Parece ser que el mensaje finalmente prendió: el calentamiento global representa una amenaza seria para nuestro planeta. En el reciente Foro Económico Mundial de Davos, los líderes mundiales vieron cómo el cambio climático, por primera vez, encabezaba la lista de las preocupaciones globales.
Europa y Japón mostraron su compromiso para reducir el calentamiento global al imponerse costos a sí mismos y a sus productores, inclusive si esto los coloca en una posición de desventaja competitiva. El mayor obstáculo hasta ahora ha sido Estados Unidos. La administración Clinton había instado a una acción audaz allá por 1993, al proponer lo que en efecto era un impuesto a las emisiones de carbono. Pero una alianza de contaminadores, liderados por las industrias del carbón, del petróleo y automotriz, repelieron esta iniciativa.
Para la comunidad científica, la evidencia del cambio climático, obviamente, ha sido abrumadora desde hace más de una década y media. Yo participé en la segunda evaluación de la evidencia científica realizada por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, que tal vez cometió un error crítico: subestimar el ritmo con que se producía el calentamiento global. La Cuarta Evaluación, que acaba de darse a conocer, confirma la creciente evidencia y convicción de que el calentamiento global es el resultado del incremento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera.
El ritmo incrementado del calentamiento refleja el impacto de factores no lineales complejos y una variedad de "puntos críticos" que pueden derivar en la aceleración del proceso. Por ejemplo, a medida que se derrite el casquete polar del Artico, se refleja menos luz solar. Los cambios aparentemente dramáticos en los patrones climáticos -entre ellos, el derretimiento de los glaciares en Groenlandia y el descongelamiento del permafrost siberiano- finalmente convencieron a la mayoría de los líderes empresariales de que llegó la hora de pasar a la acción.
Últimamente, hasta el presidente Bush parece haberse despertado. Pero una mirada más atenta a lo que está haciendo, y no está haciendo, muestra a las claras que básicamente escuchó la llamada de sus contribuyentes de campaña de las industrias del petróleo y el carbón, y que una vez más antepuso sus intereses al interés global de reducir las emisiones. Si realmente le preocupara el calentamiento global, ¿cómo es posible que haya respaldado la construcción de plantas de electricidad alimentadas a carbón, aún si esas plantas usan tecnologías más eficientes que las empleadas en el pasado?
Lo que se requiere, antes que nada, son incentivos basados en el mercado para inducir a los norteamericanos a utilizar menos energía y producir más energía con métodos que emitan menos carbono. Pero Bush ni eliminó los subsidios masivos a la industria petrolera (aunque, afortunadamente, el Congreso demócrata puede tomar medidas) ni ofreció los incentivos adecuados para la conservación. Inclusive su llamado a la independencia energética debería ser visto como lo que es -una nueva lógica para los viejos subsidios corporativos.
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Una política que implique drenar las limitadas existencias de petróleo de Estados Unidos -yo lo llamo "drenar a Estados Unidos primero"- hará que Estados Unidos sea aún más dependiente del petróleo extranjero. Estados Unidos impone un arancel de más de 50 centavos de dólar por galón sobre el etanol basado en la caña de azúcar de Brasil, pero subsidia marcadamente el ineficiente etanol norteamericano basado en el maíz -de hecho, hace falta más de un galón de combustible para fertilizar, cosechar, transportar, procesar y destilar el maíz para producir un galón de etanol.
En cuanto al mayor contaminador del mundo, que se adjudica aproximadamente la cuarta parte de las emisiones de carbono globales, la reticencia de Estados Unidos a tomar medidas tal vez sea entendible, si no perdonable. Pero las afirmaciones de Bush de que Estados Unidos no puede permitirse hacer nada respecto del calentamiento global suenan huecas: otros países industriales avanzados con niveles de vida comparables emiten sólo una fracción de lo que Estados Unidos emite por dólar del PBI.
En consecuencia, las compañías norteamericanas con acceso a energía económica reciben una gran ventaja competitiva respecto de empresas en Europa y otras partes. Algunos en Europa temen que una acción estricta sobre el calentamiento global pueda ser contraproducente: las industrias que consumen energía de manera intensiva simplemente pueden trasladarse a Estados Unidos u otros países que le prestan poca atención a las emisiones. Y hay más que una pizca de verdad en estos temores.
Un hecho sorprendente sobre el cambio climático es que hay una escasa superposición entre los países que son más vulnerables a sus efectos -principalmente los países pobres en el Sur que no pueden permitirse encarar las consecuencias- y los países, como Estados Unidos, que son los mayores contaminadores. Lo que está en juego es, en parte, una cuestión moral, un asunto de justicia social global.
El Protocolo de Kyoto representaba el intento de la comunidad internacional de empezar a abordar el tema del calentamiento global de una manera justa y eficiente. Pero dejó afuera a la mayoría de los generadores de emisiones y, a menos que se haga algo para incluir a Estados Unidos y a los países en desarrollo de una manera coherente, será poco más que un gesto simbólico. Es necesario que haya una nueva "coalición de la voluntad", esta vez quizá liderada por Europa, -y dirigida a un peligro real.
Esta "coalición de la voluntad" podría acordar sobre ciertas normas básicas: prescindir de plantas alimentadas a carbón, aumentar el ahorro de combustible de los automóviles y ofrecer una asistencia dirigida a los países en desarrollo para mejorar su ahorro de energía y reducir las emisiones. Los miembros de la coalición también podrían ponerse de acuerdo en cuanto a ofrecer mayores incentivos a sus propios productores, a través de topes más estrictos sobre las emisiones o mayores impuestos a la contaminación. Luego podrían acordar imponer impuestos a los productos de otros países -entre ellos Estados Unidos- que son producidos de maneras que innecesariamente contribuyen sustancialmente al calentamiento global. Lo que está en juego no es proteger a los productores internos, sino proteger al planeta.
El clima cambiante sobre el cambio climático les ofrece a los líderes políticos de Europa y otros miembros potenciales de esta "coalición de la voluntad" una oportunidad sin precedentes de avanzar más allá de la simple retórica. Hoy es el momento de actuar.
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At the end of a year of domestic and international upheaval, Project Syndicate commentators share their favorite books from the past 12 months. Covering a wide array of genres and disciplines, this year’s picks provide fresh perspectives on the defining challenges of our time and how to confront them.
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Parece ser que el mensaje finalmente prendió: el calentamiento global representa una amenaza seria para nuestro planeta. En el reciente Foro Económico Mundial de Davos, los líderes mundiales vieron cómo el cambio climático, por primera vez, encabezaba la lista de las preocupaciones globales.
Europa y Japón mostraron su compromiso para reducir el calentamiento global al imponerse costos a sí mismos y a sus productores, inclusive si esto los coloca en una posición de desventaja competitiva. El mayor obstáculo hasta ahora ha sido Estados Unidos. La administración Clinton había instado a una acción audaz allá por 1993, al proponer lo que en efecto era un impuesto a las emisiones de carbono. Pero una alianza de contaminadores, liderados por las industrias del carbón, del petróleo y automotriz, repelieron esta iniciativa.
Para la comunidad científica, la evidencia del cambio climático, obviamente, ha sido abrumadora desde hace más de una década y media. Yo participé en la segunda evaluación de la evidencia científica realizada por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, que tal vez cometió un error crítico: subestimar el ritmo con que se producía el calentamiento global. La Cuarta Evaluación, que acaba de darse a conocer, confirma la creciente evidencia y convicción de que el calentamiento global es el resultado del incremento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera.
El ritmo incrementado del calentamiento refleja el impacto de factores no lineales complejos y una variedad de "puntos críticos" que pueden derivar en la aceleración del proceso. Por ejemplo, a medida que se derrite el casquete polar del Artico, se refleja menos luz solar. Los cambios aparentemente dramáticos en los patrones climáticos -entre ellos, el derretimiento de los glaciares en Groenlandia y el descongelamiento del permafrost siberiano- finalmente convencieron a la mayoría de los líderes empresariales de que llegó la hora de pasar a la acción.
Últimamente, hasta el presidente Bush parece haberse despertado. Pero una mirada más atenta a lo que está haciendo, y no está haciendo, muestra a las claras que básicamente escuchó la llamada de sus contribuyentes de campaña de las industrias del petróleo y el carbón, y que una vez más antepuso sus intereses al interés global de reducir las emisiones. Si realmente le preocupara el calentamiento global, ¿cómo es posible que haya respaldado la construcción de plantas de electricidad alimentadas a carbón, aún si esas plantas usan tecnologías más eficientes que las empleadas en el pasado?
Lo que se requiere, antes que nada, son incentivos basados en el mercado para inducir a los norteamericanos a utilizar menos energía y producir más energía con métodos que emitan menos carbono. Pero Bush ni eliminó los subsidios masivos a la industria petrolera (aunque, afortunadamente, el Congreso demócrata puede tomar medidas) ni ofreció los incentivos adecuados para la conservación. Inclusive su llamado a la independencia energética debería ser visto como lo que es -una nueva lógica para los viejos subsidios corporativos.
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En cuanto al mayor contaminador del mundo, que se adjudica aproximadamente la cuarta parte de las emisiones de carbono globales, la reticencia de Estados Unidos a tomar medidas tal vez sea entendible, si no perdonable. Pero las afirmaciones de Bush de que Estados Unidos no puede permitirse hacer nada respecto del calentamiento global suenan huecas: otros países industriales avanzados con niveles de vida comparables emiten sólo una fracción de lo que Estados Unidos emite por dólar del PBI.
En consecuencia, las compañías norteamericanas con acceso a energía económica reciben una gran ventaja competitiva respecto de empresas en Europa y otras partes. Algunos en Europa temen que una acción estricta sobre el calentamiento global pueda ser contraproducente: las industrias que consumen energía de manera intensiva simplemente pueden trasladarse a Estados Unidos u otros países que le prestan poca atención a las emisiones. Y hay más que una pizca de verdad en estos temores.
Un hecho sorprendente sobre el cambio climático es que hay una escasa superposición entre los países que son más vulnerables a sus efectos -principalmente los países pobres en el Sur que no pueden permitirse encarar las consecuencias- y los países, como Estados Unidos, que son los mayores contaminadores. Lo que está en juego es, en parte, una cuestión moral, un asunto de justicia social global.
El Protocolo de Kyoto representaba el intento de la comunidad internacional de empezar a abordar el tema del calentamiento global de una manera justa y eficiente. Pero dejó afuera a la mayoría de los generadores de emisiones y, a menos que se haga algo para incluir a Estados Unidos y a los países en desarrollo de una manera coherente, será poco más que un gesto simbólico. Es necesario que haya una nueva "coalición de la voluntad", esta vez quizá liderada por Europa, -y dirigida a un peligro real.
Esta "coalición de la voluntad" podría acordar sobre ciertas normas básicas: prescindir de plantas alimentadas a carbón, aumentar el ahorro de combustible de los automóviles y ofrecer una asistencia dirigida a los países en desarrollo para mejorar su ahorro de energía y reducir las emisiones. Los miembros de la coalición también podrían ponerse de acuerdo en cuanto a ofrecer mayores incentivos a sus propios productores, a través de topes más estrictos sobre las emisiones o mayores impuestos a la contaminación. Luego podrían acordar imponer impuestos a los productos de otros países -entre ellos Estados Unidos- que son producidos de maneras que innecesariamente contribuyen sustancialmente al calentamiento global. Lo que está en juego no es proteger a los productores internos, sino proteger al planeta.
El clima cambiante sobre el cambio climático les ofrece a los líderes políticos de Europa y otros miembros potenciales de esta "coalición de la voluntad" una oportunidad sin precedentes de avanzar más allá de la simple retórica. Hoy es el momento de actuar.