MANILA – Imagínese que es un campesino y sus cultivos languidecen por los patrones climáticos cada vez más volátiles, el agua de su pozo se ha vuelto demasiado salada como para poder beberse y el arroz se ha vuelto demasiado caro en el mercado. Así que deja su hogar en busca de una vida mejor.
Millones de personas en comunidades vulnerables de todo el mundo no tienen que imaginarse un escenario así: lo están viviendo debido a un clima cada vez más impredecible. Y es probable que las cifras crezcan a medida que se intensifiquen los efectos del cambio climático.
Pero el mundo está incluso menos preparado para estos futuros migrantes climáticos que Europa para la reciente ola de personas que huyen del Cercano Oriente y África del Norte. La mayoría de los migrantes climáticos se reubicarán dentro de las fronteras de sus países, pero otros no tendrán más opción que buscar refugio en el exterior. Si los niveles del mar crecen más de un metro, puede que tengan que reubicarse poblaciones enteras de los países de las islas de los arrecifes y los atolones del Pacífico.
Si se planifican y gestionan bien, las migraciones pueden ayudar a que la gente se adapte a esas amenazas; si no, pueden originar crisis humanitarias. En general, las políticas actuales son inadecuadas. Los países de origen y destino necesitan con urgencia facilitar y dar seguridad a los desplazamientos de las personas, o que permanecer donde están si no pueden permitirse migrar u optan por no hacerlo.
El cambio climático será uno de los muchos factores de origen de las futuras olas migratorias. Aunque será cada vez más difícil distinguir entre la gente que se desplaza debido a factores ambientales y quienes lo hacen por otras razones, sabemos que el clima jugará un papel más importante en las migraciones, a medida que factores de acción lentas como la erosión y retos de respuesta más rápida como los ciclones amenacen el sustento de más personas.
La mayoría de las personas en riesgo habitan en Asia, continente particularmente expuesto a los efectos del cambio climático. Nueve de los diez países con la mayor población viviendo en áreas bajas (por tanto, expuestas a inundaciones, tormentas, salinidad y erosión) se encuentran en este continente, debido a la migración masiva a megaciudades en las últimas décadas.
Un estudio reciente prevé que la población asiática ubicada en bajas elevaciones podría duplicarse en 2060 a 983 millones con respecto a su nivel de 2000, representando así un 70% del total mundial. En otras áreas de la región, el estrés hídrico causado por menores lluvias, la salinidad, el retroceso de los glaciares y la desertificación afectará las existencias de agua, amenazará el sustento de la gente y elevará los precios de los alimentos y el agua.
Estos drásticos escenarios podrían no materializarse si el mundo logra mitigar el cambio climático. Pero ningún país debería ser complaciente al respecto. En particular, los países asiáticos deberían prepararse para los peores escenarios posibles e implementar políticas nacionales de largo plazo, como el programa “migración para la dignidad” de Kiribati, estado isla del Pacífico ubicado en zonas bajas que ofrece educación y formación vocacional para sus ciudadanos que esperen mejorar sus opciones de encontrar empleos decentes en el exterior.
Será necesario contar con información más completa para hacer preparativos para cualquier escenario futuro en Asia y juzgar el potencial impacto y los tiempos de los acontecimientos relaciones con el clima, así como evaluar sus efectos sobre los patrones migratorios. Los datos específicos de los países permitirían que los gobiernos individuales perfeccionen sus políticas, lo que incluye censos nacionales más exhaustivos, puesto que a menudo no consideran a las comunidades marginadas como los habitantes de barriadas. Los censos deberían realizarse de manera incluyente, ingresarse a base de datos para monitorear los avances e identificar poblaciones vulnerables, y compartirse en toda la región.
Los gobiernos deberían educar a sus ciudadanos sobre los efectos del cambio climático a fin de preparar a quienes desean seguir en sus países o no se pueden permitir dejarlos. Los países de origen de los migrantes deberían contar con completos sistemas de evaluación de riesgos de desastres (para poder hacer planes ante potenciales pérdidas), mapas globales de peligros y sistemas de aviso temprano ante desastres que tranquilicen a sus ciudadanos, Y las nuevas edificaciones, caminos, puentes y demás infraestructura, como sistemas de aguas, se deberían construir para resistir condiciones climáticas extremas.
Al mismo tiempo, los gobiernos deberían dar acceso a beneficios portátiles a quienes se van, para que puedan sostenerse mientras están en el exterior. Y los países de destino deberían pensar en proporcionar empleo de emergencia a los trabajadores desplazados, usando como modelo programas de trabajo temporal como los de Australia y Nueva Zelanda. Asimismo, los países de destino podrían crear centros de formación y empleo urbano para los migrantes que arriben, muchos de los cuales carecerán de las habilidades necesarias para obtener empleos en las ciudades, y deberían reconocer las cualificaciones de quienes posean conocimientos, ayudándoles a encontrar trabajo.
Será esencial que los países de destino inviertan en infraestructura sostenible y servicios básicos para quienes lleguen. Algunas ciudades dudan en hacerlo por temor a atraer más migrantes. Pero es una actitud que no hace más que obligarles a vivir en barriadas, lo que crea problemas mayores. Un enfoque mejor es dirigir a los migrantes desde las áreas rurales vulnerables a ciudades de tamaño medio cercanas y equipadas con los servicios necesarios para absorberlos; a su vez, esto evitará que las megaciudades crezcan de manera insostenible.
Un enfoque integral que siga estas líneas podría ayudar a hacer que la migración sea parte de la solución al cambio climático y no se convierta solo en otro de sus efectos dañinos. Muchos países necesitarán financiación para implementar estos planes, y resulta estimulante el que en el acuerdo climático de París de 2015 se creara una fuerza de trabajo para financiar mecanismos de adaptación al cambio climático que abarcó temas migratorios.
Por ahora, necesitamos un debate climático global sobre este apremiante tema. De las políticas e inversiones que acordemos ahora dependerá el si la migración generada por el clima mejora o empeora el problema. Debemos actuar hoy para dar a las comunidades vulnerables una palabra en la determinación de su futuro.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
MANILA – Imagínese que es un campesino y sus cultivos languidecen por los patrones climáticos cada vez más volátiles, el agua de su pozo se ha vuelto demasiado salada como para poder beberse y el arroz se ha vuelto demasiado caro en el mercado. Así que deja su hogar en busca de una vida mejor.
Millones de personas en comunidades vulnerables de todo el mundo no tienen que imaginarse un escenario así: lo están viviendo debido a un clima cada vez más impredecible. Y es probable que las cifras crezcan a medida que se intensifiquen los efectos del cambio climático.
Pero el mundo está incluso menos preparado para estos futuros migrantes climáticos que Europa para la reciente ola de personas que huyen del Cercano Oriente y África del Norte. La mayoría de los migrantes climáticos se reubicarán dentro de las fronteras de sus países, pero otros no tendrán más opción que buscar refugio en el exterior. Si los niveles del mar crecen más de un metro, puede que tengan que reubicarse poblaciones enteras de los países de las islas de los arrecifes y los atolones del Pacífico.
Si se planifican y gestionan bien, las migraciones pueden ayudar a que la gente se adapte a esas amenazas; si no, pueden originar crisis humanitarias. En general, las políticas actuales son inadecuadas. Los países de origen y destino necesitan con urgencia facilitar y dar seguridad a los desplazamientos de las personas, o que permanecer donde están si no pueden permitirse migrar u optan por no hacerlo.
El cambio climático será uno de los muchos factores de origen de las futuras olas migratorias. Aunque será cada vez más difícil distinguir entre la gente que se desplaza debido a factores ambientales y quienes lo hacen por otras razones, sabemos que el clima jugará un papel más importante en las migraciones, a medida que factores de acción lentas como la erosión y retos de respuesta más rápida como los ciclones amenacen el sustento de más personas.
La mayoría de las personas en riesgo habitan en Asia, continente particularmente expuesto a los efectos del cambio climático. Nueve de los diez países con la mayor población viviendo en áreas bajas (por tanto, expuestas a inundaciones, tormentas, salinidad y erosión) se encuentran en este continente, debido a la migración masiva a megaciudades en las últimas décadas.
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Un estudio reciente prevé que la población asiática ubicada en bajas elevaciones podría duplicarse en 2060 a 983 millones con respecto a su nivel de 2000, representando así un 70% del total mundial. En otras áreas de la región, el estrés hídrico causado por menores lluvias, la salinidad, el retroceso de los glaciares y la desertificación afectará las existencias de agua, amenazará el sustento de la gente y elevará los precios de los alimentos y el agua.
Estos drásticos escenarios podrían no materializarse si el mundo logra mitigar el cambio climático. Pero ningún país debería ser complaciente al respecto. En particular, los países asiáticos deberían prepararse para los peores escenarios posibles e implementar políticas nacionales de largo plazo, como el programa “migración para la dignidad” de Kiribati, estado isla del Pacífico ubicado en zonas bajas que ofrece educación y formación vocacional para sus ciudadanos que esperen mejorar sus opciones de encontrar empleos decentes en el exterior.
Será necesario contar con información más completa para hacer preparativos para cualquier escenario futuro en Asia y juzgar el potencial impacto y los tiempos de los acontecimientos relaciones con el clima, así como evaluar sus efectos sobre los patrones migratorios. Los datos específicos de los países permitirían que los gobiernos individuales perfeccionen sus políticas, lo que incluye censos nacionales más exhaustivos, puesto que a menudo no consideran a las comunidades marginadas como los habitantes de barriadas. Los censos deberían realizarse de manera incluyente, ingresarse a base de datos para monitorear los avances e identificar poblaciones vulnerables, y compartirse en toda la región.
Los gobiernos deberían educar a sus ciudadanos sobre los efectos del cambio climático a fin de preparar a quienes desean seguir en sus países o no se pueden permitir dejarlos. Los países de origen de los migrantes deberían contar con completos sistemas de evaluación de riesgos de desastres (para poder hacer planes ante potenciales pérdidas), mapas globales de peligros y sistemas de aviso temprano ante desastres que tranquilicen a sus ciudadanos, Y las nuevas edificaciones, caminos, puentes y demás infraestructura, como sistemas de aguas, se deberían construir para resistir condiciones climáticas extremas.
Al mismo tiempo, los gobiernos deberían dar acceso a beneficios portátiles a quienes se van, para que puedan sostenerse mientras están en el exterior. Y los países de destino deberían pensar en proporcionar empleo de emergencia a los trabajadores desplazados, usando como modelo programas de trabajo temporal como los de Australia y Nueva Zelanda. Asimismo, los países de destino podrían crear centros de formación y empleo urbano para los migrantes que arriben, muchos de los cuales carecerán de las habilidades necesarias para obtener empleos en las ciudades, y deberían reconocer las cualificaciones de quienes posean conocimientos, ayudándoles a encontrar trabajo.
Será esencial que los países de destino inviertan en infraestructura sostenible y servicios básicos para quienes lleguen. Algunas ciudades dudan en hacerlo por temor a atraer más migrantes. Pero es una actitud que no hace más que obligarles a vivir en barriadas, lo que crea problemas mayores. Un enfoque mejor es dirigir a los migrantes desde las áreas rurales vulnerables a ciudades de tamaño medio cercanas y equipadas con los servicios necesarios para absorberlos; a su vez, esto evitará que las megaciudades crezcan de manera insostenible.
Un enfoque integral que siga estas líneas podría ayudar a hacer que la migración sea parte de la solución al cambio climático y no se convierta solo en otro de sus efectos dañinos. Muchos países necesitarán financiación para implementar estos planes, y resulta estimulante el que en el acuerdo climático de París de 2015 se creara una fuerza de trabajo para financiar mecanismos de adaptación al cambio climático que abarcó temas migratorios.
Por ahora, necesitamos un debate climático global sobre este apremiante tema. De las políticas e inversiones que acordemos ahora dependerá el si la migración generada por el clima mejora o empeora el problema. Debemos actuar hoy para dar a las comunidades vulnerables una palabra en la determinación de su futuro.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen