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Estados Unidos no recuperará con aranceles el empleo que se fue a China

WASHINGTON, DC – El debate a principios de mes entre los candidatos a la vicepresidencia de los Estados Unidos, el gobernador de Minnesota Tim Walz y el senador por Ohio J. D. Vance, puso de manifiesto un tema de consenso bipartidario en una acalorada contienda electoral. Después de chocar por una variedad de temas (desde el sistema sanitario hasta la inmigración y el conflicto en Medio Oriente), los candidatos coincidieron en cuanto al comercio internacional. Vance afirmó que los estadounidenses tenemos que «producir más de lo nuestro», a lo que Walz respondió: «Estoy de acuerdo con él en eso».

Pero el acuerdo bipartidario no siempre es bueno. Por el bien de la prosperidad futura de Estados Unidos, desearía que el consenso político en torno de este tema se rompa.

Como explico en un nuevo artículo de investigación para el Aspen Economic Strategy Group, el comercio internacional (así como los avances tecnológicos) es disruptivo, pero tratar de conservar en formol la economía de Estados Unidos no sirve de nada. Peor aún, el proteccionismo de las administraciones Trump‑Pence y Biden‑Harris ha provocado un claro perjuicio a los trabajadores y a los consumidores.

Una de las razones del desacierto de las autoridades es que en el debate público sobre comercio internacional se malinterpretan algunos hechos básicos. Tomemos por caso el ascenso de China en la economía global, del que tanto se ha hablado. En las décadas de 1990 y 2000, China se convirtió en un actor internacional, y eso llevó a la muy difundida idea (en la que coinciden demócratas y republicanos) de que el «shock de China» destruyó empleos en Estados Unidos.

Pero los datos muestran otra cosa. Es verdad que el incremento de las importaciones chinas costó empleos: las estimaciones más altas sugieren que la integración de China en la economía global le provocó a Estados Unidos la pérdida de 200 000 empleos por año entre 1999 y 2011. Pero estas pérdidas son relativamente pequeñas si se tiene en cuenta el dinamismo del mercado laboral estadounidense: en un mes cualquiera, se separan de sus empleadores cinco millones de trabajadores, 350 000 de ellos en el sector industrial.

Además, al poner el acento en los efectos de las importaciones desde China se pasa por alto el hecho de que la apertura comercial también aumenta las exportaciones. En un estudio del período 1999‑2011, los economistas Robert C. Feenstra, Hong Ma y Yuan Xu hallaron que el acceso de los exportadores estadounidenses al mercado global creó 411 000 puestos de trabajo, que compensan casi por completo los 533 000 empleos que se perdieron por la competencia de las importaciones.

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Y lo más importante es que la alternativa a la apertura comercial (el proteccionismo) perjudica a los consumidores y a los trabajadores. Nos dijeron que los aranceles del expresidente Donald Trump contra las importaciones chinas (continuados por el gobierno de Joe Biden) iban a ser muy beneficiosos para los trabajadores industriales (aunque provocaran un ligero perjuicio a los consumidores). Pero como muestra mi estudio para el AESG, esos aranceles generaron una disminución del empleo fabril, ya que aumentaron el costo de bienes intermedios importados para los productores locales y alentaron a otros países a tomar represalias contra las exportaciones estadounidenses.

Los políticos han justificado a menudo los aranceles como una forma de «desacople» respecto de China. Según este argumento, Estados Unidos se ha vuelto demasiado dependiente de importar productos chinos baratos, y esto amenaza su seguridad económica y nacional. Pero los aranceles de Trump y Biden no han reducido dicha dependencia, ya que en respuesta, muchos fabricantes chinos se limitaron a triangular sus exportaciones a través de países como México y Vietnam. Además, como muestro en mi trabajo de investigación, el porcentaje de valor agregado extranjero correspondiente a China en la demanda final interna de los Estados Unidos fue mayor en 2020 (el último año con datos de la OCDE) que en 2017, el año anterior al inicio de la guerra comercial.

Por supuesto, hay unos pocos productos realmente críticos (por ejemplo los semiconductores) en cuyo caso el arancelamiento puede justificarse por motivos de seguridad nacional. Pero incluso allí, antes de intentar crear una industria local de la nada, lo que debería hacer Estados Unidos es tratar de formar redes de comercio sólidas con países aliados. Prueba de la necesidad de esa colaboración global son las dificultades que atraviesa Intel (elegida por la administración Biden para ser el «campeón» estadounidense para la fabricación de chips).

El problema de Estados Unidos no es el comercio internacional, sino la renuencia a aprovechar las oportunidades derivadas de los cambios que genera. La destrucción creativa no sólo destruye, también crea. En mi investigación he hallado que en las últimas dos décadas se han creado muchas nuevas vías de acceso a la clase media, con ocupaciones (como conductor de camiones, soporte informático y atención médica) que ahora ofrecen la misma calidad de vida que los empleos industriales de unas décadas atrás. Por desgracia, Estados Unidos no está haciendo las cosas bien en lo referido a recapacitar a los trabajadores para esos empleos, y ha creado barreras en la forma de licencias ocupacionales. En vez de tratar de volver el tiempo atrás, las autoridades deberían facilitar el acceso de los estadounidenses a estas ocupaciones en veloz ascenso.

No tiene sentido que Walz y Vance discutan sobre cómo recuperar la producción industrial que se fue a China. En lugar de intentar en vano recrear los empleos del pasado, el próximo gobierno estadounidense debe concentrarse en preparar a los trabajadores para los empleos que existen hoy (y que serán necesarios mañana).

Traducción: Esteban Flamini

https://prosyn.org/XmJpwoPes