COPENHAGUE – Pronto se reunirán decenas de miles de personas en Río de Janeiro para la Cumbre de la Tierra de las Naciones Unidas. Los participantes, que van desde políticos cansados hasta personas que hacen, entusiastas, campaña, deben reavivar la preocupación mundial por el medio ambiente. Lamentablemente, lo más probable es que la cumbre sea una oportunidad perdida.
Las Naciones Unidas están exhibiendo la atractiva promesa de una “economía verde”, centrada en la lucha contra el calentamiento planetario. En realidad, la cumbre ha puesto la mira en el blanco que no debía, al pasar por alto los mucho mayores motivos de preocupación medioambiental de la inmensa mayoría del mundo.
El calentamiento planetario en modo alguno es nuestra principal amenaza medioambiental. Aun cuando diéramos por sentado –erróneamente– que causó todas las muertes provocadas por inundaciones, sequías, olas de calor y tormentas, el total ascendería a tan sólo el 0,06 por ciento de todas las muertes en los países en desarrollo. En comparación, el 13 por ciento de todas las muertes en el Tercer Mundo es consecuencia de la contaminación del agua y del aire.
Así, pues, por cada una de las personas que podría morir a consecuencia del calentamiento planetario, unas 210 mueren a consecuencia de problemas de salud resultantes de la falta de agua potable y saneamiento, de respirar humo producido por la quema de combustibles sucios (como excrementos animales secos) en el interior de las viviendas y de respirar aire contaminado fuera de ellas.
Al centrarse en medidas para prevenir el calentamiento planetario, los países avanzados podrían ayudar a prevenir la muerte de muchas personas. Parece algo positivo hasta que se comprende que significa 210 veces más personas de los países pobres podrían morir innecesariamente a consecuencia de ello, porque los recursos que podrían haberlas salvado se gastaron en molinos de viento, paneles solares, biocombustibles y otras fijaciones del mundo rico.
Pero, naturalmente, los tangibles problemas de la contaminación en los países pobres no están de moda y no mueven a quienes hacen campaña y levantan la voz ni a los medios de comunicación ni a los gobiernos como el calentamiento planetario.
En ningún caso quedan mejor ilustradas las prioridades desacertadas que en el oficial folleto de colores de las Naciones Unidas “Río+20”. En él las NN.UU. ofrecen una útil explicación de la cumbre para los legos, junto con ejemplos de su prevista “economía verde” en acción. Vemos terroríficas imágenes de lechos de ríos secos (a consecuencia del calentamiento planetario), junto con numerosas soluciones bonitas como turbinas eólicas y paneles solares.
El problema es que la energía verde sigue siendo en la mayoría de los casos mucho más cara, menos eficaz y más intermitente que las otras opciones. Aun así, la documentación para la cumbre afirma que impulsará el crecimiento económico y erradicará la pobreza, pero, en serio, ¿por qué creen personas bienintencionadas del Primer Mundo que el Tercer Mundo debe tener tecnologías energéticas que son mucho más caras, más débiles y menos fiables que las suyas?
Sin la menor ironía, el folleto lleva por título “El futuro que queremos”, pero, en un mundo en el que mil millones de personas se van a la cama con hambre y en el que seis millones mueren todos los años a consecuencia de la contaminación del aire y del agua, la mayoría de las del mundo en desarrollo probablemente tendrán un conjunto muy diferente de prioridades para su futuro.
En el folleto se afirma alegremente que la adopción por China de “una estrategia de crecimiento con menor recurso al carbono y basada en el desarrollo de las fuentes de energía renovables [ha] creado puestos de trabajo, ingresos y renta”. En realidad, a lo largo de los 25 últimos años China ha cuadruplicado sus emisiones de CO2. Si bien es cierto que China produce la mitad, aproximadamente, de los paneles solares del mundo, el 98 por ciento de ellos son exportados para recibir subvenciones generosas de los mercados del mundo rico. Sólo el 0,005 por ciento de la energía de China procede de paneles solares. La expansión económica de China durante varios decenios ha sacado a 600 millones de personas de la pobreza, pero la enorme contaminación consiguiente no encaja en el relato verde de Río+20.
Asimismo, el folleto explica que algunos agricultores de Uganda han adoptado la agricultura orgánica. Lamentablemente, África es casi totalmente orgánica ahora, lo que provoca cosechas escasas, hambre y desforestación. África necesita impulsar sus cosechas y eso significa permitir a los agricultores la utilización de cultivos modernos, fertilizantes y plaguicidas. Producir menos con mayor esfuerzo podría resultar atractivo para habitantes del Primer Mundo, pero está matando, literalmente, de hambre a los pobres.
Si seguimos leyendo el folleto, vemos que dice con entusiasmo que Francia ha creado 90.000 puestos de trabajo en la economía verde, pero la cruda realidad sigue oculta: el costo medio de cada uno de los puestos de trabajo verdes asciende a más de 200.000 dólares al año, lujo que los contribuyentes franceses no pueden permitirse. Y los modelos económicos muestran que Francia ha perdido tantos o más puestos de trabajo a consecuencia de los costos suplementarios de las subvenciones.
Una fotografía preciosa muestra coches eléctricos que están llegando a la meta de la “carrera con nulas emisiones” en Ginebra, con lo que, además del daño que hace, constituye una ofensa. Se omite que la mayor parte de la electricidad procede de la quema de combustibles fósiles, por lo que los coches son cualquier cosa menos “nulos” emisores de emisiones, y –lo que es más importante– la mayoría de los habitantes de nuestro planeta siguen soñando con ser propietarios de alguna forma de transporte mecanizado, que no es probable que vaya a ser un vehículo eléctrico con un precio de 50.000 dólares o más.
En un mundo plagado de problemas graves causados por la contaminación del aire y del agua, esa despreocupada forma de centrarse en asuntos que están de moda y soluciones carentes de realismo resulta profundamente preocupante. Una minoría mundial desconectada del resto de la Humanidad va a volar hasta Río para decir a los pobres del mundo que tengan un panel solar.
En lugar de satisfacer las obsesiones de los países adelantados, Río+20 podría hacer algo más por la Humanidad –y el planeta– centrándose en los principales problemas medioambientales y sus sencillas soluciones.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
COPENHAGUE – Pronto se reunirán decenas de miles de personas en Río de Janeiro para la Cumbre de la Tierra de las Naciones Unidas. Los participantes, que van desde políticos cansados hasta personas que hacen, entusiastas, campaña, deben reavivar la preocupación mundial por el medio ambiente. Lamentablemente, lo más probable es que la cumbre sea una oportunidad perdida.
Las Naciones Unidas están exhibiendo la atractiva promesa de una “economía verde”, centrada en la lucha contra el calentamiento planetario. En realidad, la cumbre ha puesto la mira en el blanco que no debía, al pasar por alto los mucho mayores motivos de preocupación medioambiental de la inmensa mayoría del mundo.
El calentamiento planetario en modo alguno es nuestra principal amenaza medioambiental. Aun cuando diéramos por sentado –erróneamente– que causó todas las muertes provocadas por inundaciones, sequías, olas de calor y tormentas, el total ascendería a tan sólo el 0,06 por ciento de todas las muertes en los países en desarrollo. En comparación, el 13 por ciento de todas las muertes en el Tercer Mundo es consecuencia de la contaminación del agua y del aire.
Así, pues, por cada una de las personas que podría morir a consecuencia del calentamiento planetario, unas 210 mueren a consecuencia de problemas de salud resultantes de la falta de agua potable y saneamiento, de respirar humo producido por la quema de combustibles sucios (como excrementos animales secos) en el interior de las viviendas y de respirar aire contaminado fuera de ellas.
Al centrarse en medidas para prevenir el calentamiento planetario, los países avanzados podrían ayudar a prevenir la muerte de muchas personas. Parece algo positivo hasta que se comprende que significa 210 veces más personas de los países pobres podrían morir innecesariamente a consecuencia de ello, porque los recursos que podrían haberlas salvado se gastaron en molinos de viento, paneles solares, biocombustibles y otras fijaciones del mundo rico.
Pero, naturalmente, los tangibles problemas de la contaminación en los países pobres no están de moda y no mueven a quienes hacen campaña y levantan la voz ni a los medios de comunicación ni a los gobiernos como el calentamiento planetario.
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En ningún caso quedan mejor ilustradas las prioridades desacertadas que en el oficial folleto de colores de las Naciones Unidas “Río+20”. En él las NN.UU. ofrecen una útil explicación de la cumbre para los legos, junto con ejemplos de su prevista “economía verde” en acción. Vemos terroríficas imágenes de lechos de ríos secos (a consecuencia del calentamiento planetario), junto con numerosas soluciones bonitas como turbinas eólicas y paneles solares.
El problema es que la energía verde sigue siendo en la mayoría de los casos mucho más cara, menos eficaz y más intermitente que las otras opciones. Aun así, la documentación para la cumbre afirma que impulsará el crecimiento económico y erradicará la pobreza, pero, en serio, ¿por qué creen personas bienintencionadas del Primer Mundo que el Tercer Mundo debe tener tecnologías energéticas que son mucho más caras, más débiles y menos fiables que las suyas?
Sin la menor ironía, el folleto lleva por título “El futuro que queremos”, pero, en un mundo en el que mil millones de personas se van a la cama con hambre y en el que seis millones mueren todos los años a consecuencia de la contaminación del aire y del agua, la mayoría de las del mundo en desarrollo probablemente tendrán un conjunto muy diferente de prioridades para su futuro.
En el folleto se afirma alegremente que la adopción por China de “una estrategia de crecimiento con menor recurso al carbono y basada en el desarrollo de las fuentes de energía renovables [ha] creado puestos de trabajo, ingresos y renta”. En realidad, a lo largo de los 25 últimos años China ha cuadruplicado sus emisiones de CO2. Si bien es cierto que China produce la mitad, aproximadamente, de los paneles solares del mundo, el 98 por ciento de ellos son exportados para recibir subvenciones generosas de los mercados del mundo rico. Sólo el 0,005 por ciento de la energía de China procede de paneles solares. La expansión económica de China durante varios decenios ha sacado a 600 millones de personas de la pobreza, pero la enorme contaminación consiguiente no encaja en el relato verde de Río+20.
Asimismo, el folleto explica que algunos agricultores de Uganda han adoptado la agricultura orgánica. Lamentablemente, África es casi totalmente orgánica ahora, lo que provoca cosechas escasas, hambre y desforestación. África necesita impulsar sus cosechas y eso significa permitir a los agricultores la utilización de cultivos modernos, fertilizantes y plaguicidas. Producir menos con mayor esfuerzo podría resultar atractivo para habitantes del Primer Mundo, pero está matando, literalmente, de hambre a los pobres.
Si seguimos leyendo el folleto, vemos que dice con entusiasmo que Francia ha creado 90.000 puestos de trabajo en la economía verde, pero la cruda realidad sigue oculta: el costo medio de cada uno de los puestos de trabajo verdes asciende a más de 200.000 dólares al año, lujo que los contribuyentes franceses no pueden permitirse. Y los modelos económicos muestran que Francia ha perdido tantos o más puestos de trabajo a consecuencia de los costos suplementarios de las subvenciones.
Una fotografía preciosa muestra coches eléctricos que están llegando a la meta de la “carrera con nulas emisiones” en Ginebra, con lo que, además del daño que hace, constituye una ofensa. Se omite que la mayor parte de la electricidad procede de la quema de combustibles fósiles, por lo que los coches son cualquier cosa menos “nulos” emisores de emisiones, y –lo que es más importante– la mayoría de los habitantes de nuestro planeta siguen soñando con ser propietarios de alguna forma de transporte mecanizado, que no es probable que vaya a ser un vehículo eléctrico con un precio de 50.000 dólares o más.
En un mundo plagado de problemas graves causados por la contaminación del aire y del agua, esa despreocupada forma de centrarse en asuntos que están de moda y soluciones carentes de realismo resulta profundamente preocupante. Una minoría mundial desconectada del resto de la Humanidad va a volar hasta Río para decir a los pobres del mundo que tengan un panel solar.
En lugar de satisfacer las obsesiones de los países adelantados, Río+20 podría hacer algo más por la Humanidad –y el planeta– centrándose en los principales problemas medioambientales y sus sencillas soluciones.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.