STANFORD – Un día en 1961, un economista norteamericano llamado Daniel Ellsberg se topó con un pedazo de papel con implicancias apocalípticas. Ellsberg, que asesoraba al gobierno estadounidense sobre sus plantas secretas de la era nuclear, había descubierto un documento que contenía una estimación oficial de la cantidad de muertos en un “primer ataque” preventivo en China y la Unión Soviética: aproximadamente 300 millones de víctimas en esos países y el doble a nivel global.
A Ellsberg le preocupaba la existencia de ese plan; años después, intentó dar a conocer a la población los detalles de la aniquilación nuclear. Si bien ese intento falló, Ellsberg luego se volvería famoso por revelar lo que se dio en llamar los Papeles del Pentágono –la historia secreta del gobierno de Estados Unidos sobre su intervención militar en Vietnam.
La planificación militar amoral de Estados Unidos durante la Guerra Fría refleja la soberbia exhibida por otro grupo de personajes que jugaban con el destino de la humanidad. Recientemente, se han desenterrado documentos secretos que detallan lo que la industria energética sabía sobre las asociaciones entre sus productos y el calentamiento global. Pero, a diferencia de los planes nucleares del gobierno, lo que la industria detalló se puso en marcha.
En los años 1980, compañías petroleras como Exxon y Shell llevaron a cabo evaluaciones internas del dióxido de carbono liberado por los combustibles fósiles, y pronosticaron las consecuencias planetarias de esas emisiones. En 1982, por ejemplo, Exxon predijo que para 2090, los niveles de CO2 se duplicarían en relación a los años 1800, y esto, según la mejor investigación científica del momento, haría subir las temperaturas promedio del planeta unos 3°C.
Más avanzada esa década, en 1988, un informe interno de Shell proyectó efectos similares, pero también determinó que el CO2 podía duplicarse inclusive antes, en 2030. En privado, estas compañías no cuestionaban las vinculaciones entre sus productos, el calentamiento global y la calamidad ecológica. Por el contrario, su investigación confirmó los vínculos.
La evaluación de Shell preveía un ascenso del nivel del mar de 60-70 centímetros, y observaba que el calentamiento también podía fomentar la desintegración de la Capa de Hielo de la Antártida Occidental, lo que resultaría en un ascenso mundial del nivel del mar de “cinco a seis metros” –lo suficiente como para inundar países enteros en zonas bajas.
Los analistas de Shell también advirtieron sobre la “desaparición de ecosistemas específicos o destrucción del hábitat”, predijeron un incremento de las “escorrentías e inundaciones destructivas y de tierras agrícolas bajas” y dijeron que “harían falta nuevas fuentes de agua dulce” para compensar los cambios en las precipitaciones. Los cambios globales en la temperatura del aire también “cambiarían drásticamente la manera en que la gente vive y trabaja”. En suma, concluyó Shell, “los cambios pueden ser los más grandes en la historia documentada”.
Por su parte, Exxon advirtió sobre “los acontecimientos potencialmente catastróficos que se deben considerar”. Al igual que los expertos de Shell, los científicos de Exxon predijeron un aumento devastador del nivel del mar y advirtieron que el medio oeste de Estados Unidos y otras partes del mundo podrían volverse desérticos. Desde una perspectiva positiva, la empresa expresó su confianza en que “este problema no es tan significativo para la humanidad como un holocausto nuclear o una hambruna mundial”.
Los documentos dan lugar a una lectura alarmante. Y el efecto es mucho más escalofriante en vista de la reticencia por parte de los gigantes petroleros a advertir a la población sobre el daño que predijeron sus propios investigadores. El informe de Shell, catalogado como “confidencial”, fue revelado por primera vez por un medio holandés a comienzos de este año. El estudio de Exxon tampoco estaba destinado a una distribución externa; hubo una filtración en 2015.
De la misma manera, estas compañías nunca se hicieron responsables de sus productos. En el estudio de Shell, la empresa sostuvo que la “principal carga” de abordar el cambio climático no recae sobre la industria energética sino sobre los gobiernos y los consumidores. Ese argumento podría haber tenido sentido si los ejecutivos petroleros, incluidos los de Exxon y Shell, no hubieran mentido más tarde sobre el cambio climático y hubieran impedido activamente que los gobiernos implementaran políticas de energía limpia.
Si bien la mayoría de la gente en los años 1980 no estaba familiarizada con los detalles del calentamiento global, entre los pocos que tenían una mejor idea que la mayoría estaban las compañías que más hacían para generarlo. A pesar de las incertezas científicas, la conclusión era la siguiente: las empresas petroleras reconocieron que sus productos agregaban CO2 a la atmósfera, entendieron que esto podía generar un calentamiento y calcularon las posibles consecuencias. Y luego optaron por aceptar esos riesgos en nuestro nombre, a expensas nuestras y sin nuestro conocimiento.
Los planes catastróficos de la guerra nuclear que Ellsberg vio en los años 1960 eran una espada de Damocles que afortunadamente nunca cayó. Pero las predicciones secretas de la industria petrolera sobre el cambio climático se están haciendo realidad, y no por accidente. Los productores de combustibles fósiles deliberadamente nos llevaron hacia el futuro lúgubre que temían al promover sus productos, mentir sobre los efectos y defender agresivamente su cuota del mercado energético.
Mientras el mundo se calienta, los ladrillos de nuestro planeta –sus capas de hielo, bosques y corrientes atmosféricas y oceánicas- están siendo alteradas de manera irreparable. ¿Quién tiene derecho a prever esos daños y luego optar por cumplir la profecía? Si bien los planificadores de la guerra y las compañías de combustibles fósiles tuvieron la arrogancia de decidir qué nivel de devastación era apropiado para la humanidad, sólo las grandes compañías petroleras tuvieron la osadía de seguir adelante con su plan. Eso, por supuesto, ya es demasiado.
STANFORD – Un día en 1961, un economista norteamericano llamado Daniel Ellsberg se topó con un pedazo de papel con implicancias apocalípticas. Ellsberg, que asesoraba al gobierno estadounidense sobre sus plantas secretas de la era nuclear, había descubierto un documento que contenía una estimación oficial de la cantidad de muertos en un “primer ataque” preventivo en China y la Unión Soviética: aproximadamente 300 millones de víctimas en esos países y el doble a nivel global.
A Ellsberg le preocupaba la existencia de ese plan; años después, intentó dar a conocer a la población los detalles de la aniquilación nuclear. Si bien ese intento falló, Ellsberg luego se volvería famoso por revelar lo que se dio en llamar los Papeles del Pentágono –la historia secreta del gobierno de Estados Unidos sobre su intervención militar en Vietnam.
La planificación militar amoral de Estados Unidos durante la Guerra Fría refleja la soberbia exhibida por otro grupo de personajes que jugaban con el destino de la humanidad. Recientemente, se han desenterrado documentos secretos que detallan lo que la industria energética sabía sobre las asociaciones entre sus productos y el calentamiento global. Pero, a diferencia de los planes nucleares del gobierno, lo que la industria detalló se puso en marcha.
En los años 1980, compañías petroleras como Exxon y Shell llevaron a cabo evaluaciones internas del dióxido de carbono liberado por los combustibles fósiles, y pronosticaron las consecuencias planetarias de esas emisiones. En 1982, por ejemplo, Exxon predijo que para 2090, los niveles de CO2 se duplicarían en relación a los años 1800, y esto, según la mejor investigación científica del momento, haría subir las temperaturas promedio del planeta unos 3°C.
Más avanzada esa década, en 1988, un informe interno de Shell proyectó efectos similares, pero también determinó que el CO2 podía duplicarse inclusive antes, en 2030. En privado, estas compañías no cuestionaban las vinculaciones entre sus productos, el calentamiento global y la calamidad ecológica. Por el contrario, su investigación confirmó los vínculos.
La evaluación de Shell preveía un ascenso del nivel del mar de 60-70 centímetros, y observaba que el calentamiento también podía fomentar la desintegración de la Capa de Hielo de la Antártida Occidental, lo que resultaría en un ascenso mundial del nivel del mar de “cinco a seis metros” –lo suficiente como para inundar países enteros en zonas bajas.
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Los analistas de Shell también advirtieron sobre la “desaparición de ecosistemas específicos o destrucción del hábitat”, predijeron un incremento de las “escorrentías e inundaciones destructivas y de tierras agrícolas bajas” y dijeron que “harían falta nuevas fuentes de agua dulce” para compensar los cambios en las precipitaciones. Los cambios globales en la temperatura del aire también “cambiarían drásticamente la manera en que la gente vive y trabaja”. En suma, concluyó Shell, “los cambios pueden ser los más grandes en la historia documentada”.
Por su parte, Exxon advirtió sobre “los acontecimientos potencialmente catastróficos que se deben considerar”. Al igual que los expertos de Shell, los científicos de Exxon predijeron un aumento devastador del nivel del mar y advirtieron que el medio oeste de Estados Unidos y otras partes del mundo podrían volverse desérticos. Desde una perspectiva positiva, la empresa expresó su confianza en que “este problema no es tan significativo para la humanidad como un holocausto nuclear o una hambruna mundial”.
Los documentos dan lugar a una lectura alarmante. Y el efecto es mucho más escalofriante en vista de la reticencia por parte de los gigantes petroleros a advertir a la población sobre el daño que predijeron sus propios investigadores. El informe de Shell, catalogado como “confidencial”, fue revelado por primera vez por un medio holandés a comienzos de este año. El estudio de Exxon tampoco estaba destinado a una distribución externa; hubo una filtración en 2015.
De la misma manera, estas compañías nunca se hicieron responsables de sus productos. En el estudio de Shell, la empresa sostuvo que la “principal carga” de abordar el cambio climático no recae sobre la industria energética sino sobre los gobiernos y los consumidores. Ese argumento podría haber tenido sentido si los ejecutivos petroleros, incluidos los de Exxon y Shell, no hubieran mentido más tarde sobre el cambio climático y hubieran impedido activamente que los gobiernos implementaran políticas de energía limpia.
Si bien la mayoría de la gente en los años 1980 no estaba familiarizada con los detalles del calentamiento global, entre los pocos que tenían una mejor idea que la mayoría estaban las compañías que más hacían para generarlo. A pesar de las incertezas científicas, la conclusión era la siguiente: las empresas petroleras reconocieron que sus productos agregaban CO2 a la atmósfera, entendieron que esto podía generar un calentamiento y calcularon las posibles consecuencias. Y luego optaron por aceptar esos riesgos en nuestro nombre, a expensas nuestras y sin nuestro conocimiento.
Los planes catastróficos de la guerra nuclear que Ellsberg vio en los años 1960 eran una espada de Damocles que afortunadamente nunca cayó. Pero las predicciones secretas de la industria petrolera sobre el cambio climático se están haciendo realidad, y no por accidente. Los productores de combustibles fósiles deliberadamente nos llevaron hacia el futuro lúgubre que temían al promover sus productos, mentir sobre los efectos y defender agresivamente su cuota del mercado energético.
Mientras el mundo se calienta, los ladrillos de nuestro planeta –sus capas de hielo, bosques y corrientes atmosféricas y oceánicas- están siendo alteradas de manera irreparable. ¿Quién tiene derecho a prever esos daños y luego optar por cumplir la profecía? Si bien los planificadores de la guerra y las compañías de combustibles fósiles tuvieron la arrogancia de decidir qué nivel de devastación era apropiado para la humanidad, sólo las grandes compañías petroleras tuvieron la osadía de seguir adelante con su plan. Eso, por supuesto, ya es demasiado.