¿Los ex mexicanos elegirán al próximo presidente de Estados Unidos?

Entre las muchas sorpresas durante los debates de los candidatos presidenciales del Partido Republicano hace un par de semanas figuró la renovada importancia de la inmigración. Después del fracaso del esfuerzo de reforma inmigratoria integral del presidente George W. Bush y del senador Edward Kennedy la pasada primavera (boreal), la mayoría de los observadores creyeron que la cuestión seguiría en suspenso hasta 2009, ya que su sola mención resultaba potencialmente fatal para demócratas y republicanos por igual. Pero como descubrieron los demócratas en otros debates recientes, y también los republicanos con un poco de ayuda de los moderadores de la CNN, que inclinaron las preguntas hacia los temas que más los entusiasman, la inmigración es una cuestión que sencillamente no desaparecerá.

Esta es una razón por la que escribí un libro breve aunque -espero- útil sobre la inmigración mexicana a Estados Unidos, titulado Ex Mex: de migrantes a inmigrantes . Basado en documentos internos de los gobiernos mexicano y norteamericano, innumerables entrevistas y un relevamiento de gran parte de la literatura existente sobre el tema, Ex Mex intenta cumplir tres propósitos.

Primero, quería proporcionar una voz mexicana en el debate sobre inmigración. Los mexicanos representan más de la mitad de la población -legal o no- de todos los inmigrantes en Estados Unidos, pero un punto de vista que intente reflejar sus intereses y aspiraciones ha estado básicamente ausente de la discusión norteamericana.

Por supuesto, mi libro no puede ser la postura mexicana. Pero una evaluación del punto de ventaja de pasados, presentes y futuros inmigrantes mexicanos a Estados Unidos es un componente necesario del debate norteamericano -mucho más cuando uno recuerda, en realidad, que la inmigración, por lo general, no ha sido una cuestión de política interna de Estados Unidos exclusivamente.

El primer acuerdo de inmigración norteamericano con otro país se firmó en 1907 -el llamado Acuerdo de Caballeros con Japón, mientras que Estados Unidos y México negociaron y administraron el Programa Bracero durante más de veinte años, desde 1942 hasta 1964. Y, por supuesto, Estados Unidos ha tenido desde 1965 un acuerdo duradero sobre inmigración con un país que la mayoría de los norteamericanos ni imaginaría: la Cuba de Fidel Castro.

Segundo, es importante ubicar el actual debate encendido en un contexto histórico. La característica más importante de ese contexto es que el flujo real de mexicanos que hoy entran a Estados Unidos no es mucho mayor que la cifra promedio general correspondiente al período del Programa Bracero: unos 400.000 por año.

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Es igualmente importante entender la evolución de la legislación estadounidense sobre inmigración desde los años 1920, y los cambios e hipocresía implícitos en la aplicación de esas leyes. Por ejemplo, las reformas inmigratorias de 1996 implementadas por la administración Clinton, junto con otras tendencias estructurales subyacentes, interrumpieron el patrón circular tradicional por el cual los mexicanos iban y venían a Estados Unidos cada año. En cambio, empezaron a establecerse en comunidades mucho más lejos de la frontera, incrementando marcadamente la población de mexicanos en Estados Unidos.

Finalmente, los esfuerzos de los gobiernos mexicano y norteamericano desde 2001 por alcanzar un acuerdo sobre el tema no se llegaron a entender del todo bien. Documentos confidenciales de los gobiernos de Bush y Fox demuestran que las conversaciones continuaron más allá de lo que se sabía anteriormente. Estados Unidos, y particularmente el entonces secretario de Estado Colin Powell, estaban dispuestos, como se constata en un memo desclasificado dirigido a Bush a fines de agosto de 2001, a hacer un gran esfuerzo para llegar a un entendimiento con México sobre el tema. Es más, la sustancia de las negociaciones no difería mucho del contenido de la "gran negociación" Bush-Kennedy que se labró en 2007.

Las cifras electorales tal vez expliquen mejor la importancia de la ecuación inmigratoria en las campañas presidenciales de hoy. En 2008, es probable que los latinos conformen entre el 9% y el 10% del electorado, el mayor porcentaje en la historia. Y tendrán una importancia decisiva en los estados oscilantes como Colorado, Nueva México, Florida y Nevada.

Después de hacer incursiones significativas entre los votantes hispanos en 2000 y 2004, gracias al respaldo por parte de Bush a la reforma inmigratoria, los republicanos hoy apenas cuentan con el 20% de ese total -principalmente entre los cubano-norteamericanos- gracias a su postura anti-inmigratoria estridente. En consecuencia, si los demócratas demuestran un mínimo de compasión, sensibilidad y realismo, pueden contar con una ventaja del 7% en el voto popular.

Pero esto les podría costar caro a los demócratas en los viejos estados industriales como Pennsylvania, Ohio y Michigan, donde la llegada de migrantes mexicanos, devenidos inmigrantes, ha desatado pasiones. Dado que la victoria de los demócratas muy probablemente dependa de esos estados, el candidato demócrata que pueda cuadrar este círculo, o el republicano que pueda romperlo, bien puede ganar la presidencia.

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