MELBOURNE – Si se mide con cualquier estándar razonable, Australia está muy lejos de la mayoría de los demás países. Sídney está más cerca del Polo Sur que de Singapur. Volar en vuelo directo desde Washington, DC, o de Bruselas a Canberra sigue estando más allá de nuestras capacidades técnicas; siempre hay una escala en algún punto.
De todos modos, para mejor y para peor, la geografía es menos importante de lo que solía ser. Puede que Australia sea remota, pero está muy presente en el mundo. De hecho, ya está en la primera línea de dos retos globales que darán forma a la agenda internacional en las décadas venideras. Pase un par de días en el país y se dará cuenta rápidamente de que su debate político gira en torno a China y al cambio climático, y a veces una combinación de ambos. Muy pronto lo mismo valdrá para muchos otros países del planeta.
De entre las democracias del mundo, Australia es quizás la que más depende de China en lo económico. Es el mayor exportador neto de carbón del mundo, y China es su principal cliente. En consecuencia, depende más de las exportaciones de combustibles fósiles que muchos otros países, por lo que tiene más que perder a medida que el cambio climático se vaya cobrando sus costes en el mundo real.
Aun así, la economía australiana es la única de entre los países industrializados que ha crecido continuamente durante casi tres décadas sin sufrir una recesión. Sus gobiernos implementaron reformas para abrir la economía justo en el momento en que China iniciaba su meteórico ascenso. Por 30 años, gracias a sus abundantes reservas energéticas y otros recursos, ha podido surfear la creciente ola de la demanda china.
Era una situación muy conveniente. Dada la proximidad geográfica de ambos países, los turistas e inmigrantes chinos comenzaron a llegar en tropel a Australia. Los estudiantes chinos se convirtieron en pilares de las universidades australianas. El dinero seguía y seguía llegando, y los precios de los bienes raíces australianos subían a la par.
Pero entonces China se volvió más asertiva en sus políticas económica y de asuntos exteriores. Los periodistas comenzaron a exponer lo que parecían intentos de actores chinos de comprar influencia política en Australia. Y estas revelaciones llevaron a cuestionamientos sobre si los planes de estudio de las universidades australianas evitaban temas que pudieran irritar a China (y a los estudiantes chinos).
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En cualquier caso, los australianos cayeron en cuenta repentinamente de que su estrecha dependencia de China había vuelto vulnerable a su país. Desde entonces, las autoridades australianas han buscado abordar el problema. En agosto de 2018, se convirtió en el primer país de Occidente en indicar que no permitirá que proveedores chinos presten suministro a su futura red 5G (aunque la declaración del gobierno no menciona explícitamente a ningún país, su significado es evidente).
Al gobierno chino esto no le hizo ninguna gracia. Desde entonces se han congelado los contactos bilaterales de alto nivel, aunque los vínculos económicos se han mantenido intactos. Los australianos se sienten cada vez nerviosos acerca del futuro. ¿Seguirá fluyendo libremente el dinero chino o comenzará el régimen chino a usar la dependencia económica de Australia como un arma, como lo ha hecho ya con Japón y Corea del Sur?
Frente a estas nuevas presiones, Australia se ha vuelto cada vez más dependiente de su relación de seguridad con los Estados Unidos. Sin embargo, en circunstancias en que las relaciones sino-estadounidenses se están deteriorando, no está claro si Australia podrá maniobrar entre la Escila y la Caribdis del siglo veintiuno. Si causara la ira de una de las dos potencias, o de ambas al mismo tiempo, probablemente se acabaría su larga luna de miel económica.
Para complicar más las cosas se ha añadido el desafío climático. Mientras los primeros ministros australianos previos sudaron la gota gorda para desarrollar un plan climático y energético realista, se ha acusado al actual gobierno de abordar el tema con excesiva lentitud. En efecto, el Primer Ministro Scott Morrison se hizo conocido por andar saludando con un trozo de carbón para demostrar que no había nada que temer. Tras un largo “Verano negro” de incendios forestales sin precedentes, es poco probable que repita el numerito.
Del mismo modo como Australia debe afrontar su peligrosa dependencia de China, debe tomarse más en serio el cambio climático. Ninguno de estos problemas se podrá solucionar con medidas fáciles, y otras democracias occidentales que dependen económicamente de China no estarán libres de dilemas similares.
Para bien y para mal, la experiencia de Australia tiene lecciones valiosas para todos nosotros. Es el canario en la mina de carbón. Las autoridades y líderes políticos de todo el mundo deben embarcarse en una evaluación honesta de los riesgos que plantean una China en ascenso y el calentamiento global, y todos debemos comenzar a eliminar gradualmente el consumo de combustibles fósiles. Australia hoy se encuentra a la vanguardia de estos dos importantes asuntos. Muy pronto el resto de nosotros nos veremos en la misma situación.
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Not only did Donald Trump win last week’s US presidential election decisively – winning some three million more votes than his opponent, Vice President Kamala Harris – but the Republican Party he now controls gained majorities in both houses on Congress. Given the far-reaching implications of this result – for both US democracy and global stability – understanding how it came about is essential.
By voting for Republican candidates, working-class voters effectively get to have their cake and eat it, expressing conservative moral preferences while relying on Democrats to fight for their basic economic security. The best strategy for Democrats now will be to permit voters to face the consequences of their choice.
urges the party to adopt a long-term strategy aimed at discrediting the MAGA ideology once and for all.
MELBOURNE – Si se mide con cualquier estándar razonable, Australia está muy lejos de la mayoría de los demás países. Sídney está más cerca del Polo Sur que de Singapur. Volar en vuelo directo desde Washington, DC, o de Bruselas a Canberra sigue estando más allá de nuestras capacidades técnicas; siempre hay una escala en algún punto.
De todos modos, para mejor y para peor, la geografía es menos importante de lo que solía ser. Puede que Australia sea remota, pero está muy presente en el mundo. De hecho, ya está en la primera línea de dos retos globales que darán forma a la agenda internacional en las décadas venideras. Pase un par de días en el país y se dará cuenta rápidamente de que su debate político gira en torno a China y al cambio climático, y a veces una combinación de ambos. Muy pronto lo mismo valdrá para muchos otros países del planeta.
De entre las democracias del mundo, Australia es quizás la que más depende de China en lo económico. Es el mayor exportador neto de carbón del mundo, y China es su principal cliente. En consecuencia, depende más de las exportaciones de combustibles fósiles que muchos otros países, por lo que tiene más que perder a medida que el cambio climático se vaya cobrando sus costes en el mundo real.
Aun así, la economía australiana es la única de entre los países industrializados que ha crecido continuamente durante casi tres décadas sin sufrir una recesión. Sus gobiernos implementaron reformas para abrir la economía justo en el momento en que China iniciaba su meteórico ascenso. Por 30 años, gracias a sus abundantes reservas energéticas y otros recursos, ha podido surfear la creciente ola de la demanda china.
Era una situación muy conveniente. Dada la proximidad geográfica de ambos países, los turistas e inmigrantes chinos comenzaron a llegar en tropel a Australia. Los estudiantes chinos se convirtieron en pilares de las universidades australianas. El dinero seguía y seguía llegando, y los precios de los bienes raíces australianos subían a la par.
Pero entonces China se volvió más asertiva en sus políticas económica y de asuntos exteriores. Los periodistas comenzaron a exponer lo que parecían intentos de actores chinos de comprar influencia política en Australia. Y estas revelaciones llevaron a cuestionamientos sobre si los planes de estudio de las universidades australianas evitaban temas que pudieran irritar a China (y a los estudiantes chinos).
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En cualquier caso, los australianos cayeron en cuenta repentinamente de que su estrecha dependencia de China había vuelto vulnerable a su país. Desde entonces, las autoridades australianas han buscado abordar el problema. En agosto de 2018, se convirtió en el primer país de Occidente en indicar que no permitirá que proveedores chinos presten suministro a su futura red 5G (aunque la declaración del gobierno no menciona explícitamente a ningún país, su significado es evidente).
Al gobierno chino esto no le hizo ninguna gracia. Desde entonces se han congelado los contactos bilaterales de alto nivel, aunque los vínculos económicos se han mantenido intactos. Los australianos se sienten cada vez nerviosos acerca del futuro. ¿Seguirá fluyendo libremente el dinero chino o comenzará el régimen chino a usar la dependencia económica de Australia como un arma, como lo ha hecho ya con Japón y Corea del Sur?
Frente a estas nuevas presiones, Australia se ha vuelto cada vez más dependiente de su relación de seguridad con los Estados Unidos. Sin embargo, en circunstancias en que las relaciones sino-estadounidenses se están deteriorando, no está claro si Australia podrá maniobrar entre la Escila y la Caribdis del siglo veintiuno. Si causara la ira de una de las dos potencias, o de ambas al mismo tiempo, probablemente se acabaría su larga luna de miel económica.
Para complicar más las cosas se ha añadido el desafío climático. Mientras los primeros ministros australianos previos sudaron la gota gorda para desarrollar un plan climático y energético realista, se ha acusado al actual gobierno de abordar el tema con excesiva lentitud. En efecto, el Primer Ministro Scott Morrison se hizo conocido por andar saludando con un trozo de carbón para demostrar que no había nada que temer. Tras un largo “Verano negro” de incendios forestales sin precedentes, es poco probable que repita el numerito.
Del mismo modo como Australia debe afrontar su peligrosa dependencia de China, debe tomarse más en serio el cambio climático. Ninguno de estos problemas se podrá solucionar con medidas fáciles, y otras democracias occidentales que dependen económicamente de China no estarán libres de dilemas similares.
Para bien y para mal, la experiencia de Australia tiene lecciones valiosas para todos nosotros. Es el canario en la mina de carbón. Las autoridades y líderes políticos de todo el mundo deben embarcarse en una evaluación honesta de los riesgos que plantean una China en ascenso y el calentamiento global, y todos debemos comenzar a eliminar gradualmente el consumo de combustibles fósiles. Australia hoy se encuentra a la vanguardia de estos dos importantes asuntos. Muy pronto el resto de nosotros nos veremos en la misma situación.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen