SAN DIEGO – Si John D. Rockefeller viviera, ya hubiera instalado un Google Nest —el innovador termostato inteligente— en su casa; el magnate del petróleo, notoriamente ahorrativo, hubiera abrazado con entusiasmo esa oportunidad para reducir su factura eléctrica.
Las empresas eléctricas tradicionales, desde ExxonMobil (descendiente directa de la Standard Oil Company de Rockefeller) hasta las proveedoras locales de electricidad, están adoptando los avances de las grandes tecnológicas con una combinación de esperanza y temor. ¿Serán empresas como Google, Amazon y Meta las que jubilen a los encargados de controlar los medidores de electricidad y a sus jefes? Y si lo logran, ¿quiénes saldrán beneficiados?
Las grandes tecnológicas ya han demostrado su propensión a trastocar las cosas: hace apenas 25 años, un «gúgol» —que sirvió de inspiración al nombre del motor de búsqueda— era un número increíblemente grande, una nube era un manchón blanco en el cielo y 5G, una fila del estacionamiento. En las décadas que siguieron, las empresas tecnológicas revolucionaron tanto a los sectores mayoristas como minoristas.
Pensemos en las farmacias, que dependían de que sus clientes esperasen pacientemente a que les recetaran medicamentos y hacían fila para recibirlos. Ahora hay empresas como Hims y Hers que envían de un día para otro, y de manera confidencial, medicamentos para calmar la ansiedad, hacer crecer el cabello o pensar en ir a la cama para no dormir. Por otra parte, One Medical, que Amazon compró el año pasado, ofrece atención virtual a pedido las 24 horas, y citas médicas en el día o al día siguiente (una proeza, considerando que el tiempo promedio de espera para ver a un médico en las grandes ciudades estadounidenses es de más de tres semanas). No sorprende entonces que los márgenes de beneficio de las farmacias tradicionales hayan caído, lo que llevó a Rite-Aid a la quiebra.
Además de mejorar el acceso a la atención médica, el mundo también necesita energía más eficiente y confiable; demasiada gente queda a oscuras con excesiva frecuencia y por demasiado tiempo. Incluso en países desarrollados como Estados Unidos, la duración de los apagones se duplicó entre 2013 y 2021: pasó de 3,5 horas a más de 7, y su frecuencia aumentó casi el 20 %. No sorprende entonces que el fulgor de las empresas eléctricas locales haya perdido intensidad a ojos de los estadounidenses. El 71 % afirma que cambiaría de proveedor y las demás empresas se quejan de que los apagones les cuestan USD 150 000 millones cada año.
Eso no implica que la culpa sea solo suya, en EE. UU. los políticos locales y estatales, junto con los reguladores, fijan sus precios y beneficios mientras demoran las mejoras de capital. Y el Departamento de Energía de EE. UU. demora, en promedio, unos cinco años para evaluar los nuevos proyectos, lo que implica que haya una capacidad en espera de 2000 gigavatios al año.
Las empresas tecnológicas con rápido crecimiento y valuadas en millones de millones de dólares no pueden darse el lujo de quedarse sin luz, por lo que están tomando cartas en el asunto. La cartera de energías limpias de Amazon —que incluye proyectos de energía solar y eólica en más de 20 estados de EE. UU. y 27 países— ya puede brindar electricidad a 7,2 millones de hogares estadounidenses cada año. En el campo geotérmico de Blue Mountain, en Nevada, Google trabaja con Fervo —una empresa emergente dedicada a las energías limpias— para producir la electricidad que requieren los centros de datos del gigante tecnológico aprovechando el calor atrapado bajo las rocas del período jurásico.
A diferencia de las empresas públicas que arrastran plantas generadoras antiguas que deberán desmantelar, las empresas tecnológicas pueden empezar de cero. En la región central de Estados Unidos las plantas con turbinas a combustible tienen una antigüedad promedio de casi 70 años. De hecho, en Whiting, Wisconsin, hay instalaciones hidroeléctricas de 1891 (40 años antes de que conectaran al actor Boris Karloff a los electrodos encargados de conducir rayos en la versión original de Frankenstein).
Aunque las empresas tecnológicas actuaron por puro interés para crear nuevas fuentes de electricidad, están apuntando a los consumidores residenciales. Afortunadamente, los gigantes tecnológicos ya son bienvenidos en los hogares: Amazon pasó de entregar cajas marrones de libros a responder preguntas con Alexa y registrar la actividad de los timbres de las puertas con cámaras Ring.
Recientemente Google combinó Nest Renew —un servicio que permite a los usuarios optimizar el consumo eléctrico— con las operaciones de software de OhmConnect para alinear el consumo energético de los hogares en todo el país. La nueva empresa, Renew Home, le pagará a la gente por bajar los termostatos y apagar las luces durante las horas pico (e incluso, cuando se la combine con pronósticos meteorológicos que usen inteligencia artificial, antes de que se desaten tormentas eléctricas).
Los ejecutivos de las empresas públicas eléctricas tradicionales debieran responder a estos audaces magos de la tecnología —poseedores, además, de amplios bolsillos— volviendo a mirar la segunda parte de El padrino y prestando atención al consejo del jefe de la mafia Michael Corleone: «mantén cerca a tus amigos... y a tus enemigos, aún más». Al mismo tiempo, debieran centrarse en mejorar la comunicación con sus clientes. ¿Alguna vez las empresas de servicios públicos le enviaron un boletín informativo, el enlace a una película o una docena de rosas? ¿O solo nos vienen a la mente cuando tenemos una queja, ya sea porque nos quedamos sin luz o por el medidor que fisgonea desde el patio?
Finalmente, las empresas de servicios públicos debieran trabajar con los gigantes tecnológicos para mejorar su eficiencia. Hace unas semanas Southern Company anunció un acuerdo con SmartThings, de Samsung, para crear un laboratorio de innovación orientado a fomentar la comunicación entre los controles remotos de garajes, lavavajillas y refrigeradores inteligentes para ahorrar electricidad. En San Diego, la empresa de servicios públicos Sempra se asoció con Fermata Energy para que los vehículos eléctricos puedan vender la electricidad de sus baterías a la red en los momentos de demanda máxima.
Desde Rockefeller y Thomas Edison, las empresas de servicios públicos siempre han sido el amigo confiable de los inversores, el cliché favorito de las viudas en pos de dividendos, y de otros inversores aversos al riesgo. Más allá del cambio climático, el sector se está caldeando... y con la entrada de los gigantes tecnológicos, hay chispas en el aire.
Traducción al español por Ant-Translation
SAN DIEGO – Si John D. Rockefeller viviera, ya hubiera instalado un Google Nest —el innovador termostato inteligente— en su casa; el magnate del petróleo, notoriamente ahorrativo, hubiera abrazado con entusiasmo esa oportunidad para reducir su factura eléctrica.
Las empresas eléctricas tradicionales, desde ExxonMobil (descendiente directa de la Standard Oil Company de Rockefeller) hasta las proveedoras locales de electricidad, están adoptando los avances de las grandes tecnológicas con una combinación de esperanza y temor. ¿Serán empresas como Google, Amazon y Meta las que jubilen a los encargados de controlar los medidores de electricidad y a sus jefes? Y si lo logran, ¿quiénes saldrán beneficiados?
Las grandes tecnológicas ya han demostrado su propensión a trastocar las cosas: hace apenas 25 años, un «gúgol» —que sirvió de inspiración al nombre del motor de búsqueda— era un número increíblemente grande, una nube era un manchón blanco en el cielo y 5G, una fila del estacionamiento. En las décadas que siguieron, las empresas tecnológicas revolucionaron tanto a los sectores mayoristas como minoristas.
Pensemos en las farmacias, que dependían de que sus clientes esperasen pacientemente a que les recetaran medicamentos y hacían fila para recibirlos. Ahora hay empresas como Hims y Hers que envían de un día para otro, y de manera confidencial, medicamentos para calmar la ansiedad, hacer crecer el cabello o pensar en ir a la cama para no dormir. Por otra parte, One Medical, que Amazon compró el año pasado, ofrece atención virtual a pedido las 24 horas, y citas médicas en el día o al día siguiente (una proeza, considerando que el tiempo promedio de espera para ver a un médico en las grandes ciudades estadounidenses es de más de tres semanas). No sorprende entonces que los márgenes de beneficio de las farmacias tradicionales hayan caído, lo que llevó a Rite-Aid a la quiebra.
Además de mejorar el acceso a la atención médica, el mundo también necesita energía más eficiente y confiable; demasiada gente queda a oscuras con excesiva frecuencia y por demasiado tiempo. Incluso en países desarrollados como Estados Unidos, la duración de los apagones se duplicó entre 2013 y 2021: pasó de 3,5 horas a más de 7, y su frecuencia aumentó casi el 20 %. No sorprende entonces que el fulgor de las empresas eléctricas locales haya perdido intensidad a ojos de los estadounidenses. El 71 % afirma que cambiaría de proveedor y las demás empresas se quejan de que los apagones les cuestan USD 150 000 millones cada año.
Eso no implica que la culpa sea solo suya, en EE. UU. los políticos locales y estatales, junto con los reguladores, fijan sus precios y beneficios mientras demoran las mejoras de capital. Y el Departamento de Energía de EE. UU. demora, en promedio, unos cinco años para evaluar los nuevos proyectos, lo que implica que haya una capacidad en espera de 2000 gigavatios al año.
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Las empresas tecnológicas con rápido crecimiento y valuadas en millones de millones de dólares no pueden darse el lujo de quedarse sin luz, por lo que están tomando cartas en el asunto. La cartera de energías limpias de Amazon —que incluye proyectos de energía solar y eólica en más de 20 estados de EE. UU. y 27 países— ya puede brindar electricidad a 7,2 millones de hogares estadounidenses cada año. En el campo geotérmico de Blue Mountain, en Nevada, Google trabaja con Fervo —una empresa emergente dedicada a las energías limpias— para producir la electricidad que requieren los centros de datos del gigante tecnológico aprovechando el calor atrapado bajo las rocas del período jurásico.
A diferencia de las empresas públicas que arrastran plantas generadoras antiguas que deberán desmantelar, las empresas tecnológicas pueden empezar de cero. En la región central de Estados Unidos las plantas con turbinas a combustible tienen una antigüedad promedio de casi 70 años. De hecho, en Whiting, Wisconsin, hay instalaciones hidroeléctricas de 1891 (40 años antes de que conectaran al actor Boris Karloff a los electrodos encargados de conducir rayos en la versión original de Frankenstein).
Aunque las empresas tecnológicas actuaron por puro interés para crear nuevas fuentes de electricidad, están apuntando a los consumidores residenciales. Afortunadamente, los gigantes tecnológicos ya son bienvenidos en los hogares: Amazon pasó de entregar cajas marrones de libros a responder preguntas con Alexa y registrar la actividad de los timbres de las puertas con cámaras Ring.
Recientemente Google combinó Nest Renew —un servicio que permite a los usuarios optimizar el consumo eléctrico— con las operaciones de software de OhmConnect para alinear el consumo energético de los hogares en todo el país. La nueva empresa, Renew Home, le pagará a la gente por bajar los termostatos y apagar las luces durante las horas pico (e incluso, cuando se la combine con pronósticos meteorológicos que usen inteligencia artificial, antes de que se desaten tormentas eléctricas).
Los ejecutivos de las empresas públicas eléctricas tradicionales debieran responder a estos audaces magos de la tecnología —poseedores, además, de amplios bolsillos— volviendo a mirar la segunda parte de El padrino y prestando atención al consejo del jefe de la mafia Michael Corleone: «mantén cerca a tus amigos... y a tus enemigos, aún más». Al mismo tiempo, debieran centrarse en mejorar la comunicación con sus clientes. ¿Alguna vez las empresas de servicios públicos le enviaron un boletín informativo, el enlace a una película o una docena de rosas? ¿O solo nos vienen a la mente cuando tenemos una queja, ya sea porque nos quedamos sin luz o por el medidor que fisgonea desde el patio?
Finalmente, las empresas de servicios públicos debieran trabajar con los gigantes tecnológicos para mejorar su eficiencia. Hace unas semanas Southern Company anunció un acuerdo con SmartThings, de Samsung, para crear un laboratorio de innovación orientado a fomentar la comunicación entre los controles remotos de garajes, lavavajillas y refrigeradores inteligentes para ahorrar electricidad. En San Diego, la empresa de servicios públicos Sempra se asoció con Fermata Energy para que los vehículos eléctricos puedan vender la electricidad de sus baterías a la red en los momentos de demanda máxima.
Desde Rockefeller y Thomas Edison, las empresas de servicios públicos siempre han sido el amigo confiable de los inversores, el cliché favorito de las viudas en pos de dividendos, y de otros inversores aversos al riesgo. Más allá del cambio climático, el sector se está caldeando... y con la entrada de los gigantes tecnológicos, hay chispas en el aire.
Traducción al español por Ant-Translation