La Cumbre del G-8, realizada este mes en Japón, fue una penosa demostración del lamentable estado de la cooperación global. El mundo se encuentra en una crisis que se profundiza cada vez más. Los precios de los alimentos se están yendo a las nubes. Los del petróleo han alcanzado cotas históricas. Las principales economías del mundo están entrando en recesión. Las negociaciones sobre el cambio climático dan vueltas en círculos sin llegar a nada. La ayuda a los países más pobres está estancada, a pesar de años de promesas de aumento. Y, aún así, en esta sonada reunión fue difícil encontrar una sola señal de un logro real por parte de los líderes del mundo.
El mundo necesita soluciones globales para problemas reales, pero es claro que los líderes del G8 no pueden darlas. Debido a que prácticamente cada uno de los gobernantes que acudieron a la cumbre es profundamente impopular en casa, pocos pueden ofrecer un liderazgo global. Son débiles individualmente, e incluso más débiles cuando se reúnen para mostrar al mundo su incapacidad de generar acciones reales.
Hay cuatro problemas profundos. El primero es la incoherencia del liderazgo estadounidense. Si bien hace mucho que pasó el tiempo en que Estados Unidos podía solucionar cualquier problema global, ni siquiera intenta encontrar soluciones globales en común. La voluntad de lograr una cooperación global era débil incluso en los días de la administración Clinton, pero ha desaparecido del todo durante la administración Bush.
El segundo problema es la falta de financiamiento global. La crisis del hambre en los países pobres se puede superar si reciben ayuda para cultivar más alimentos. Las crisis climática y energética globales se pueden superar si el mundo invierte en conjunto para desarrollar nuevas tecnologías energéticas. Las enfermedades como la malaria se pueden vencer a través de inversiones coordinadas a nivel global para controlarlas. Es posible proteger los océanos, los bosques lluviosos y el aire a través de inversiones grupales para la protección del medio ambiente.
Las soluciones globales no son costosas, pero tampoco son gratis. Las respuestas soluciones globales a la pobreza, la producción de alimentos y el desarrollo de nuevas tecnologías limpias requerirán inversiones anuales de cerca de 350 mil millones de dólares, o un 1% del PGB del mundo rico. Obviamente, esto es asequible y modesto si se compara con el gasto militar, pero está muy por encima de la miseria que el G-8 pone en realidad sobre la mesa para tratar de solucionar estos urgentes retos. El Primer Ministro británico Gordon Brown ha hecho un valiente esfuerzo por hacer que el resto de Europa cumpla las modestas promesas de ayuda hechas en la Cumbre del G-8 en 2005, pero ha sido una lucha dura que no se ha ganado.
El tercer problema es la desconexión entre el saber científico global y los políticos. Los científicos e ingenieros han desarrollado muchas y potentes maneras de enfrentar los retos actuales, ya se trate de cultivar alimentos, controlar las enfermedades o proteger el medio ambiente. Y estos métodos se han vuelto incluso más potentes en los últimos años, con los avances en las tecnologías de la información y las comunicaciones, que facilitan la identificación e implementación de soluciones globales más que nunca antes.
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El cuarto problema es que el G-8 hace caso omiso de las mismas instituciones internacionales -particularmente las Naciones Unidas y el Banco Mundial- que ofrecen la mejor esperanza de implementar soluciones globales. A menudo estas instituciones carecen de respaldo político, y luego el G-8 las culpa cuando los problemas globales no se solucionan. En lugar de ello, se les debería una clara autoridad y responsabilidades definidas, además de exigírseles que rindan cuenta de su desempeño.
Puede que el Presidente Bush esté demasiado desconectado de la realidad como para reconocer que su índice de desaprobación entre los votantes estadounidenses, que llegó a un histórico 70%, está relacionado con el hecho de que su gobierno dio la espalda a la comunidad internacional, y con ello se entrampó en la guerra y la crisis económica. Supuestamente, los demás líderes del G-8 pueden ver que su propia falta de popularidad en casa tiene gran relación con los altos precios de los alimentos y la energía, y una economía global y un clima mundial cada vez más inestables, a ninguno de los cuales pueden dar respuesta aisladamente.
Desde enero de 2009, cuando el nuevo presidente estadounidense entre en funciones, los políticos deberían aprovechar la oportunidad para lograr su supervivencia política y, por supuesto, el bienestar de sus países, dando nuevas fuerzas a la cooperación global. Deberían acordar enfrentar objetivos globales en común, incluidas la lucha contra la pobreza, el hambre, la enfermedad (los Objetivos de Desarrollo del Milenio), así como el cambio climático y la destrucción del medio ambiente.
Para alcanzar estas metas, el G-8 debería definir cronogramas de acción claros, y acuerdos transparentes acerca de cómo financiarlos. La medida más inteligente sería acordar que cada país aplique impuestos sobre sus emisiones de CO2 con el fin de reducir el cambio climático, y luego destinar una cantidad fija de los ingresos a solucionar el problema global. Con el financiamiento asegurado, el G-8 podría pasar de las promesas vacías a la aplicación de políticas reales.
Respaldados por un financiamiento adecuado, los líderes políticos del mundo deberían recurrir a la comunidad científica de expertos y a las organizaciones internacionales para ayudar a implementar una iniciativa verdaderamente global. En lugar de ver a la ONU y sus agencias como competidores o amenazas a la soberanía nacional, deberían reconocer que trabajar en conjunto con las agencias de la ONU es de hecho la única manera de solucionar los problemas globales, y por ende la clave para su propia supervivencia política.
Estos pasos básicos –llegar a un acuerdo sobre cuáles son las metas globales, movilizar el financiamiento necesario para hacerlas realidad e identificar los recursos científicos y las organizaciones necesarias para implementar las soluciones- es una lógica de gestión básica. Algunos podrán decir que este enfoque es imposible a un nivel global porque la política se define localmente. Sin embargo, todos los políticos dependen de soluciones globales para su propia supervivencia política. Eso, en sí mismo, podría hacer que en el futuro sea común lograr soluciones que hoy parecen fuera de alcance.
El tiempo apremia, porque los problemas globales se están agravando rápidamente. El mundo está viviendo la mayor crisis económica en décadas. Es tiempo de decir a los líderes del G-8: "Logren trabajar en conjunto, o ni siquiera se molesten en reunirse el año próximo". Es demasiado vergonzante ver a hombres y mujeres ya crecidos reunirse apenas para una fotografía oficial.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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La Cumbre del G-8, realizada este mes en Japón, fue una penosa demostración del lamentable estado de la cooperación global. El mundo se encuentra en una crisis que se profundiza cada vez más. Los precios de los alimentos se están yendo a las nubes. Los del petróleo han alcanzado cotas históricas. Las principales economías del mundo están entrando en recesión. Las negociaciones sobre el cambio climático dan vueltas en círculos sin llegar a nada. La ayuda a los países más pobres está estancada, a pesar de años de promesas de aumento. Y, aún así, en esta sonada reunión fue difícil encontrar una sola señal de un logro real por parte de los líderes del mundo.
El mundo necesita soluciones globales para problemas reales, pero es claro que los líderes del G8 no pueden darlas. Debido a que prácticamente cada uno de los gobernantes que acudieron a la cumbre es profundamente impopular en casa, pocos pueden ofrecer un liderazgo global. Son débiles individualmente, e incluso más débiles cuando se reúnen para mostrar al mundo su incapacidad de generar acciones reales.
Hay cuatro problemas profundos. El primero es la incoherencia del liderazgo estadounidense. Si bien hace mucho que pasó el tiempo en que Estados Unidos podía solucionar cualquier problema global, ni siquiera intenta encontrar soluciones globales en común. La voluntad de lograr una cooperación global era débil incluso en los días de la administración Clinton, pero ha desaparecido del todo durante la administración Bush.
El segundo problema es la falta de financiamiento global. La crisis del hambre en los países pobres se puede superar si reciben ayuda para cultivar más alimentos. Las crisis climática y energética globales se pueden superar si el mundo invierte en conjunto para desarrollar nuevas tecnologías energéticas. Las enfermedades como la malaria se pueden vencer a través de inversiones coordinadas a nivel global para controlarlas. Es posible proteger los océanos, los bosques lluviosos y el aire a través de inversiones grupales para la protección del medio ambiente.
Las soluciones globales no son costosas, pero tampoco son gratis. Las respuestas soluciones globales a la pobreza, la producción de alimentos y el desarrollo de nuevas tecnologías limpias requerirán inversiones anuales de cerca de 350 mil millones de dólares, o un 1% del PGB del mundo rico. Obviamente, esto es asequible y modesto si se compara con el gasto militar, pero está muy por encima de la miseria que el G-8 pone en realidad sobre la mesa para tratar de solucionar estos urgentes retos. El Primer Ministro británico Gordon Brown ha hecho un valiente esfuerzo por hacer que el resto de Europa cumpla las modestas promesas de ayuda hechas en la Cumbre del G-8 en 2005, pero ha sido una lucha dura que no se ha ganado.
El tercer problema es la desconexión entre el saber científico global y los políticos. Los científicos e ingenieros han desarrollado muchas y potentes maneras de enfrentar los retos actuales, ya se trate de cultivar alimentos, controlar las enfermedades o proteger el medio ambiente. Y estos métodos se han vuelto incluso más potentes en los últimos años, con los avances en las tecnologías de la información y las comunicaciones, que facilitan la identificación e implementación de soluciones globales más que nunca antes.
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El cuarto problema es que el G-8 hace caso omiso de las mismas instituciones internacionales -particularmente las Naciones Unidas y el Banco Mundial- que ofrecen la mejor esperanza de implementar soluciones globales. A menudo estas instituciones carecen de respaldo político, y luego el G-8 las culpa cuando los problemas globales no se solucionan. En lugar de ello, se les debería una clara autoridad y responsabilidades definidas, además de exigírseles que rindan cuenta de su desempeño.
Puede que el Presidente Bush esté demasiado desconectado de la realidad como para reconocer que su índice de desaprobación entre los votantes estadounidenses, que llegó a un histórico 70%, está relacionado con el hecho de que su gobierno dio la espalda a la comunidad internacional, y con ello se entrampó en la guerra y la crisis económica. Supuestamente, los demás líderes del G-8 pueden ver que su propia falta de popularidad en casa tiene gran relación con los altos precios de los alimentos y la energía, y una economía global y un clima mundial cada vez más inestables, a ninguno de los cuales pueden dar respuesta aisladamente.
Desde enero de 2009, cuando el nuevo presidente estadounidense entre en funciones, los políticos deberían aprovechar la oportunidad para lograr su supervivencia política y, por supuesto, el bienestar de sus países, dando nuevas fuerzas a la cooperación global. Deberían acordar enfrentar objetivos globales en común, incluidas la lucha contra la pobreza, el hambre, la enfermedad (los Objetivos de Desarrollo del Milenio), así como el cambio climático y la destrucción del medio ambiente.
Para alcanzar estas metas, el G-8 debería definir cronogramas de acción claros, y acuerdos transparentes acerca de cómo financiarlos. La medida más inteligente sería acordar que cada país aplique impuestos sobre sus emisiones de CO2 con el fin de reducir el cambio climático, y luego destinar una cantidad fija de los ingresos a solucionar el problema global. Con el financiamiento asegurado, el G-8 podría pasar de las promesas vacías a la aplicación de políticas reales.
Respaldados por un financiamiento adecuado, los líderes políticos del mundo deberían recurrir a la comunidad científica de expertos y a las organizaciones internacionales para ayudar a implementar una iniciativa verdaderamente global. En lugar de ver a la ONU y sus agencias como competidores o amenazas a la soberanía nacional, deberían reconocer que trabajar en conjunto con las agencias de la ONU es de hecho la única manera de solucionar los problemas globales, y por ende la clave para su propia supervivencia política.
Estos pasos básicos –llegar a un acuerdo sobre cuáles son las metas globales, movilizar el financiamiento necesario para hacerlas realidad e identificar los recursos científicos y las organizaciones necesarias para implementar las soluciones- es una lógica de gestión básica. Algunos podrán decir que este enfoque es imposible a un nivel global porque la política se define localmente. Sin embargo, todos los políticos dependen de soluciones globales para su propia supervivencia política. Eso, en sí mismo, podría hacer que en el futuro sea común lograr soluciones que hoy parecen fuera de alcance.
El tiempo apremia, porque los problemas globales se están agravando rápidamente. El mundo está viviendo la mayor crisis económica en décadas. Es tiempo de decir a los líderes del G-8: "Logren trabajar en conjunto, o ni siquiera se molesten en reunirse el año próximo". Es demasiado vergonzante ver a hombres y mujeres ya crecidos reunirse apenas para una fotografía oficial.