Como especie, los seres humanos tienen un serio problema de autocontrol. Actualmente los humanos estamos pescando, cazando, talando y sembrando cultivos de manera tan agresiva en todas partes del mundo, que literalmente estamos expulsando a otras especies del planeta. Nuestro intenso deseo de obtener todo lo que podamos de la naturaleza deja muy poco para otras formas de vida.
En 1992, cuando los gobiernos del mundo prometieron por primera vez abordar el calentamiento global producido por el hombre, también ofrecieron prevenir la extinción de otras especies inducida por el ser humano. El Convenio sobre la Diversidad Biológica, acordado en la Cumbre para la Tierra de Río, establece que “la diversidad biológica es interés común de toda la humanidad”. Los signatarios acordaron conservar la diversidad biológica mediante la atención a las especies y sus hábitats, y utilizar los recursos biológicos (por ejemplo, los bosques) de manera sostenible. En 2002, los signatarios fueron más allá al comprometerse a alcanzar una “reducción significativa del ritmo de pérdida de la diversidad biológica” para 2010.
Desafortunadamente, como tantos otros acuerdos internacionales, el Convenio sobre la Diversidad Biológica sigue siendo prácticamente desconocido, no tiene quien lo promueva y no se ha cumplido. Ese descuido es una tragedia para la humanidad. Con un desembolso en efectivo muy bajo –y tal vez nulo a fin de cuentas --podríamos conservar la naturaleza y proteger de esa forma las bases de nuestras propias vidas y medios de subsistencia. Matamos a otras especies no porque tengamos que hacerlo, sino porque somos demasiado negligentes para hacer algo distinto.
Veamos un par de ejemplos notorios. Algunos países ricos como España, Portugal, Australia y Nueva Zelanda tienen flotas pesqueras que practican el llamado “arrastre de fondo”. Los buques de arrastre de fondo remolcan redes pesadas sobre el fondo del océano y al hacerlo destruyen especies marinas magníficas, desconocidas y en peligro de extinción. Ecosistemas complejos y únicos, particularmente los volcanes subterráneos conocidos como montañas submarinas, quedan despedazados porque el arrastre de fondo es la forma “de bajo costo” para pescar unas cuantas especies de peces de aguas profundas. Una de estas especies, el reloj anaranjado, se ha pescado desde hace apenas un cuarto de siglo, pero ya se está explotando hasta el punto del colapso.
De igual forma, en muchas partes del mundo las selvas tropicales se están talando para ocuparlas como tierras de pastoreo y para sembrar cultivos alimentarios. El resultado es una pérdida de hábitat y una destrucción de especies masivas, que rinden un beneficio económico pequeño a un costo social enorme. Después de talar una porción de selva tropical, los suelos a menudo pierden rápidamente sus nutrientes, de forma que no pueden sostener cultivos o pastos nutritivos para el ganado. Como resultado, las nuevas tierras de pastoreo y siembra se abandonan, sin que haya perspectivas de regeneración de la selva original y sus ecosistemas únicos.
Puesto que los costos de estas actividades son tan altos y sus beneficios tan escasos, sería fácil acabar con ellas. El arrastre de fondo debería prohibirse sencillamente; sería fácil y barato compensar a la industria pesquera durante la transición a otras actividades. Por otro lado, tal vez la mejor forma de detener la tala forestal sea con incentivos económicos, combinados acaso con límites regulatorios. Restringir simplemente la práctica de la tala tal vez no funcionaría, puesto que las familias y comunidades de agricultores estarían fuertemente tentadas a evadir los límites legales. Por otra parte, los incentivos económicos probablemente funcionarían, porque talar bosques para crear tierras de pastoreo no es lo suficientemente rentable para inducir a los agricultores a dejar de recibir pagos por proteger la tierra.
Muchos países con selvas tropicales se han unido en años recientes para sugerir que los países ricos establezcan un fondo de conservación de las selvas tropicales para pagarle a los pequeños agricultores pobres un poco de dinero para conservar la selva. Un fondo bien diseñado podría desacelerar o detener la deforestación, preservar la biodiversidad y reducir las emisiones de dióxido de carbono resultantes de la quema de las selvas taladas. Al mismo tiempo, los pequeños agricultores recibirían un flujo continuo de ingresos, que podrían utilizar en microinversiones para mejorar la riqueza, la educación y la salud de sus hogares.
Aparte de prohibir el arrastre de fondo y establecer un fondo global para evitar la deforestación, deberíamos designar una red global de áreas marinas protegidas en donde se prohíba, entre otras actividades dañinas, pescar, navegar, contaminar, dragar y perforar. Tales áreas no sólo permitirían la regeneración de las especies sino también proveerían beneficios ecológicos que se extenderían hacia las áreas vecinas no protegidas.
También necesitamos un proceso científico regular que le muestre al mundo evidencias de la abundancia de las especies y de su extinción, igual al proceso que actualmente tenemos en el caso del cambio climático. Los políticos no escuchan muy bien a los científicos que hablan individualmente, pero se ven obligados a escuchar cuando cientos de científicos hablan con una sola voz.
Por último, el mundo debería negociar un marco nuevo antes del 2010 para desacelerar el cambio climático provocado por el ser humano. Hay pocas dudas de que el cambio climático crea uno de los mayores riesgos para la viabilidad de las especies. A medida que el planeta se caliente y el patrón de las lluvias y las tormentas cambie dramáticamente, muchas especies se encontrarán en zonas climáticas que ya no puedan soportar su supervivencia. Algunas pueden migrar, pero es probable que otras (como los osos polares) se extingan a menos que tomemos acciones enérgicas para evitar el cambio climático.
Estas medidas se pueden alcanzar para el año 2010. Son asequible, y en cada caso generarían beneficios importantes netos en última instancia. Lo que es más importante, nos permitirían cumplir una promesa global. Es muy doloroso creer que el ser humano podría destruir millones de otras especies –y poner en riesgo nuestro propio futuro- en un ataque de distracción.
Como especie, los seres humanos tienen un serio problema de autocontrol. Actualmente los humanos estamos pescando, cazando, talando y sembrando cultivos de manera tan agresiva en todas partes del mundo, que literalmente estamos expulsando a otras especies del planeta. Nuestro intenso deseo de obtener todo lo que podamos de la naturaleza deja muy poco para otras formas de vida.
En 1992, cuando los gobiernos del mundo prometieron por primera vez abordar el calentamiento global producido por el hombre, también ofrecieron prevenir la extinción de otras especies inducida por el ser humano. El Convenio sobre la Diversidad Biológica, acordado en la Cumbre para la Tierra de Río, establece que “la diversidad biológica es interés común de toda la humanidad”. Los signatarios acordaron conservar la diversidad biológica mediante la atención a las especies y sus hábitats, y utilizar los recursos biológicos (por ejemplo, los bosques) de manera sostenible. En 2002, los signatarios fueron más allá al comprometerse a alcanzar una “reducción significativa del ritmo de pérdida de la diversidad biológica” para 2010.
Desafortunadamente, como tantos otros acuerdos internacionales, el Convenio sobre la Diversidad Biológica sigue siendo prácticamente desconocido, no tiene quien lo promueva y no se ha cumplido. Ese descuido es una tragedia para la humanidad. Con un desembolso en efectivo muy bajo –y tal vez nulo a fin de cuentas --podríamos conservar la naturaleza y proteger de esa forma las bases de nuestras propias vidas y medios de subsistencia. Matamos a otras especies no porque tengamos que hacerlo, sino porque somos demasiado negligentes para hacer algo distinto.
Veamos un par de ejemplos notorios. Algunos países ricos como España, Portugal, Australia y Nueva Zelanda tienen flotas pesqueras que practican el llamado “arrastre de fondo”. Los buques de arrastre de fondo remolcan redes pesadas sobre el fondo del océano y al hacerlo destruyen especies marinas magníficas, desconocidas y en peligro de extinción. Ecosistemas complejos y únicos, particularmente los volcanes subterráneos conocidos como montañas submarinas, quedan despedazados porque el arrastre de fondo es la forma “de bajo costo” para pescar unas cuantas especies de peces de aguas profundas. Una de estas especies, el reloj anaranjado, se ha pescado desde hace apenas un cuarto de siglo, pero ya se está explotando hasta el punto del colapso.
De igual forma, en muchas partes del mundo las selvas tropicales se están talando para ocuparlas como tierras de pastoreo y para sembrar cultivos alimentarios. El resultado es una pérdida de hábitat y una destrucción de especies masivas, que rinden un beneficio económico pequeño a un costo social enorme. Después de talar una porción de selva tropical, los suelos a menudo pierden rápidamente sus nutrientes, de forma que no pueden sostener cultivos o pastos nutritivos para el ganado. Como resultado, las nuevas tierras de pastoreo y siembra se abandonan, sin que haya perspectivas de regeneración de la selva original y sus ecosistemas únicos.
Puesto que los costos de estas actividades son tan altos y sus beneficios tan escasos, sería fácil acabar con ellas. El arrastre de fondo debería prohibirse sencillamente; sería fácil y barato compensar a la industria pesquera durante la transición a otras actividades. Por otro lado, tal vez la mejor forma de detener la tala forestal sea con incentivos económicos, combinados acaso con límites regulatorios. Restringir simplemente la práctica de la tala tal vez no funcionaría, puesto que las familias y comunidades de agricultores estarían fuertemente tentadas a evadir los límites legales. Por otra parte, los incentivos económicos probablemente funcionarían, porque talar bosques para crear tierras de pastoreo no es lo suficientemente rentable para inducir a los agricultores a dejar de recibir pagos por proteger la tierra.
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Aparte de prohibir el arrastre de fondo y establecer un fondo global para evitar la deforestación, deberíamos designar una red global de áreas marinas protegidas en donde se prohíba, entre otras actividades dañinas, pescar, navegar, contaminar, dragar y perforar. Tales áreas no sólo permitirían la regeneración de las especies sino también proveerían beneficios ecológicos que se extenderían hacia las áreas vecinas no protegidas.
También necesitamos un proceso científico regular que le muestre al mundo evidencias de la abundancia de las especies y de su extinción, igual al proceso que actualmente tenemos en el caso del cambio climático. Los políticos no escuchan muy bien a los científicos que hablan individualmente, pero se ven obligados a escuchar cuando cientos de científicos hablan con una sola voz.
Por último, el mundo debería negociar un marco nuevo antes del 2010 para desacelerar el cambio climático provocado por el ser humano. Hay pocas dudas de que el cambio climático crea uno de los mayores riesgos para la viabilidad de las especies. A medida que el planeta se caliente y el patrón de las lluvias y las tormentas cambie dramáticamente, muchas especies se encontrarán en zonas climáticas que ya no puedan soportar su supervivencia. Algunas pueden migrar, pero es probable que otras (como los osos polares) se extingan a menos que tomemos acciones enérgicas para evitar el cambio climático.
Estas medidas se pueden alcanzar para el año 2010. Son asequible, y en cada caso generarían beneficios importantes netos en última instancia. Lo que es más importante, nos permitirían cumplir una promesa global. Es muy doloroso creer que el ser humano podría destruir millones de otras especies –y poner en riesgo nuestro propio futuro- en un ataque de distracción.