PARIS – Mientras Obama llega a Suecia para recoger su Premio Nobel, las celebraciones muestran una verdad terrible: la admiración de Europa por su ideal de presidente estadounidense no es mutua. Parece que Obama no le tiene mala voluntad a los europeos. No obstante, Obama ha aprendido rápidamente a verlos con una actitud que no pueden soportar -indiferencia.
Estamos entrando a un mundo post-estadounidense –el mundo más allá del breve momento de dominación global de los Estados Unidos. La administración Obama entiende esto y ha respondido con lo que llama una “estrategia multilateral.” Ya sean los chinos para la economía global, o Rusia para el desarme nuclear, los Estados Unidos trabajarán ahora con cualquiera que pueda ayudarles a conseguir los resultados que quieren –garantizando así que seguirán siendo la “nación indispensable.”
No se busca rechazar o excluir a los europeos. Los estadounidenses entienden que Europa, como otro repositorio importante de la legitimidad democrática, la riqueza y el poder militar, tiene un gran potencial como socio. Obama lo explicó durante su primer viaje a Europa como presidente, en la cumbre de la OTAN en abril. Sin embargo, si Europa no puede responder, Obama buscará en otro lado los socios que necesita, sin las restricciones que suponen las peticiones ansiosas de Europa de una “relación especial” o de una “comunidad atlántica de valores.”
El enfoque de Obama es abiertamente pragmático como él lo reconoce. Su observación de que la relación entre su país y China definirá el siglo XXI no fue una declaración de preferencia sino un reconocimiento de la realidad.
Todo esto supone un duro golpe para Europa. El final del siglo XX funcionó muy bien para los europeos. A cambio de solidaridad política, los Estados Unidos los protegieron y les dieron el papel de socios adjuntos en la conducción del mundo.
Las actitudes creadas en esas circunstancias agradables son difíciles de erradicar. Así, veinte años después de la caída de la Unión Soviética, Rusia gasta sólo la mitad de lo que gastan los europeos en defensa –con todo, Europa todavía se aferra a la idea de que su seguridad depende de la protección estadounidense. En el mismo espíritu, los europeos se niegan categóricamente a aceptar que los Estados Unidos justificadamente podrían tener diferentes intereses geopolíticos –de modo que cuando las políticas de los Estados Unidos divergen de las suyas, éstos suponen simplemente que los estadounidenses se equivocaron, y que claramente necesitan de su sabio consejo para corregir las cosas.
Naturalmente, tal actitud da una gran importancia a una relación trasatlántica armoniosa, al grado que, para los europeos, la amistad y la armonía se convierten en los objetivos mismos sin ninguna referencia a cuál podría ser su utilidad. En suma, los europeos, convierten la relación trasatlántica en un fetiche.
En lo relativo a Rusia y China, los Estados miembros de la Unión Europea generalmente reconocen que una postura europea más unida, por difícil que sea lograrlo en la práctica, sería deseable. No obstante, no hay tal reconocimiento en relación con los Estados Unidos. Al contrario, las élites europeas parecen sentir que sería incorrecto estar en contra de los Estados Unidos.
Así, para la mayoría de los Estados europeos, las relaciones trasatlánticas giran primordialmente en torno a la OTAN y sus vínculos bilaterales con los Estados Unidos. Después de todo, no son sólo los británicos los que creen tener una “relación especial”; gran parte de los Estados miembros de la UE prefieren pensar que tienen una conexión particular con los Estados Unidos, que les da una influencia especial. Por consiguiente, predominan los enfoques nacionales más que los colectivos hacia los Estados Unidos, basados, en gran medida, en estrategias de agrado –cada Estado europeo trata de presentarse como más útil, o al menos más comprensivo que sus competidores europeos.
Desde la perspectiva estadounidense, esto a veces puede ser ventajoso. Si los europeos quieren ser divididos y gobernados, los Estados Unidos están encantados de hacerlo. Este país puede tomarse su tiempo para decidir una nueva estrategia en Afganistán sin considerar las opiniones europeas, pese a la presencia de más de 30,000 tropas europeas en el país. De igual manera, le conviene a los Estados Unidos que Europa se mantenga al margen del conflicto israelí-palestino mientras que paga mil millones de euros al año para financiar la paralización.
Con todo, a pesar de estas ventajas, los Estados Unidos están molestos por el constante clamor europeo por atención y acceso. Tal necesidad sería más fácil de soportar si estuviera acompañada de una mayor preparación para tomar acciones reales. Todos estos diferentes europeos son capaces de hablar de lo que hay que hacer, pero pocos están dispuestos a ensuciarse las manos. Visto desde Washington, la búsqueda de atención y la elusión de responsabilidades en la conducta europea parece infantil.
Solamente entonces, los europeos podrían aprender a abordar a los Estados Unidos con una sola voz. Sobran ideas para impulsar esto con nuevos procesos y foros para el diálogo estratégico Estados Unidos-Unión Europea. Sin embargo, el problema es de sicología política, no de acuerdos institucionales y sólo podrá resolverse cuando los europeos se den cuenta de la forma en que el mundo está cambiando, lleguen a la conclusión de que permitir que otros determinen el futuro orden mundial no es lo mejor y desarrollen las actitudes y comportamientos de una Europa post-Estados Unidos.
Esto requiere de una Europa que se conozca a sí misma para que pueda abordar a los Estados Unidos –y al resto del mundo- con una visión más clara y una mente más decidida. Los Estados miembros de la UE tendrán que aprender a discutir los grandes asuntos geopolíticos –empezando por su propia seguridad- como europeos dentro de la UE. No siempre se pondrán de acuerdo. Cuando lo hagan, tendrán una mejor oportunidad de imponer sus propios intereses –y actuar como un socio más comprometido y más influyente de los Estados Unidos en muchas cuestiones internacionales en las que los intereses de los dos actores coincidan.
Los Estados Unidos preferirían, en efecto, esa Europa. No obstante, las expectativas de los Estados Unidos son tan bajas que apenas les importa. Los europeos post-Estados Unidos deben librarse de su usual deferencia y autocomplacencia hacia los Estados Unidos –o resignarse con la merecida indiferencia estadounidense.
PARIS – Mientras Obama llega a Suecia para recoger su Premio Nobel, las celebraciones muestran una verdad terrible: la admiración de Europa por su ideal de presidente estadounidense no es mutua. Parece que Obama no le tiene mala voluntad a los europeos. No obstante, Obama ha aprendido rápidamente a verlos con una actitud que no pueden soportar -indiferencia.
Estamos entrando a un mundo post-estadounidense –el mundo más allá del breve momento de dominación global de los Estados Unidos. La administración Obama entiende esto y ha respondido con lo que llama una “estrategia multilateral.” Ya sean los chinos para la economía global, o Rusia para el desarme nuclear, los Estados Unidos trabajarán ahora con cualquiera que pueda ayudarles a conseguir los resultados que quieren –garantizando así que seguirán siendo la “nación indispensable.”
No se busca rechazar o excluir a los europeos. Los estadounidenses entienden que Europa, como otro repositorio importante de la legitimidad democrática, la riqueza y el poder militar, tiene un gran potencial como socio. Obama lo explicó durante su primer viaje a Europa como presidente, en la cumbre de la OTAN en abril. Sin embargo, si Europa no puede responder, Obama buscará en otro lado los socios que necesita, sin las restricciones que suponen las peticiones ansiosas de Europa de una “relación especial” o de una “comunidad atlántica de valores.”
El enfoque de Obama es abiertamente pragmático como él lo reconoce. Su observación de que la relación entre su país y China definirá el siglo XXI no fue una declaración de preferencia sino un reconocimiento de la realidad.
Todo esto supone un duro golpe para Europa. El final del siglo XX funcionó muy bien para los europeos. A cambio de solidaridad política, los Estados Unidos los protegieron y les dieron el papel de socios adjuntos en la conducción del mundo.
Las actitudes creadas en esas circunstancias agradables son difíciles de erradicar. Así, veinte años después de la caída de la Unión Soviética, Rusia gasta sólo la mitad de lo que gastan los europeos en defensa –con todo, Europa todavía se aferra a la idea de que su seguridad depende de la protección estadounidense. En el mismo espíritu, los europeos se niegan categóricamente a aceptar que los Estados Unidos justificadamente podrían tener diferentes intereses geopolíticos –de modo que cuando las políticas de los Estados Unidos divergen de las suyas, éstos suponen simplemente que los estadounidenses se equivocaron, y que claramente necesitan de su sabio consejo para corregir las cosas.
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Naturalmente, tal actitud da una gran importancia a una relación trasatlántica armoniosa, al grado que, para los europeos, la amistad y la armonía se convierten en los objetivos mismos sin ninguna referencia a cuál podría ser su utilidad. En suma, los europeos, convierten la relación trasatlántica en un fetiche.
En lo relativo a Rusia y China, los Estados miembros de la Unión Europea generalmente reconocen que una postura europea más unida, por difícil que sea lograrlo en la práctica, sería deseable. No obstante, no hay tal reconocimiento en relación con los Estados Unidos. Al contrario, las élites europeas parecen sentir que sería incorrecto estar en contra de los Estados Unidos.
Así, para la mayoría de los Estados europeos, las relaciones trasatlánticas giran primordialmente en torno a la OTAN y sus vínculos bilaterales con los Estados Unidos. Después de todo, no son sólo los británicos los que creen tener una “relación especial”; gran parte de los Estados miembros de la UE prefieren pensar que tienen una conexión particular con los Estados Unidos, que les da una influencia especial. Por consiguiente, predominan los enfoques nacionales más que los colectivos hacia los Estados Unidos, basados, en gran medida, en estrategias de agrado –cada Estado europeo trata de presentarse como más útil, o al menos más comprensivo que sus competidores europeos.
Desde la perspectiva estadounidense, esto a veces puede ser ventajoso. Si los europeos quieren ser divididos y gobernados, los Estados Unidos están encantados de hacerlo. Este país puede tomarse su tiempo para decidir una nueva estrategia en Afganistán sin considerar las opiniones europeas, pese a la presencia de más de 30,000 tropas europeas en el país. De igual manera, le conviene a los Estados Unidos que Europa se mantenga al margen del conflicto israelí-palestino mientras que paga mil millones de euros al año para financiar la paralización.
Con todo, a pesar de estas ventajas, los Estados Unidos están molestos por el constante clamor europeo por atención y acceso. Tal necesidad sería más fácil de soportar si estuviera acompañada de una mayor preparación para tomar acciones reales. Todos estos diferentes europeos son capaces de hablar de lo que hay que hacer, pero pocos están dispuestos a ensuciarse las manos. Visto desde Washington, la búsqueda de atención y la elusión de responsabilidades en la conducta europea parece infantil.
Solamente entonces, los europeos podrían aprender a abordar a los Estados Unidos con una sola voz. Sobran ideas para impulsar esto con nuevos procesos y foros para el diálogo estratégico Estados Unidos-Unión Europea. Sin embargo, el problema es de sicología política, no de acuerdos institucionales y sólo podrá resolverse cuando los europeos se den cuenta de la forma en que el mundo está cambiando, lleguen a la conclusión de que permitir que otros determinen el futuro orden mundial no es lo mejor y desarrollen las actitudes y comportamientos de una Europa post-Estados Unidos.
Esto requiere de una Europa que se conozca a sí misma para que pueda abordar a los Estados Unidos –y al resto del mundo- con una visión más clara y una mente más decidida. Los Estados miembros de la UE tendrán que aprender a discutir los grandes asuntos geopolíticos –empezando por su propia seguridad- como europeos dentro de la UE. No siempre se pondrán de acuerdo. Cuando lo hagan, tendrán una mejor oportunidad de imponer sus propios intereses –y actuar como un socio más comprometido y más influyente de los Estados Unidos en muchas cuestiones internacionales en las que los intereses de los dos actores coincidan.
Los Estados Unidos preferirían, en efecto, esa Europa. No obstante, las expectativas de los Estados Unidos son tan bajas que apenas les importa. Los europeos post-Estados Unidos deben librarse de su usual deferencia y autocomplacencia hacia los Estados Unidos –o resignarse con la merecida indiferencia estadounidense.