NUEVA YORK – En las semanas anteriores y posteriores a la conferencia de Copenhague sobre el cambio climático celebrada el pasado mes de diciembre, la teoría científica sobre el cambio climático recibió un duro ataque de los críticos que sostienen que los científicos del clima han suprimido pruebas deliberadamente y que esa tesis científica misma presenta graves errores. El Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPPC), el grupo mundial de expertos encargado de evaluar el estado de la ciencia del clima, ha sido acusado de parcialidad.
Esos ataques han desconcertado al público mundial. Si los expertos no se ponen de acuerdo en que existe una crisis climática, ¿por qué deben gastar los Estados miles de millones de dólares para abordarla?
La realidad es que los críticos, cuyo número es pequeño, pero sus ataques son agresivos, están desplegando tácticas que han ido perfeccionando durante más de 25 años. Durante su larga campaña, han exagerado enormemente los desacuerdos científicos para detener las medidas contra el cambio climático y han contado con la financiación aportada por grupos de interés especiales, como Exxon Mobil.
Muchos libros han documentado recientemente las trampas cometidas por los negacionistas del cambio climático. Merchants of Doubt , nuevo libro de Naomi Oreskes y Eric Conway, cuya publicación está prevista para mediados de 2010, será una relación autorizada de su mal comportamiento. Los autores muestran que el mismo grupo de sembradores de cizaña, a quienes los ideólogos del mercado libre de la sección de opinión de The Wall Street Journal han ofrecido una plataforma, ha intentado constantemente confundir al público y desacreditar a los científicos cuyas ideas están contribuyendo a salvar el mundo de daños medioambientales no intencionados.
Quienes hoy hacen campaña contra las medidas para combatir el cambio climático están respaldados en muchos casos por los mismos grupos de presión, personas y organizaciones que se pusieron del lado de la industria del tabaco para desacreditar las tesis científicas que vinculan el hábito de fumar con el cáncer de pulmón. Después, lucharon contra las pruebas científicas de que los óxidos de azufre emitidos por las centrales eléctricas de carbón estaban causando la “lluvia ácida”. Luego, cuando se descubrió que ciertas substancias químicas llamadas clorofluorocarburos (CFC) estaban causando el agotamiento del ozono en la atmósfera, los mismos grupos lanzaron una malintencionada campaña para desacreditar también esa posición científica.
Más adelante, el grupo defendió a los gigantes del tabaco contra las acusaciones de que el humo del tabaco causa cáncer y otras enfermedades a los no fumadores y después, a partir del decenio de 1980 principalmente, ese mismo grupo se enfrentó a quienes luchaban contra el cambio climático.
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Lo asombroso es que, aunque esos ataques a la ciencia durante treinta años estaban equivocados, siguen sembrando dudas sobre hechos comprobados. La verdad es que hay grandes sumas de dinero respaldando a los negacionistas del cambio climático, ya se trate de empresas que no quieren pagar los costos suplementarios de la reglamentación o de ideólogos del mercado libre opuestos a cualesquiera controles estatales.
La última ronda de ataques se refiere a dos episodios. El primero fue una intervención de piratería informática en un centro de investigaciones sobre el cambio climático de Inglaterra. Los mensajes electrónicos robados daban a entender una falta de honradez en la presentación de algunos datos sobre el clima. Sean cuales fueren los detalles de ese caso concreto, los estudios de que se trata representan una pequeñísima fracción de las abrumadoras pruebas científicas que señalan la realidad del cambio climático provocado por el hombre y de la urgente necesidad de abordarlo.
La segunda cuestión fue un error manifiesto relativo a los glaciares que apareció en un importante informe del IPPC. A ese respecto, conviene tener en cuenta que el IPPC publica miles de páginas de texto. Seguro que hay errores en esas páginas, pero los errores en medio de un enorme y complejo informe del IPPC indican la inevitabilidad de los fallos humanos, no error fundamental alguno en la ciencia del clima.
Cuando los mensajes electrónicos y el error en el IPPC salieron a la luz, los editorialistas de The Wall Street Journal lanzaron una brutal campaña en la que describían la ciencia del clima como un engaño y una conspiración. Afirmaron que los científicos estaban fabricando pruebas a fin de obtener donaciones estatales para investigación, acusación ridícula, pensé en aquel momento, en vista de que los científicos atacados han dedicado su vida a la búsqueda de la verdad y, desde luego, no se han hecho ricos en comparación con sus pares de las finanzas y las empresas.
Pero después recordé que esa argumentación para el ataque –la de acusar de una conspiración científica para conseguir “clientela” para la ciencia– era casi idéntica a la utilizada por The Wall Street Journal y otros en el pasado, cuando luchaban contra los controles del tabaco, la lluvia ácida, el agotamiento del ozono, el humo inhalado por los no fumadores y otros contaminantes peligrosos. Dicho de otro modo, sus argumentos eran sistemáticos e inventados, en modo alguno originales en relación con las circunstancias.
Estamos presenciando un proceso previsible por parte de los ideólogos y los grupos de estudio y las publicaciones de extrema derecha para desacreditar el proceso científico. Sus argumentos han sido refutados repetidas veces durante treinta años –una y otra vez–, pero sus agresivos métodos de propaganda pública han logrado causar retrasos y confusión.
La ciencia del cambio climático es una maravillosa actividad intelectual. Grandes inteligencias científicas han aprendido a lo largo de muchos decenios a “leer” la historia de la Tierra para entender cómo funciona el sistema climático. Han desplegado estudios e instrumentos de la física y de la biología (como, por ejemplo, la lectura por parte de los satélites de rasgos detallados de los sistemas de la Tierra) para hacer avanzar nuestra comprensión.
Y el mensaje es claro: la utilización en gran escala del petróleo, del carbón y del gas está amenazando la biología y la química del planeta. Estamos propulsando cambios peligrosos en el clima de la Tierra y la química de los océanos y provocando tormentas extremas, sequías y otras amenazas que perjudicarán el abastecimiento de alimentos y la calidad de la vida del planeta.
El IPPC y los científicos del clima nos están transmitiendo un mensaje decisivo. Necesitamos urgentemente transformar nuestros sistemas de energía, trasporte, alimentos, industria y construcción para reducir las peligrosa consecuencias humanas en el clima. Y tenemos la obligación de escuchar y entender el mensaje y después actuar.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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NUEVA YORK – En las semanas anteriores y posteriores a la conferencia de Copenhague sobre el cambio climático celebrada el pasado mes de diciembre, la teoría científica sobre el cambio climático recibió un duro ataque de los críticos que sostienen que los científicos del clima han suprimido pruebas deliberadamente y que esa tesis científica misma presenta graves errores. El Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPPC), el grupo mundial de expertos encargado de evaluar el estado de la ciencia del clima, ha sido acusado de parcialidad.
Esos ataques han desconcertado al público mundial. Si los expertos no se ponen de acuerdo en que existe una crisis climática, ¿por qué deben gastar los Estados miles de millones de dólares para abordarla?
La realidad es que los críticos, cuyo número es pequeño, pero sus ataques son agresivos, están desplegando tácticas que han ido perfeccionando durante más de 25 años. Durante su larga campaña, han exagerado enormemente los desacuerdos científicos para detener las medidas contra el cambio climático y han contado con la financiación aportada por grupos de interés especiales, como Exxon Mobil.
Muchos libros han documentado recientemente las trampas cometidas por los negacionistas del cambio climático. Merchants of Doubt , nuevo libro de Naomi Oreskes y Eric Conway, cuya publicación está prevista para mediados de 2010, será una relación autorizada de su mal comportamiento. Los autores muestran que el mismo grupo de sembradores de cizaña, a quienes los ideólogos del mercado libre de la sección de opinión de The Wall Street Journal han ofrecido una plataforma, ha intentado constantemente confundir al público y desacreditar a los científicos cuyas ideas están contribuyendo a salvar el mundo de daños medioambientales no intencionados.
Quienes hoy hacen campaña contra las medidas para combatir el cambio climático están respaldados en muchos casos por los mismos grupos de presión, personas y organizaciones que se pusieron del lado de la industria del tabaco para desacreditar las tesis científicas que vinculan el hábito de fumar con el cáncer de pulmón. Después, lucharon contra las pruebas científicas de que los óxidos de azufre emitidos por las centrales eléctricas de carbón estaban causando la “lluvia ácida”. Luego, cuando se descubrió que ciertas substancias químicas llamadas clorofluorocarburos (CFC) estaban causando el agotamiento del ozono en la atmósfera, los mismos grupos lanzaron una malintencionada campaña para desacreditar también esa posición científica.
Más adelante, el grupo defendió a los gigantes del tabaco contra las acusaciones de que el humo del tabaco causa cáncer y otras enfermedades a los no fumadores y después, a partir del decenio de 1980 principalmente, ese mismo grupo se enfrentó a quienes luchaban contra el cambio climático.
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Cuando los mensajes electrónicos y el error en el IPPC salieron a la luz, los editorialistas de The Wall Street Journal lanzaron una brutal campaña en la que describían la ciencia del clima como un engaño y una conspiración. Afirmaron que los científicos estaban fabricando pruebas a fin de obtener donaciones estatales para investigación, acusación ridícula, pensé en aquel momento, en vista de que los científicos atacados han dedicado su vida a la búsqueda de la verdad y, desde luego, no se han hecho ricos en comparación con sus pares de las finanzas y las empresas.
Pero después recordé que esa argumentación para el ataque –la de acusar de una conspiración científica para conseguir “clientela” para la ciencia– era casi idéntica a la utilizada por The Wall Street Journal y otros en el pasado, cuando luchaban contra los controles del tabaco, la lluvia ácida, el agotamiento del ozono, el humo inhalado por los no fumadores y otros contaminantes peligrosos. Dicho de otro modo, sus argumentos eran sistemáticos e inventados, en modo alguno originales en relación con las circunstancias.
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La ciencia del cambio climático es una maravillosa actividad intelectual. Grandes inteligencias científicas han aprendido a lo largo de muchos decenios a “leer” la historia de la Tierra para entender cómo funciona el sistema climático. Han desplegado estudios e instrumentos de la física y de la biología (como, por ejemplo, la lectura por parte de los satélites de rasgos detallados de los sistemas de la Tierra) para hacer avanzar nuestra comprensión.
Y el mensaje es claro: la utilización en gran escala del petróleo, del carbón y del gas está amenazando la biología y la química del planeta. Estamos propulsando cambios peligrosos en el clima de la Tierra y la química de los océanos y provocando tormentas extremas, sequías y otras amenazas que perjudicarán el abastecimiento de alimentos y la calidad de la vida del planeta.
El IPPC y los científicos del clima nos están transmitiendo un mensaje decisivo. Necesitamos urgentemente transformar nuestros sistemas de energía, trasporte, alimentos, industria y construcción para reducir las peligrosa consecuencias humanas en el clima. Y tenemos la obligación de escuchar y entender el mensaje y después actuar.