La era de la extinción

La cumbre del G8 de este año en Alemania fue inusual en cuanto a que un mes después la gente se sigue preguntando si se logró algo. Pero no se puede negar que hubo un adelanto importante en la cumbre; entre todas las discusiones sobre el crecimiento económico y los tipos de cambio, una nueva estadística apareció en la agenda de los países más ricos del mundo: las tasas de extinción.

Por primera vez, los líderes de las naciones más poderosas del mundo se dieron por enterados de un público al que han ignorado en gran medida –los animales, peces y plantas salvajes que constituyen los millones de especies vivas del planeta además de los humanos.

Los científicos predicen que al menos una tercera parte y probablemente hasta dos terceras partes de las especies del mundo podrían estarse extinguiendo a fines de este siglo, principalmente debido a que la gente está destruyendo las selvas tropicales, pescando en exceso en los océanos y cambiando el clima global.

Los países más ricos apoyaron la idea de hacer un estudio internacional para examinar los beneficios económicos que resultarían de la conservación de la vida silvestre. Si bien este es un buen primer paso, ya sabemos mucho.

Las especies salvajes de murciélagos, aves y anfibios contribuyen con varios miles de millones de dólares al año a la economía agrícola mundial mediante el control de plagas y la polinización de los cultivos principales –un servicio gratuito por el que se les da poco crédito. Los arrecifes de coral, de los cuales ya ha desaparecido el 27%, sostienen recursos marinos que agregan 375 mil millones de dólares a la economía global cada año.

De igual forma, más de una cuarta parte de todos los medicamentos, que representan miles de millones de dólares en ventas y en reducción de los costos de la atención a la salud, contienen ingredientes derivados de las especies silvestres. Y cuando se tala un hábitat de selva natural, los suelos endurecidos que quedan permiten que en los charcos se críen mosquitos que han aumentado la cantidad de muertes por malaria a nivel mundial.

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Los economistas ya han entendido que para más de mil millones de las personas más pobres del mundo, los ingresos no provienen de algún banco o programa gubernamental, sino del intrincado tejido de selvas, océanos y vida silvestre que las rodea. Sin embargo, miles de millones de las personas más pobres del mundo viven en parajes degradados, tierras deforestadas y erosionadas y costas en las que se pesca excesivamente, donde la conservación es vital para sacarlos de la pobreza.

Como resultado, la conservación es un tema tanto de derechos humanos como ambiental. El nuevo estudio apoyado por los jefes de Estado del G8 seguramente atraerá más atención a este hecho. Pero, dado que muchos científicos creen que sólo nos quedan un par de décadas para proteger los hábitat naturales que quedan en el mundo, es imperativo que se tomen medidas concretas y urgentes ahora para proteger a la vida silvestre.

Además de controlar el calentamiento global mediante la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, debemos crear un sistema global de reservas para la conservación mucho más grande y sofisticado que abarque la mayoría de las zonas terrestres y marinas ricas en vida silvestre. Es necesario ampliar y unir mediante corredores las reservas existentes en las zonas con mayor concentración de especies, que se encuentran principalmente en los países en desarrollo. Esto permitirá que la vida silvestre se desplace hacia nuevos ambientes, escape de la destrucción de los hábitat y se adapte a los cambios climáticos.

Al mismo tiempo, es necesario dar a las personas que viven en esas reservas o cerca de ellas la asistencia que requieren para cultivar, pescar y ganarse la vida en formas que no destruyan los ecosistemas mismos de los que dependen tanto ellos como la vida silvestre.

Ya sabemos cómo hacerlo. Sólo que cuesta más de lo que hemos estado dispuestos a pagar. Las naciones ricas del G8 –que son las únicas que pueden invertir en ese proyecto mundial tan ambicioso—gastan en conjunto varios cientos de millones de dólares al año en actividades globales de conservación. Los expertos en materia de conservación afirman que, a la larga, la inversión anual tendrá que ser cercana a los 6 mil millones de dólares –más o menos lo que el mundo gasta cada año en papas fritas.

Con el tiempo, un sistema mundial de comercio del carbono podría generar gran parte de los recursos necesarios para financiar una red de conservación global. Esto tendría la doble ventaja de capturar la contaminación por gases de efecto invernadero y salvar a la vida silvestre del planeta de la destrucción.

Hasta entonces, los países más ricos del mundo son los únicos que pueden empezar a reunir el capital inicial, un “Fondo mundial para el rescate de las especies”, para que el esfuerzo arranque. La reunión del próximo año del G8, que se celebrará en Japón, debe ir más allá del estudio del problema y hacer un primer pago significativo para resolverlo.

Ricos o pobres, industrializados o rurales, todos estamos conectados a la diversidad de la vida del mundo. Los océanos, selvas, praderas y todos los lugares que son el hogar de millones de especies que comparten nuestro planeta son parte también de nuestras vidas. Ya es tiempo de que lo reconozcamos y de que exijamos a nuestros líderes que trabajen para crear un futuro sostenible para nosotros y un legado que nuestros hijos admiren.

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