ROMA – El contraste entre la resistencia europea a Uber y la recepción más cálida que ese servicio para compartir viajes tuvo en Estados Unidos destaca una vez más cómo las estructuras regulatorias europeas, inicialmente diseñadas para proteger a los consumidores, terminan defendiendo a proveedores consolidados y ahogando la innovación. Este contraste también puede guiarnos hacia la manera en que los gobiernos europeos deben corregir sus normas para impulsar a los emprendedores a desarrollar modelos de negocios de avanzada en sus países en vez de verse obligados a aceptar innovaciones recién cuando ya se han convertido en las mejores prácticas en el extranjero.
ROMA – El contraste entre la resistencia europea a Uber y la recepción más cálida que ese servicio para compartir viajes tuvo en Estados Unidos destaca una vez más cómo las estructuras regulatorias europeas, inicialmente diseñadas para proteger a los consumidores, terminan defendiendo a proveedores consolidados y ahogando la innovación. Este contraste también puede guiarnos hacia la manera en que los gobiernos europeos deben corregir sus normas para impulsar a los emprendedores a desarrollar modelos de negocios de avanzada en sus países en vez de verse obligados a aceptar innovaciones recién cuando ya se han convertido en las mejores prácticas en el extranjero.