BEIJING – En su discurso filmado ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre, el presidente chino, Xi Jinping, anunció una leve mejora de la promesa que hizo para el acuerdo climático de París de 2015: las emisiones de dióxido de carbono nacionales deberían alcanzar un pico antes de 2030 en lugar de alrededor de 2030. Tal vez no parezca gran cosa; sin embargo, junto con la declaración adicional de Xi de que China apunta a ser neutral en carbono antes de 2060, el discurso envió ondas expansivas positivas a todo el mundo de políticas climáticas.
Décadas de crecimiento impresionante del PIB han convertido a China en la segunda economía más grande del mundo, mayor que las tres siguientes combinadas (Japón, Alemania e India). Pero el mundo exterior todavía suele asociar a China con la dependencia del carbón, con crecientes emisiones de CO2 y con contaminación ambiental –y con justa razón.
China, en consecuencia, probablemente sea la primera superpotencia “híbrida” de la era moderna: un líder global que todavía no tiene una economía plenamente avanzada. Y la promesa climática de dos fases de Xi refleja la manera en que los propios chinos ven su condición híbrida.
Las ambiciones climáticas más modestas del país hasta 2030 reflejan la persistencia de la mentalidad de país en desarrollo de su población. Después de todo, muchos chinos, y especialmente el liderazgo actual, todavía recuerdan vívidamente cómo es crecer en un país pobre y atrasado. Pero ahora que se espera que China se convierta en un país de altos ingresos en 2030, esa mentalidad está dando paso a una mentalidad de “superpotencia en ascenso”, lo que ayuda a explicar por qué China apunta a volverse neutral en carbono apenas diez años después de la Unión Europea.
Es cierto, la nueva meta climática de China para 2060 hoy es sólo una ambición, no una política legislada. Pero se espera que las administraciones futuras tomen en serio la promesa de Xi.
La magnitud de la tarea no se puede subestimar. China hoy apunta a eliminar unos diez mil millones de toneladas de emisiones anuales de CO2 –casi un tercio del total global- de 2030 en adelante, lo que equivale a descarbonizar toda la economía francesa cada año durante 30 años. Tarde o temprano, China no tendrá más opción que redoblar sus esfuerzos de mitigación climática en todos los sectores, particularmente la energía, la industria, el transporte y la agricultura.
Pero hay motivos para ser optimistas sobre las perspectivas de China para una transición verde exitosa. Al ser el mayor mercado de energía limpia del mundo, el país tiene más de un tercio de la capacidad eólica y solar instalada del mundo, y (a fines de 2019) casi la mitad de todos los vehículos eléctricos.
Es más, el impresionante historial de incremento de las tecnologías de energía limpia de China significa que su promesa reciente de emisiones cero neto debería impulsar aún más la revolución de bajo carbono en marcha en todo el mundo. Por ejemplo, si China decide aumentar su ambición de una economía de hidrógeno, es difícil imaginar que la UE, Japón, Corea del Sur y otras economías avanzadas importantes no sigan sus pasos para mantener su competitividad.
Por supuesto, para 2060 falta muchísimo, de manera que el mundo escudriñará ansiosamente si la promesa de Xi se traduce en medidas concretas en el inminente XIV Plan Quinquenal de China, que cubre el período 2021-25. Optimizar las inversiones en el sector energético chino para 2060 exige que las emisiones nacionales de CO2 alcancen un pico lo antes posible. Pero a las autoridades de China –especialmente a los gobernadores provinciales- tal vez les cueste equilibrar este interés estratégico de largo plazo y los réditos económicos de corto plazo derivados de inversiones de uso intensivo de carbono.
La comunidad internacional –y la UE en particular- podrían ayudar a China a avanzar involucrándola en una coalición de voluntades para una acción climática. Este grupo también podría incluir a Japón y Corea del Sur, cuyas promesas de alcanzar una neutralidad de carbono en 2050 cubren todos los gases de efecto invernadero.
La política climática china se beneficiaría de un esfuerzo global de estas características. El anuncio reciente de China notablemente omitió cualquier mención a las inversiones del país en el exterior, sobre todo en países que participan en la iniciativa insignia de Xi Un Cinturón, Una Ruta (BRI) de proyectos de infraestructura transnacionales. China hasta ahora ha canalizado gran parte de su inversión BRI en proyectos de combustibles fósiles, aunque la iniciativa ha empezado a invertir más en renovables.
Dicho esto, las inversiones BRI son responsabilidad de los países anfitriones, así como de China, de modo que enverdecer las inversiones de la iniciativa requiere un empuje de ambas partes –si no global-. Es alentador pensar que la victoria de Joe Biden en la reciente elección presidencial de Estados Unidos pueda augurar una revocación de la tendencia de desglobalización en curso, lo cual no sólo podría estabilizar un orden internacional basado en reglas, sino también fomentar la inversión en infraestructura sustentable en muchas partes del mundo.
Ahora bien, Estados Unidos, la mayor economía del mundo y el segundo mayor emisor de CO2, es el elefante en la habitación –y Xi sin duda hizo su promesa climática pensando en Estados Unidos-. Al sumarse al acuerdo de París, China ayudó al presidente Barack Obama a dejar un legado en materia de política climática, a cambio de relaciones sino-norteamericanas menos contenciosas. Pero, aunque Biden haya prometido volver a sumarse al acuerdo de París el primer día de su gobierno, los líderes de China tienen la sensación de que Estados Unidos ahora tiene poco interés en trabajar en conjunto sobre cuestiones climáticas.
En otras palabras, China ha mejorado drástica y unilateralmente sus ambiciones climáticas de largo plazo sin pedirle nada a cambio a Estados Unidos (o, para el caso, a la UE). Con esta actitud, suscribió firmemente las políticas que ha abrazado la UE y colocó a Biden en una posición incómoda. Con la población norteamericana dividida y la ciencia climática politizada, el solo hecho de volver a sumarse al acuerdo de París no hará que Estados Unidos se convierta en un actor confiable en la política climática internacional.
China, mientras tanto, es el mayor emisor de CO2 del mundo, y responde por casi el 30% del total global. La nueva promesa de Xi, por ende, es una medida estratégica calculada que no sólo sorprendió a las audiencias doméstica e internacional por igual, sino que también promovió significativamente la agenda climática global de largo plazo.
Después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunciara su intención de retirar a Estados Unidos del acuerdo de París en junio de 2017, la UE fue por poco tiempo un líder climático solitario. China, Japón y Corea del Sur ahora se le han sumado, pero la UE –al igual que otros- todavía tiene que hacer que su objetivo de neutralidad climática sea legalmente vinculante. El ambicioso compromiso de China ahora ha vuelto a colocar la pelota en el campo de Europa. La UE debería retomar a partir de la última jugada de China y hacer que su promesa climática para 2050 sea obligatoria durante la presidencia alemana, que expira a fines de 2020.
BEIJING – En su discurso filmado ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre, el presidente chino, Xi Jinping, anunció una leve mejora de la promesa que hizo para el acuerdo climático de París de 2015: las emisiones de dióxido de carbono nacionales deberían alcanzar un pico antes de 2030 en lugar de alrededor de 2030. Tal vez no parezca gran cosa; sin embargo, junto con la declaración adicional de Xi de que China apunta a ser neutral en carbono antes de 2060, el discurso envió ondas expansivas positivas a todo el mundo de políticas climáticas.
Décadas de crecimiento impresionante del PIB han convertido a China en la segunda economía más grande del mundo, mayor que las tres siguientes combinadas (Japón, Alemania e India). Pero el mundo exterior todavía suele asociar a China con la dependencia del carbón, con crecientes emisiones de CO2 y con contaminación ambiental –y con justa razón.
China, en consecuencia, probablemente sea la primera superpotencia “híbrida” de la era moderna: un líder global que todavía no tiene una economía plenamente avanzada. Y la promesa climática de dos fases de Xi refleja la manera en que los propios chinos ven su condición híbrida.
Las ambiciones climáticas más modestas del país hasta 2030 reflejan la persistencia de la mentalidad de país en desarrollo de su población. Después de todo, muchos chinos, y especialmente el liderazgo actual, todavía recuerdan vívidamente cómo es crecer en un país pobre y atrasado. Pero ahora que se espera que China se convierta en un país de altos ingresos en 2030, esa mentalidad está dando paso a una mentalidad de “superpotencia en ascenso”, lo que ayuda a explicar por qué China apunta a volverse neutral en carbono apenas diez años después de la Unión Europea.
Es cierto, la nueva meta climática de China para 2060 hoy es sólo una ambición, no una política legislada. Pero se espera que las administraciones futuras tomen en serio la promesa de Xi.
La magnitud de la tarea no se puede subestimar. China hoy apunta a eliminar unos diez mil millones de toneladas de emisiones anuales de CO2 –casi un tercio del total global- de 2030 en adelante, lo que equivale a descarbonizar toda la economía francesa cada año durante 30 años. Tarde o temprano, China no tendrá más opción que redoblar sus esfuerzos de mitigación climática en todos los sectores, particularmente la energía, la industria, el transporte y la agricultura.
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Pero hay motivos para ser optimistas sobre las perspectivas de China para una transición verde exitosa. Al ser el mayor mercado de energía limpia del mundo, el país tiene más de un tercio de la capacidad eólica y solar instalada del mundo, y (a fines de 2019) casi la mitad de todos los vehículos eléctricos.
Es más, el impresionante historial de incremento de las tecnologías de energía limpia de China significa que su promesa reciente de emisiones cero neto debería impulsar aún más la revolución de bajo carbono en marcha en todo el mundo. Por ejemplo, si China decide aumentar su ambición de una economía de hidrógeno, es difícil imaginar que la UE, Japón, Corea del Sur y otras economías avanzadas importantes no sigan sus pasos para mantener su competitividad.
Por supuesto, para 2060 falta muchísimo, de manera que el mundo escudriñará ansiosamente si la promesa de Xi se traduce en medidas concretas en el inminente XIV Plan Quinquenal de China, que cubre el período 2021-25. Optimizar las inversiones en el sector energético chino para 2060 exige que las emisiones nacionales de CO2 alcancen un pico lo antes posible. Pero a las autoridades de China –especialmente a los gobernadores provinciales- tal vez les cueste equilibrar este interés estratégico de largo plazo y los réditos económicos de corto plazo derivados de inversiones de uso intensivo de carbono.
La comunidad internacional –y la UE en particular- podrían ayudar a China a avanzar involucrándola en una coalición de voluntades para una acción climática. Este grupo también podría incluir a Japón y Corea del Sur, cuyas promesas de alcanzar una neutralidad de carbono en 2050 cubren todos los gases de efecto invernadero.
La política climática china se beneficiaría de un esfuerzo global de estas características. El anuncio reciente de China notablemente omitió cualquier mención a las inversiones del país en el exterior, sobre todo en países que participan en la iniciativa insignia de Xi Un Cinturón, Una Ruta (BRI) de proyectos de infraestructura transnacionales. China hasta ahora ha canalizado gran parte de su inversión BRI en proyectos de combustibles fósiles, aunque la iniciativa ha empezado a invertir más en renovables.
Dicho esto, las inversiones BRI son responsabilidad de los países anfitriones, así como de China, de modo que enverdecer las inversiones de la iniciativa requiere un empuje de ambas partes –si no global-. Es alentador pensar que la victoria de Joe Biden en la reciente elección presidencial de Estados Unidos pueda augurar una revocación de la tendencia de desglobalización en curso, lo cual no sólo podría estabilizar un orden internacional basado en reglas, sino también fomentar la inversión en infraestructura sustentable en muchas partes del mundo.
Ahora bien, Estados Unidos, la mayor economía del mundo y el segundo mayor emisor de CO2, es el elefante en la habitación –y Xi sin duda hizo su promesa climática pensando en Estados Unidos-. Al sumarse al acuerdo de París, China ayudó al presidente Barack Obama a dejar un legado en materia de política climática, a cambio de relaciones sino-norteamericanas menos contenciosas. Pero, aunque Biden haya prometido volver a sumarse al acuerdo de París el primer día de su gobierno, los líderes de China tienen la sensación de que Estados Unidos ahora tiene poco interés en trabajar en conjunto sobre cuestiones climáticas.
En otras palabras, China ha mejorado drástica y unilateralmente sus ambiciones climáticas de largo plazo sin pedirle nada a cambio a Estados Unidos (o, para el caso, a la UE). Con esta actitud, suscribió firmemente las políticas que ha abrazado la UE y colocó a Biden en una posición incómoda. Con la población norteamericana dividida y la ciencia climática politizada, el solo hecho de volver a sumarse al acuerdo de París no hará que Estados Unidos se convierta en un actor confiable en la política climática internacional.
China, mientras tanto, es el mayor emisor de CO2 del mundo, y responde por casi el 30% del total global. La nueva promesa de Xi, por ende, es una medida estratégica calculada que no sólo sorprendió a las audiencias doméstica e internacional por igual, sino que también promovió significativamente la agenda climática global de largo plazo.
Después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunciara su intención de retirar a Estados Unidos del acuerdo de París en junio de 2017, la UE fue por poco tiempo un líder climático solitario. China, Japón y Corea del Sur ahora se le han sumado, pero la UE –al igual que otros- todavía tiene que hacer que su objetivo de neutralidad climática sea legalmente vinculante. El ambicioso compromiso de China ahora ha vuelto a colocar la pelota en el campo de Europa. La UE debería retomar a partir de la última jugada de China y hacer que su promesa climática para 2050 sea obligatoria durante la presidencia alemana, que expira a fines de 2020.