COPENHAGUE – El sentido común fue una de las cosas que primero se perdió en la acalorada batalla acerca de la realidad del calentamiento global causado por el hombre. Por cerca de 20 años, un grupo de activistas argumentó -ante evidencias cada vez más claras- que el calentamiento global era un invento. Mientras tanto, sus oponentes exageraron el impacto probable del fenómeno y, en consecuencia, se obsesionaron dogmáticamente con que la reducción drástica y de corto plazo de las emisiones de carbono era la única solución, a pesar de las abrumadoras evidencias de que esto sería enormemente costoso e ineficaz.
Esta torpe guerra entre científicos, caracterizada por inmaduros epítetos lanzados por unos a los otros, tácticas innobles e intransigencia de ambas partes, no sólo dejó al público general confuso y asustado, sino que socavó los esfuerzos de las organizaciones más importantes que buscan determinar las bases científicas del cambio climático. Casi inevitablemente, en las cumbres internacionales de Kioto a Copenhague los gobiernos no lograron acordar ninguna medida de peso sobre el asunto.
Afortunadamente, parece estar surgiendo un grupo de científicos, economistas y políticos que representa un enfoque más sensato al respecto.
Como argumenté en 2007 en mi libro En frío (Cool It), la respuesta más racional al calentamiento global es hacer que las tecnologías energéticas alternativas se vuelvan tan baratas que todo el mundo pueda utilizarlas. A grandes rasgos, esto requiere un aumento deliberado y significativo del gasto destinado a investigación y desarrollo. Basándome en los recientes estudios de Isabel Galiana y Chris Green de la Universidad McGill, propongo un gasto total del 0,2% del PGB global, cerca de 100 mil millones de dólares al año.
Por supuesto, no hay soluciones que corrijan el cambio climático de la noche a la mañana, por lo que tenemos que centrarnos más en adaptarnos a sus efectos; por ejemplo, aumentar las formas de enfrentar las inundaciones tierra adentro y el efecto urbano de la "isla de calor". Al mismo tiempo, debemos explorar la aplicabilidad de una ingeniería climática, de la que podemos precisar para ganar más tiempo para abandonar los combustibles fósiles en una transición sin demasiados contratiempos.
Reconocer que el cambio climático causado por el hombre es real, pero argumentar que las reducciones de las emisiones de carbono no son la respuesta equivale adoptar una posición media en el debate sobre el tema, lo cual implica recibir ataques de ambos lados. Para los así llamados "alarmistas", señalar las insuficiencias de las reducciones drásticas a las emisiones es sinónimo de negar la realidad del cambio climático, mientras los "negacionistas" arremeten contra todo aquel que acepte la evidencia científica de este "mito".
No obstante, hay señales reconfortantes de que la minoría de voces sensatas de este debate está comenzando a recibir la atención que merece. A mediados de 2009, como parte de un proyecto del Centro del Consenso de Copenhague para evaluar diferentes respuestas al calentamiento global, Green y Galiana realizaron un análisis de coste-beneficio del gasto en I y D de tecnologías ecológicas. Green, que por largo tiempo ha promovido una respuesta al calentamiento global basada en la tecnología, demostró la eficacia de una política de inversión pública en I y D que apunte al desarrollo de nuevas tecnologías con bajas emisiones de carbono, haciendo que las actuales sean menos costosas y más eficaces, y ampliando la infraestructura energética, como las matrices inteligentes. En las claras palabras de Green y Galiana: "Ningún enfoque que busque la estabilización climática funcionará sin una revolución tecnológica".
Otro académico que ha promovido una respuesta más sensata al cambio climático es Roger Pielke, Jr. de la Universidad de Colorado, autor de The Climate Fix, libro sobre calentamiento climático publicado este año que se ha convertido en lectura obligatoria. Junto con Green, Pielke fue uno de los 14 académicos que escribieron en conjunto el "Hartwell Paper" en febrero, encargado por la London School of Economics y la Universidad de Oxford. La publicación abogó por el desarrollo de alternativas a los combustibles fósiles, la adopción de medidas para que el desarrollo económico no genere un caos ambiental y el reconocimiento de la importancia de adaptarse al cambio climático.
En los Estados Unidos fuimos testigos el mes pasado de avances igual de prometedores en el debate sobre el cambio climático, cuando el conservador American Enterprise Institute, la liberal Brookings Institution y el centrista Breakthrough Institute publicaron un informe conjunto que llamó a modernizar el sistema energético estadounidense para reducir el coste de las energías limpias.
Llamado “Post-Partisan Power” (Energía más allá de los partidismos), el informe argumenta de manera completa y convincente que el gobierno de EE.UU. debe invertir unos 25 mil millones de dólares al año (cerca de un 0,2% del PGB de EE.UU.) en adquisiciones militares que generen bajas emisiones de carbono, I y D y una nueva red de centros de innovación conjunta entre universidades y el sector privado para crear una "revolución energética".
Como era de esperar, esta sensata propuesta dio pie a ataques por parte de los "alarmistas" y "negacionistas" más apasionados. Sin embargo, resulta esperanzador (y sorprendente, dado el estado relativamente tóxico de la política estadounidense) el que concitara un amplio apoyo y comentarios inteligentes de varios líderes de opinión.
Como una contribución a todas estas voces, en noviembre se estrenará en los Estados Unidos el documental basado en mi libro "Cool It".
Es demasiado temprano como para sugerir que los políticos estén prontos a poner en práctica políticas genuinas sobre el cambio climático. Sin embargo, si consideramos la falta de sentido común que hemos padecido en los últimos años, el mero hecho de que ahora sea posible escuchar un coro de voces razonables es un verdadero milagro.
COPENHAGUE – El sentido común fue una de las cosas que primero se perdió en la acalorada batalla acerca de la realidad del calentamiento global causado por el hombre. Por cerca de 20 años, un grupo de activistas argumentó -ante evidencias cada vez más claras- que el calentamiento global era un invento. Mientras tanto, sus oponentes exageraron el impacto probable del fenómeno y, en consecuencia, se obsesionaron dogmáticamente con que la reducción drástica y de corto plazo de las emisiones de carbono era la única solución, a pesar de las abrumadoras evidencias de que esto sería enormemente costoso e ineficaz.
Esta torpe guerra entre científicos, caracterizada por inmaduros epítetos lanzados por unos a los otros, tácticas innobles e intransigencia de ambas partes, no sólo dejó al público general confuso y asustado, sino que socavó los esfuerzos de las organizaciones más importantes que buscan determinar las bases científicas del cambio climático. Casi inevitablemente, en las cumbres internacionales de Kioto a Copenhague los gobiernos no lograron acordar ninguna medida de peso sobre el asunto.
Afortunadamente, parece estar surgiendo un grupo de científicos, economistas y políticos que representa un enfoque más sensato al respecto.
Como argumenté en 2007 en mi libro En frío (Cool It), la respuesta más racional al calentamiento global es hacer que las tecnologías energéticas alternativas se vuelvan tan baratas que todo el mundo pueda utilizarlas. A grandes rasgos, esto requiere un aumento deliberado y significativo del gasto destinado a investigación y desarrollo. Basándome en los recientes estudios de Isabel Galiana y Chris Green de la Universidad McGill, propongo un gasto total del 0,2% del PGB global, cerca de 100 mil millones de dólares al año.
Por supuesto, no hay soluciones que corrijan el cambio climático de la noche a la mañana, por lo que tenemos que centrarnos más en adaptarnos a sus efectos; por ejemplo, aumentar las formas de enfrentar las inundaciones tierra adentro y el efecto urbano de la "isla de calor". Al mismo tiempo, debemos explorar la aplicabilidad de una ingeniería climática, de la que podemos precisar para ganar más tiempo para abandonar los combustibles fósiles en una transición sin demasiados contratiempos.
Reconocer que el cambio climático causado por el hombre es real, pero argumentar que las reducciones de las emisiones de carbono no son la respuesta equivale adoptar una posición media en el debate sobre el tema, lo cual implica recibir ataques de ambos lados. Para los así llamados "alarmistas", señalar las insuficiencias de las reducciones drásticas a las emisiones es sinónimo de negar la realidad del cambio climático, mientras los "negacionistas" arremeten contra todo aquel que acepte la evidencia científica de este "mito".
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No obstante, hay señales reconfortantes de que la minoría de voces sensatas de este debate está comenzando a recibir la atención que merece. A mediados de 2009, como parte de un proyecto del Centro del Consenso de Copenhague para evaluar diferentes respuestas al calentamiento global, Green y Galiana realizaron un análisis de coste-beneficio del gasto en I y D de tecnologías ecológicas. Green, que por largo tiempo ha promovido una respuesta al calentamiento global basada en la tecnología, demostró la eficacia de una política de inversión pública en I y D que apunte al desarrollo de nuevas tecnologías con bajas emisiones de carbono, haciendo que las actuales sean menos costosas y más eficaces, y ampliando la infraestructura energética, como las matrices inteligentes. En las claras palabras de Green y Galiana: "Ningún enfoque que busque la estabilización climática funcionará sin una revolución tecnológica".
Otro académico que ha promovido una respuesta más sensata al cambio climático es Roger Pielke, Jr. de la Universidad de Colorado, autor de The Climate Fix, libro sobre calentamiento climático publicado este año que se ha convertido en lectura obligatoria. Junto con Green, Pielke fue uno de los 14 académicos que escribieron en conjunto el "Hartwell Paper" en febrero, encargado por la London School of Economics y la Universidad de Oxford. La publicación abogó por el desarrollo de alternativas a los combustibles fósiles, la adopción de medidas para que el desarrollo económico no genere un caos ambiental y el reconocimiento de la importancia de adaptarse al cambio climático.
En los Estados Unidos fuimos testigos el mes pasado de avances igual de prometedores en el debate sobre el cambio climático, cuando el conservador American Enterprise Institute, la liberal Brookings Institution y el centrista Breakthrough Institute publicaron un informe conjunto que llamó a modernizar el sistema energético estadounidense para reducir el coste de las energías limpias.
Llamado “Post-Partisan Power” (Energía más allá de los partidismos), el informe argumenta de manera completa y convincente que el gobierno de EE.UU. debe invertir unos 25 mil millones de dólares al año (cerca de un 0,2% del PGB de EE.UU.) en adquisiciones militares que generen bajas emisiones de carbono, I y D y una nueva red de centros de innovación conjunta entre universidades y el sector privado para crear una "revolución energética".
Como era de esperar, esta sensata propuesta dio pie a ataques por parte de los "alarmistas" y "negacionistas" más apasionados. Sin embargo, resulta esperanzador (y sorprendente, dado el estado relativamente tóxico de la política estadounidense) el que concitara un amplio apoyo y comentarios inteligentes de varios líderes de opinión.
Como una contribución a todas estas voces, en noviembre se estrenará en los Estados Unidos el documental basado en mi libro "Cool It".
Es demasiado temprano como para sugerir que los políticos estén prontos a poner en práctica políticas genuinas sobre el cambio climático. Sin embargo, si consideramos la falta de sentido común que hemos padecido en los últimos años, el mero hecho de que ahora sea posible escuchar un coro de voces razonables es un verdadero milagro.