La elección de Abdullah Gül como undécimo Presidente de Turquía representa un cambio de inflexión en la historia del país.
En julio, el gobernante partido Justicia y Desarrollo (AKP), religiosamente conservador, pero económicamente liberal, obtuvo una victoria arrolladora en las elecciones parlamentarias convocadas después de que el ejército expresara su oposición a que Gül llegase a ocupar la presidencia. Esa victoria, junto con la elección de Gül, confirma que el AKP se perfila cada vez más como un partido de realineamiento y que, pese al aumento del nacionalismo xenofóbico, los turcos quieren integrarse en la Unión Europa.
El pasado mes de abril, la candidatura de Gül provocó una amenaza de golpe militar, lo que precipitó las recientes elecciones. Así, el electorado dijo con claridad que ya no quería que el ejército participara en la política interior, al rechazar las advertencias de los generales de que el AKP conduciría al país hacia las tinieblas del gobierno teocrático.
El feroz debate sobre la presidencia subrayó el significado simbólico de ese cargo en el equilibrio interior de poder en Turquía. Se consideró que el velo que la esposa de Gül lleva puesto por razones religiosas era un ataque al sacrosanto principio del secularismo de Turquía. De hecho, el presidente saliente Ahmet Necdet Sezer se negó a invitar a las esposas de los diputados del AKP que se cubrían el pelo en las cenas de Estado y en las recepciones del Día de la República.
El Presidente representa, evidentemente, al Estado, pero no es una simple figura decorativa. Al fin y al cabo, ocupa el asiento de Ataturk. Tiene amplios poderes, incluida la autoridad para hacer nombramientos de altos cargos del Gobierno. Nombra a los jueces de los tribunales superiores y a los miembros del Consejo Superior de Educación (YOK). Selecciona a los presidentes de las universidades estatales a partir de una lista presentada por el YOK. En época de paz, es el comandante en jefe de las fuerzas armadas.
Ésa es la razón por la que la crisis provocada por la elección presidencial fue en realidad una crisis del orden constitucional impuesto por el ejército cuando gobernó de 1980 a 1983. Esa constitución –a diferencia de la de Ataturk– fue redactada por y para el ejército basándose en la suposición de que la Guerra Fría nunca tendría fin y de que el Presidente siempre sería un militar o alguien próximo al ejército.
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Pero hace mucho que la Guerra Fría se acabó y desde entonces muchas cosas han cambiado en Turquía. Un programa apoyado por el FMI en 2001 desencadenó el crecimiento económico, basado en la transformación gradual, pero definitiva, de Turquía en una economía de mercado. Al mismo tiempo, Turquía se internó con decisión por la senda de la reforma política y administrativa para iniciar las negociaciones sobre la adhesión a la UE.
Además, la transformación económica y social de Turquía creó una nueva minoría dirigente. El AKP pasó a representar a esa nueva minoría y su búsqueda del poder político.
Muchos comentaristas extranjeros describieron las elecciones presidenciales y parlamentarias como una pugna entre el pasado secular de Turquía y un supuesto futuro islamista. Sin embargo, resulta más exacto verla como una pugna entre una Turquía abierta y otra introvertida, entre el gobierno democrático civil y la tutela militar y entre una economía mundializadora y otra proteccionista.
El apoyo al AKP procedía tanto de los ganadores como de los perdedores de la mundialización, de la conservadora Anatolia central como de la cosmopolita Estambul, de la nacionalista región del mar Negro como del sudeste predominantemente kurdo.
A raíz de la victoria en julio del AKP en las elecciones parlamentarias, muchos observadores predijeron –y ahora con la elección de Gül vuelven a hacerlo– una intervención militar. Aunque no cabe duda de que al ejército, como bastión de la capa dirigente secular, no le gustan esos resultados, hay que descartar casi con toda seguridad la posibilidad de que haya un golpe militar.
Una razón es la de que las relaciones entre el ejército y el movimiento islamista son más complicadas de lo que parecen. Allá por 1997, cuando el ejército derrocó al gobierno islamista de Necmettin Erbakan, el movimiento islamista se escindió. Los elementos más jóvenes, modernos y abiertos se alejaron de la generación mayor, tradicionalista, antioccidental y antisemita. La crisis de este año movió a Recep Tayyip Erdoğan, el Primer Ministro, a completar la transformación del AKP para alejarlo del islamismo doctrinario.
A raíz de la victoria del AKP en julio, Erdoğan procuró al principio no contrariar al ejército renunciando a renovar la candidatura presidencial de Gül, pero éste insistió y el AKP cerró filas tras él.
A consecuencia de ello, Turquía está surcando aguas desconocidas. Gül será un presidente comprometido. Como Turquía afronta muchas amenazas regionales, su experiencia de ministro de Asuntos Exteriores debería resultarle muy útil, pero un presidente comprometido y activo puede causar tensiones con el Primer Ministro que en el sistema turco es el auténtico jefe del Ejecutivo.
El ascenso de Gül a la presidencia debería consolidar la transformación de la política turca. Turquía ha integrado el movimiento islamista en la corriente política principal. Los representantes de un núcleo económicamente dinámico y socialmente conservador están orientando a Turquía hacia la reforma. El proyecto republicano de modernización continuará con una movilización más amplia de la sociedad.
Así, Turquía continuará con su amalgama sin precedentes de islam, capitalismo y democracia liberal secular. Por improbable que parezca tras la crisis por la candidatura de Gül, hasta ahora Turquía ha logrado bastante bien sacar adelante ese empeño.
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Recent developments that look like triumphs of religious fundamentalism represent not a return of religion in politics, but simply the return of the political as such. If they look foreign to Western eyes, that is because the West no longer stands for anything Westerners are willing to fight and die for.
thinks the prosperous West no longer understands what genuine political struggle looks like.
Readers seeking a self-critical analysis of the former German chancellor’s 16-year tenure will be disappointed by her long-awaited memoir, as she offers neither a mea culpa nor even an acknowledgment of her missteps. Still, the book provides a rare glimpse into the mind of a remarkable politician.
highlights how and why the former German chancellor’s legacy has soured in the three years since she left power.
La elección de Abdullah Gül como undécimo Presidente de Turquía representa un cambio de inflexión en la historia del país.
En julio, el gobernante partido Justicia y Desarrollo (AKP), religiosamente conservador, pero económicamente liberal, obtuvo una victoria arrolladora en las elecciones parlamentarias convocadas después de que el ejército expresara su oposición a que Gül llegase a ocupar la presidencia. Esa victoria, junto con la elección de Gül, confirma que el AKP se perfila cada vez más como un partido de realineamiento y que, pese al aumento del nacionalismo xenofóbico, los turcos quieren integrarse en la Unión Europa.
El pasado mes de abril, la candidatura de Gül provocó una amenaza de golpe militar, lo que precipitó las recientes elecciones. Así, el electorado dijo con claridad que ya no quería que el ejército participara en la política interior, al rechazar las advertencias de los generales de que el AKP conduciría al país hacia las tinieblas del gobierno teocrático.
El feroz debate sobre la presidencia subrayó el significado simbólico de ese cargo en el equilibrio interior de poder en Turquía. Se consideró que el velo que la esposa de Gül lleva puesto por razones religiosas era un ataque al sacrosanto principio del secularismo de Turquía. De hecho, el presidente saliente Ahmet Necdet Sezer se negó a invitar a las esposas de los diputados del AKP que se cubrían el pelo en las cenas de Estado y en las recepciones del Día de la República.
El Presidente representa, evidentemente, al Estado, pero no es una simple figura decorativa. Al fin y al cabo, ocupa el asiento de Ataturk. Tiene amplios poderes, incluida la autoridad para hacer nombramientos de altos cargos del Gobierno. Nombra a los jueces de los tribunales superiores y a los miembros del Consejo Superior de Educación (YOK). Selecciona a los presidentes de las universidades estatales a partir de una lista presentada por el YOK. En época de paz, es el comandante en jefe de las fuerzas armadas.
Ésa es la razón por la que la crisis provocada por la elección presidencial fue en realidad una crisis del orden constitucional impuesto por el ejército cuando gobernó de 1980 a 1983. Esa constitución –a diferencia de la de Ataturk– fue redactada por y para el ejército basándose en la suposición de que la Guerra Fría nunca tendría fin y de que el Presidente siempre sería un militar o alguien próximo al ejército.
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Pero hace mucho que la Guerra Fría se acabó y desde entonces muchas cosas han cambiado en Turquía. Un programa apoyado por el FMI en 2001 desencadenó el crecimiento económico, basado en la transformación gradual, pero definitiva, de Turquía en una economía de mercado. Al mismo tiempo, Turquía se internó con decisión por la senda de la reforma política y administrativa para iniciar las negociaciones sobre la adhesión a la UE.
Además, la transformación económica y social de Turquía creó una nueva minoría dirigente. El AKP pasó a representar a esa nueva minoría y su búsqueda del poder político.
Muchos comentaristas extranjeros describieron las elecciones presidenciales y parlamentarias como una pugna entre el pasado secular de Turquía y un supuesto futuro islamista. Sin embargo, resulta más exacto verla como una pugna entre una Turquía abierta y otra introvertida, entre el gobierno democrático civil y la tutela militar y entre una economía mundializadora y otra proteccionista.
El apoyo al AKP procedía tanto de los ganadores como de los perdedores de la mundialización, de la conservadora Anatolia central como de la cosmopolita Estambul, de la nacionalista región del mar Negro como del sudeste predominantemente kurdo.
A raíz de la victoria en julio del AKP en las elecciones parlamentarias, muchos observadores predijeron –y ahora con la elección de Gül vuelven a hacerlo– una intervención militar. Aunque no cabe duda de que al ejército, como bastión de la capa dirigente secular, no le gustan esos resultados, hay que descartar casi con toda seguridad la posibilidad de que haya un golpe militar.
Una razón es la de que las relaciones entre el ejército y el movimiento islamista son más complicadas de lo que parecen. Allá por 1997, cuando el ejército derrocó al gobierno islamista de Necmettin Erbakan, el movimiento islamista se escindió. Los elementos más jóvenes, modernos y abiertos se alejaron de la generación mayor, tradicionalista, antioccidental y antisemita. La crisis de este año movió a Recep Tayyip Erdoğan, el Primer Ministro, a completar la transformación del AKP para alejarlo del islamismo doctrinario.
A raíz de la victoria del AKP en julio, Erdoğan procuró al principio no contrariar al ejército renunciando a renovar la candidatura presidencial de Gül, pero éste insistió y el AKP cerró filas tras él.
A consecuencia de ello, Turquía está surcando aguas desconocidas. Gül será un presidente comprometido. Como Turquía afronta muchas amenazas regionales, su experiencia de ministro de Asuntos Exteriores debería resultarle muy útil, pero un presidente comprometido y activo puede causar tensiones con el Primer Ministro que en el sistema turco es el auténtico jefe del Ejecutivo.
El ascenso de Gül a la presidencia debería consolidar la transformación de la política turca. Turquía ha integrado el movimiento islamista en la corriente política principal. Los representantes de un núcleo económicamente dinámico y socialmente conservador están orientando a Turquía hacia la reforma. El proyecto republicano de modernización continuará con una movilización más amplia de la sociedad.
Así, Turquía continuará con su amalgama sin precedentes de islam, capitalismo y democracia liberal secular. Por improbable que parezca tras la crisis por la candidatura de Gül, hasta ahora Turquía ha logrado bastante bien sacar adelante ese empeño.