Las amenazas al comercio mundial vienen disfrazadas de muchos modos. Entre los sospechosos comunes se encuentran las barreras proteccionistas y las protestas de militantes antiglobalización del tipo que descarriló las pláticas de la "Ronda del Milenio" de la Organización Mundial de Comercio (OMC) el año pasado en Seattle. Aunque estas protestas logran grandes encabezados, una nueva y quizá todavía más insidiosa amenaza al comercio mundial ha ido tomando forma durante los últimos años: el llamado "sectorialismo abierto", o la práctica de negociar el acceso a los mercados foráneos de forma selectiva, industria por industria.
Lo que esta práctica ocasiona es que los países negocien menores tarifas para algunos tipos de productos pero no para otros. A pesar de las apariencias, el "sectorialismo abierto" no es un primer paso hacia acuerdos de comercio más amplios. De hecho, puede impedir la negociación de acuerdos más generales.
Hasta cuando son negociados con éxito, los acuerdos sectoriales comprometen la eficiencia y el desempeño económicos al proteger las industrias menos competitivas porque cada país intenta abrir el comercio en áreas en las que es competitivo. A ningún país le gusta abrir sus dinosaurios manufactureros a la competencia externa. Las implicaciones económicas de tal postura, sin embargo, son perversas. Imaginen un Estados Unidos o una Europa todavía atorados en los años 50, con economías que dependieran del carbón, el acero y los textiles, y sin competencia de productores más baratos en Asia y otros lugares, y el peligro resulta obvio.
Un segundo peligro surge del hecho de que liberando el comercio sólo para algunas pocas industrias que son económicamente exitosas, el "sectorialismo abierto" debilita, más que fortalece, el apoyo político de largo alcance necesario para realizar los acuerdos de comercio global que benefician a la mayoría de los negocios, de los consumidores y de los países.
Estados Unidos es el principal partidario del "sectorialismo abierto", habiendo empezado hace varios años con las negociaciones "cero por cero" durante la Ronda de Uruguay de las pláticas de comercio mundial. El resultado final de estas pláticas fue el desmantelamiento de las barreras arancelarias de diez sectores clave. Presionado por los negocios, Estados Unidos negoció acuerdos sectoriales en telecomunicaciones, tecnología informática y servicios financieros. El primer trato mayor, el Acuerdo de Tecnología Informática (ATI), entró en vigor en 1997 y cubre 90% del comercio con productos de TI con un valor anual de 600 mil millones de dólares.
El ATI fue posteriormente apoyado por la Unión Europea (UE) después de que Hugo Paemen, embajador de la UE en Estados Unidos, consideró que el ATI era prueba de que los acuerdos sectoriales ayudan a evitar la creciente resitencia política contra nuevas rondas de comercio. Con el apoyo de los dos actores más poderosos del comercio mundial, el ATI ha sido utilizado desde entonces como modelo en otros sectores. Un Acuerdo Global de Telecomunicaciones Básicas entró en vigor en 1998; un Acuerdo de Servicios Financieros para liberar el comercio bancario, de seguros y de valores fue implementado en abril de 1999.
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Acuerdos de esta índole, los cuales con frecuencia desmantelan no sólo los aranceles sino también otras barreras regulatorias, pueden parecer impenetrables. Pero la vista engaña. Puesto que los poderosos intereses sectoriales que alguna vez sirvieron de soporte para la apertura durante la Ronda de Uruguay –tecnología informática, servicios financieros, telecomunicaciones– tienen ahora sus propios acuerdos, la energía que trajeron en algún momento a la causa de una más amplia apertura del comercio ha disminuido drásticamente. En efecto, los japoneses piensan que el indiferente soporte brindado por los grupos estadounidenses de negocios a la realización de una nueva ronda de pláticas de la OMC refleja el éxito que tuvieron los primeros acuerdos sectoriales. Así, ahora Japón se opone a negociar un segundo ATI, el cual piensa debilitará todavía más el apoyo político para la plena apertura comercial.
Las preocupaciones acerca del futuro de las negociaciones comerciales de amplio alcance, multisectoriales, están bien fundamentadas. El constante esfuerzo de los funcionarios estadounidenses, por ejemplo, para enfocarse obtusamente en el comercio en los sectores servicios y agricultura impide alcanzar tratados más amplios al limitar los tratos que se pueden lograr entre sectores. Además, una postura "sector por sector" significa ignorar invariablemente una serie de asuntos al interior de la OMC, como la solución de disputas, el antidumping y otros del estilo.
La reciente experiencia del foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés) señala las limitantes del "sectorialismo abierto" y debería resultar en una detallada revaluación. Tras el lanzamiento del ATI, Estados Unidos presionó a los miembros del APEC a llevar a cabo una acelerada apertura sectorial como el medio para revivir una estancada agenda regional de comercio. Pero los esfuerzos por lograr un acuerdo de apertura comercial en 15 sectores pronto fallaron: el costo de la liberación selectiva de sectores no competitivos, pero sensibles políticamente, fue simple y llanamente demasiado alto para algunos gobiernos.
La lección más importante del fracaso del APEC es el reconocimiento de la enorme dificultad que tiene construir un paquete suficientemente amplio, sin dejar de ser políticamente aceptable, cuando las negociaciones comerciales están limitadas a ciertos beneficiarios en particular. Puesto que algunas industrias ya no están interesadas en acuerdos comerciales más amplios porque ya se han beneficiado a través de un trato sectorial, los grupos que normalmente podrían tener una ganancia con una mayor apertura comercial son demasiado débiles para contrarrestar la influencia política de las fuerzas proteccionistas mobilizadas en contra de la liberación.
Los funcionarios encargados de la definición de políticas que son ahora atraídos por el "sectorialismo abierto" gracias a la ilusoria promesa de lograr practicar una política sin fricciones deberían aprender esa lección al pie de la letra. Si se han de alcanzar la totalidad de los beneficios de la apertura comercial rápidamente, no hay otra alternativa que reanudar las negociaciones de amplio alcance –y los tratos entre industrias que esta estrategia implica– reviviendo la Ronda del Milenio de la OMC. Esta agenda, más que la vacía esperanza del "sectorialismo abierto", debería ser la principal prioridad de las negociaciones comerciales en el futuro.
The H-1B visa debate within Donald Trump’s Silicon Valley/MAGA coalition raises some important questions for how the United States should think about education and technology in an increasingly globalized knowledge economy. While high-skill immigration can deliver win-win outcomes, these are not guaranteed.
highlights some underappreciated risks of policies like the United States’ H-1B visa program.
Like Islamic extremists, Russian President Vladimir Putin wraps himself in the garb of religious orthodoxy in order to present himself as an authentic exponent of traditional values. Yet one need only consider the lives of genuine spiritual fundamentalists to see this ruse for what it really is.
regards most violent religious conservatism as merely an inauthentic expression of resentment.
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Las amenazas al comercio mundial vienen disfrazadas de muchos modos. Entre los sospechosos comunes se encuentran las barreras proteccionistas y las protestas de militantes antiglobalización del tipo que descarriló las pláticas de la "Ronda del Milenio" de la Organización Mundial de Comercio (OMC) el año pasado en Seattle. Aunque estas protestas logran grandes encabezados, una nueva y quizá todavía más insidiosa amenaza al comercio mundial ha ido tomando forma durante los últimos años: el llamado "sectorialismo abierto", o la práctica de negociar el acceso a los mercados foráneos de forma selectiva, industria por industria.
Lo que esta práctica ocasiona es que los países negocien menores tarifas para algunos tipos de productos pero no para otros. A pesar de las apariencias, el "sectorialismo abierto" no es un primer paso hacia acuerdos de comercio más amplios. De hecho, puede impedir la negociación de acuerdos más generales.
Hasta cuando son negociados con éxito, los acuerdos sectoriales comprometen la eficiencia y el desempeño económicos al proteger las industrias menos competitivas porque cada país intenta abrir el comercio en áreas en las que es competitivo. A ningún país le gusta abrir sus dinosaurios manufactureros a la competencia externa. Las implicaciones económicas de tal postura, sin embargo, son perversas. Imaginen un Estados Unidos o una Europa todavía atorados en los años 50, con economías que dependieran del carbón, el acero y los textiles, y sin competencia de productores más baratos en Asia y otros lugares, y el peligro resulta obvio.
Un segundo peligro surge del hecho de que liberando el comercio sólo para algunas pocas industrias que son económicamente exitosas, el "sectorialismo abierto" debilita, más que fortalece, el apoyo político de largo alcance necesario para realizar los acuerdos de comercio global que benefician a la mayoría de los negocios, de los consumidores y de los países.
Estados Unidos es el principal partidario del "sectorialismo abierto", habiendo empezado hace varios años con las negociaciones "cero por cero" durante la Ronda de Uruguay de las pláticas de comercio mundial. El resultado final de estas pláticas fue el desmantelamiento de las barreras arancelarias de diez sectores clave. Presionado por los negocios, Estados Unidos negoció acuerdos sectoriales en telecomunicaciones, tecnología informática y servicios financieros. El primer trato mayor, el Acuerdo de Tecnología Informática (ATI), entró en vigor en 1997 y cubre 90% del comercio con productos de TI con un valor anual de 600 mil millones de dólares.
El ATI fue posteriormente apoyado por la Unión Europea (UE) después de que Hugo Paemen, embajador de la UE en Estados Unidos, consideró que el ATI era prueba de que los acuerdos sectoriales ayudan a evitar la creciente resitencia política contra nuevas rondas de comercio. Con el apoyo de los dos actores más poderosos del comercio mundial, el ATI ha sido utilizado desde entonces como modelo en otros sectores. Un Acuerdo Global de Telecomunicaciones Básicas entró en vigor en 1998; un Acuerdo de Servicios Financieros para liberar el comercio bancario, de seguros y de valores fue implementado en abril de 1999.
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Acuerdos de esta índole, los cuales con frecuencia desmantelan no sólo los aranceles sino también otras barreras regulatorias, pueden parecer impenetrables. Pero la vista engaña. Puesto que los poderosos intereses sectoriales que alguna vez sirvieron de soporte para la apertura durante la Ronda de Uruguay –tecnología informática, servicios financieros, telecomunicaciones– tienen ahora sus propios acuerdos, la energía que trajeron en algún momento a la causa de una más amplia apertura del comercio ha disminuido drásticamente. En efecto, los japoneses piensan que el indiferente soporte brindado por los grupos estadounidenses de negocios a la realización de una nueva ronda de pláticas de la OMC refleja el éxito que tuvieron los primeros acuerdos sectoriales. Así, ahora Japón se opone a negociar un segundo ATI, el cual piensa debilitará todavía más el apoyo político para la plena apertura comercial.
Las preocupaciones acerca del futuro de las negociaciones comerciales de amplio alcance, multisectoriales, están bien fundamentadas. El constante esfuerzo de los funcionarios estadounidenses, por ejemplo, para enfocarse obtusamente en el comercio en los sectores servicios y agricultura impide alcanzar tratados más amplios al limitar los tratos que se pueden lograr entre sectores. Además, una postura "sector por sector" significa ignorar invariablemente una serie de asuntos al interior de la OMC, como la solución de disputas, el antidumping y otros del estilo.
La reciente experiencia del foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés) señala las limitantes del "sectorialismo abierto" y debería resultar en una detallada revaluación. Tras el lanzamiento del ATI, Estados Unidos presionó a los miembros del APEC a llevar a cabo una acelerada apertura sectorial como el medio para revivir una estancada agenda regional de comercio. Pero los esfuerzos por lograr un acuerdo de apertura comercial en 15 sectores pronto fallaron: el costo de la liberación selectiva de sectores no competitivos, pero sensibles políticamente, fue simple y llanamente demasiado alto para algunos gobiernos.
La lección más importante del fracaso del APEC es el reconocimiento de la enorme dificultad que tiene construir un paquete suficientemente amplio, sin dejar de ser políticamente aceptable, cuando las negociaciones comerciales están limitadas a ciertos beneficiarios en particular. Puesto que algunas industrias ya no están interesadas en acuerdos comerciales más amplios porque ya se han beneficiado a través de un trato sectorial, los grupos que normalmente podrían tener una ganancia con una mayor apertura comercial son demasiado débiles para contrarrestar la influencia política de las fuerzas proteccionistas mobilizadas en contra de la liberación.
Los funcionarios encargados de la definición de políticas que son ahora atraídos por el "sectorialismo abierto" gracias a la ilusoria promesa de lograr practicar una política sin fricciones deberían aprender esa lección al pie de la letra. Si se han de alcanzar la totalidad de los beneficios de la apertura comercial rápidamente, no hay otra alternativa que reanudar las negociaciones de amplio alcance –y los tratos entre industrias que esta estrategia implica– reviviendo la Ronda del Milenio de la OMC. Esta agenda, más que la vacía esperanza del "sectorialismo abierto", debería ser la principal prioridad de las negociaciones comerciales en el futuro.