NEWPORT BEACH – Imagínese por un momento que usted es el principal responsable político de una exitosa economía de mercado emergente. Desde su posición, observa con legítima preocupación (y una mezcla de incredulidad y rabia) cómo se extiende la crisis de deuda que paraliza a Europa, a la par que los Estados Unidos, por culpa del estado disfuncional de su política, se ven imposibilitados de revivir su economía moribunda. Puesto usted a elegir: ¿confiaría en que la extraordinaria resistencia interna de su país le baste para contrarrestar los vientos de deflación que soplan del primer mundo? ¿O preferiría ir sobre seguro y aumentar las reservas de su país, por si acaso?
NEWPORT BEACH – Imagínese por un momento que usted es el principal responsable político de una exitosa economía de mercado emergente. Desde su posición, observa con legítima preocupación (y una mezcla de incredulidad y rabia) cómo se extiende la crisis de deuda que paraliza a Europa, a la par que los Estados Unidos, por culpa del estado disfuncional de su política, se ven imposibilitados de revivir su economía moribunda. Puesto usted a elegir: ¿confiaría en que la extraordinaria resistencia interna de su país le baste para contrarrestar los vientos de deflación que soplan del primer mundo? ¿O preferiría ir sobre seguro y aumentar las reservas de su país, por si acaso?