SÍDNEY – En Estados Unidos y Europa, se piensa sobre todo en los beneficios medioambientales de las energías renovables. La energía eólica y solar puede reducir la necesidad de quemar combustibles fósiles y así ayudar a mitigar el cambio climático.
Pero China y la India ven las energías renovables de un modo bien distinto. La transición relativamente veloz de ambos países hacia el abandono de los combustibles fósiles no obedece tanto a temor por el cambio climático sino al beneficio económico atribuido a las fuentes renovables.
Las ventajas económicas de la energía renovable pueden ser atractivas para economías avanzadas como Alemania o Japón (dos países que cada vez usan menos combustibles fósiles), pero para los gigantes industriales emergentes son irrebatibles. Para la India y China, seguir una trayectoria económica basada en los combustibles fósiles podría provocar una catástrofe, porque el intento de asegurarse una provisión suficiente para sus inmensas poblaciones supone un aumento de tensiones geopolíticas. Aparte de una mayor seguridad energética, una economía descarbonizada fomentaría la industria manufacturera interna y mejoraría la calidad del medioambiente local, por ejemplo al reducir el esmog urbano.
Es cierto que los combustibles fósiles proveyeron enormes beneficios al mundo occidental estos últimos 200 años durante su industrialización. La transición a una economía basada en el carbono liberó a las economías de antiquísimas restricciones malthusianas. Para un grupo selecto de países que representan una pequeña franja de la población mundial, quemar combustibles fósiles permitió una era de crecimiento explosivo que trajo consigo mejoras dramáticas en productividad, ingresos, riqueza y nivel de vida.
Durante gran parte de los últimos 20 años, China y la India lideraron el reclamo de extender los beneficios de los combustibles fósiles al resto del mundo. Pero últimamente comenzaron a moderar su postura. Puesto que el uso de combustibles fósiles los enfrenta a límites geopolíticos y ambientales, se han visto obligados a invertir seriamente en alternativas, sobre todo, energías renovables. De tal modo se han convertido en la vanguardia de una transición planetaria que en pocas décadas puede eliminar para siempre el uso de combustibles fósiles.
Los argumentos económicos planteados contra las fuentes de energía renovables (que puedan ser costosas, intermitentes o estar demasiado dispersas) son fáciles de rebatir. Y aunque los que se oponen a estas fuentes son legión, los motiva más el interés de preservar el statu quo de los combustibles fósiles y la energía nuclear que la inquietud porque las turbinas eólicas o las granjas solares afeen el paisaje.
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En cualquier caso, quienes quieran detener la expansión de las fuentes renovables no podrán triunfar sobre la simple economía. La revolución de las energías renovables no es resultado de los impuestos a las emisiones de dióxido de carbono o los subsidios a las energías limpias, sino de una reducción de costos de fabricación, por la que pronto será más rentable generar energía a partir del agua, el viento y el sol que quemando carbón.
Los países pueden encontrar un camino a la seguridad energética invirtiendo en la capacidad industrial necesaria para la producción en escala de turbinas eólicas, células fotovoltaicas y otras fuentes de energía renovable. China y la India, al volcar su potencia económica a la revolución industrial de las energías renovables, están generando una reacción global en cadena del tipo denominado “causación circular y acumulativa”.
A diferencia de las actividades de minería, perforación y extracción, en la fabricación hay curvas de aprendizaje que aumentan la eficiencia de la producción y reducen su costo. Las inversiones en energías renovables abaratan su producción, expanden el mercado para su adopción y aumentan el atractivo de futuras inversiones. Entre 2009 y 2014, estos mecanismos redujeron el costo de la energía solar fotovoltaica en un 80% y el de la generación eólica terrestre en un 60%, según un informe de la empresa consultora Lazard.
El impacto de una rápida adopción de las energías renovables puede tener consecuencias tan profundas como las provocadas por la Revolución Industrial. En el siglo XVIII, las economías de Europa y Estados Unidos iniciaron la transición a un sistema energético basado en los combustibles fósiles, sin una comprensión cabal de lo que estaban haciendo. Esta vez, somos conscientes de los cambios y podemos prepararnos para sus consecuencias.
Por el momento, el panorama es prometedor. Aunque la revolución de las energías renovables no tenga como principal objetivo reducir las emisiones de dióxido de carbono, sin esa revolución los intentos de minimizar el impacto del cambio climático serían probablemente estériles. Si logramos evitar los peores peligros del calentamiento global, tal vez debamos agradecérselo a la India y China.
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In 2024, global geopolitics and national politics have undergone considerable upheaval, and the world economy has both significant weaknesses, including Europe and China, and notable bright spots, especially the US. In the coming year, the range of possible outcomes will broaden further.
offers his predictions for the new year while acknowledging that the range of possible outcomes is widening.
SÍDNEY – En Estados Unidos y Europa, se piensa sobre todo en los beneficios medioambientales de las energías renovables. La energía eólica y solar puede reducir la necesidad de quemar combustibles fósiles y así ayudar a mitigar el cambio climático.
Pero China y la India ven las energías renovables de un modo bien distinto. La transición relativamente veloz de ambos países hacia el abandono de los combustibles fósiles no obedece tanto a temor por el cambio climático sino al beneficio económico atribuido a las fuentes renovables.
Las ventajas económicas de la energía renovable pueden ser atractivas para economías avanzadas como Alemania o Japón (dos países que cada vez usan menos combustibles fósiles), pero para los gigantes industriales emergentes son irrebatibles. Para la India y China, seguir una trayectoria económica basada en los combustibles fósiles podría provocar una catástrofe, porque el intento de asegurarse una provisión suficiente para sus inmensas poblaciones supone un aumento de tensiones geopolíticas. Aparte de una mayor seguridad energética, una economía descarbonizada fomentaría la industria manufacturera interna y mejoraría la calidad del medioambiente local, por ejemplo al reducir el esmog urbano.
Es cierto que los combustibles fósiles proveyeron enormes beneficios al mundo occidental estos últimos 200 años durante su industrialización. La transición a una economía basada en el carbono liberó a las economías de antiquísimas restricciones malthusianas. Para un grupo selecto de países que representan una pequeña franja de la población mundial, quemar combustibles fósiles permitió una era de crecimiento explosivo que trajo consigo mejoras dramáticas en productividad, ingresos, riqueza y nivel de vida.
Durante gran parte de los últimos 20 años, China y la India lideraron el reclamo de extender los beneficios de los combustibles fósiles al resto del mundo. Pero últimamente comenzaron a moderar su postura. Puesto que el uso de combustibles fósiles los enfrenta a límites geopolíticos y ambientales, se han visto obligados a invertir seriamente en alternativas, sobre todo, energías renovables. De tal modo se han convertido en la vanguardia de una transición planetaria que en pocas décadas puede eliminar para siempre el uso de combustibles fósiles.
Los argumentos económicos planteados contra las fuentes de energía renovables (que puedan ser costosas, intermitentes o estar demasiado dispersas) son fáciles de rebatir. Y aunque los que se oponen a estas fuentes son legión, los motiva más el interés de preservar el statu quo de los combustibles fósiles y la energía nuclear que la inquietud porque las turbinas eólicas o las granjas solares afeen el paisaje.
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En cualquier caso, quienes quieran detener la expansión de las fuentes renovables no podrán triunfar sobre la simple economía. La revolución de las energías renovables no es resultado de los impuestos a las emisiones de dióxido de carbono o los subsidios a las energías limpias, sino de una reducción de costos de fabricación, por la que pronto será más rentable generar energía a partir del agua, el viento y el sol que quemando carbón.
Los países pueden encontrar un camino a la seguridad energética invirtiendo en la capacidad industrial necesaria para la producción en escala de turbinas eólicas, células fotovoltaicas y otras fuentes de energía renovable. China y la India, al volcar su potencia económica a la revolución industrial de las energías renovables, están generando una reacción global en cadena del tipo denominado “causación circular y acumulativa”.
A diferencia de las actividades de minería, perforación y extracción, en la fabricación hay curvas de aprendizaje que aumentan la eficiencia de la producción y reducen su costo. Las inversiones en energías renovables abaratan su producción, expanden el mercado para su adopción y aumentan el atractivo de futuras inversiones. Entre 2009 y 2014, estos mecanismos redujeron el costo de la energía solar fotovoltaica en un 80% y el de la generación eólica terrestre en un 60%, según un informe de la empresa consultora Lazard.
El impacto de una rápida adopción de las energías renovables puede tener consecuencias tan profundas como las provocadas por la Revolución Industrial. En el siglo XVIII, las economías de Europa y Estados Unidos iniciaron la transición a un sistema energético basado en los combustibles fósiles, sin una comprensión cabal de lo que estaban haciendo. Esta vez, somos conscientes de los cambios y podemos prepararnos para sus consecuencias.
Por el momento, el panorama es prometedor. Aunque la revolución de las energías renovables no tenga como principal objetivo reducir las emisiones de dióxido de carbono, sin esa revolución los intentos de minimizar el impacto del cambio climático serían probablemente estériles. Si logramos evitar los peores peligros del calentamiento global, tal vez debamos agradecérselo a la India y China.
Traducción: Esteban Flamini