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías verdes es realmente la única estrategia viable de largo plazo para reducir el consumo de hidrocarburos sin paralizar la economía mundial.
En cambio, los políticos europeos se comprometen cada vez más con la idea de que el calentamiento global es el problema mundial más urgente. Algunos comentaristas con mentalidad de conspiración incluso sugieren que ello está relacionado con la falta de competitividad de Europa: en lugar de tratar de mantener el ritmo, señalan, Europa ha decidido encontrar una forma de frenar a los demás.
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No es necesario aceptar este punto de vista maquiavélico para darse cuenta de que tratar de reducir el uso de hidrocarburos ante la falta de alternativas prácticas es una receta para el estancamiento económico. Esto parece ser lo que motivó la negativa de China y la India a aceptar los planes de Europa durante la Cumbre Mundial de Copenhague sobre Cambio Climático de diciembre pasado. La revista alemana Der Spiegel recientemente obtuvo una grabación de la sesión de las negociaciones finales. Es interesante escuchar las reacciones de frustración de líderes europeos como Angela Merkel de Alemania, Nicolas Sarkozy de Francia y Gordon Brown de Gran Bretaña cuando sus homólogos de los países en desarrollo comunicaron su negativa a condenar a sus poblaciones a la pobreza continua con el fin de resolver un problema que los países ricos crearon.
Los intentos de 2010 para reavivar el compromiso con el acuerdo global de emisiones de carbono fracasaron. Tanto el director saliente de la Secretaría del Cambio Climático de las Naciones Unidas como la comisario Hedegaard han admitido lo evidente. Es altamente improbable que se logre un acuerdo en la siguiente cumbre importante que se realizará en México a finales de año.
No obstante, Europa ha seguido por su camino quijotesco, incluso sin un tratado global para reducir las emisiones de carbono. Y no hay que equivocarse al respecto: las restricciones unilaterales de la UE a las emisiones no son solamente económicamente destructivas –probablemente costarán a Europa un estimado de 250 mil millones de dólares anuales para 2020– sino también asombrosamente ineficaces.
Los modelos climáticos muestran uniformemente que las reducciones de carbono tendrían un impacto imperceptible en las temperaturas globales a pesar de todos los estragos económicos que probablemente causarían. El modelo económico-climático RICE ampliamente usado muestra un descenso de 0.05 grados centígrados en los siguientes 90 años. A pesar del enorme gasto, la diferencia en el clima para el fin del siglo sería prácticamente imperceptible.
Por desgracia, parece que Europa ha decidido que si no puede conducir al mundo a la prosperidad, entonces debe intentar conducirlo a la decadencia. Al obstinarse en aplicar un enfoque que en el pasado ha fracasado dramáticamente, parece que Europa quedará condenada a tener una posición económica en declive con menor número de empleos y menos prosperidad. Incluso a los más optimistas les costaría trabajo encontrar el lado positivo de esa actitud.
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Even as South Korea was plunged into political turmoil following the president’s short-lived declaration of martial law, financial markets have remained calm. But the country still has months of political uncertainty ahead, leaving it in a weak position to respond to US policy changes when President-elect Donald Trump takes office.
argues that while markets shrugged off the recent turmoil, the episode could have long-lasting consequences.
Dominant intellectual frameworks persist until their limitations in describing reality become undeniable, paving the way for a new paradigm. The idea that the world can and will replace fossil fuels with renewables has reached that point.
argue that replacing fossil fuels with renewables is an idea that has exhausted its utility.
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SAO PAULO – En un caso extremo de tratar de encontrar el lado positivo de la más sombría de las situaciones, el comisario de Medio Ambiente de la Unión Europea llegó a la conclusión de que la crisis y la recesión económica globales son de hecho una buena oportunidad para todos.
La comisario Connie Hedegaard señala que el descenso en la actividad económica facilitará a la Unión Europea lograr su objetivo para 2020 de disminuir las emisiones de gas con efecto invernadero un 20% con respecto a su nivel de 1990. De hecho, Hedegaard piensa que la reducción de emisiones se ha hecho tan fácil que los líderes europeos deben ser más ambiciosos y fijarse unilateralmente el objetivo de reducirlas 30% –una idea que ahora ha ganado el apoyo del nuevo gobierno británico de David Cameron.
Estas pueden parecer buenas noticias, pero no en realidad no lo son debido a que hay una fuerte correlación entre el crecimiento económico y las emisiones de carbono. En la caso de la mayoría de los países, las emisiones altas se derivan de tasas de crecimiento mayores. Además, si se restringen las emisiones de carbono sin ofrecer fuentes alternativas de energía asequible, el PIB disminuirá. En otras palabras, al promover reducciones aún más significativas de las emisiones, Hedegaard está en realidad pidiendo una recesión aún mayor.
Cabe señalar que incluso antes de sus actuales dificultades económicas, Europa no podía igualar el ritmo de las tasas de crecimiento de los Estados Unidos, por no mencionar a las economías emergentes como la India y China. Para poder seguir participando, la UE reconoció hace una década que tenía que ser singularmente creativa. De ahí que surgiera la Estrategia de Lisboa del Consejo Europeo de 2000 que giraba en torno al compromiso de aumentar el gasto para la investigación y el desarrollo en un 50% en el transcurso de la siguiente década. Por desgracia, Europa no lo ha hecho: si acaso, el gasto en investigación y desarrollo en realidad ha disminuido ligeramente desde entonces.
Lo anterior es lamentable porque la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías verdes es realmente la única estrategia viable de largo plazo para reducir el consumo de hidrocarburos sin paralizar la economía mundial.
En cambio, los políticos europeos se comprometen cada vez más con la idea de que el calentamiento global es el problema mundial más urgente. Algunos comentaristas con mentalidad de conspiración incluso sugieren que ello está relacionado con la falta de competitividad de Europa: en lugar de tratar de mantener el ritmo, señalan, Europa ha decidido encontrar una forma de frenar a los demás.
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Los intentos de 2010 para reavivar el compromiso con el acuerdo global de emisiones de carbono fracasaron. Tanto el director saliente de la Secretaría del Cambio Climático de las Naciones Unidas como la comisario Hedegaard han admitido lo evidente. Es altamente improbable que se logre un acuerdo en la siguiente cumbre importante que se realizará en México a finales de año.
No obstante, Europa ha seguido por su camino quijotesco, incluso sin un tratado global para reducir las emisiones de carbono. Y no hay que equivocarse al respecto: las restricciones unilaterales de la UE a las emisiones no son solamente económicamente destructivas –probablemente costarán a Europa un estimado de 250 mil millones de dólares anuales para 2020– sino también asombrosamente ineficaces.
Los modelos climáticos muestran uniformemente que las reducciones de carbono tendrían un impacto imperceptible en las temperaturas globales a pesar de todos los estragos económicos que probablemente causarían. El modelo económico-climático RICE ampliamente usado muestra un descenso de 0.05 grados centígrados en los siguientes 90 años. A pesar del enorme gasto, la diferencia en el clima para el fin del siglo sería prácticamente imperceptible.
Por desgracia, parece que Europa ha decidido que si no puede conducir al mundo a la prosperidad, entonces debe intentar conducirlo a la decadencia. Al obstinarse en aplicar un enfoque que en el pasado ha fracasado dramáticamente, parece que Europa quedará condenada a tener una posición económica en declive con menor número de empleos y menos prosperidad. Incluso a los más optimistas les costaría trabajo encontrar el lado positivo de esa actitud.