CAMBRIDGE – No sólo miles de millones de personas en todo el mundo no se despegan de sus teléfonos móviles, sino que la información que consumen ha cambiado drásticamente –y no para mejor-. En las plataformas de redes sociales dominantes como Facebook, los investigadores han documentado que las falsedades se propagan más rápido y más extensamente que contenidos similares que incluyen información precisa. Si bien los usuarios no piden desinformación, los algoritmos que determinan lo que la gente ve tienden a favorecer el contenido sensacionalista, impreciso y engañoso, porque eso es lo que genera “engagement” (compromiso) y así ingresos publicitarios.
CAMBRIDGE – No sólo miles de millones de personas en todo el mundo no se despegan de sus teléfonos móviles, sino que la información que consumen ha cambiado drásticamente –y no para mejor-. En las plataformas de redes sociales dominantes como Facebook, los investigadores han documentado que las falsedades se propagan más rápido y más extensamente que contenidos similares que incluyen información precisa. Si bien los usuarios no piden desinformación, los algoritmos que determinan lo que la gente ve tienden a favorecer el contenido sensacionalista, impreciso y engañoso, porque eso es lo que genera “engagement” (compromiso) y así ingresos publicitarios.