¿Quién dirigirá el mundo?

SINGAPUR – La elección de Barack Obama llega en un momento en que una nueva pizca de sentido común está cuajando. Se refiere al final de la dominación mundial de los Estados Unidos.

Es cierto que el capitalismo a rienda suelta de estilo americano no ha tenido últimamente una ejecutoria de la que pueda estar orgulloso y la superioridad militar de los Estados Unidos no ha resultado demasiado útil para la consecución de los fines americanos, pero, ¿quién puede tomar el relevo para hacerse cargo de la dirección mundial?

La respuesta incómoda que probablemente Obama habrá de afrontar es ésta: nadie. Los Estados Unidos pueden estar dañados, pero no hay un substituto disponible. Europa está absorta en sí misma, centrada en la creación de la entidad que acabe decidiendo ser. La respuesta normal de China ante cualquier sugerencia de que ejerza una dirección mundial es la de ocultarse tras su inmenso programa interno de actuación y alegar pobreza. Ningún otro país tiene ni de lejos la capacidad o la ambición para ello.

Ante la acostumbrada letanía de dificilísimos problemas mundiales –no sólo la inestabilidad financiera, sino también el cambio climático, la inseguridad energética, las posibles pandemias, el terrorismo y la proliferación de armas de destrucción en gran escala–, la perspectiva de un mundo a la deriva es más que alarmante. ¿Qué se debe hacer? ¿Y quién debe hacerlo?

En vista de que últimamente los Estados Unidos no han desempeñado demasiado un papel directivo respecto de muchas de esas cuestiones, vale la pena echar un vistazo a lo que sucede cuando ningún país ejerce una dirección eficaz. Un conjunto de respuestas podría parecer evidente a consecuencia del desplome de las negociaciones comerciales internacionales y del deshilachado sistema internacional para controlar la proliferación de armas nucleares. La verdad es que la situación puede llegar a ser tétrica, pero no es eso todo.

Para ver por qué, pensemos en el cambio climático. Ahora ya está claro que, para evitar un cambio climático catastrófico, son necesarias rápidas reducciones de las emisiones de gases que producen el efecto de invernadero, gracias a las cuales las emisiones anuales representarían en 2050 una disminución del 80 por ciento de los niveles de 1990. Ahora bien, las emisiones no están aumentando simplemente, sino acelerándose. La recesión que se acerca puede contener su aumento por un tiempo, pero sólo ligeramente. Las reducciones necesarias entrañan una rápìda y radical transformación de los sistemas industrial, energético y de utilización de la tierra en todo el mundo.

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¿Qué están haciendo los gobiernos al respecto? Supuestamente, en diciembre de 2009 acordarán un nuevo tratado para poner límites a las emisiones, pero las posibilidades de que en esa fecha se alcance un acuerdo en Copenhague son casi nulas.

El nuevo gobierno de Obama solo dispondrá de unos meses para formular propuestas válidas que puedan lograr el apoyo interno y estará muy ocupado con las consecuencias del actual desplome financiero y de la guerra del Iraq. Europa está promoviendo metas ambiciosas, pero está teniendo problemas con sus propios intereses creados. Los grandes países en ascenso, aunque padecerán desproporcionadamente las consecuencias de un clima más turbulento y del aumento de los niveles del mar, dan pocas muestras de interés por tomar el relevo. Los observadores de las negociaciones califican de pacto suicida el actual baile chino-americano de acusaciones mutuas. En una palabra, el proceso es un desastre.

No es de extrañar precisamente. No es probable que un sistema intergubernamental que se desploma ante las dificultades encontradas en las negociaciones comerciales y las amenazas de proliferación supere la profunda complejidad y los multitudinarios intereses creados que entraña la cuestión del cambio climático. En el mejor de los casos, la diplomacia tradicional ideará –para salvar la cara– un acuerdo vacío el año próximo.

En muchos sectores, la frustración ante la intransigencia y la incompetencia intergubernamental ha propiciado una extraordinaria innovación por parte de las organizaciones no gubernamentales, las grandes empresas y los ciudadanos de a pie. Organizaciones privadas, como, por ejemplo, el Consejo de Administración de Bosques y el Consejo de Ordenación de Mares aportan –y cada vez más aplican– criterios medioambientales en los casos en que las medidas intergubernamentales han fallado. Los agentes privados, desde fundaciones hasta ONG pasando por grandes empresas farmacéuticas, están experimentando activamente con formas substitutivas de afrontar las amenazas transnacionales a la salud. Con frecuencia los gobiernos participan en esos experimentos… pero no son necesariamente los impulsores y los avances no dependen de la firma de tratados.

De hecho, hay muchas formas de introducir asuntos en la agenda mundial, como lo demuestran las campañas de Bono en pro del desarrollo africano y las de Al Gore sobre el cambio climático. Con frecuencia en los acuerdos sobre cómo mejorar la situación participan ya ONG y grandes empresas en calidades diferentes … y a veces excluyen totalmente a los gobiernos. Los grupos privados que recurren a toda clase de procedimientos, desde la captación de imágenes por satélite (como en el caso de la silvicultura) hasta equivalentes no oficiales de inspecciones in situ (como en el caso de los derechos humanos) vigilan para ver quién cumple –o viola– determinada norma de conducta.

Si bien la imposición del cumplimiento de las normas en el sentido coercitivo sigue siendo jurisdicción de los Estados, la imposición coercitiva del cumplimiento es poco frecuente, ni siquiera en el caso de los acuerdos intergubernamentales. El cumplimiento de los acuerdos por parte de los países tiene mucho más que ver con los procesos internacionales de persuasión, socialización y creación de capacidad… que pueden correr a cargo de cualquiera con un buen argumento.

La gran cuestión en la actualidad es si todos esos planteamientos substitutivos pueden hacer una contribución que no sean simples pequeños apaños desesperados en los márgenes. El pensamiento habitual sobre las relaciones internacionales ni siquiera se plantea esa cuestión y esas formas habituales de ver el mundo nos han cegado y nos impiden abordar dicha cuestión decisiva.

A consecuencia de ello, aún no conocemos la respuesta. Los datos siguen siendo escasos. Hay centenares de asociaciones público-privadas mundiales que se ocupan de diversos males mundiales… pero pocas han sido examinadas para ver qué aportaciones positivas hacen. El revoltijo de iniciativas, agentes, campañas y llamamientos crea oportunidades para la consecución de avances importantes… y confusión en gran escala.

Para que haya avances reales hacia una gestión eficaz y eficiente de los asuntos mundiales que pueda abordar las amenazas sin precedentes que plantea el cambio climático y el resto del programa de actuación mundial, debemos hacer mucho más que buscar una fácil substitución de la hegemonía americana. Debemos idear cómo dar sentido a esa enorme diversidad de formas de salvar el mundo.

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