Conservadores a favor de Obama

SAN FRANCISCO – John McCain, el probable candidato republicano a las elecciones presidenciales, gusta de decir que fue un “soldado de a pie” en la Revolución de Reagan. También lo fui yo, colaborando con la Institución Hoover en la Universidad de Stanford, pero a diferencia de McCain, hombre bueno y auténtico héroe americano, no tengo intención de votar a los republicanos el próximo noviembre. Voy a votar a Barack Obama.

La creencia en la meritocracia es una de las fundamentales de los conservadores americanos, conque reconozcámoslo: George W. Bush ha sido el peor presidente de los EE.UU. que se recuerda. Su gobierno ha sido inepto, corrupto y estéril. Después de esa actuación, ¿por qué habríamos de poner de nuevo al timón a los republicanos?

Demos una oportunidad al otro partido, aun cuando sus políticas no sean exactamente las que puedan gustar a los conservadores. En nuestro país llamamos a eso: “mandar a los inútiles a hacer gárgaras”.

Cuando se degrada la meritocracia, como ha ocurrido durante el período de Bush, ocurren desgracias. Lo peor de todo es que el racismo ha aumentado, porque la productividad y el beneficio social han resultado menos eficaces para proteger a las víctimas de la discriminación.

En ningún caso resulta mejor ilustrado que en el debate actual en los Estados Unidos sobre la inmigración ilegal. Lo que irrita a muchos republicanos conservadores no es tanto la ilegalidad de su entrada en los EE.UU., sino los inmigrantes mismos, en particular los hispanos que no saben hablar inglés. Poco importa que los inmigrantes hispanos figuren entre las personas más trabajadores de los EE.UU.

Constituye una amarga ironía que John MacCain, el héroe de guerra, esté considerado un traidor por el ala conservadora de su partido porque tiene una actitud compasiva para con los inmigrantes indocumentados.

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Lamentablemente, el Partido Republicano ha sido secuestrado durante el período de Bush por unos elementos que usan lemas retóricos como “inmigración ilegal” y “proteger a la clase media” para enmascarar su racismo y “efectos de los incentivos económicos” para justificar unas políticas fiscales que son manifiestamente favorables a los ricos.

Para responder a esa política del odio, Obama gusta de llamarse un “incitador a la esperanza”, en lugar de al odio. Es una buena postura y muy oportuna.

La esperanza siempre se vende bien en los Estados Unidos. Reagan lo entendió y ésa es una de las razones por la que fue un grande y adorado presidente, aunque algunas de sus políticas fueran equivocadas. Como está descubriendo, consternada, Hillary Clinton, la rival de Obama para la candidata demócrata que se está apagando rápidamente, las políticas pueden ser una mercancía sobrevalorada en las elecciones presidenciales que cuentan de verdad.

La esperanza que Obama está ofreciendo a los americanos es la de la reconciliación: racial, política, entre los ricos y los pobres y entre los americanos y sus aliados.  Se trata de un material potente y deja pequeños los estrechos instintos tecnocráticos de la Sra. Clinton, cuyo planteamiento de la campaña, propia de una colegiala, le ha valido justamente derrota tras derrota en las primarias.

Igual que Reagan contó con “Demócratas por Reagan”, que se sintieron atraídos por su mensaje de esperanza después del malestar provocado por el período de Jimmy Carter, Obama tendrá sus “Republicanos por Obama”, atraídos por la esperanza de la reconciliación y la curación nacionales.

Los extranjeros deben entender que en los EE.UU. se está fraguando otra revolución y que es probable que barra a los senadores Clinton y MacCain. Cuando unos republicanos conservadores apoyan a demócratas izquierdistas (Obama está considerado el miembro más izquierdista del Senado de los EE.UU.), “los tiempos están cambiando”, como cantó Bob Dylan hace 45 años.

Además, una diferencia decisiva en la actualidad es la de que el conflicto generacional que tanto caracterizó el decenio de 1960 –“Vuestros hijos e hijas no están a vuestras órdenes”, como dijo Dylan- es inexistente. Los jóvenes pueden estar poniéndose a la cabeza –lo que Obama llama “una revolución desde abajo” –, pero hay poca oposición por parte de los padres de hoy.

De hecho, personalmente, conozco a un gestor de un fondo especulativo de los EE.UU. que es muy conservador y vota sistemáticamente a los republicanos, pero está pensando en apoyar a Obama. Su hija tiene un novio afroamericano y cree en la reconciliación racial, cosa que dice mucho a su favor. Es cierto que la victoria de Obama aumentaría, desde luego, sus impuestos, pero algunas cosas –por ejemplo, la promesa de unos Estados Unidos multiculturales- son, sencillamente, más importantes.

Parece haber muchos republicanos e independientes que opinan lo mismo. Sin embargo, Obama puede perderlos, si olvida que es un reconciliador, no un partidario de la lucha de clases, y de ser favorable para los pobres pasa a ser el desplumador de los ricos.

En cualquier caso, los aliados de los Estados Unidos deben sentirse aliviados por se están perfilando las elecciones presidenciales. Los Estados Unidos necesitan a Obama, pero McCain es una opción substitutiva razonable. No es Bush y el odio que le profesan los republicanos conservadores es su insignia de honor. Haría frente a los que profesan odio en su país (incluidos los de sus propio partido) y a los terroristas en el extranjero. Eso es algo mucho mejor que lo que tenemos actualmente.

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