KATMANDU: Siete semanas después de la masacre del Rey, la Reina y otros miembros de la familia real de Nepal a manos del príncipe heredero, el país parece estarse sumiendo en la violencia. La guerrilla maoísta, contra la cual el ejército del país está luchando por primera vez, tiene cautivos a setenta policías. La rebelión ha llegado hasta la capital, Katmandú, donde ha habido bombazos, lo que contribuyó a la renuncia del primer ministro, Girija Prasad Koirala, quien aparentemente controlaba una mayoría sólida en el parlamento. ¿Acaso el caos de Nepal habrá de llevar al poder a los últimos maoístas del mundo?
El momento en que ocurrió la masacre no pudo haber sido peor para este reino de 23 millones de personas enclavado en los Himalayas entre los dos gigantes asiáticos (China y la India) que desconfían uno del otro. Con más de 70 grupos étnicos, se consideraba que la monarquía era lo que mantenía unido a Nepal. Esa visión puede o no haber sido correcta, pero sin duda, la familia real era la constante dentro de la fluida política del país.
La inestabilidad política de Nepal tiene sus raíces en un parlamento que, desde su reinstalación en 1990 después de un intervalo de tres décadas, no ha logrado consolidarse en un papel dominante. En los últimos once años han ido y venido diez gobiernos distintos, la mitad de ellos formados por coaliciones de partidos políticos de todos tipos. Desde 1999, el partido del Congreso ha tenido una mayoría parlamentaria absoluta, pero las luchas en su interior han provocado que no tenga un rumbo claro.
Un desarrollo económico escaso y una burocracia perezosa inmersa en la corrupción trabajan de la mano con la irresponsable clase política de Nepal para socavar el apoyo del público al sistema de gobierno del país. Puede ser que nada de esto parezca fuera de lo común entre los países en desarrollo, pero existe una diferencia crucial: hace cinco años, un grupo de extrema izquierda, el Partido Comunista de Nepal (maoísta) inició una rebelión violenta.
Los insurgentes están activos en casi todas partes. Apenas unos cuantos distritos montañosos remotos permanecen en calma. Casi 1700 personas han muerto en emboscadas, asesinatos de ”enemigos de clase” y operaciones policiacas. Cinco distritos del occidente del país están bajo el control de los maoístas. Para diciembre del 2000, los rebeldes habían establecido su propio ”gobierno del pueblo” en esos distritos, con todo y pequeños proyectos de desarrollo, ”tribunales del pueblo” y vigilancia social contra el alcoholismo, la usura y demás.
Hasta que iniciaron la ”Guerra del Pueblo” en febrero de 1996, los maoístas eran sólo una entre una docena de facciones comunistas en Nepal. Desde que lanzaron su rebelión, sus avances han sido impresionantes, y se deben tanto a la ideología como a la defensa de los derechos de las comunidades étnicas marginadas por el Estado. Esto explica su firme control del poder en el occidente del país, que cuenta con una gran población magar, el grupo étnico más numeroso de Nepal.
Desde 1996, los sucesivos gobiernos han respondido con violencia a la amenaza maoísta. Tal vez el lastimoso armamento con que contaba la guerrilla al principio fue lo que determinó esa decisión, dado que parecía que la victoria podía alcanzarse rápidamente. Sin embargo, los maoístas pronto capturaron mejor armamento a través de ataques a la policía. Los maoístas también comenzaron a utilizar explosivos. La policía afirma que recibieron entrenamiento para su manejo de grupos maoístas de la India. De manera más importante, los maoístas también compran armas en el mercado ilegal de la India.
Dado que la policía de Nepal declaró más o menos que no puede derrotar a los maoístas por sí misma, después de muchas maniobras, el gobierno desplegó al ejército bajo un Programa Integral de Desarrollo y Seguridad Interna (PIDSI), que supuestamente sigue el modelo de la estrategia de ”mente y corazón” utilizada por Estados Unidos durante la Guerra de Vietnam. El plan de Nepal contemplaba proyectos de desarrollo económico protegidos por el ejército. En un principio, los insurgentes evitaron las confrontaciones con los soldados. Ahora que el ejército se ha visto envuelto en el conflicto, las posibilidades para la paz se alejan rápidamente.
Por supuesto, una paz negociada es la única alternativa a la violencia e, incitados por la opinión pública, el gobierno y los maoístas han hablado de sostener una negociación. Las esperanzas crecieron en febrero, cuando los maoístas celebraron una conferencia nacional para delinear sus (aún vagos) planes y políticas. Además de elevar a su líder, quien usa el nombre de guerra de Prachanda, del puesto de secretario general al de presidente, y de adoptar el ”Sendero de Prachanda” como su principio rector (recuerdo espeluznante del criminal movimiento ”Sendero Luminoso” que arrasó Perú hace una década), los maoístas convocaron a una reunión de ”todas las partes interesadas” y a la formación de un gobierno interino para redactar una nueva constitución.
Esto se interpretó como que estaban suavizando su postura. En reciprocidad, el gobierno accedió a las demandas de los maoístas de revelar el paradero de los rebeldes capturados. Sin embargo, nada resultó de esos pasos y la situación se ha deteriorado desde los asesinatos de la familia real.
Desde entonces, los maoístas han buscado beneficiarse de la masacre afirmando que formaba parte de una conspiración más amplia. De manera incongruente, ahora sostienen que veneran la memoria del Rey Birendra y buscan construir una posición común de todos los partidos de izquierda en cuanto a su asesinato. Quda por ver si esta maniobra habrá de agravar el caos en Nepal, pero los errores que se cometieron al principio de la investigación sobre los asesinatos reales encendieron llamas de sospecha sobre el gobierno que los maoístas siguen atizando.
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