BRUSELAS – La última cumbre global sobre el clima celebrada en Polonia generó las predicciones habituales de calamidad y desastre de los activistas ambientales. Parece que el cambio climático congela nuestra capacidad de pensamiento crítico: nos apresuramos a creer que el problema es mucho peor que lo que dice la ciencia y, a la inversa, que nuestras soluciones son mucho más fáciles que lo que manda la realidad.
Tomemos por ejemplo los fenómenos meteorológicos extremos: ya es una respuesta automática vincularlos con el cambio climático. Cada vez que se produce una inundación, los medios echan la culpa al calentamiento global y advierten que hay cada vez más inundaciones. Pero la conclusión más autorizada del Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC) es que ni siquiera está claro que a lo largo del último siglo la frecuencia global de inundaciones haya aumentado o disminuido.
Se atribuyen al calentamiento global los incendios forestales en Europa y los huracanes en Estados Unidos. Pero aunque los incendios forestales de Europa en 2018 recibieron más cobertura periodística que lo normal, la superficie afectada fue menos de la mitad del promedio; en los países del sur de Europa, que incluyen el 90% de los bosques afectados, la superficie quemada se redujo a la mitad en 35 años. En cuanto a los huracanes, los científicos del IPCC dicen que a lo largo del último siglo “no hay tendencias significativas” globales. De hecho, la frecuencia de todos los huracanes que tocan tierra en Estados Unidos viene disminuyendo desde 1900, y lo mismo la de grandes huracanes en Estados Unidos.
La verdad sobre el cambio climático tiene muchos matices: es real, y será un problema en el largo plazo, pero su impacto es menor de lo que se cree. Según el último informe importante del IPCC, el cambio climático irrestricto provocaría una reducción media de los ingresos del orden de 0,2 a 2% de aquí a 2070. Es el equivalente al impacto de una sola recesión económica en el transcurso del próximo medio siglo.
Pero en una competencia desenfrenada con los negacionistas del cambio climático, los ecologistas se han vuelto exagerados. El influyente activista George Monbiot dice que como “cambio climático” no es suficientemente alarmante, sería mejor decir “destrucción climática”.
Pero no hay tal destrucción. En realidad, antes el clima nos destruía a nosotros. Hace un siglo, los desastres climáticos mataban a un promedio de 500 000 personas en todo el mundo cada año. Hoy, pese a que hay mucha más gente viviendo en zonas vulnerables, la mortandad se redujo más de 95%.
Así como los activistas y los medios engendran miedo asociando cada incendio, inundación y huracán con el cambio climático, también generan una falsa creencia en que el problema admite soluciones fáciles, con tal que los políticos y la gente las aceptaran.
Tomemos por ejemplo el nuevo argumento de que hacerse vegetariano puede solucionar el cambio climático. La realidad es que alguien que en Occidente abandonara por completo la carne sólo reduciría sus emisiones de gases de efecto invernadero unos pocos puntos porcentuales.
O piénsese en la extraña afirmación del secretario general de la ONU António Guterres de que las políticas climáticas aportarán “al menos 26 billones de dólares en beneficios económicos”; una afirmación que sólo se basa en un informe sumario (los cálculos reales –y probablemente magnificados– nunca se publicaron) y que está en total contradicción con la economía del clima establecida. Reemplazar los combustibles fósiles con alternativas ineficientes es un obstáculo al crecimiento. Por eso la total implementación del acuerdo de París (2015) sobre el clima le costaría al planeta entre 1 y 2 billones de dólares al año.
Otra cantinela habitual es que la energía solar y eólica ya es más competitiva que los combustibles fósiles. Pero las fuentes de energía alternativas todavía dependen de subsidios por la bonita suma de 160 000 millones de dólares al año; retirados esos subsidios, las inversiones en energía eólica y solar por lo general se derrumban. Si bien hay casos de fuentes de energía alternativas más baratas que los combustibles fósiles, es más común que sea al revés; y cuando no hay sol ni viento, la energía solar y eólica termina siendo infinitamente más cara.
Globalmente, la energía solar y eólica satisface menos del 1% de las necesidades de energía. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) calcula que en 2040, incluso si el acuerdo de París se mantiene, esta cifra sólo aumentará a poco más de 4%.
Si queremos dar una respuesta eficaz al cambio climático, tenemos que escuchar a William Nordhaus, el primer economista del clima que ganó el Premio Nobel, que muestra que la solución al calentamiento global (como todo lo demás) es una cuestión de hallar el equilibrio justo. Con un modelo de economía climática refinado a lo largo de décadas, Nordhaus demuestra que un impuesto al carbono globalmente coordinado, moderado y creciente puede lograr una modesta reducción de temperaturas. Evitar algunos daños referidos al clima costaría unos 20 billones de dólares, y garantizaría un beneficio neto de 30 billones de dólares a lo largo de los próximos siglos.
Pero sin coordinación global, los costos se dispararían. Y apuntar a una reducción más drástica de las temperaturas, a no más de 2,5 °C respecto de los niveles preindustriales, llevaría el costo por encima de los 130 billones de dólares, con una pérdida neta de 50 billones de dólares.
Compárese el esmerado trabajo de Nordhaus, que demuestra que un límite de 2,5 °C es prácticamente imposible, con todo el revuelo que se está armando en torno de la idea de mantener el aumento de temperaturas globales por debajo del más inalcanzable límite de 1,5 °C. Con el nivel de emisión actual, esto nos obligaría a dejar de usar combustibles fósiles en diez años, una idea que contradice la evidencia histórica. El mundo lleva más de un siglo de aumento constante de las emisiones (y en el proceso sacó de la pobreza a miles de millones de personas). Hasta se nos dice que tenemos que eliminar de la atmósfera una cantidad ingente de dióxido de carbono en el plazo de unas pocas décadas y con tecnologías que no han sido probadas. Es puro pensamiento ilusorio. La AIE prevé que en 2040, los combustibles fósiles seguirán cubriendo tres cuartas partes de la demanda global de energía.
El déficit tecnológico sólo puede resolverse con un aumento drástico de la inversión en investigación y desarrollo en el área de las fuentes de energía alternativas. Un análisis cuidadoso muestra que el cambio climático es un problema. Pero no es el fin del mundo. Para resolverlo, tenemos que ser inteligentes y enfocarnos en la innovación en tecnología verde, no distraernos con cuentos de terror y exageraciones.
Traducción: Esteban Flamini
BRUSELAS – La última cumbre global sobre el clima celebrada en Polonia generó las predicciones habituales de calamidad y desastre de los activistas ambientales. Parece que el cambio climático congela nuestra capacidad de pensamiento crítico: nos apresuramos a creer que el problema es mucho peor que lo que dice la ciencia y, a la inversa, que nuestras soluciones son mucho más fáciles que lo que manda la realidad.
Tomemos por ejemplo los fenómenos meteorológicos extremos: ya es una respuesta automática vincularlos con el cambio climático. Cada vez que se produce una inundación, los medios echan la culpa al calentamiento global y advierten que hay cada vez más inundaciones. Pero la conclusión más autorizada del Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC) es que ni siquiera está claro que a lo largo del último siglo la frecuencia global de inundaciones haya aumentado o disminuido.
Se atribuyen al calentamiento global los incendios forestales en Europa y los huracanes en Estados Unidos. Pero aunque los incendios forestales de Europa en 2018 recibieron más cobertura periodística que lo normal, la superficie afectada fue menos de la mitad del promedio; en los países del sur de Europa, que incluyen el 90% de los bosques afectados, la superficie quemada se redujo a la mitad en 35 años. En cuanto a los huracanes, los científicos del IPCC dicen que a lo largo del último siglo “no hay tendencias significativas” globales. De hecho, la frecuencia de todos los huracanes que tocan tierra en Estados Unidos viene disminuyendo desde 1900, y lo mismo la de grandes huracanes en Estados Unidos.
La verdad sobre el cambio climático tiene muchos matices: es real, y será un problema en el largo plazo, pero su impacto es menor de lo que se cree. Según el último informe importante del IPCC, el cambio climático irrestricto provocaría una reducción media de los ingresos del orden de 0,2 a 2% de aquí a 2070. Es el equivalente al impacto de una sola recesión económica en el transcurso del próximo medio siglo.
Pero en una competencia desenfrenada con los negacionistas del cambio climático, los ecologistas se han vuelto exagerados. El influyente activista George Monbiot dice que como “cambio climático” no es suficientemente alarmante, sería mejor decir “destrucción climática”.
Pero no hay tal destrucción. En realidad, antes el clima nos destruía a nosotros. Hace un siglo, los desastres climáticos mataban a un promedio de 500 000 personas en todo el mundo cada año. Hoy, pese a que hay mucha más gente viviendo en zonas vulnerables, la mortandad se redujo más de 95%.
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Así como los activistas y los medios engendran miedo asociando cada incendio, inundación y huracán con el cambio climático, también generan una falsa creencia en que el problema admite soluciones fáciles, con tal que los políticos y la gente las aceptaran.
Tomemos por ejemplo el nuevo argumento de que hacerse vegetariano puede solucionar el cambio climático. La realidad es que alguien que en Occidente abandonara por completo la carne sólo reduciría sus emisiones de gases de efecto invernadero unos pocos puntos porcentuales.
O piénsese en la extraña afirmación del secretario general de la ONU António Guterres de que las políticas climáticas aportarán “al menos 26 billones de dólares en beneficios económicos”; una afirmación que sólo se basa en un informe sumario (los cálculos reales –y probablemente magnificados– nunca se publicaron) y que está en total contradicción con la economía del clima establecida. Reemplazar los combustibles fósiles con alternativas ineficientes es un obstáculo al crecimiento. Por eso la total implementación del acuerdo de París (2015) sobre el clima le costaría al planeta entre 1 y 2 billones de dólares al año.
Otra cantinela habitual es que la energía solar y eólica ya es más competitiva que los combustibles fósiles. Pero las fuentes de energía alternativas todavía dependen de subsidios por la bonita suma de 160 000 millones de dólares al año; retirados esos subsidios, las inversiones en energía eólica y solar por lo general se derrumban. Si bien hay casos de fuentes de energía alternativas más baratas que los combustibles fósiles, es más común que sea al revés; y cuando no hay sol ni viento, la energía solar y eólica termina siendo infinitamente más cara.
Globalmente, la energía solar y eólica satisface menos del 1% de las necesidades de energía. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) calcula que en 2040, incluso si el acuerdo de París se mantiene, esta cifra sólo aumentará a poco más de 4%.
Si queremos dar una respuesta eficaz al cambio climático, tenemos que escuchar a William Nordhaus, el primer economista del clima que ganó el Premio Nobel, que muestra que la solución al calentamiento global (como todo lo demás) es una cuestión de hallar el equilibrio justo. Con un modelo de economía climática refinado a lo largo de décadas, Nordhaus demuestra que un impuesto al carbono globalmente coordinado, moderado y creciente puede lograr una modesta reducción de temperaturas. Evitar algunos daños referidos al clima costaría unos 20 billones de dólares, y garantizaría un beneficio neto de 30 billones de dólares a lo largo de los próximos siglos.
Pero sin coordinación global, los costos se dispararían. Y apuntar a una reducción más drástica de las temperaturas, a no más de 2,5 °C respecto de los niveles preindustriales, llevaría el costo por encima de los 130 billones de dólares, con una pérdida neta de 50 billones de dólares.
Compárese el esmerado trabajo de Nordhaus, que demuestra que un límite de 2,5 °C es prácticamente imposible, con todo el revuelo que se está armando en torno de la idea de mantener el aumento de temperaturas globales por debajo del más inalcanzable límite de 1,5 °C. Con el nivel de emisión actual, esto nos obligaría a dejar de usar combustibles fósiles en diez años, una idea que contradice la evidencia histórica. El mundo lleva más de un siglo de aumento constante de las emisiones (y en el proceso sacó de la pobreza a miles de millones de personas). Hasta se nos dice que tenemos que eliminar de la atmósfera una cantidad ingente de dióxido de carbono en el plazo de unas pocas décadas y con tecnologías que no han sido probadas. Es puro pensamiento ilusorio. La AIE prevé que en 2040, los combustibles fósiles seguirán cubriendo tres cuartas partes de la demanda global de energía.
El déficit tecnológico sólo puede resolverse con un aumento drástico de la inversión en investigación y desarrollo en el área de las fuentes de energía alternativas. Un análisis cuidadoso muestra que el cambio climático es un problema. Pero no es el fin del mundo. Para resolverlo, tenemos que ser inteligentes y enfocarnos en la innovación en tecnología verde, no distraernos con cuentos de terror y exageraciones.
Traducción: Esteban Flamini