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La oportunidad de ESG de Europa

PARÍS – Las finanzas están evolucionando en una dirección más sustentable, y justo a tiempo. Los fondos de pensiones, las compañías de seguros y los fondos de riqueza soberana han hecho múltiples compromisos en materia de cambio climático, biodiversidad e inclusión económica. En todos los casos, el objetivo es tratar a las finanzas como una herramienta, no como un fin en sí mismo, y adoptar objetivos que vayan mucho más allá de los retornos financieros.

Hoy, se invierten más de 40,5 billones de dólares globalmente según principios ambientales, sociales y de gobernanza. Ahora bien, ¿quién define lo que representa una inversión ESG y hasta qué punto podemos confiar en las declaraciones sobre ESG pronunciadas por las corporaciones? Necesitamos un conjunto de estándares ESG genuinamente globales –y Europa puede, y debe, desempeñar un papel preponderante a la hora de formularlos e implementarlos.

Lejos de ser una cuestión puramente técnica, evaluar el desempeño no financiero de las empresas es una cuestión profundamente política. El primer paso es la elección de indicadores para medir el desempeño ambiental o social de una compañía. Luego está la cuestión de establecer estándares ESG de base que Europa, Estados Unidos o China exijan a todas las empresas que quieran hacer negocios en su mercado, así como un marco de referencia que influya directamente en los flujos financieros y de inversiones.

Diseñar este tipo de indicadores es un instrumento invalorable para construir soberanía. Europa, en muchos sentidos un líder global en el terreno ambiental y social, debería por lo tanto aprovechar la oportunidad y promover un tipo diferente de soberanía que sirva como una plataforma de lanzamiento para iniciativas globales.

Desde que el presidente francés, Emmanuel Macron, defendió la construcción de soberanía europea en un discurso de 2017, la manera en que la Unión Europea ve esta cuestión ha evolucionado significativamente. Hoy en día, los estados miembro son mucho menos ambivalentes respecto de la defensa de la soberanía europea, ya sea en respuesta al surgimiento de monopolios digitales, los riesgos económicos del Brexit o la amenaza para la salud pública planteada por el COVID-19.

Para salvaguardar su modelo y sus valores, Europa ya no puede sólo responder a los acontecimientos, sino que necesita ser proactiva a la hora de identificar y tomar medidas que se propagarán más allá de sus fronteras. Evaluar el desempeño no financiero de las corporaciones puede formar parte de una soberanía más asertiva que también le permita a Europa abordar cuestiones igualmente urgentes como el cambio climático, los problemas sociales y los cambiantes alineamientos geopolíticos.

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Por ejemplo, la UE se ha fijado metas ambientales de amplio alcance, empezando por alcanzar una neutralidad de carbono no más allá de 2050. Con ese objetivo, recientemente desarrolló una llamada taxonomía verde, una clasificación estandarizada que permite la evaluación de la sostenibilidad de 70 actividades económicas que en conjunto representan el 93% de las emisiones de gases de efecto invernadero de la UE.

En el frente social, la UE estableció la Carta de los Derechos Fundamentales en 2000, y en 2017 proclamó el Pilar Europeo de Derechos Sociales –que otorga a sus ciudadanos medios nuevos y más efectivos de garantizar igual acceso al mercado laboral, condiciones de trabajo justas y una mayor protección social-. Y en octubre de 2020, la Comisión Europea propuso una directira de la UE para garantizar salarios mínimos adecuados para los trabajadores en los estados miembro.

Pero aquí también Europa está quedando atrapada en una situación defensiva por propia voluntad. Si bien Europa está protegiendo su soberanía construyendo este tipo de marco ambiental y social, no tiene deseo alguno de introducir estas ideas en otras partes. Pero en una economía global donde cada país intenta forjar los estándares en beneficio propio, la clave no es simplemente defender un modelo, sino presentarlo al mundo como una base para una discusión más amplia.

Desde su concepción, la UE ha sido criticada frecuentemente por su lentitud y su naturaleza burocrática. Pero en una unión de 27 estados soberanos, cada decisión es necesariamente el resultado de una negociación y de un acuerdo. Asimismo, las decisiones sobre qué constituye un buen o mal comportamiento en relación a una norma no se deberían tomar a la ligera. Irónicamente, por lo tanto, el modelo de gobernanza inclusiva de Europa puede darle una ventaja competitiva en la formulación de estándares ESG globales.

Con su mercado único grande y próspero, una alta tasa de ahorro y un sector financiero poderoso, Europa potencialmente puede influir en estos estándares a través de lo que Zaki Laïdi llama “las normas por encima de la fuerza”. Esto es exactamente lo contrario de la política tradicional y del poder militar o, como señala Laïdi, la “capacidad de producir y establecer un mecanismo mundial de normas capaz de estructurar al mundo, impedir un comportamiento indebido por parte de los actores entrantes, ofrecer a quienes cumplen con las reglas, particularmente los menos poderosos, una oportunidad amplia de hacer que las normas se impongan contra todos, inclusive los poderosos”.

Es más, como medir el desempeño no financiero va mucho más allá de una simple contabilización, la transición a un capitalismo más sustentable desde un punto de vista ecológico y social a través de la transparencia de los participantes y de una responsabilidad compartida puede convertirse en el faro de una nueva identidad europea. 

En un momento en que Europa busca superar sus divisiones políticas internas, la UE tiene la oportunidad de reiterar sus valores ambientales y sociales sin exigirles a los estados miembro que respalden un modelo económico particular, sino más bien adhiriendo simplemente a una estrategia basada en resultados. A pesar de sus diferencias históricas y culturales, los estados miembro tienen muchos valores compartidos que les permiten acordar sobre lo básico en cuestiones como la igualdad de género o la protección ambiental.

Uno de los padres fundadores de la integración europea, Jean Monnet, creía que la soberanía se degrada cuando está arraigada en viejos patrones. Al haber diseñado una soberanía que difiere de manera fundamental de modelos de gobernanza probados anteriormente, la UE ahora debe demostrar su vitalidad extendiendo su poder más allá de su mercado único.

Más que cualquier otra jurisdicción, la UE debería abrazar nuevas normas, no tenerles miedo. Al exigir una evaluación del impacto ambiental y social de una empresa antes de otorgarle acceso a su mercado, la UE tendría una oportunidad única de hacer valer tanto la singularidad como el alcance de su soberanía.

Al hacerlo, Europa contribuiría a un debate necesariamente global con respecto a la transición hacia un modelo económico capitalista sostenible, resiliente e inclusivo. Este objetivo estaba implícito en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y en el acuerdo climático de París que el mundo adoptó en 2015. Ahora tenemos la obligación de que sea explícito.

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