LAGOS – Cuando los líderes empresariales y políticos globales se reúnan en la cumbre anual del Foro Económico Mundial en Davos, deberían hacerse una sola gran pregunta: ¿Logrará el mundo los ambiciosos Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030? ¿O los ODS, con sus metas de erradicar la pobreza extrema, poner fin a las muertes infantiles prevenibles, ampliar las oportunidades educacionales y evitar un desastre climático, pasarán a ser parte de la larga lista de compromisos globales apoyados con entusiasmo al principio pero que han acabado por no cumplirse?
Para quienes sufren síntomas de desaliento de inicio de década sobre los ODS, el psicólogo Steven Pinker de Harvard tiene palabras consoladoras. Refiriéndose al tema central de su influyente libro En defensa de la ilustración y citando una serie de estadísticas conocidas sobre el progreso humano, ofrece una evaluación optimista: “El avance [hacia los ODS] es constante (…) Es improbable que ocurra una repentina vuelta en U”.
Hasta cierto punto está en lo correcto. Desde 2000, ha habido extraordinarias mejoras en los indicadores de desarrollo humano. La pobreza ha bajado a un ritmo sin precedentes en la historia: la proporción de la población humana que vive con menos de $1,90 al día ha caído del 28% al 10%. En África se ha reducido a la mitad el riesgo de que un bebé fallezca antes de cumplir los 5 años, lo que ha salvado millones de jóvenes vidas. Las cifras de niños sin escolarizar han bajado radicalmente, y las brechas de género en la escuela se están aminorando. Más de 1,6 mil millones de personas tiene acceso a agua potable limpia. Son logros que refutan el pesimismo que a menudo permea los debates públicos acerca de la ayuda y el desarrollo internacional.
Sin embargo, estas cifras no deberían volvernos autocomplaciente: la situación concreta que vivimos en la actualidad es que, de avanzar en los próximos diez años al ritmo de la última década, el mundo incumplirá de manera catastrófica los objetivos fijados para el 2030.
Consideremos la supervivencia infantil. De seguir las tendencias actuales, en 2030 habrá más de cuatro millones de muertes infantiles en todo el mundo, de las cuales la vasta mayoría se podría prevenir con una mejor nutrición e intervenciones de atención de salud básicas. Pero el avance hacia la erradicación de la desnutrición, que subyace a la mitad de las muertes infantiles del planeta, ha sido lentísimo y millones de niños siguen viviendo más allá del alcance de los sistemas de salud. La neumonía, la mayor causa infecciosa de muerte infantil, que se cobra una vida cada 40 segundos, se puede prevenir con vacunas y tratarse con antibióticos básicos (con un coste de menos de $0,50) y oxígeno. Sin embargo, el número de víctimas no está reduciéndose al ritmo necesario.
En el ámbito de la educación existe una brecha similar entre las tendencias actuales y los objetivos para 2030. Aunque los gobiernos se han comprometido a asegurar la escolarización secundaria universal y mejorar el proceso de aprendizaje, los avances hacia una educación universal primaria se han estancado. En una economía global basada cada vez más en el conocimiento, el acceso restringido a la educación sumado a los pésimos resultados educacionales marginará a mil millones de menores de la capacidad de desarrollar las habilidades necesarias para florecer y que sus países necesitan para impulsar un crecimiento dinámico e inclusivo.
De manera similar, con todo el éxito en el combate a la pobreza, los resultados pasados no son ninguna guía para el futuro. El ritmo de avance se ha ralentizado y la meta de eliminar la pobreza extrema para 2030 se está volviendo difícil de alcanzar. Esto se debe en gran parte a la lentitud de las tendencias de crecimiento, desigualdad y demografía en el África subsahariana, donde está en aumento la cantidad de personas que viven bajo el umbral de pobreza. Los estudios del Overseas Development Institute sugieren que más de 300 millones de niños africanos vivirán con menos de $1,90 al día en 2030, y que representarán más de la mitad de los pobres del mundo.
El espectro del cambio climático amenaza los ODS tan ciertamente como sube la línea de nieve alrededor de Davos. Si el acuerdo climático de París de 2015 prometió una acción internacional concertada para limitar el calentamiento global, la conferencia del cambio climático de la COP25 celebrada el mes pasado en Madrid fue un ejemplo paradigmático de inercia. Se está ampliando la brecha de emisiones entre las políticas actuales y las que se necesitan para mantener el calentamiento global por debajo de los 1,5º Celsius, y los más pobres y vulnerables del planeta están sufriendo lo peor de las consecuencias, como lo ilustran las sequías recientes en Zambia y el Cuerno de África.
Esta será la década decisiva para la emergencia climática. Si no se elimina el carbono de las economías mundiales a través de ponerle precio a su uso, se protegen los sumideros de carbono y (esto es de importancia crítica) se protege a los pobres del planeta de los efectos del calentamiento global que ya son irreversibles, lo logrado hasta ahora en materia de reducción de la pobreza, nutrición y salud primero se ralentizará, y luego se estancará y revertirá.
No podemos permitir que la inmensa escala de estos desafíos nos haga aceptar pasivamente la inevitabilidad del fracaso de los ODS. Tampoco debemos tolerar la complacencia paralizante que caracteriza hoy encuentros como Davos, las reuniones del Fondo Monetario Internacional y las cumbres de las Naciones Unidas. Existe una alternativa.
Nada haría más por acercarnos a los ODS que un esfuerzo concertado por estrechar las disparidades sociales que actúan como freno a los avances. Para dar un ejemplo, cerrar la brecha en las tasas de mortalidad nacionales entre la niñez del 20% más rico y el 20% más pobre de la población mundial salvaría más de dos millones de vidas entre hoy y el 2030. Para eso se necesitará más inversión en cobertura sanitaria universal, gasto público y prestaciones de servicios más equitativos y un mayor énfasis en las enfermedades que matan a los niños más pobres.
Una mayor equidad es el gran combustible para el logro de los ODS. En vez de hacer vagos pronunciamientos sobre “no dejar a nadie atrás”, los gobiernos deberían informar sobre el ritmo de reducción de las desigualdades.
La acción internacional tiene un papel crucial. Más entrado este mes, Save the Children, UNICEF y otras organizaciones convocarán a un foro mundial sobre la neumonía que apunte a ampliar el acceso a intervenciones que salven vidas. Hacia fines de año el Reino Unido y Japón serán los países anfitriones de cumbres globales sobre el clima y la desnutrición, respectivamente. Y el ex Primer Ministro británico Gordon Brown, Enviado Especial de las Naciones Unidas para la Educación Global, ha desarrollado una propuesta de un nuevo mecanismo internacional de financiación que podría elevar en $10 mil millones los fondos destinados a educación. Son iniciativas que representan oportunidades reales.
Impulsar con decisión acciones para el logro de los ODS estrecharía la brecha entre lo que como seres humanos podemos alcanzar y el mundo que tenemos que tolerar. Necesitamos una forma inteligente de hacer política, nuevas relaciones de colaboración y campañas atrevidas. El éxito no está garantizado, pero el fracaso no es una opción.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
LAGOS – Cuando los líderes empresariales y políticos globales se reúnan en la cumbre anual del Foro Económico Mundial en Davos, deberían hacerse una sola gran pregunta: ¿Logrará el mundo los ambiciosos Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030? ¿O los ODS, con sus metas de erradicar la pobreza extrema, poner fin a las muertes infantiles prevenibles, ampliar las oportunidades educacionales y evitar un desastre climático, pasarán a ser parte de la larga lista de compromisos globales apoyados con entusiasmo al principio pero que han acabado por no cumplirse?
Para quienes sufren síntomas de desaliento de inicio de década sobre los ODS, el psicólogo Steven Pinker de Harvard tiene palabras consoladoras. Refiriéndose al tema central de su influyente libro En defensa de la ilustración y citando una serie de estadísticas conocidas sobre el progreso humano, ofrece una evaluación optimista: “El avance [hacia los ODS] es constante (…) Es improbable que ocurra una repentina vuelta en U”.
Hasta cierto punto está en lo correcto. Desde 2000, ha habido extraordinarias mejoras en los indicadores de desarrollo humano. La pobreza ha bajado a un ritmo sin precedentes en la historia: la proporción de la población humana que vive con menos de $1,90 al día ha caído del 28% al 10%. En África se ha reducido a la mitad el riesgo de que un bebé fallezca antes de cumplir los 5 años, lo que ha salvado millones de jóvenes vidas. Las cifras de niños sin escolarizar han bajado radicalmente, y las brechas de género en la escuela se están aminorando. Más de 1,6 mil millones de personas tiene acceso a agua potable limpia. Son logros que refutan el pesimismo que a menudo permea los debates públicos acerca de la ayuda y el desarrollo internacional.
Sin embargo, estas cifras no deberían volvernos autocomplaciente: la situación concreta que vivimos en la actualidad es que, de avanzar en los próximos diez años al ritmo de la última década, el mundo incumplirá de manera catastrófica los objetivos fijados para el 2030.
Consideremos la supervivencia infantil. De seguir las tendencias actuales, en 2030 habrá más de cuatro millones de muertes infantiles en todo el mundo, de las cuales la vasta mayoría se podría prevenir con una mejor nutrición e intervenciones de atención de salud básicas. Pero el avance hacia la erradicación de la desnutrición, que subyace a la mitad de las muertes infantiles del planeta, ha sido lentísimo y millones de niños siguen viviendo más allá del alcance de los sistemas de salud. La neumonía, la mayor causa infecciosa de muerte infantil, que se cobra una vida cada 40 segundos, se puede prevenir con vacunas y tratarse con antibióticos básicos (con un coste de menos de $0,50) y oxígeno. Sin embargo, el número de víctimas no está reduciéndose al ritmo necesario.
En el ámbito de la educación existe una brecha similar entre las tendencias actuales y los objetivos para 2030. Aunque los gobiernos se han comprometido a asegurar la escolarización secundaria universal y mejorar el proceso de aprendizaje, los avances hacia una educación universal primaria se han estancado. En una economía global basada cada vez más en el conocimiento, el acceso restringido a la educación sumado a los pésimos resultados educacionales marginará a mil millones de menores de la capacidad de desarrollar las habilidades necesarias para florecer y que sus países necesitan para impulsar un crecimiento dinámico e inclusivo.
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De manera similar, con todo el éxito en el combate a la pobreza, los resultados pasados no son ninguna guía para el futuro. El ritmo de avance se ha ralentizado y la meta de eliminar la pobreza extrema para 2030 se está volviendo difícil de alcanzar. Esto se debe en gran parte a la lentitud de las tendencias de crecimiento, desigualdad y demografía en el África subsahariana, donde está en aumento la cantidad de personas que viven bajo el umbral de pobreza. Los estudios del Overseas Development Institute sugieren que más de 300 millones de niños africanos vivirán con menos de $1,90 al día en 2030, y que representarán más de la mitad de los pobres del mundo.
El espectro del cambio climático amenaza los ODS tan ciertamente como sube la línea de nieve alrededor de Davos. Si el acuerdo climático de París de 2015 prometió una acción internacional concertada para limitar el calentamiento global, la conferencia del cambio climático de la COP25 celebrada el mes pasado en Madrid fue un ejemplo paradigmático de inercia. Se está ampliando la brecha de emisiones entre las políticas actuales y las que se necesitan para mantener el calentamiento global por debajo de los 1,5º Celsius, y los más pobres y vulnerables del planeta están sufriendo lo peor de las consecuencias, como lo ilustran las sequías recientes en Zambia y el Cuerno de África.
Esta será la década decisiva para la emergencia climática. Si no se elimina el carbono de las economías mundiales a través de ponerle precio a su uso, se protegen los sumideros de carbono y (esto es de importancia crítica) se protege a los pobres del planeta de los efectos del calentamiento global que ya son irreversibles, lo logrado hasta ahora en materia de reducción de la pobreza, nutrición y salud primero se ralentizará, y luego se estancará y revertirá.
No podemos permitir que la inmensa escala de estos desafíos nos haga aceptar pasivamente la inevitabilidad del fracaso de los ODS. Tampoco debemos tolerar la complacencia paralizante que caracteriza hoy encuentros como Davos, las reuniones del Fondo Monetario Internacional y las cumbres de las Naciones Unidas. Existe una alternativa.
Nada haría más por acercarnos a los ODS que un esfuerzo concertado por estrechar las disparidades sociales que actúan como freno a los avances. Para dar un ejemplo, cerrar la brecha en las tasas de mortalidad nacionales entre la niñez del 20% más rico y el 20% más pobre de la población mundial salvaría más de dos millones de vidas entre hoy y el 2030. Para eso se necesitará más inversión en cobertura sanitaria universal, gasto público y prestaciones de servicios más equitativos y un mayor énfasis en las enfermedades que matan a los niños más pobres.
Una mayor equidad es el gran combustible para el logro de los ODS. En vez de hacer vagos pronunciamientos sobre “no dejar a nadie atrás”, los gobiernos deberían informar sobre el ritmo de reducción de las desigualdades.
La acción internacional tiene un papel crucial. Más entrado este mes, Save the Children, UNICEF y otras organizaciones convocarán a un foro mundial sobre la neumonía que apunte a ampliar el acceso a intervenciones que salven vidas. Hacia fines de año el Reino Unido y Japón serán los países anfitriones de cumbres globales sobre el clima y la desnutrición, respectivamente. Y el ex Primer Ministro británico Gordon Brown, Enviado Especial de las Naciones Unidas para la Educación Global, ha desarrollado una propuesta de un nuevo mecanismo internacional de financiación que podría elevar en $10 mil millones los fondos destinados a educación. Son iniciativas que representan oportunidades reales.
Impulsar con decisión acciones para el logro de los ODS estrecharía la brecha entre lo que como seres humanos podemos alcanzar y el mundo que tenemos que tolerar. Necesitamos una forma inteligente de hacer política, nuevas relaciones de colaboración y campañas atrevidas. El éxito no está garantizado, pero el fracaso no es una opción.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen