LONDRES/CAMBRIDGE – Las naciones del mundo desarrollado han respondido a la crisis de la COVID‑19 dando apoyo a sus economías y sistemas financieros con medidas inéditas y contundentes, de una escala que hace tres meses hubiera sido inimaginable.
Cuando las autoridades financieras y monetarias del mundo celebren esta semana en forma virtual la reunión semianual del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, se tomarán medidas para fortificar el sistema internacional, pero no habrá nada comparable con lo que están haciendo los países en el nivel nacional.
Historiadores como Charles Kindleberger han demostrado en forma convincente que la depresión de los años treinta fue una «Gran» Depresión porque falló la cooperación internacional. Y en las crisis posteriores, incluso cuando hubo una respuesta coordinada, la mayoría de las veces sólo ocurrió después de haber sufrido un enorme costo humano.
La conferencia de Bretton Woods sobre la reconstrucción del sistema financiero internacional llegó después de la devastación de una guerra mundial. El Plan Brady para la solución de la crisis de la deuda latinoamericana no obtuvo acuerdo sino después de que la región sufrió una década perdida.
Pero la reunión que celebró el G20 en 2009 en Londres para analizar la crisis financiera global demostró el valor de una acción temprana y coordinada para limitar el daño a la economía global, mantener el comercio internacional y sostener a los frágiles mercados emergentes.
La próxima ola de la crisis de la COVID‑19 tendrá lugar en el mundo en desarrollo. Según cálculos aciagos, pero tal vez conservadores, del Imperial College London, es probable que mueran unas 900 000 personas en Asia y otras 300 000 en África.
En los países avanzados la supresión del virus pasa por el distanciamiento social, pero en el mundo en desarrollo, ciudades muy pobladas y asentamientos a menudo superpoblados dificultan la aplicación de medidas de aislamiento. En cuanto a aconsejar a la gente que se lave las manos, de poco sirve allí donde no hay agua corriente. Y cuando no hay una red de seguridad social básica, las opciones son pocas y tajantes: ir a trabajar con riesgo de enfermarse o quedarse en casa y pasar hambre con la familia.
Pero si no se contiene la enfermedad en esos lugares, habrá una segunda, una tercera y una cuarta ola, y ningún lugar del mundo estará a salvo de la amenaza.
Un colapso económico y financiero generalizado en los mercados emergentes también supone un riesgo para la viabilidad de las cadenas de suministro de las que dependen todos los países. En vista de su magnitud, la deuda de los mercados emergentes es una amenaza para la estabilidad de un sistema financiero global que ya es dependiente de un fuerte apoyo de los bancos centrales.Y como los mercados emergentes constituyen más de la mitad del PIB global, el riesgo también se extiende al crecimiento global.
Así como la Reserva Federal de los Estados Unidos y otros bancos centrales importantes han acrecentado sus balances en formas antes inimaginables, esta semana la comunidad internacional debe hacer, según la famosa frase del expresidente del Banco Central Europeo Mario Draghi, «lo que sea necesario» para mantener en funcionamiento el sistema financiero global. En un momento en que Estados Unidos toma prestados otros dos billones de dólares para cubrir sus necesidades, imponer austeridad a gran escala a países en desarrollo que ya están en dificultades sería una tragedia.
En primer lugar, el FMI, el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo deben ampliar el otorgamiento de crédito en forma tan contundente como los bancos centrales. Esto implica reconocer que el actual entorno de tasas cercanas a cero permite usar más apalancamiento que antes y que de poco sirve tener reservas si no se las puede utilizar ahora.
En 2009 el Banco Mundial aumentó su otorgamiento de crédito a casi el triple. Es posible que ahora se necesite una meta más ambiciosa, junto con un importante incremento de préstamos subsidiados, en un momento en que los tipos de interés en los países ricos reducen considerablemente el costo. Además del alivio del pago de intereses de deudas, el FMI (que tiene reservas por 150 000 millones de dólares en oro y una red de líneas de crédito con los bancos centrales) debe mostrarse dispuesto a prestar hasta un billón de dólares.
En segundo lugar, si hubo un momento para ampliar el uso de la divisa internacional llamada «derechos especiales de giro» (el activo global de reserva del FMI) es ahora. Para mantener el equilibrio entre la moneda global y la expansión monetaria local en los países ricos, se necesita con urgencia un incremento de los DEG muy superior al billón de dólares.
En tercer lugar, sería una tragedia y una farsa que el aumento del apoyo financiero global a los países en desarrollo terminara ayudando a sus acreedores en vez de a sus ciudadanos. Las deudas nacionales contraídas antes de la crisis deben ser un tema prioritario de la agenda financiera internacional. Debemos acordar ahora que en cuanto haya claridad respecto de las consecuencias económicas de la crisis, adoptaremos la clase de abordaje sistémico necesaria para restaurar la sostenibilidad de las deudas en diversos mercados emergentes y países en desarrollo y al mismo tiempo proteger su capacidad de atraer nuevas inversiones.
Pero la forma más inmediata e importante de dar apoyo en el corto plazo puede ser suspender los próximos pagos de deuda de los 76 países de ingresos bajos y medios inferiores que reciben apoyo de la Asociación Internacional de Fomento.
La propuesta actual es que los países acreedores ofrezcan una pausa de seis o nueve meses en los pagos de deudas bilaterales, a un costo de entre 9000 y 13 000 millones de dólares. Pero esta propuesta es limitada en cuanto a su horizonte temporal y en cuanto a la nómina de acreedores.
Nuestra propuesta alternativa es aliviar más de 35 000 millones de dólares de vencimientos de este año y el siguiente correspondientes a préstamos bilaterales oficiales, porque la crisis no se resolverá en seis meses y los gobiernos necesitan algún grado de certeza para la planificación de sus gastos.
En esto será crucial la actuación de China, que posee más de la cuarta parte de esas deudas bilaterales. La decisión de China de proveer fondos para la inversión a largo plazo en economías en desarrollo ha sido bienvenida, y aceleró la construcción de importantes infraestructuras. Ahora es el momento para que China asuma un papel de liderazgo junto con otros acreedores, renunciando a los pagos de deuda que le corresponden este año y el siguiente.
Hace casi veinte años, cuando los autores defendimos la necesidad de un alivio de deuda para unos 40 países pobres muy endeudados, casi toda la deuda correspondía a préstamos bilaterales o multilaterales oficiales y sólo una pequeña proporción a acreedores privados. Ahora, de aquí a fines de 2021 hay vencimientos por 20 000 millones de dólares correspondientes a préstamos del sector privado, que a menudo se otorgaron a tasas elevadas.
Como reconoce el Institute for International Finance (que representa a acreedores privados de los mercados emergentes), el sector privado tiene que asumir una parte de la carga. Sería inaceptable que todo el dinero que fluye de los organismos multilaterales para ayudar a los países más pobres no se use para implementar medidas sanitarias o de reducción de la pobreza, sino para pagar a acreedores privados, especialmente acreedores como los grandes bancos estadounidenses que siguen pagando dividendos en un tiempo de crisis. Los ministros y directivos de bancos centrales que se reúnen esta semana deben unir su autoridad a la del FMI y a la del Banco Mundial para movilizar al sector privado en torno a un plan voluntario para resolver estas deudas.
Así como el modo más eficaz y menos costoso de contener la pandemia es aplicando medidas contundentes desde temprano, la enseñanza del pasado es que el mejor modo de afrontar las recesiones internacionales y sus consiguientes costos humanos es hacerlo lo antes posible y en forma decidida. Tenemos que actuar rápido y tenemos que actuar juntos.
Traducción: Esteban Flamini
LONDRES/CAMBRIDGE – Las naciones del mundo desarrollado han respondido a la crisis de la COVID‑19 dando apoyo a sus economías y sistemas financieros con medidas inéditas y contundentes, de una escala que hace tres meses hubiera sido inimaginable.
Cuando las autoridades financieras y monetarias del mundo celebren esta semana en forma virtual la reunión semianual del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, se tomarán medidas para fortificar el sistema internacional, pero no habrá nada comparable con lo que están haciendo los países en el nivel nacional.
Historiadores como Charles Kindleberger han demostrado en forma convincente que la depresión de los años treinta fue una «Gran» Depresión porque falló la cooperación internacional. Y en las crisis posteriores, incluso cuando hubo una respuesta coordinada, la mayoría de las veces sólo ocurrió después de haber sufrido un enorme costo humano.
La conferencia de Bretton Woods sobre la reconstrucción del sistema financiero internacional llegó después de la devastación de una guerra mundial. El Plan Brady para la solución de la crisis de la deuda latinoamericana no obtuvo acuerdo sino después de que la región sufrió una década perdida.
Pero la reunión que celebró el G20 en 2009 en Londres para analizar la crisis financiera global demostró el valor de una acción temprana y coordinada para limitar el daño a la economía global, mantener el comercio internacional y sostener a los frágiles mercados emergentes.
La próxima ola de la crisis de la COVID‑19 tendrá lugar en el mundo en desarrollo. Según cálculos aciagos, pero tal vez conservadores, del Imperial College London, es probable que mueran unas 900 000 personas en Asia y otras 300 000 en África.
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En los países avanzados la supresión del virus pasa por el distanciamiento social, pero en el mundo en desarrollo, ciudades muy pobladas y asentamientos a menudo superpoblados dificultan la aplicación de medidas de aislamiento. En cuanto a aconsejar a la gente que se lave las manos, de poco sirve allí donde no hay agua corriente. Y cuando no hay una red de seguridad social básica, las opciones son pocas y tajantes: ir a trabajar con riesgo de enfermarse o quedarse en casa y pasar hambre con la familia.
Pero si no se contiene la enfermedad en esos lugares, habrá una segunda, una tercera y una cuarta ola, y ningún lugar del mundo estará a salvo de la amenaza.
Un colapso económico y financiero generalizado en los mercados emergentes también supone un riesgo para la viabilidad de las cadenas de suministro de las que dependen todos los países. En vista de su magnitud, la deuda de los mercados emergentes es una amenaza para la estabilidad de un sistema financiero global que ya es dependiente de un fuerte apoyo de los bancos centrales.Y como los mercados emergentes constituyen más de la mitad del PIB global, el riesgo también se extiende al crecimiento global.
Así como la Reserva Federal de los Estados Unidos y otros bancos centrales importantes han acrecentado sus balances en formas antes inimaginables, esta semana la comunidad internacional debe hacer, según la famosa frase del expresidente del Banco Central Europeo Mario Draghi, «lo que sea necesario» para mantener en funcionamiento el sistema financiero global. En un momento en que Estados Unidos toma prestados otros dos billones de dólares para cubrir sus necesidades, imponer austeridad a gran escala a países en desarrollo que ya están en dificultades sería una tragedia.
En primer lugar, el FMI, el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo deben ampliar el otorgamiento de crédito en forma tan contundente como los bancos centrales. Esto implica reconocer que el actual entorno de tasas cercanas a cero permite usar más apalancamiento que antes y que de poco sirve tener reservas si no se las puede utilizar ahora.
En 2009 el Banco Mundial aumentó su otorgamiento de crédito a casi el triple. Es posible que ahora se necesite una meta más ambiciosa, junto con un importante incremento de préstamos subsidiados, en un momento en que los tipos de interés en los países ricos reducen considerablemente el costo. Además del alivio del pago de intereses de deudas, el FMI (que tiene reservas por 150 000 millones de dólares en oro y una red de líneas de crédito con los bancos centrales) debe mostrarse dispuesto a prestar hasta un billón de dólares.
En segundo lugar, si hubo un momento para ampliar el uso de la divisa internacional llamada «derechos especiales de giro» (el activo global de reserva del FMI) es ahora. Para mantener el equilibrio entre la moneda global y la expansión monetaria local en los países ricos, se necesita con urgencia un incremento de los DEG muy superior al billón de dólares.
En tercer lugar, sería una tragedia y una farsa que el aumento del apoyo financiero global a los países en desarrollo terminara ayudando a sus acreedores en vez de a sus ciudadanos. Las deudas nacionales contraídas antes de la crisis deben ser un tema prioritario de la agenda financiera internacional. Debemos acordar ahora que en cuanto haya claridad respecto de las consecuencias económicas de la crisis, adoptaremos la clase de abordaje sistémico necesaria para restaurar la sostenibilidad de las deudas en diversos mercados emergentes y países en desarrollo y al mismo tiempo proteger su capacidad de atraer nuevas inversiones.
Pero la forma más inmediata e importante de dar apoyo en el corto plazo puede ser suspender los próximos pagos de deuda de los 76 países de ingresos bajos y medios inferiores que reciben apoyo de la Asociación Internacional de Fomento.
La propuesta actual es que los países acreedores ofrezcan una pausa de seis o nueve meses en los pagos de deudas bilaterales, a un costo de entre 9000 y 13 000 millones de dólares. Pero esta propuesta es limitada en cuanto a su horizonte temporal y en cuanto a la nómina de acreedores.
Nuestra propuesta alternativa es aliviar más de 35 000 millones de dólares de vencimientos de este año y el siguiente correspondientes a préstamos bilaterales oficiales, porque la crisis no se resolverá en seis meses y los gobiernos necesitan algún grado de certeza para la planificación de sus gastos.
En esto será crucial la actuación de China, que posee más de la cuarta parte de esas deudas bilaterales. La decisión de China de proveer fondos para la inversión a largo plazo en economías en desarrollo ha sido bienvenida, y aceleró la construcción de importantes infraestructuras. Ahora es el momento para que China asuma un papel de liderazgo junto con otros acreedores, renunciando a los pagos de deuda que le corresponden este año y el siguiente.
Hace casi veinte años, cuando los autores defendimos la necesidad de un alivio de deuda para unos 40 países pobres muy endeudados, casi toda la deuda correspondía a préstamos bilaterales o multilaterales oficiales y sólo una pequeña proporción a acreedores privados. Ahora, de aquí a fines de 2021 hay vencimientos por 20 000 millones de dólares correspondientes a préstamos del sector privado, que a menudo se otorgaron a tasas elevadas.
Como reconoce el Institute for International Finance (que representa a acreedores privados de los mercados emergentes), el sector privado tiene que asumir una parte de la carga. Sería inaceptable que todo el dinero que fluye de los organismos multilaterales para ayudar a los países más pobres no se use para implementar medidas sanitarias o de reducción de la pobreza, sino para pagar a acreedores privados, especialmente acreedores como los grandes bancos estadounidenses que siguen pagando dividendos en un tiempo de crisis. Los ministros y directivos de bancos centrales que se reúnen esta semana deben unir su autoridad a la del FMI y a la del Banco Mundial para movilizar al sector privado en torno a un plan voluntario para resolver estas deudas.
Así como el modo más eficaz y menos costoso de contener la pandemia es aplicando medidas contundentes desde temprano, la enseñanza del pasado es que el mejor modo de afrontar las recesiones internacionales y sus consiguientes costos humanos es hacerlo lo antes posible y en forma decidida. Tenemos que actuar rápido y tenemos que actuar juntos.
Traducción: Esteban Flamini