Tendríamos que haber estado metidos en lo más recóndito de Mongolia para no enterarnos de que la semana pasada, el panel climático de Naciones Unidas, el Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático, (IPCC) publicó un nuevo informe. Tal vez incluso en las profundidades de Mongolia habríamos escuchado las terribles advertencias de los periodistas. Del estruendo desesperado con el que concluyó el informe, habríamos deducido que el calentamiento global es peor de lo que imaginábamos y que necesitamos emprender acciones rápidas y enérgicas inmediatamente. Habríamos estado mal informados.
El IPCC elaboró un buen informe –un intento de resumir lo que los científicos de todo el mundo saben acerca del calentamiento global. A diferencia de la administración Bush, ocupada en restar importancia a la ciencia, el IPCC nos dice directamente que la humanidad es en gran parte responsable del calentamiento global reciente. Y, a diferencia de Al Gore, que ha viajado por el mundo para advertir que nuestras ciudades pronto podrían estar cubiertas por el mar, se abstiene de ser alarmista.
Pero perdida entre la exageración, está la realidad nada emocionante de que, de hecho, este informe no es más terrible que el que publicó el IPCC en 2001. La obra de este año es en efecto menos terrible en dos formas importantes.
El informe refleja el hecho de que desde el año 2001, los científicos están más seguros de que los humanos son responsables en gran parte del calentamiento global. Aunque, por otro lado, el informe da una sensación definitiva de déjà vu. Los cálculos del aumento de las temperaturas, de las ondas cálidas y frías son todas casi idénticos a los que se produjeron hace seis años.
El informe, sin embargo, sí contiene dos datos sorprendentes. Ninguno de los dos se mencionó en la mayoría de los reportes. Primero, los científicos del mundo han reformulado sus cálculos sobre cuánto aumentarán los niveles del mar. En los años 1980, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos esperaba que los niveles del mar aumentaran varios metros para el año 2100. Para los años 1990, el IPCC esperaba un aumento de 67 centímetros. Hace seis años, previó que los niveles de los océanos estarían 48.5 centímetros más arriba que en la actualidad. En el informe de este año, el aumento que se calcula es de 38.5 centímetros en promedio.
Esto es particularmente interesante ya que rechaza fundamentalmente una de las escenas más inquietantes de la película de Al Gore, Una verdad inconveniente. Con detalles gráficos, Gore demostró que un aumento de 20 pies en los niveles del mar anegaría gran parte de Florida, Shangai y Holanda. El informe del IPCC deja en claro que las exageraciones de esta magnitud no tienen sustento científico –aunque claramente atemorizan a la gente y tal vez consigan que Al Gore gane un premio de la Academia.
El informe también reveló la improbabilidad de otro escenario de Gore: que el calentamiento global podría acabar con la Corriente del Golfo, lo cual convertiría a Europa en una nueva Siberia. El IPCC simple y sucintamente nos dice que este escenario –también representado vistosamente en la película de Hollywood El Día Después de Mañana - se considera “muy improbable”. Además, incluso si la Corriente del Golfo se debilitara en el transcurso del siglo, esto sería bueno , ya que habría menos calentamiento neto en tierra firme.
¿Entonces, por qué nos quedamos con una impresión muy diferente del informe del panel climático? El IPCC, por sus estatutos es “políticamente neutral” –nos debe informar únicamente de los hechos y dejar lo demás a los políticos y a la gente que los elige. Por eso, el informe es un documento meticuloso y prudente.
Pero los científicos y periodistas –al actuar como intermediarios entre el informe y el público- se han involucrado en el activismo del efecto invernadero. Al hacer un llamado en otro momento para disminuir inmediata y sustancialmente las emisiones de carbono, el Director del IPCC incluso declaró que esperaba que el informe del IPCC “sacuda a la gente y a los gobiernos de modo que tomen medidas más serias”. No es apropiado que alguien con una posición política tan importante participe en el activismo abierto. Imaginemos que el director de la CIA publicara una nueva evaluación de Irán que dijera “Espero que este informe sacuda a la gente y a los gobiernos de modo que tomen medidas más serias”.
El cambio climático es un problema real y grave. Pero el inconveniente con la reciente histeria en los medios es que algunas personas parecen tener la opinión de que ningún nuevo informe o acontecimiento es suficiente si no revela consecuencias más serias y calamidades más terribles que las que la humanidad ha considerado previamente.
En efecto, esta histeria en los medios tiene poco o ningún fundamento científico. Uno de los climatólogos más importantes de Inglaterra, Mike Hulme, director del Centro Tyndall para Investigaciones Climáticas, señala que la militancia verde y el periodismo de megáfono usan “las catástrofes y el caos como proyectiles no guiados con los cuales amenazar con la desesperanza a la sociedad para que modifique su conducta”. En palabras suyas, “debemos darnos un respiro y hacer un paréntesis”.
Un aumento de 38.5 cms en el nivel de los océanos es un problema, pero de ninguna manera acabará con la civilización. El siglo pasado los niveles del mar aumentaron casi la mitad de esa cifra y la mayoría de nosotros no nos dimos cuenta.
La ONU afirma que prácticamente no podemos hacer nada que afecte el cambio climático antes de 2030, así que debemos plantearnos la difícil pregunta de si haríamos mejor en concentrarnos en otras cuestiones primero –ayudar a la gente a mejorar sus niveles de vida y su resistencia de manera que puedan lidiar mejor con los desafíos mundiales.
Cuando los economistas ganadores del Premio Nobel analizaron la forma de obtener el mayor bien para el mundo en un proyecto reciente llamado el Consenso de Copenhague, descubrieron que había que abordar el VIH/SIDA, la malaria, la desnutrición y las barreras comerciales mucho antes de comprometerse con cualquier acción dramática sobre el cambio climático.
Con el mundo inmerso en el furor de reducir los gases de efecto invernadero, es fácil olvidar que hay formas distintas y mejores de hacer el bien para el planeta. Las buenas decisiones derivan de la consideración cuidadosa. El informe del IPCC la proporciona. Pero la cacofonía de gritos que lo han acompañado no ayuda.
Tendríamos que haber estado metidos en lo más recóndito de Mongolia para no enterarnos de que la semana pasada, el panel climático de Naciones Unidas, el Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático, (IPCC) publicó un nuevo informe. Tal vez incluso en las profundidades de Mongolia habríamos escuchado las terribles advertencias de los periodistas. Del estruendo desesperado con el que concluyó el informe, habríamos deducido que el calentamiento global es peor de lo que imaginábamos y que necesitamos emprender acciones rápidas y enérgicas inmediatamente. Habríamos estado mal informados.
El IPCC elaboró un buen informe –un intento de resumir lo que los científicos de todo el mundo saben acerca del calentamiento global. A diferencia de la administración Bush, ocupada en restar importancia a la ciencia, el IPCC nos dice directamente que la humanidad es en gran parte responsable del calentamiento global reciente. Y, a diferencia de Al Gore, que ha viajado por el mundo para advertir que nuestras ciudades pronto podrían estar cubiertas por el mar, se abstiene de ser alarmista.
Pero perdida entre la exageración, está la realidad nada emocionante de que, de hecho, este informe no es más terrible que el que publicó el IPCC en 2001. La obra de este año es en efecto menos terrible en dos formas importantes.
El informe refleja el hecho de que desde el año 2001, los científicos están más seguros de que los humanos son responsables en gran parte del calentamiento global. Aunque, por otro lado, el informe da una sensación definitiva de déjà vu. Los cálculos del aumento de las temperaturas, de las ondas cálidas y frías son todas casi idénticos a los que se produjeron hace seis años.
El informe, sin embargo, sí contiene dos datos sorprendentes. Ninguno de los dos se mencionó en la mayoría de los reportes. Primero, los científicos del mundo han reformulado sus cálculos sobre cuánto aumentarán los niveles del mar. En los años 1980, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos esperaba que los niveles del mar aumentaran varios metros para el año 2100. Para los años 1990, el IPCC esperaba un aumento de 67 centímetros. Hace seis años, previó que los niveles de los océanos estarían 48.5 centímetros más arriba que en la actualidad. En el informe de este año, el aumento que se calcula es de 38.5 centímetros en promedio.
Esto es particularmente interesante ya que rechaza fundamentalmente una de las escenas más inquietantes de la película de Al Gore, Una verdad inconveniente. Con detalles gráficos, Gore demostró que un aumento de 20 pies en los niveles del mar anegaría gran parte de Florida, Shangai y Holanda. El informe del IPCC deja en claro que las exageraciones de esta magnitud no tienen sustento científico –aunque claramente atemorizan a la gente y tal vez consigan que Al Gore gane un premio de la Academia.
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El informe también reveló la improbabilidad de otro escenario de Gore: que el calentamiento global podría acabar con la Corriente del Golfo, lo cual convertiría a Europa en una nueva Siberia. El IPCC simple y sucintamente nos dice que este escenario –también representado vistosamente en la película de Hollywood El Día Después de Mañana - se considera “muy improbable”. Además, incluso si la Corriente del Golfo se debilitara en el transcurso del siglo, esto sería bueno , ya que habría menos calentamiento neto en tierra firme.
¿Entonces, por qué nos quedamos con una impresión muy diferente del informe del panel climático? El IPCC, por sus estatutos es “políticamente neutral” –nos debe informar únicamente de los hechos y dejar lo demás a los políticos y a la gente que los elige. Por eso, el informe es un documento meticuloso y prudente.
Pero los científicos y periodistas –al actuar como intermediarios entre el informe y el público- se han involucrado en el activismo del efecto invernadero. Al hacer un llamado en otro momento para disminuir inmediata y sustancialmente las emisiones de carbono, el Director del IPCC incluso declaró que esperaba que el informe del IPCC “sacuda a la gente y a los gobiernos de modo que tomen medidas más serias”. No es apropiado que alguien con una posición política tan importante participe en el activismo abierto. Imaginemos que el director de la CIA publicara una nueva evaluación de Irán que dijera “Espero que este informe sacuda a la gente y a los gobiernos de modo que tomen medidas más serias”.
El cambio climático es un problema real y grave. Pero el inconveniente con la reciente histeria en los medios es que algunas personas parecen tener la opinión de que ningún nuevo informe o acontecimiento es suficiente si no revela consecuencias más serias y calamidades más terribles que las que la humanidad ha considerado previamente.
En efecto, esta histeria en los medios tiene poco o ningún fundamento científico. Uno de los climatólogos más importantes de Inglaterra, Mike Hulme, director del Centro Tyndall para Investigaciones Climáticas, señala que la militancia verde y el periodismo de megáfono usan “las catástrofes y el caos como proyectiles no guiados con los cuales amenazar con la desesperanza a la sociedad para que modifique su conducta”. En palabras suyas, “debemos darnos un respiro y hacer un paréntesis”.
Un aumento de 38.5 cms en el nivel de los océanos es un problema, pero de ninguna manera acabará con la civilización. El siglo pasado los niveles del mar aumentaron casi la mitad de esa cifra y la mayoría de nosotros no nos dimos cuenta.
La ONU afirma que prácticamente no podemos hacer nada que afecte el cambio climático antes de 2030, así que debemos plantearnos la difícil pregunta de si haríamos mejor en concentrarnos en otras cuestiones primero –ayudar a la gente a mejorar sus niveles de vida y su resistencia de manera que puedan lidiar mejor con los desafíos mundiales.
Cuando los economistas ganadores del Premio Nobel analizaron la forma de obtener el mayor bien para el mundo en un proyecto reciente llamado el Consenso de Copenhague, descubrieron que había que abordar el VIH/SIDA, la malaria, la desnutrición y las barreras comerciales mucho antes de comprometerse con cualquier acción dramática sobre el cambio climático.
Con el mundo inmerso en el furor de reducir los gases de efecto invernadero, es fácil olvidar que hay formas distintas y mejores de hacer el bien para el planeta. Las buenas decisiones derivan de la consideración cuidadosa. El informe del IPCC la proporciona. Pero la cacofonía de gritos que lo han acompañado no ayuda.