CHICAGO – Enfrentando a la autoritaria cleptocracia rusa en sus fronteras norte y este, los ucranianos —intermitentemente y con periódicos levantamientos masivos— eligieron una orientación política muy diferente en las últimas décadas. Durante varios ciclos de elecciones y protestas populares, Ucrania fue acercando a los ideales democráticos y el imperio de la ley, la protección de las libertades individuales, la libertad de expresión y asociación, las elecciones libres y justas, y la resolución pacífica de sus conflictos internos.
En la actualidad, las organizaciones internacionales consideran a Ucrania como un país que aspira a ser una democracia, aunque no lo ha logrado completamente. La divergencia entre las decisiones de Rusia y Ucrania —una dictadura cada vez más restrictiva por parte del presidente ruso Vladímir Putin frente a una sociedad abierta, y a veces caótica, en Ucrania— aumentaron las probabilidades de una invasión por parte del Kremlin.
Una de las principales diferencias entre las autocracias y las democracias es que las democracias protegen los derechos a la libertad de expresión y reunión, y, por lo tanto, a las manifestaciones populares. Como saben los ciudadanos de las democracias, es necesario regular las manifestaciones para mantener la paz (y, a veces, la regulación es excesiva e impide el ejercicio de esos derechos).
Pero las dictaduras, como la de Putin, sencillamente no pueden tolerar las manifestaciones, al menos las que critican al gobierno. El Kremlin ahora amenaza a los rusos que se manifiestan contra la guerra en Ucrania con «duros castigos» por organizar «disturbios masivos». El parlamento de Rusia, controlado por Putin, está considerando una ley que impondría sentencias de 15 años de prisión a quienes «falsifiquen» información sobre la «operación militar especial» en Ucrania.
También es más probable que los autócratas cause daños físicos a los manifestantes. De hecho, las medidas violentas anteriores que tuvieron lugar en Kiev fueron el prólogo a la destitución en 2014 del presidente prorruso ucraniano anterior, Víktor Yanukóvich. En un intento por aplacar a los votantes ucranianos prooccidentales, Yanukóvich flirteó con la Unión Europea y anunció en 2013 que su gobierno firmaría un acuerdo de asociación con ella; pero a fines de noviembre de 2013, bajo la presión de Putin, abruptamente se alejó de la UE y dio señales de que prefería unirse a la Unión Económica Euroasiática liderada por Rusia.
Atónitos por la actitud de Yanukóvich, los manifestantes se reunieron en la plaza Maidán, en Kiev. En las primeras horas del 30 de noviembre un pequeño grupo de manifestantes permanecía junto a unos trabajadores municipales que preparaban un árbol de Navidad, cuando un contingente de la Berkut —una fuerza policial especial ucraniana— apareció repentinamente y los atacó con bastones y patadas. La violencia contra los manifestantes pacíficos, ordenada por Yanukóvich, fue inusual para Ucrania en ese momento.
Las imágenes de jóvenes metidos a empujones en vehículos policiales causaron un enorme enojo y se estima que más de medio millón de manifestantes se reunieron en el centro de Kiev el 1 de diciembre. Este fue el principio de las protestas de Euromaidán, que culminaron en febrero 2014 con la huida de Yanukóvich a Rusia y su exilio voluntario allí. Putin recientemente se refirió a esos eventos en un discurso en el que justificó la actual matanza en Ucrania, afirmando en lenguaje orwelliano que Yanukóvich fue derrocado por un «golpe».
El asalto físico de Putin a Ucrania corona un período de ataques políticos contra la democracia en todo el mundo. Muchos de los atacantes fueron líderes electos que, como Yanukóvich, apuntaron contra las constituciones de sus propios países y cercenaron los derechos básicos de los ciudadanos. Hubo aspirantes a autócratas que siguieron las mismas estrategias en países tan diversos como Brasil, Venezuela y Nicaragua; Hungría, Polonia y Serbia; y Turquía, Filipinas y Estados Unidos.
Quienes se apartaron del buen camino de la democracia se apoyaron entre sí y formaron una alianza implícita. El expresidente estadounidense Donald Trump fue uno de los principales participantes y se esforzó por reafirmar a los líderes que compartían sus ideas, ofreciéndoles incluso una codiciada visita a la Casa Blanca. Trump demostró claramente sus preferencias en 2019 cuando recibió al despótico primer ministro húngaro Viktor Orbán, mientras exigía que al presidente ucraniano Volodímir Zelenski, como contraprestación para invitarlo a Washington, que iniciara acciones legales contra el por entonces potencial rival de Trump a la presidencia, Joe Biden.
La invasión rusa de Ucrania hizo trizas esta nefasta alianza de aspirantes a autócratas que consideraban a Putin como el hombre fuerte líder. Orbán denunció la invasión, mientras Polonia está recibiendo una oleada de refugiados ucranianos. Tanto Hungría como Polonia tienen nuevos motivos para valorar su participación en la OTAN.
Dejemos entonces que la agresión de Putin devuelva a las sociedades libres el sentido de propósito común y persuada a quienes desean erigirse como autócratas de que la paz, la seguridad y la supervivencia nacional bien valen el precio de admisión al club democrático. Allí es más probable que se respeten los derechos y libertades de los ciudadanos.
Traducción al español por Ant-Translation
CHICAGO – Enfrentando a la autoritaria cleptocracia rusa en sus fronteras norte y este, los ucranianos —intermitentemente y con periódicos levantamientos masivos— eligieron una orientación política muy diferente en las últimas décadas. Durante varios ciclos de elecciones y protestas populares, Ucrania fue acercando a los ideales democráticos y el imperio de la ley, la protección de las libertades individuales, la libertad de expresión y asociación, las elecciones libres y justas, y la resolución pacífica de sus conflictos internos.
En la actualidad, las organizaciones internacionales consideran a Ucrania como un país que aspira a ser una democracia, aunque no lo ha logrado completamente. La divergencia entre las decisiones de Rusia y Ucrania —una dictadura cada vez más restrictiva por parte del presidente ruso Vladímir Putin frente a una sociedad abierta, y a veces caótica, en Ucrania— aumentaron las probabilidades de una invasión por parte del Kremlin.
Una de las principales diferencias entre las autocracias y las democracias es que las democracias protegen los derechos a la libertad de expresión y reunión, y, por lo tanto, a las manifestaciones populares. Como saben los ciudadanos de las democracias, es necesario regular las manifestaciones para mantener la paz (y, a veces, la regulación es excesiva e impide el ejercicio de esos derechos).
Pero las dictaduras, como la de Putin, sencillamente no pueden tolerar las manifestaciones, al menos las que critican al gobierno. El Kremlin ahora amenaza a los rusos que se manifiestan contra la guerra en Ucrania con «duros castigos» por organizar «disturbios masivos». El parlamento de Rusia, controlado por Putin, está considerando una ley que impondría sentencias de 15 años de prisión a quienes «falsifiquen» información sobre la «operación militar especial» en Ucrania.
También es más probable que los autócratas cause daños físicos a los manifestantes. De hecho, las medidas violentas anteriores que tuvieron lugar en Kiev fueron el prólogo a la destitución en 2014 del presidente prorruso ucraniano anterior, Víktor Yanukóvich. En un intento por aplacar a los votantes ucranianos prooccidentales, Yanukóvich flirteó con la Unión Europea y anunció en 2013 que su gobierno firmaría un acuerdo de asociación con ella; pero a fines de noviembre de 2013, bajo la presión de Putin, abruptamente se alejó de la UE y dio señales de que prefería unirse a la Unión Económica Euroasiática liderada por Rusia.
Atónitos por la actitud de Yanukóvich, los manifestantes se reunieron en la plaza Maidán, en Kiev. En las primeras horas del 30 de noviembre un pequeño grupo de manifestantes permanecía junto a unos trabajadores municipales que preparaban un árbol de Navidad, cuando un contingente de la Berkut —una fuerza policial especial ucraniana— apareció repentinamente y los atacó con bastones y patadas. La violencia contra los manifestantes pacíficos, ordenada por Yanukóvich, fue inusual para Ucrania en ese momento.
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Las imágenes de jóvenes metidos a empujones en vehículos policiales causaron un enorme enojo y se estima que más de medio millón de manifestantes se reunieron en el centro de Kiev el 1 de diciembre. Este fue el principio de las protestas de Euromaidán, que culminaron en febrero 2014 con la huida de Yanukóvich a Rusia y su exilio voluntario allí. Putin recientemente se refirió a esos eventos en un discurso en el que justificó la actual matanza en Ucrania, afirmando en lenguaje orwelliano que Yanukóvich fue derrocado por un «golpe».
El asalto físico de Putin a Ucrania corona un período de ataques políticos contra la democracia en todo el mundo. Muchos de los atacantes fueron líderes electos que, como Yanukóvich, apuntaron contra las constituciones de sus propios países y cercenaron los derechos básicos de los ciudadanos. Hubo aspirantes a autócratas que siguieron las mismas estrategias en países tan diversos como Brasil, Venezuela y Nicaragua; Hungría, Polonia y Serbia; y Turquía, Filipinas y Estados Unidos.
Quienes se apartaron del buen camino de la democracia se apoyaron entre sí y formaron una alianza implícita. El expresidente estadounidense Donald Trump fue uno de los principales participantes y se esforzó por reafirmar a los líderes que compartían sus ideas, ofreciéndoles incluso una codiciada visita a la Casa Blanca. Trump demostró claramente sus preferencias en 2019 cuando recibió al despótico primer ministro húngaro Viktor Orbán, mientras exigía que al presidente ucraniano Volodímir Zelenski, como contraprestación para invitarlo a Washington, que iniciara acciones legales contra el por entonces potencial rival de Trump a la presidencia, Joe Biden.
La invasión rusa de Ucrania hizo trizas esta nefasta alianza de aspirantes a autócratas que consideraban a Putin como el hombre fuerte líder. Orbán denunció la invasión, mientras Polonia está recibiendo una oleada de refugiados ucranianos. Tanto Hungría como Polonia tienen nuevos motivos para valorar su participación en la OTAN.
Dejemos entonces que la agresión de Putin devuelva a las sociedades libres el sentido de propósito común y persuada a quienes desean erigirse como autócratas de que la paz, la seguridad y la supervivencia nacional bien valen el precio de admisión al club democrático. Allí es más probable que se respeten los derechos y libertades de los ciudadanos.
Traducción al español por Ant-Translation