Wolfowitz y la contención del Banco Mundial

¿Catalizarán acaso los problemas del presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, un cambio real en esa institución por fin? ¿Se acabará de una vez la costumbre arcaica por la que el presidente de Estados Unidos nombra de forma unilateral al dirigente de la agencia de desarrollo más importante del mundo?

Ante el extraordinario reproche del comité ministerial de supervisión del Banco y la revuelta abierta de sus colaboradores, Wolfowitz tiene pocas esperanzas de concluir los tres últimos años de su administración. El alboroto inmediato tiene que ver con el sueldo extremadamente generoso y las prestaciones que Wolfowitz dio en 2005 a su novia como compensación por haber renunciado al Banco a fin de preparar el camino para su llegada. En un momento en que el Banco ha estado enfatizando altos estándares de gobernanza como parte esencial del desarrollo, la revelación reciente sobre los detalles de ese arreglo ha asestado un duro golpe a la credibilidad de la institución.

Pero incluso si en última instancia Wolfowitz se ve forzado a renunciar, nada se habrá ganado si se permite que el Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, elija sumariamente al sustituto como lo han estado haciendo los presidentes de ese país desde que el Banco se fundó después de la Segunda Guerra Mundial. En cambio, el dirigente del Banco debería ser elegido por medio de un proceso abierto y transparente que tenga como fin seleccionar al candidato mejor calificado, ya sea de Estados Unidos, Europa o del mundo en desarrollo.

En efecto, una gran parte de la debilidad actual de Wolfowitz es la forma en que llegó a esa posición, como un nombramiento directo por parte de una administración estadounidense poco proclive a la cooperación internacional. El Banco Mundial es una institución financiera para el desarrollo. Pero la carrera de Wolfowitz en los Departamentos de Estado y de Defensa no lo dotó de habilidades o experiencia verdadera en ninguna de las dos áreas. En cambio, es reconocido por su participación como arquitecto de la fracasada guerra de Estados Unidos en Iraq. Según la opinión general, Wolfowitz es brillante, pero parece inconcebible que hubiera sido seleccionado para dirigir el Banco Mundial de haber habido un proceso abierto, transparente y multilateral.

Llego a esta conclusión aun cuando coincido con el deseo de la administración Bush de catalizar el cambio en el Banco. Por mucho tiempo he preconizado un viraje en el centro de gravedad del Banco para cambiar de los préstamos a las donaciones directas, una política que la administración Bush apoya firmemente. Pero escoger a alguien sin experiencia obvia en desarrollo económico no era la forma de avanzar en este frente.

En efecto, un proceso de selección más abierto habría tomado en cuenta el hecho de que la novia de Wolfowitz trabajaba en el Banco. Esto podría parecer una cuestión trivial, pero no lo es, dadas las firmes políticas del Banco para evitar el nepotismo. Si Wolfowitz hubiera sido por mucho el candidato más calificado, el comité de selección podría haber hallado la forma de resolver la cuestión de manera abierta y transparente. Pero, dado que de entrada sus aptitudes para el puesto eran cuestionables, el asunto de la novia podría haberlo descalificado.

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¿Por qué el mundo acepta el status quo humildemente y permite que Estados Unidos decida el máximo cargo del Banco? Es un triste ejemplo de mala gobernanza global. Europa no estorba a Estados Unidos porque quiere mantener su privilegio, igualmente anticuado, de nombrar al jefe del Fondo Monetario Internacional, la institución hermana del Banco.

Asia no tiene más remedio que ceder ante las jugarretas de Estados Unidos y Europa porque tiene una representación muy insuficiente en ambas organizaciones. En cuanto a África, sus líderes se muestran reacios a hacer o decir cualquier cosa que pueda interrumpir el flujo de la generosidad del Banco Mundial.

Muchas personas, yo entre ellas, nos hemos quejado durante mucho tiempo por el proceso de selección del Banco Mundial y el FMI. ¿Cómo pueden seguir el Banco y el Fondo sermoneando a las economías en desarrollo sobre la buena gobernanza y la transparencia y al mismo tiempo impedir el cambio en su propia casa?

De vez en cuando, ambas organizaciones se refieren a la cuestión. Pero hasta ahora no han dado muestras de un verdadero deseo de cambio. En honor a la verdad, los líderes del FMI están haciendo un esfuerzo decidido para darles más voz a las economías emergentes, particularmente a las de Asia, en cuanto a la gobernanza del Fondo. Si se avanza lo suficiente, este proceso podría catalizar en última instancia los cambios necesarios.

Desafortunadamente, los esfuerzos del FMI para restablecer el equilibrio van a paso glacial. En el Banco Mundial parece que nada está sucediendo en absoluto.

Tal vez Gordon Brown, cuando sea el próximo primer ministro del Reino Unido, pueda convencer al grupo de países ricos, el G-7, de que encabecen los esfuerzos para el cambio. En su calidad de jefe del comité ministerial de supervisión del Fondo, Brown entiende las cuestiones tan bien como cualquiera.

O tal vez la debacle de Wolfowitz resulte ser el catalizador. Tal vez, por fin, el próximo presidente del Banco Mundial o del FMI provenga de fuera de las esferas usuales. Hay muchos candidatos potenciales no estadounidenses excelentes. El Ministro de Finanzas de Sudáfrica, Trevor Manuel, ha cumplido bien su trabajo como jefe del comité de supervisión del Banco Mundial y sería un extraordinario presidente. Y, de todas formas, también podría ser un estadounidense calificado. ¿Qué tal Bill Clinton?

De una forma u otra, el proceso de selección de los líderes del Banco y el FMI necesita urgentemente una reforma. Lo que nos dice la debacle de Wolfowitz con mayor claridad es que el tiempo de la paciencia hacia el status quo se ha terminado.

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