EAGLE RIVER, ALASKA – Para responder a la creciente crisis climática se necesitará el movimiento de capital más grande y sostenido de la historia. En los próximos veinte a treinta años hay que invertir al menos cien billones de dólares para pasar a una economía descarbonizada, y otros tres o cuatro billones al año para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2030 y estabilizar los océanos.
La economía mundial y los mercados financieros tienen capacidad de sobra para movilizar estas enormes sumas e invertirlas en forma eficiente, pero se necesitan cambios fundamentales en el funcionamiento de esos mercados. En particular, las instituciones financieras tradicionales necesitan ayuda para encontrar los proyectos correctos, simplificar el diseño y la negociación de las transacciones y conseguir el capital para su financiación.
Muchas de las soluciones en el área de la sostenibilidad son de pequeña escala, lo que se debe en parte a la naturaleza de la innovación: desarrollar ideas, ponerlas a prueba y si funcionan, reproducirlas. Pero extender esa escala no es sencillo, porque entre quienes desarrollan proyectos de sostenibilidad y el mundo financiero tradicional hay una desconexión.
Con riesgo de simplificar demasiado, podría decirse que entre los activistas de la sostenibilidad hay desconfianza hacia el mundo de las grandes finanzas, con su historial de financiar industrias insostenibles; y que los inversores, por su parte, desconfían de miradas idealistas que no prestan atención a los resultados concretos, y no les interesan transacciones en pequeña escala.
En vista de esta desconexión, ¿cómo hacer para extender proyectos sostenibles desde el nivel de la pequeña inversión hasta los cien millones de dólares o más que empiezan a atraer a los grandes actores financieros, y luego a los billones de dólares que se necesitan para lograr cambios reales en el nivel mundial?
Hay en particular tres medidas necesarias. En primer lugar, emplear técnicas de titulización para reunir una gran cantidad de proyectos pequeños en uno solo con suficiente masa crítica para ser relevante. La titulización se hizo mala fama en 2007‑08, por haber impulsado la crisis de las hipotecas basura, que dejó a los países desarrollados al borde de la catástrofe financiera. Pero con una gestión adecuada, el riesgo de financiar una multiplicidad de proyectos en forma conjunta es menor, porque la probabilidad de que todos tengan problemas financieros y operativos similares al mismo tiempo es baja. Sin embargo, para que el todo resultante interese a los inversores, esa multiplicidad de proyectos pequeños tiene que tener desde un primer momento características comunes que permitan unificarlos.
Por ejemplo, hay que elaborar cláusulas uniformes para conjuntos de activos similares, como ya ocurre en el mercado estadounidense de la energía solar residencial; y explicar a más innovadores los fundamentos de la titulización, por medio de congresos regionales donde los financistas puedan interactuar con desarrolladores de proyectos sostenibles.
En segundo lugar, hay que reducir la complejidad de cláusulas contractuales clave y lograr que negociar y diseñar los detalles de los instrumentos para la inversión en proyectos sostenibles sea más fácil. En los mercados financieros establecidos, resulta mucho más fácil replicar grandes partes de acuerdos anteriores exitosos, antes que empezar todo de cero en cada transacción. Esto funciona porque actores financieros clave ya han dado su conformidad a muchos de los términos y condiciones que se usarán en acuerdos posteriores.
De modo que es crucial que las innovaciones exitosas estén a la vista de los inversores. Para ello habría que crear un centro de acopio de información, abierto y de alto perfil, sobre proyectos sostenibles previos, incluidos aquellos cuya financiación fue exitosa y los que fracasaron; similar a las muchas otras bases de datos que ya existen en el sector financiero, pero a disposición del público y bajo la supervisión de entidades de prestigio, para garantizar su exactitud.
En tercer lugar, hay que ampliar las fuentes de financiación para proyectos sostenibles y hacerlas más transparentes. A la luz de las métricas históricas de los mercados financieros, la rentabilidad de las inversiones en proyectos de sostenibilidad puede ser menor, y eso llevaría a hacerlas menos atractivas cuando se usan métodos de composición de cartera tradicionales en un contexto de «mercados eficientes». Pero las comparaciones históricas no tienen suficientemente en cuenta el campo cada vez más activo de la inversión de impacto, donde se usan umbrales de rentabilidad y duración diferentes, y cuyo volumen ya alcanza unos 2,5 billones de dólares. Algo que puede cambiar por completo el ámbito de la financiación de proyectos de sostenibilidad es la titulización segmentada de diferentes clases de inversiones de impacto.
Sería útil crear una base de datos abierta (similar a la que mencionamos más arriba) de inversores interesados y ponerla a disposición de innovadores y diseñadores de nuevos proyectos de sostenibilidad. Eso les facilitará identificar inversores (accionistas, prestamistas o algún híbrido) dispuestos a comprometer financiación. La base de datos podría alojarse en una organización como la Corporación Financiera Internacional, las Naciones Unidas o la Red Global de Inversiones de Impacto.
Ya hay precedentes alentadores. Aunque el mercado de bonos verdes nació hace poco más de una década, es posible que el total de títulos emitidos llegue a un billón de dólares este año. Y en la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático (COP26) que se celebró el pasado noviembre en Glasgow estuvo presente una masa crítica del mundo financiero. Bajo la dirección del enviado especial de la ONU Mark Carney, la Alianza Financiera de Glasgow para las Cero Emisiones Netas (GFANZ) comprometió 130 billones de dólares para financiar proyectos relacionados con el clima.
En 1983, Muhammad Yunus fundó el Grameen Bank, para proveer servicios bancarios, y en particular préstamos, a personas (sobre todo mujeres) a las que antes se consideraba «inbancarizables». Cuando Yunus ganó el Premio Nobel de la Paz en 2006, el «microcrédito» se había convertido en un fenómeno mundial, y había instituciones financieras tradicionales dedicadas a titulizar esta clase de préstamos.
La revolución financiera que empezó Yunus transformó el crédito minorista, optimizó la estructuración de esas transacciones y permitió aprovechar una nueva fuente de capital para inversión en escala. Los desafíos de sostenibilidad que enfrentamos hoy son existenciales, y para ayudar a darles respuesta, los mercados de capitales y sus principales actores tienen que ser todavía más innovadores y abrir la puerta a voces e ideas no tradicionales e incluso disruptivas.
Traducción: Esteban Flamini
EAGLE RIVER, ALASKA – Para responder a la creciente crisis climática se necesitará el movimiento de capital más grande y sostenido de la historia. En los próximos veinte a treinta años hay que invertir al menos cien billones de dólares para pasar a una economía descarbonizada, y otros tres o cuatro billones al año para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2030 y estabilizar los océanos.
La economía mundial y los mercados financieros tienen capacidad de sobra para movilizar estas enormes sumas e invertirlas en forma eficiente, pero se necesitan cambios fundamentales en el funcionamiento de esos mercados. En particular, las instituciones financieras tradicionales necesitan ayuda para encontrar los proyectos correctos, simplificar el diseño y la negociación de las transacciones y conseguir el capital para su financiación.
Muchas de las soluciones en el área de la sostenibilidad son de pequeña escala, lo que se debe en parte a la naturaleza de la innovación: desarrollar ideas, ponerlas a prueba y si funcionan, reproducirlas. Pero extender esa escala no es sencillo, porque entre quienes desarrollan proyectos de sostenibilidad y el mundo financiero tradicional hay una desconexión.
Con riesgo de simplificar demasiado, podría decirse que entre los activistas de la sostenibilidad hay desconfianza hacia el mundo de las grandes finanzas, con su historial de financiar industrias insostenibles; y que los inversores, por su parte, desconfían de miradas idealistas que no prestan atención a los resultados concretos, y no les interesan transacciones en pequeña escala.
En vista de esta desconexión, ¿cómo hacer para extender proyectos sostenibles desde el nivel de la pequeña inversión hasta los cien millones de dólares o más que empiezan a atraer a los grandes actores financieros, y luego a los billones de dólares que se necesitan para lograr cambios reales en el nivel mundial?
Hay en particular tres medidas necesarias. En primer lugar, emplear técnicas de titulización para reunir una gran cantidad de proyectos pequeños en uno solo con suficiente masa crítica para ser relevante. La titulización se hizo mala fama en 2007‑08, por haber impulsado la crisis de las hipotecas basura, que dejó a los países desarrollados al borde de la catástrofe financiera. Pero con una gestión adecuada, el riesgo de financiar una multiplicidad de proyectos en forma conjunta es menor, porque la probabilidad de que todos tengan problemas financieros y operativos similares al mismo tiempo es baja. Sin embargo, para que el todo resultante interese a los inversores, esa multiplicidad de proyectos pequeños tiene que tener desde un primer momento características comunes que permitan unificarlos.
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Por ejemplo, hay que elaborar cláusulas uniformes para conjuntos de activos similares, como ya ocurre en el mercado estadounidense de la energía solar residencial; y explicar a más innovadores los fundamentos de la titulización, por medio de congresos regionales donde los financistas puedan interactuar con desarrolladores de proyectos sostenibles.
En segundo lugar, hay que reducir la complejidad de cláusulas contractuales clave y lograr que negociar y diseñar los detalles de los instrumentos para la inversión en proyectos sostenibles sea más fácil. En los mercados financieros establecidos, resulta mucho más fácil replicar grandes partes de acuerdos anteriores exitosos, antes que empezar todo de cero en cada transacción. Esto funciona porque actores financieros clave ya han dado su conformidad a muchos de los términos y condiciones que se usarán en acuerdos posteriores.
De modo que es crucial que las innovaciones exitosas estén a la vista de los inversores. Para ello habría que crear un centro de acopio de información, abierto y de alto perfil, sobre proyectos sostenibles previos, incluidos aquellos cuya financiación fue exitosa y los que fracasaron; similar a las muchas otras bases de datos que ya existen en el sector financiero, pero a disposición del público y bajo la supervisión de entidades de prestigio, para garantizar su exactitud.
En tercer lugar, hay que ampliar las fuentes de financiación para proyectos sostenibles y hacerlas más transparentes. A la luz de las métricas históricas de los mercados financieros, la rentabilidad de las inversiones en proyectos de sostenibilidad puede ser menor, y eso llevaría a hacerlas menos atractivas cuando se usan métodos de composición de cartera tradicionales en un contexto de «mercados eficientes». Pero las comparaciones históricas no tienen suficientemente en cuenta el campo cada vez más activo de la inversión de impacto, donde se usan umbrales de rentabilidad y duración diferentes, y cuyo volumen ya alcanza unos 2,5 billones de dólares. Algo que puede cambiar por completo el ámbito de la financiación de proyectos de sostenibilidad es la titulización segmentada de diferentes clases de inversiones de impacto.
Sería útil crear una base de datos abierta (similar a la que mencionamos más arriba) de inversores interesados y ponerla a disposición de innovadores y diseñadores de nuevos proyectos de sostenibilidad. Eso les facilitará identificar inversores (accionistas, prestamistas o algún híbrido) dispuestos a comprometer financiación. La base de datos podría alojarse en una organización como la Corporación Financiera Internacional, las Naciones Unidas o la Red Global de Inversiones de Impacto.
Ya hay precedentes alentadores. Aunque el mercado de bonos verdes nació hace poco más de una década, es posible que el total de títulos emitidos llegue a un billón de dólares este año. Y en la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático (COP26) que se celebró el pasado noviembre en Glasgow estuvo presente una masa crítica del mundo financiero. Bajo la dirección del enviado especial de la ONU Mark Carney, la Alianza Financiera de Glasgow para las Cero Emisiones Netas (GFANZ) comprometió 130 billones de dólares para financiar proyectos relacionados con el clima.
En 1983, Muhammad Yunus fundó el Grameen Bank, para proveer servicios bancarios, y en particular préstamos, a personas (sobre todo mujeres) a las que antes se consideraba «inbancarizables». Cuando Yunus ganó el Premio Nobel de la Paz en 2006, el «microcrédito» se había convertido en un fenómeno mundial, y había instituciones financieras tradicionales dedicadas a titulizar esta clase de préstamos.
La revolución financiera que empezó Yunus transformó el crédito minorista, optimizó la estructuración de esas transacciones y permitió aprovechar una nueva fuente de capital para inversión en escala. Los desafíos de sostenibilidad que enfrentamos hoy son existenciales, y para ayudar a darles respuesta, los mercados de capitales y sus principales actores tienen que ser todavía más innovadores y abrir la puerta a voces e ideas no tradicionales e incluso disruptivas.
Traducción: Esteban Flamini