Los Ángeles – A menudo se nos dice que abordar el calentamiento global es la tarea que define nuestra era. Un ejército de expertos sostiene que debemos recortar las emisiones y hacerlo de inmediato y drásticamente. Pero este argumento claramente está perdiendo su poder de convencimiento.
Según una encuesta del Centro Pew, el calentamiento global es ahora el problema de política con la prioridad más baja entre los estadounidenses. Otra encuesta de Pew mostró que a China, el mayor emisor del mundo, el calentamiento global le importa aun menos que a Estados Unidos. Sólo el 24% de los chinos consideran que se trata de un problema muy grave, lo que convierte a China en el país menos preocupado al respecto. En el Reino Unido, una encuesta de la empresa Opinium reflejó que la mayoría de los electores creen que el objetivo principal de los impuestos verdes es recaudar dinero y no proteger el medio ambiente, y 7 de cada 10 no están dispuestos a pagar más impuestos para combatir el cambio climático.
Al mismo tiempo, las soluciones que se han propuesto para el problema del calentamiento global han sido fatales. En 1992, en Río de Janeiro, los políticos de los países ricos prometieron reducir las emisiones para el año 2000, pero no lo hicieron. Los líderes se reunieron una vez más en Kyoto en 1997 y prometieron llevar a cabo recortes de las emisiones de carbono incluso más estrictas para 2010, pero éstas siguieron aumentando y Kyoto no ha ayudado prácticamente en nada para cambiar esa situación.
Lo más trágico es que cuando los líderes se reúnan nuevamente en Copenhague en diciembre seguirán adoptando las mismas soluciones: promesas de realizar recortes aun más drásticos de las emisiones que, una vez más, es poco probable que se cumplan. Las medidas que sistemáticamente prometen demasiado y logran poco a un gran costo no son populares incluso en las mejores épocas. Y ésta claramente no es la mejor época.
Afortunadamente, tenemos una opción mucho mejor con una posibilidad mucho más alta de tener éxito: debemos hacer que las fuentes de energía de baja emisión de carbono como la energía solar sean una alternativa real y competitiva frente a las viejas fuentes de energía, y no el dominio exclusivo de los ricos que se quieren sentir "más verdes".
Por lo tanto, debemos invertir en una escala efectiva en la invención de tecnología nueva. Al contrario de lo que podría imaginarse, el Protocolo de Kyoto no ha dado lugar a esas investigaciones. En efecto, la inversión para la investigación se ha desplomado desde los años ochenta y no ha aumentado desde entonces, incluso entre los países participantes en Kyoto.
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Hacer grandes inversiones en investigación y desarrollo de energía de baja emisión de carbono, energía solar u otras tecnologías nuevas resultaría más barato que los combustibles fósiles mucho más rápido. Según cálculos económicos, por cada dólar gastado habría beneficios por 16 dólares.
Todos los países deberían estar de acuerdo en gastar el 0.05% de su PIB en investigación y desarrollo de energía de baja emisión de carbono. El costo global total sería 15 veces más alto que el gasto actual en la investigación de fuentes de energía alternativas, pero seis veces menor que el costo de Kyoto. Un acuerdo de esta naturaleza podría ser el nuevo tratado de Kyoto – la principal diferencia sería que este protocolo sí marcaría una diferencia y tendría buenas oportunidades de ser aceptado a nivel mundial.
¿Por qué no hacer las dos cosas: invertir en investigación y desarrollo y de cualquier forma prometer recortes de las emisiones de carbono?
Políticas como las de Kyoto sólo son una distracción costosa de la tarea real de alejarnos de los combustibles fósiles. Hay dos razones fundamentales por las que concentrarse en la reducción de las emisiones de carbono es la respuesta equivocada al calentamiento global.
En primer lugar, el uso de los combustibles fósiles sigue siendo la única forma que tienen los países en desarrollo para salir de la pobreza. El carbón suministra le mitad de la energía del mundo. En China y la India representa más del 80% de la generación de energía y está contribuyendo a que los trabajadores de esos países tengan un nivel de vida que sus padres no podían imaginar siquiera. Limitar las emisiones significa quitar en efecto esta posibilidad a cientos de millones de personas. No hay una fuente de energía “verde” que sea lo suficientemente asequible para sustituir al carbón en el futuro cercano. En cambio, el aumento de nuestras investigaciones hará que la energía verde sea más barata que los combustibles fósiles hacia mediados de siglo.
En segundo lugar, los recortes inmediatos de las emisiones de carbono son costosos, y el costo supera significativamente a los beneficios. Si el acuerdo de Kyoto se hubiera aplicado plenamente a lo largo de este siglo, sólo habría logrado una insignificante disminución de la temperatura de 0.2oC (0.3°F), a un costo de 180 mil millones de dólares al año. En términos económicos, Kyoto sólo genera alrededor de 30 centavos de dólar de beneficios por cada dólar gastado.
Con recortes más pronunciados de las emisiones, como los propuestos por la Unión Europea –20% por debajo de los niveles de 1990 en 12 años—sólo se reducirían las temperaturas en una sexagésima parte de grado centígrado (una trigésima parte de grado Fahrenheit) para 2100 a un costo de 10 billones de dólares. Por cada dólar gastado sólo habría beneficios por cuatro centavos de dólar.
Lo más triste del debate sobre el calentamiento global es que casi todos los protagonistas clave—políticos, activistas y expertos – ya saben que el acuerdo al viejo estilo que actualmente está sobre la mesa para la reunión de Copenhague de diciembre tendrá un efecto insignificante sobre las temperaturas.
A menos que cambiemos de rumbo y hagamos que nuestras acciones sean realistas y alcanzables, es claro que las declaraciones de “éxito” en Copenhague carecerán de sentido. Haremos promesas. No las cumpliremos. Y desperdiciaremos otra década. En lugar de ello, debemos desafiar la ortodoxia de Kyoto. Tenemos mejores opciones.
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The Norwegian finance ministry recently revealed just how much the country has benefited from Russia's invasion of Ukraine, estimating its windfall natural-gas revenues for 2022-23 to be around $111 billion. Yet rather than transferring these gains to those on the front line, the government is hoarding them.
argue that the country should give its windfall gains from gas exports to those on the front lines.
Los Ángeles – A menudo se nos dice que abordar el calentamiento global es la tarea que define nuestra era. Un ejército de expertos sostiene que debemos recortar las emisiones y hacerlo de inmediato y drásticamente. Pero este argumento claramente está perdiendo su poder de convencimiento.
Según una encuesta del Centro Pew, el calentamiento global es ahora el problema de política con la prioridad más baja entre los estadounidenses. Otra encuesta de Pew mostró que a China, el mayor emisor del mundo, el calentamiento global le importa aun menos que a Estados Unidos. Sólo el 24% de los chinos consideran que se trata de un problema muy grave, lo que convierte a China en el país menos preocupado al respecto. En el Reino Unido, una encuesta de la empresa Opinium reflejó que la mayoría de los electores creen que el objetivo principal de los impuestos verdes es recaudar dinero y no proteger el medio ambiente, y 7 de cada 10 no están dispuestos a pagar más impuestos para combatir el cambio climático.
Al mismo tiempo, las soluciones que se han propuesto para el problema del calentamiento global han sido fatales. En 1992, en Río de Janeiro, los políticos de los países ricos prometieron reducir las emisiones para el año 2000, pero no lo hicieron. Los líderes se reunieron una vez más en Kyoto en 1997 y prometieron llevar a cabo recortes de las emisiones de carbono incluso más estrictas para 2010, pero éstas siguieron aumentando y Kyoto no ha ayudado prácticamente en nada para cambiar esa situación.
Lo más trágico es que cuando los líderes se reúnan nuevamente en Copenhague en diciembre seguirán adoptando las mismas soluciones: promesas de realizar recortes aun más drásticos de las emisiones que, una vez más, es poco probable que se cumplan. Las medidas que sistemáticamente prometen demasiado y logran poco a un gran costo no son populares incluso en las mejores épocas. Y ésta claramente no es la mejor época.
Afortunadamente, tenemos una opción mucho mejor con una posibilidad mucho más alta de tener éxito: debemos hacer que las fuentes de energía de baja emisión de carbono como la energía solar sean una alternativa real y competitiva frente a las viejas fuentes de energía, y no el dominio exclusivo de los ricos que se quieren sentir "más verdes".
Por lo tanto, debemos invertir en una escala efectiva en la invención de tecnología nueva. Al contrario de lo que podría imaginarse, el Protocolo de Kyoto no ha dado lugar a esas investigaciones. En efecto, la inversión para la investigación se ha desplomado desde los años ochenta y no ha aumentado desde entonces, incluso entre los países participantes en Kyoto.
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Hacer grandes inversiones en investigación y desarrollo de energía de baja emisión de carbono, energía solar u otras tecnologías nuevas resultaría más barato que los combustibles fósiles mucho más rápido. Según cálculos económicos, por cada dólar gastado habría beneficios por 16 dólares.
Todos los países deberían estar de acuerdo en gastar el 0.05% de su PIB en investigación y desarrollo de energía de baja emisión de carbono. El costo global total sería 15 veces más alto que el gasto actual en la investigación de fuentes de energía alternativas, pero seis veces menor que el costo de Kyoto. Un acuerdo de esta naturaleza podría ser el nuevo tratado de Kyoto – la principal diferencia sería que este protocolo sí marcaría una diferencia y tendría buenas oportunidades de ser aceptado a nivel mundial.
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Políticas como las de Kyoto sólo son una distracción costosa de la tarea real de alejarnos de los combustibles fósiles. Hay dos razones fundamentales por las que concentrarse en la reducción de las emisiones de carbono es la respuesta equivocada al calentamiento global.
En primer lugar, el uso de los combustibles fósiles sigue siendo la única forma que tienen los países en desarrollo para salir de la pobreza. El carbón suministra le mitad de la energía del mundo. En China y la India representa más del 80% de la generación de energía y está contribuyendo a que los trabajadores de esos países tengan un nivel de vida que sus padres no podían imaginar siquiera. Limitar las emisiones significa quitar en efecto esta posibilidad a cientos de millones de personas. No hay una fuente de energía “verde” que sea lo suficientemente asequible para sustituir al carbón en el futuro cercano. En cambio, el aumento de nuestras investigaciones hará que la energía verde sea más barata que los combustibles fósiles hacia mediados de siglo.
En segundo lugar, los recortes inmediatos de las emisiones de carbono son costosos, y el costo supera significativamente a los beneficios. Si el acuerdo de Kyoto se hubiera aplicado plenamente a lo largo de este siglo, sólo habría logrado una insignificante disminución de la temperatura de 0.2oC (0.3°F), a un costo de 180 mil millones de dólares al año. En términos económicos, Kyoto sólo genera alrededor de 30 centavos de dólar de beneficios por cada dólar gastado.
Con recortes más pronunciados de las emisiones, como los propuestos por la Unión Europea –20% por debajo de los niveles de 1990 en 12 años—sólo se reducirían las temperaturas en una sexagésima parte de grado centígrado (una trigésima parte de grado Fahrenheit) para 2100 a un costo de 10 billones de dólares. Por cada dólar gastado sólo habría beneficios por cuatro centavos de dólar.
Lo más triste del debate sobre el calentamiento global es que casi todos los protagonistas clave—políticos, activistas y expertos – ya saben que el acuerdo al viejo estilo que actualmente está sobre la mesa para la reunión de Copenhague de diciembre tendrá un efecto insignificante sobre las temperaturas.
A menos que cambiemos de rumbo y hagamos que nuestras acciones sean realistas y alcanzables, es claro que las declaraciones de “éxito” en Copenhague carecerán de sentido. Haremos promesas. No las cumpliremos. Y desperdiciaremos otra década. En lugar de ello, debemos desafiar la ortodoxia de Kyoto. Tenemos mejores opciones.