SARASOTA – La agenda anticlimática del presidente norteamericano, Donald Trump, está en pleno apogeo. Su administración ya ha tomado medidas 117 veces para rechazar o debilitar regulaciones climáticas y hay mucha más desregulación en ciernes. Al derogar las protecciones ambientales en una escala sin precedentes, inclusive a través de órdenes ejecutivas, Trump está utilizando cada herramienta a su disposición para aumentar la extracción de combustibles fósiles y la producción de energía sucia. Aparentemente, está empeñado en superar el propio auge de combustibles fósiles de su antecesor.
Es verdad, el ex presidente Barack Obama presidió un auge de combustibles fósiles: la revolución doméstica de energía de esquisto que fue posible gracias al advenimiento de la fracturación hidráulica (o fracking). El hecho es que ningún partido importante en Estados Unidos ha sido el paladín climático que el país –y el mundo- necesita. Mientras que activistas jóvenes en todo el mundo están dado un paso adelante para mostrar cómo es un verdadero liderazgo climático, los políticos apenas toman nota. Como le dijo Dianne Feinstein, una senadora demócrata de Estados Unidos por California, con tono despectivo a un grupo de jóvenes que defendía un Nuevo Trato Verde (NTV): “He venido haciendo esto desde hace 30 años. Sé lo que estoy haciendo”.
Cuanto más se aferren ambos partidos a una política de “aquí no pasa nada”, más chances tenemos de enfrentar una catástrofe climática en la que millones de personas mueran o vean sus vidas turbadas. Sin embargo, la realidad es que la responsabilidad de adoptar un nuevo paradigma en definitiva recae en los demócratas. Mientras que Trump ha sido desastroso para el planeta, las políticas de su administración están en armonía con un Partido Republicano que no cambiará en lo inmediato.
En una revisión reciente de más de 1.000 proyectos de ley vinculados con el clima presentados ante el Congreso de Estados Unidos desde 2000, descubrimos que, sólo en los últimos diez años, los republicanos presentaron 187 que aumentarían las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). La mayoría de estos proyectos de ley han intentado defender los intereses de la industria de combustibles fósiles por sobre los de cualquier otra. El razonamiento esgrimido por los republicanos es alcanzar la “independencia energética”, lo cual, en la práctica, ha significado ofrecer un trato especial a las empresas de petróleo, gas y carbón que gastan sumas exorbitantes en aportes de campaña.
No mucho después de haber asumido, Trump prometió que, al potenciar las reservas de combustibles fósiles de Estados Unidos, su administración “crearía innumerables empleos para nuestra gente y ofrecería una verdadera seguridad energética a nuestros amigos, socios y aliados en todo el mundo”. Siguiendo la misma lógica, Don Young, un congresista republicano que representa a Alaska, ha introducido la Ley de Independencia Energética y Creación de Empleos de Estados Unidos, que permitiría la exploración y extracción de reservas de petróleo y gas en al Refugio Nacional Ártico de Vida Silvestre de Alaska. Para agravar el daño, el proyecto de ley dirigiría la mitad de los ingresos tributarios generados por la explotación de recursos públicos a un conjunto de incentivos para la industria de los combustibles fósiles.
Ahora bien, el verdadero insulto es el comportamiento de los líderes demócratas, que siguen ateniéndose a lo que James K. Boyce de la Universidad de Massachusetts llama “negación del cambio de bajas calorías”. Consideremos el caso del Comité Nacional Demócrata. El año pasado, el CND decidió que ya no aceptaría aportes de comisiones de acción política asociadas con la industria de los combustibles fósiles para sólo revertir el curso y abrazar la política energética de “todo incluido” apenas meses después.
Aunque los congresistas demócratas han introducido propuestas modestas para frenar las emisiones de GEI, no han impulsado legislación climática de manera sustancial desde la fallida Ley de Energía Limpia y Seguridad de Estados Unidos de 2009 (el proyecto de ley Waxman-Markey). Y hasta ese proyecto de ley no habría reducido las emisiones lo suficientemente rápido, en relación a lo que exige la crisis climática.
Entre los proyectos de ley más significativos introducidos por los demócratas en los últimos años está la Ley 100 en 2050, que incluye estipulaciones para “alcanzar un 100% de energía limpia y renovable en 2050”. Pero, otra vez, esto no basta para alcanzar la meta de limitar el calentamiento global a 1,5°C por sobre los niveles preindustriales –el umbral detrás del cual el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático prevé consecuencias devastadoras.
Afortunadamente, un coro creciente de demócratas ha empezado a exigir una acción genuina que empiece a compensar décadas de una negación del cambio climático de bajas calorías. Entienden que, sin una acción significativa e integral por parte de Estados Unidos, el clima no podrá estabilizarse a un nivel que conduzca a la prosperidad humana.
En lugar de hablar sobre lo que la gente tiene que dejar de hacer para reducir las emisiones, los realistas climáticos intentan hablarles a los votantes de una nueva visión de la economía, que ofrece una seguridad económica y una estabilidad ambiental de largo plazo. La resolución del NTV introducida a comienzos de este año rápidamente ha cambiado la ventana de discurso, a punto tal que las propuestas alguna vez radicales hoy están ganando respaldo público y están siendo debatidas seriamente.
Aunque todavía hace falta desarrollar los detalles del NTV, hay contendientes presidenciales demócratas, como el gobernador de Washington, Jay Inslee, que ya están ofreciendo propuestas concretas según sus prescripciones. El NTV podría ser la “estrella polar” del camino de decabornización del país. Pero mucho dependerá de los líderes parlamentarios demócratas, coma la vocera de la Cámara, Nancy Pelosi, que se ha burlado de las propuestas climáticas ambiciosas catalogándolas de “sueño verde”. O eso cambia o nos encontraremos inmersos en una pesadilla ambiental.
SARASOTA – La agenda anticlimática del presidente norteamericano, Donald Trump, está en pleno apogeo. Su administración ya ha tomado medidas 117 veces para rechazar o debilitar regulaciones climáticas y hay mucha más desregulación en ciernes. Al derogar las protecciones ambientales en una escala sin precedentes, inclusive a través de órdenes ejecutivas, Trump está utilizando cada herramienta a su disposición para aumentar la extracción de combustibles fósiles y la producción de energía sucia. Aparentemente, está empeñado en superar el propio auge de combustibles fósiles de su antecesor.
Es verdad, el ex presidente Barack Obama presidió un auge de combustibles fósiles: la revolución doméstica de energía de esquisto que fue posible gracias al advenimiento de la fracturación hidráulica (o fracking). El hecho es que ningún partido importante en Estados Unidos ha sido el paladín climático que el país –y el mundo- necesita. Mientras que activistas jóvenes en todo el mundo están dado un paso adelante para mostrar cómo es un verdadero liderazgo climático, los políticos apenas toman nota. Como le dijo Dianne Feinstein, una senadora demócrata de Estados Unidos por California, con tono despectivo a un grupo de jóvenes que defendía un Nuevo Trato Verde (NTV): “He venido haciendo esto desde hace 30 años. Sé lo que estoy haciendo”.
Cuanto más se aferren ambos partidos a una política de “aquí no pasa nada”, más chances tenemos de enfrentar una catástrofe climática en la que millones de personas mueran o vean sus vidas turbadas. Sin embargo, la realidad es que la responsabilidad de adoptar un nuevo paradigma en definitiva recae en los demócratas. Mientras que Trump ha sido desastroso para el planeta, las políticas de su administración están en armonía con un Partido Republicano que no cambiará en lo inmediato.
En una revisión reciente de más de 1.000 proyectos de ley vinculados con el clima presentados ante el Congreso de Estados Unidos desde 2000, descubrimos que, sólo en los últimos diez años, los republicanos presentaron 187 que aumentarían las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). La mayoría de estos proyectos de ley han intentado defender los intereses de la industria de combustibles fósiles por sobre los de cualquier otra. El razonamiento esgrimido por los republicanos es alcanzar la “independencia energética”, lo cual, en la práctica, ha significado ofrecer un trato especial a las empresas de petróleo, gas y carbón que gastan sumas exorbitantes en aportes de campaña.
No mucho después de haber asumido, Trump prometió que, al potenciar las reservas de combustibles fósiles de Estados Unidos, su administración “crearía innumerables empleos para nuestra gente y ofrecería una verdadera seguridad energética a nuestros amigos, socios y aliados en todo el mundo”. Siguiendo la misma lógica, Don Young, un congresista republicano que representa a Alaska, ha introducido la Ley de Independencia Energética y Creación de Empleos de Estados Unidos, que permitiría la exploración y extracción de reservas de petróleo y gas en al Refugio Nacional Ártico de Vida Silvestre de Alaska. Para agravar el daño, el proyecto de ley dirigiría la mitad de los ingresos tributarios generados por la explotación de recursos públicos a un conjunto de incentivos para la industria de los combustibles fósiles.
Ahora bien, el verdadero insulto es el comportamiento de los líderes demócratas, que siguen ateniéndose a lo que James K. Boyce de la Universidad de Massachusetts llama “negación del cambio de bajas calorías”. Consideremos el caso del Comité Nacional Demócrata. El año pasado, el CND decidió que ya no aceptaría aportes de comisiones de acción política asociadas con la industria de los combustibles fósiles para sólo revertir el curso y abrazar la política energética de “todo incluido” apenas meses después.
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Aunque los congresistas demócratas han introducido propuestas modestas para frenar las emisiones de GEI, no han impulsado legislación climática de manera sustancial desde la fallida Ley de Energía Limpia y Seguridad de Estados Unidos de 2009 (el proyecto de ley Waxman-Markey). Y hasta ese proyecto de ley no habría reducido las emisiones lo suficientemente rápido, en relación a lo que exige la crisis climática.
Entre los proyectos de ley más significativos introducidos por los demócratas en los últimos años está la Ley 100 en 2050, que incluye estipulaciones para “alcanzar un 100% de energía limpia y renovable en 2050”. Pero, otra vez, esto no basta para alcanzar la meta de limitar el calentamiento global a 1,5°C por sobre los niveles preindustriales –el umbral detrás del cual el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático prevé consecuencias devastadoras.
Afortunadamente, un coro creciente de demócratas ha empezado a exigir una acción genuina que empiece a compensar décadas de una negación del cambio climático de bajas calorías. Entienden que, sin una acción significativa e integral por parte de Estados Unidos, el clima no podrá estabilizarse a un nivel que conduzca a la prosperidad humana.
En lugar de hablar sobre lo que la gente tiene que dejar de hacer para reducir las emisiones, los realistas climáticos intentan hablarles a los votantes de una nueva visión de la economía, que ofrece una seguridad económica y una estabilidad ambiental de largo plazo. La resolución del NTV introducida a comienzos de este año rápidamente ha cambiado la ventana de discurso, a punto tal que las propuestas alguna vez radicales hoy están ganando respaldo público y están siendo debatidas seriamente.
Aunque todavía hace falta desarrollar los detalles del NTV, hay contendientes presidenciales demócratas, como el gobernador de Washington, Jay Inslee, que ya están ofreciendo propuestas concretas según sus prescripciones. El NTV podría ser la “estrella polar” del camino de decabornización del país. Pero mucho dependerá de los líderes parlamentarios demócratas, coma la vocera de la Cámara, Nancy Pelosi, que se ha burlado de las propuestas climáticas ambiciosas catalogándolas de “sueño verde”. O eso cambia o nos encontraremos inmersos en una pesadilla ambiental.