STANFORD – Los presidentes, como los mariscales de campo o los goleadores, suelen recibir demasiado crédito cuando las cosas van bien y demasiadas culpas cuando van mal. Como ocurre con las estrellas del deporte, esta característica de la vida pública es, en su mayor parte, ajena a su control, pero cuando son los propios presidentes quienes procuran exagerar su contribución a los éxitos —o minimizar los fracasos— que percibe la gente, su credibilidad puede sufrir fácilmente por ello (especialmente cuando los medios de difusión le dan el gusto a su afición por exagerar). El presidente estadounidense Joe Biden se está convirtiendo en un claro ejemplo de ello.
STANFORD – Los presidentes, como los mariscales de campo o los goleadores, suelen recibir demasiado crédito cuando las cosas van bien y demasiadas culpas cuando van mal. Como ocurre con las estrellas del deporte, esta característica de la vida pública es, en su mayor parte, ajena a su control, pero cuando son los propios presidentes quienes procuran exagerar su contribución a los éxitos —o minimizar los fracasos— que percibe la gente, su credibilidad puede sufrir fácilmente por ello (especialmente cuando los medios de difusión le dan el gusto a su afición por exagerar). El presidente estadounidense Joe Biden se está convirtiendo en un claro ejemplo de ello.