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Trump puede ganarle a China: en Ucrania

WASHINGTON, DC/KIEV – El presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, está decidido a una confrontación económica y estratégica con China. Es un problema difícil, porque muchos de los productos que se compran en los Estados Unidos tienen cadenas de suministro con profundas raíces en la base industrial china.

Si los nuevos aranceles estadounidenses provocan (como parece probable) una depreciación del yuan, los productos chinos seguirán siendo competitivos, al menos a corto plazo; y si aumenta el costo de los bienes que Estados Unidos le compra a China, esto perjudicará a los estadounidenses de menos ingresos y restará competitividad a los fabricantes estadounidenses que usan componentes importados. Los aranceles propuestos y la retórica asociada pueden inducir a las empresas globales a trasladar operaciones fabriles de China a Vietnam, México y otros países con salarios bajos, pero no traerán muchos empleos de calidad de regreso a Estados Unidos.

Sin embargo, Trump tiene otro modo de anotarse una victoria rápida e impresionante contra China: expulsando a Rusia de Ucrania y restaurando las fronteras previas a la invasión.

Semejante golpe diplomático elevaría el prestigio internacional de Estados Unidos y fortalecería la posición de Trump en la negociación de otros temas con China. También sería fácil de hacer: Rusia es muy dependiente de la exportación de petróleo, y Trump puede reducir básicamente a cero, desde su primer día en el cargo, el ingreso neto que obtiene Rusia de esa exportación. Privada de esa fuente de divisas, la maquinaria de guerra rusa quedará paralizada.

La economía rusa es relativamente pequeña. El PIB de Rusia en 2024 será alrededor de 2,2 billones de dólares, es decir, menos del 8 % de la economía estadounidense. Lo que permite a Rusia dar pelea (en sentido literal y figurado) por encima de sus posibilidades económicas es la alianza con Irán (que le provee drones y otros equipos militares), con Corea del Norte (munición de artillería y soldados) y con China (componentes esenciales y bienes de consumo). En esta «alianza de la agresión», China es (con diferencia) la economía más grande, y Rusia se ha convertido en la práctica en un estado cliente.

Antes de invadir Ucrania en 2022, Putin buscó la aprobación tácita del presidente chino Xi Jinping. Según fuentes creíbles, Xi pidió a Putin que esperara hasta después de los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing, y Putin accedió. Su deferencia fue prudente: en 2023, China proveyó más del 50% de las importaciones bélicas de Rusia (incluidos componentes cruciales para su ejército), por un valor total de unos 5500 millones de dólares. Sin acceso continuo a componentes chinos, Rusia se quedaría sin misiles en poco tiempo y sería probable un cambio decisivo de la superioridad aérea en favor de Ucrania.

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Pero China no provee estos bienes a Rusia (ni a nadie) a cambio de nada. Tampoco le interesa la deuda rusa, ya que la dirigencia china no confía ni en la capacidad ni en la voluntad de Putin para pagar. De modo que para mantener andando su maquinaria bélica con componentes chinos, Rusia está obligada a pagar en efectivo contra entrega (o incluso por adelantado).

Para generar el efectivo necesario, Rusia vende petróleo por dólares. Las sanciones han llevado a que casi todas las demás exportaciones rusas sean bastante pequeñas. Pero el G7 y la Unión Europea acordaron mantener el acceso ruso al mercado mundial de petróleo, más que nada porque Rusia provee una parte importante del consumo mundial diario (unos ocho millones de barriles por día, sobre un total cercano a cien millones).

En su primer día en el cargo, Trump puede anunciar que impondrá sanciones estrictas a cualquier empresa que pague más de 15 dólares por el barril de petróleo ruso (y a quienquiera que participe en cualquier transacción por encima de ese nivel). Los países que no cooperen podrán esperar aranceles punitivos.

Como Trump bien sabe, a veces las amenazas son más efectivas cuando no se materializan. Durante su primer gobierno, quería que México cerrara su frontera sur con Guatemala, de modo que anunció que le impondría un arancel y se lo iría subiendo hasta que México tomara medidas. El gobierno mexicano consideró que era una amenaza descabellada, pero totalmente creíble, así que desplegó fuerzas de seguridad para cerrar la frontera, y el nuevo arancel quedó archivado.

El gobierno del presidente Joe Biden llevó adelante una ardua y larga negociación para que el G7 y la UE impusieran un tope de precio al crudo ruso, que actualmente está en 60 dólares por barril. Pero aunque la iniciativa fue un bienvenido ejemplo de cooperación entre los aliados de Ucrania, con ese precio Rusia todavía genera ingresos sustanciales, porque su costo marginal de extracción es bajo (entre 15 y 20 dólares por barril). Es ahora cuando vendría bien la modalidad preferida por Trump: acciones unilaterales respaldadas por bravatas y amenazas vagas.

Mientras continúe el flujo de petróleo ruso a China, la «flota clandestina» que lo transporta amparada en banderas de conveniencia tiene que ser blanco de hostigamiento continuo, para aumentar los costos operativos y reducir todavía más el margen de ganancias ruso. Basta requisar algunos de esos petroleros por presunta infracción de las sanciones y sentarse a ver cómo se dispara el precio del transporte para el petróleo ruso.

Incluso a 15 dólares por barril, es probable que Rusia siga extrayendo tanto petróleo como pueda, porque Putin está desesperado por obtener efectivo. Pero ¿qué pasa si las amenazas y acciones de Trump elevan el precio mundial del petróleo? No sólo sería muy del agrado de los aliados de Trump en la industria de los combustibles fósiles, sino que también alentaría y justificaría una mayor exploración gaspetrolera. (Por supuesto que es malo para el clima, pero aquí estamos hablando de la realpolitik de Trump, incluido todo aquello que sume al Congreso a su agenda extractivista).

Un tope de precio mucho más bajo para el petróleo, sumado a un recrudecimiento de las sanciones contra empresas y países que comercien ilegalmente con Rusia, no le dejaría a Putin otra opción que retirarse de Ucrania. Eso, a su vez, enviaría una fuerte señal a la «alianza de la agresión», y a la dirigencia china en particular: las consecuencias económicas para aquellos países que ataquen a sus vecinos serán devastadoras.

Traducción: Esteban Flamini

https://prosyn.org/ouSbahyes