NUEVA YORK – El brutal asesinato de 20 niños y siete adultos en Newtown (Connecticut) nos sacude las entrañas como personas y requiere una respuesta como ciudadanos. Los Estados Unidos parecen ir tambaleándose de un asesinato en masa a otro: más o menos, uno al mes tan sólo este año. El fácil acceso a las armas en los EE.UU. propicia tasas espantosas de asesinatos en comparación con otras sociedades muy instruidas y ricas. Los Estados Unidos deben encontrar una vía mejor.
Otros países lo han hecho. Entre mediados del decenio de 1970 y mediados del de 1990, Australia tuvo varios tiroteos en masa. Después de una matanza particularmente horrible en 1996, un nuevo Primer Ministro, John Howard, declaró que ya bastaba. Emprendió una severa campaña sobre la propiedad de armas y obligó a los aspirantes a propietarios de armas a someterse a un riguroso proceso de solicitud y a documentar las razones por las que necesitarían un arma.
Ahora las condiciones para poseer un arma en Australia son muy estrictas y el proceso de registro y aprobación puede durar un año o más. El gobierno de Howard aplicó también una rigurosa política de “recompra”, para permitir al Estado comprar las armas ya poseídas por el público.
Esa política funcionó. Si bien la delincuencia violenta no se ha acabado en Australia, desde 1996 los asesinatos han disminuido y –lo que es aun más espectacular– no ha habido un solo tiroteo en masa en el que tres o más personas murieran (definición utilizada en muchos estudios de esos sucesos). Antes de la campaña, había habido 13 de esas matanzas en 18 años.
Sin embargo, los EE.UU. siguen negándose a actuar, aun después de la serie de incidentes espeluznantes de este año: la matanza en un cine de Colorado, un ataque a una comunidad sij en Milwaukee, otros en un centro comercial en Oregón y muchos más antes de la despiadada matanza de niños de primero de primaria y personal docente en Newtown. El grupo de presión de las armas en los EE.UU. sigue siendo poderoso y los políticos temen oponerse a él. En vista del tiroteo contra la entonces congresista Gabrielle Giffords en 2011, tal vez incluso teman también ser un blanco.
No cabe la menor duda de que algunas sociedades están más inmersas en la violencia que otras, aun teniendo en cuenta factores evidentes como los niveles de ingresos y de instrucción. La tasa de homicidios en los EE.UU. es unas cuatro veces la de sociedades comparables de la Europa occidental y las de Latinoamérica son incluso mayores (y espectacularmente superiores a las de los países asiáticos con un nivel de ingresos más o menos comparables). ¿Cómo se explican las tasas asombrosamente altas en los EE.UU. y en Latinoamérica?
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La violencia americana echa sus raíces en la Historia. Los EE.UU. y los países latinoamericanos son, todos ellos, sociedades de “conquista”, en las que los europeos gobernaron sociedades multirraciales. En muchos de esos países, incluidos los EE.UU., los conquistadores europeos y sus descendientes casi arrasaron las poblaciones indígenas, en parte mediante las enfermedades, pero también mediante la guerra, el hambre, las “marchas de la muerte” y los trabajos forzados.
En los EE.UU. y en muchos países latinoamericanos, la trata de seres humanos provocó también violencia en masa. Los esclavos –y generaciones de sus descendientes– padecieron matanzas de forma habitual.
En los EE.UU. se desarrolló la particular creencia populista de que la posesión de armas constituye una protección decisiva contra la tiranía del Estado. Los EE.UU. nacieron en una rebelión contra el poder imperial británico. Así, pues, el derecho de los ciudadanos a organizar milicias para luchar contra la tiranía estatal fue una idea fundacional del nuevo país, consagrada en la Segunda Enmienda de la Constitución de los EE.UU., según la cual, como un país necesita una milicia bien regulada, los ciudadanos tienen derecho a portar armas.
Como las milicias de ciudadanos son anacrónicas, ahora los propietarios de armas recurren a la segunda enmienda para defender la propiedad individual de armas, como si ofreciera en cierto modo una protección contra la tiranía. Un Tribunal Supremo imprudente y de derechas ha estado de acuerdo con ellos. A consecuencia de ello, la propiedad de armas ha pasado a estar perversamente vinculada con la libertad en la inmensa subcultura americana de la propiedad de armas.
Pero, en lugar de la protección de la libertad, hoy en día los americanos están padeciendo derramamientos de sangre en masa y miedo. La afirmación de que la propiedad de armas garantiza la libertad es particularmente absurda, en vista de que la mayoría de las democracias pujantes del mundo han adoptado desde hace mucho medidas severas contra la propiedad privada de armas. Desde las reformas del control de armas de Howard no ha surgido ningún tirano en Australia.
Dicho de forma sencilla, la libertad en el siglo XXI no depende de una propiedad de armas no regulada. De hecho, la tradición de las armas de los EE.UU. es una amenaza a la libertad, después del asesinato de un presidente, un senador y otros dirigentes públicos y de un sinfín de intentos de asesinato contra funcionarios públicos en los últimos decenios.
Sin embargo, la costumbre de la posesión de armas en los EE.UU. sigue siendo tan fuerte como poco documentada. Los Estados Unidos van tambaleándose de un desastre provocado por tiroteo al siguiente y en casi todas las ocasiones los políticos se apresuran a declarar su constante devoción a la propiedad de armas no regulada. De hecho, nadie sabe siquiera cuántas armas poseen los americanos. Se calcula que el número podría ser de unos 270 millones, es decir, casi una por persona por término medio. Según una encuesta de opinión reciente, el 47 por ciento de las familias tiene un arma en su hogar.
El tiroteo en Newtown no sólo fue particularmente espantoso y desgarrador, sino que, además, formó parte de un modelo cada vez más común: una clase concreta de asesinato-suicidio que los psicólogos y los psiquiatras han estudiado detenidamente. Los solitarios, con frecuencia con tendencias paranoides, cometen actos execrables como parte de su propio suicidio. Recurren a matanzas en masa de inocentes, cuidadosamente planeadas y escenificadas, para vengarse de la sociedad y glorificarse en el momento de quitarse la vida.
Los perpetradores no son delincuentes endurecidos; muchos de ellos no tienen antecedentes delictivos. Son lastimosos, trastornados y con frecuencia han peleado con la inestabilidad mental durante gran parte de su vida. Necesitan ayuda… y la sociedad debe mantener las armas fuera de su alcance.
Los Estados Unidos ya han sufrido unos 30 tiroteos en masa a lo largo de los 30 últimos años, incluidos los mortíferos doce de este año; cada uno de ellos es una tragedia que revuelve las entrañas para muchas familias. Y, sin embargo, todas las veces los propietarios de armas gritan que, si no pueden comprar armas de asalto y estuches de cien balas, se eliminará la libertad.
Con el baño de sangre de Newtown ha llegado el momento de dejar de alentar ese frenesí por las armas. Australia y otros países brindan modelos de cómo hacerlo: regular y limitar la propiedad de armas a los usos aprobados. Las libertades reales de los Estados Unidos dependen de una política pública juiciosa.
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Since Plato’s Republic 2,300 years ago, philosophers have understood the process by which demagogues come to power in free and fair elections, only to overthrow democracy and establish tyrannical rule. The process is straightforward, and we have now just watched it play out.
observes that philosophers since Plato have understood how tyrants come to power in free elections.
Despite being a criminal, a charlatan, and an aspiring dictator, Donald Trump has won not only the Electoral College, but also the popular vote – a feat he did not achieve in 2016 or 2020. A nihilistic voter base, profit-hungry business leaders, and craven Republican politicians are to blame.
points the finger at a nihilistic voter base, profit-hungry business leaders, and craven Republican politicians.
NUEVA YORK – El brutal asesinato de 20 niños y siete adultos en Newtown (Connecticut) nos sacude las entrañas como personas y requiere una respuesta como ciudadanos. Los Estados Unidos parecen ir tambaleándose de un asesinato en masa a otro: más o menos, uno al mes tan sólo este año. El fácil acceso a las armas en los EE.UU. propicia tasas espantosas de asesinatos en comparación con otras sociedades muy instruidas y ricas. Los Estados Unidos deben encontrar una vía mejor.
Otros países lo han hecho. Entre mediados del decenio de 1970 y mediados del de 1990, Australia tuvo varios tiroteos en masa. Después de una matanza particularmente horrible en 1996, un nuevo Primer Ministro, John Howard, declaró que ya bastaba. Emprendió una severa campaña sobre la propiedad de armas y obligó a los aspirantes a propietarios de armas a someterse a un riguroso proceso de solicitud y a documentar las razones por las que necesitarían un arma.
Ahora las condiciones para poseer un arma en Australia son muy estrictas y el proceso de registro y aprobación puede durar un año o más. El gobierno de Howard aplicó también una rigurosa política de “recompra”, para permitir al Estado comprar las armas ya poseídas por el público.
Esa política funcionó. Si bien la delincuencia violenta no se ha acabado en Australia, desde 1996 los asesinatos han disminuido y –lo que es aun más espectacular– no ha habido un solo tiroteo en masa en el que tres o más personas murieran (definición utilizada en muchos estudios de esos sucesos). Antes de la campaña, había habido 13 de esas matanzas en 18 años.
Sin embargo, los EE.UU. siguen negándose a actuar, aun después de la serie de incidentes espeluznantes de este año: la matanza en un cine de Colorado, un ataque a una comunidad sij en Milwaukee, otros en un centro comercial en Oregón y muchos más antes de la despiadada matanza de niños de primero de primaria y personal docente en Newtown. El grupo de presión de las armas en los EE.UU. sigue siendo poderoso y los políticos temen oponerse a él. En vista del tiroteo contra la entonces congresista Gabrielle Giffords en 2011, tal vez incluso teman también ser un blanco.
No cabe la menor duda de que algunas sociedades están más inmersas en la violencia que otras, aun teniendo en cuenta factores evidentes como los niveles de ingresos y de instrucción. La tasa de homicidios en los EE.UU. es unas cuatro veces la de sociedades comparables de la Europa occidental y las de Latinoamérica son incluso mayores (y espectacularmente superiores a las de los países asiáticos con un nivel de ingresos más o menos comparables). ¿Cómo se explican las tasas asombrosamente altas en los EE.UU. y en Latinoamérica?
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La violencia americana echa sus raíces en la Historia. Los EE.UU. y los países latinoamericanos son, todos ellos, sociedades de “conquista”, en las que los europeos gobernaron sociedades multirraciales. En muchos de esos países, incluidos los EE.UU., los conquistadores europeos y sus descendientes casi arrasaron las poblaciones indígenas, en parte mediante las enfermedades, pero también mediante la guerra, el hambre, las “marchas de la muerte” y los trabajos forzados.
En los EE.UU. y en muchos países latinoamericanos, la trata de seres humanos provocó también violencia en masa. Los esclavos –y generaciones de sus descendientes– padecieron matanzas de forma habitual.
En los EE.UU. se desarrolló la particular creencia populista de que la posesión de armas constituye una protección decisiva contra la tiranía del Estado. Los EE.UU. nacieron en una rebelión contra el poder imperial británico. Así, pues, el derecho de los ciudadanos a organizar milicias para luchar contra la tiranía estatal fue una idea fundacional del nuevo país, consagrada en la Segunda Enmienda de la Constitución de los EE.UU., según la cual, como un país necesita una milicia bien regulada, los ciudadanos tienen derecho a portar armas.
Como las milicias de ciudadanos son anacrónicas, ahora los propietarios de armas recurren a la segunda enmienda para defender la propiedad individual de armas, como si ofreciera en cierto modo una protección contra la tiranía. Un Tribunal Supremo imprudente y de derechas ha estado de acuerdo con ellos. A consecuencia de ello, la propiedad de armas ha pasado a estar perversamente vinculada con la libertad en la inmensa subcultura americana de la propiedad de armas.
Pero, en lugar de la protección de la libertad, hoy en día los americanos están padeciendo derramamientos de sangre en masa y miedo. La afirmación de que la propiedad de armas garantiza la libertad es particularmente absurda, en vista de que la mayoría de las democracias pujantes del mundo han adoptado desde hace mucho medidas severas contra la propiedad privada de armas. Desde las reformas del control de armas de Howard no ha surgido ningún tirano en Australia.
Dicho de forma sencilla, la libertad en el siglo XXI no depende de una propiedad de armas no regulada. De hecho, la tradición de las armas de los EE.UU. es una amenaza a la libertad, después del asesinato de un presidente, un senador y otros dirigentes públicos y de un sinfín de intentos de asesinato contra funcionarios públicos en los últimos decenios.
Sin embargo, la costumbre de la posesión de armas en los EE.UU. sigue siendo tan fuerte como poco documentada. Los Estados Unidos van tambaleándose de un desastre provocado por tiroteo al siguiente y en casi todas las ocasiones los políticos se apresuran a declarar su constante devoción a la propiedad de armas no regulada. De hecho, nadie sabe siquiera cuántas armas poseen los americanos. Se calcula que el número podría ser de unos 270 millones, es decir, casi una por persona por término medio. Según una encuesta de opinión reciente, el 47 por ciento de las familias tiene un arma en su hogar.
El tiroteo en Newtown no sólo fue particularmente espantoso y desgarrador, sino que, además, formó parte de un modelo cada vez más común: una clase concreta de asesinato-suicidio que los psicólogos y los psiquiatras han estudiado detenidamente. Los solitarios, con frecuencia con tendencias paranoides, cometen actos execrables como parte de su propio suicidio. Recurren a matanzas en masa de inocentes, cuidadosamente planeadas y escenificadas, para vengarse de la sociedad y glorificarse en el momento de quitarse la vida.
Los perpetradores no son delincuentes endurecidos; muchos de ellos no tienen antecedentes delictivos. Son lastimosos, trastornados y con frecuencia han peleado con la inestabilidad mental durante gran parte de su vida. Necesitan ayuda… y la sociedad debe mantener las armas fuera de su alcance.
Los Estados Unidos ya han sufrido unos 30 tiroteos en masa a lo largo de los 30 últimos años, incluidos los mortíferos doce de este año; cada uno de ellos es una tragedia que revuelve las entrañas para muchas familias. Y, sin embargo, todas las veces los propietarios de armas gritan que, si no pueden comprar armas de asalto y estuches de cien balas, se eliminará la libertad.
Con el baño de sangre de Newtown ha llegado el momento de dejar de alentar ese frenesí por las armas. Australia y otros países brindan modelos de cómo hacerlo: regular y limitar la propiedad de armas a los usos aprobados. Las libertades reales de los Estados Unidos dependen de una política pública juiciosa.
Traducción del inglés por Carlos Manzano.