PARIS: Hace un siglo, pensando en lo que depararía el futuro, Anatole France dijo: "mi sueño es leer los libros de los escolares como serán en el año 2000". Ahora que el milenio es historia, quizá debamos preguntarnos si nuestros niños en edad de estudiar están siendo inspirados como Anatole France esperaba.
En el siglo XX hubo grandes revoluciones técnicas, como la televisión, el transporte aéreo y el desarrollo de cohetes y misiles. En un nivel más profundo, también ocurrieron dos revoluciones conceptuales. Desde los átomos hasta las estrellas, ahora tenemos una imagen precisa y operativa de casi todos los fenómenos físicos. La única brecha considerable en nuestro conocimiento se relaciona con el origen del universo. La segunda revolución conceptual inició con la biología molecular. En este renglón también tenemos una imagen precisa y operativa de todos los procesos de vida, desde las bacterias hasta la humanidad. Otra vez, la única brecha considerable involucra a los orígenes: la noción de la existencia de una "sopa primaria" en los océanos en la que los nucleótidos y los péptidos de alguna forma se orgranizaron para volverse organismos vivientes, no es del todo convincente.
En los libros de texto de la actualidad se enlistan estos logros con orgullo. Pero a las vidas de nuestros niños les falta algo que es importante para el avance científico. Falta el sentido de asombro por el futuro progreso científico, se está arraigando un creciente desinterés cultural por la ciencia. Además, cada vez hay mayores obstáculos legales para el progreso científico, los cuales están sofocando la inventiva en todas partes.
Anatole France vivió en una era de grandes inventores, como Gustave Eiffel y Thomas Edison. Él pudo discernir la floreciente explosión industrial del siglo XX cuando algunas de las compañías más importantes liderearon la innovación técnica e hicieron de la electricidad, la química, el transporte, las comunicaciones y las computadoras una parte clave de la vida cotidiana. Pero estas mismas compañías, que en gran medida dieron forma al siglo, ahora se enfrentan a una gran presión de sus accionistas, quienes quieren abandonar la investigación a largo plazo para favorecer las ganancias de corto plazo. Consideremos a las compañías petroleras: a pesar de que el mundo enfrenta una creciente incertidumbre en cuanto a nuevas fuentes de energía, estas empresas, que cuentan tanto con los recursos materiales como intelectuales para prepararse para el siglo venidero, han más o menos abandonado su papel como proveedores de una nueva visión.
Mientras que el espíritu del creciente desinterés en la ciencia básica (característico de los grandes grupos industriales de la actualidad) domina en Europa, en Estados Unidos(EU) la brillante contracorriente ha sido el surgimiento de pequeñas firmas "high tech" que han emprendido la investigación básica y se han enfocado en la reflexión a largo plazo. Como resultado, en EU se ofrecen mejores condiciones para los científicos que en Europa y el precio que el viejo continente está pagando por esto es muy alto. En los últimos cinco años, Francia perdió algunos de sus mejores especialistas en computación cuando éstos se fueron a norteamérica.
Pero tampoco en EU está todo bien. La indiferencia -en ocasiones la abierta hostilidad- hacia el progreso científico también está presente. Una institución que obstaculiza el dinamismo de Silicon Valley y las empresas "high tech", es el sistema legal. En mi pequeño rincón en la Ecole de Physique et Chimie (escuela de física y química) de París, tuvimos una muestra de las cortes estadounidenses cuando uno de nuestros equipos inventó un ingenioso sistema para monitorear el latido del corazón de los recién nacidos. Una sábana especial leía los signos vitales sin tener que colocar ningún instrumento en el cuerpo del bebé.
El dispositivo podría haber sido de gran beneficio para los bebés de familias que han sufrido el Síndrome de la Muerte Súbita. La producción en EU, sin embargo, se vio bloqueada por la responsabilidad legal. Si sólo un niño muriese estando acostado en esta sábana, sin importar la causa, es posible que la compañía que la produjera fuera declarada responsable. Así que la sábana no fue producida y miles de familias siguen usando sistemas de monitoreo viejos y penosos.
Los obstáculos legales están alcanzando otros países, pero no están solos en la tarea de inhibir la ciencia. Otro invento estadounidense, que cada vez se exporta más a Europa, es la defensa de la postura "políticamente correcta", la cual en gran medida profesa que la ciencia es "una violación a la naturaleza". Frecuentemente reducida a propaganda anticientífica, esta postura es difundida desde los departamentos no científicos de las universidades y alcanza a los estudiantes y a los maestros, y al final a los niños. En todas partes, la excitación por el avance científico que atrapó a Anatole France está siendo sustituida por el miedo que surge de la ignorancia y por una incipiente censura del pensamiento científico.
Los jóvenes son particularmente vulnerables a esto. En el pensamiento popular la ciencia es culpable de la contaminación ambiental y del desarrollo de las armas, a pesar de que las decisiones que llevan a la producción de armamento son de naturaleza política, no científica, y de que la causa de la contaminación es la ambición de ganancias, no el progreso científico. Sin duda, los críticos políticamente correctos olvidan que el progreso en la lucha en contra de la contaminación viene en mayor parte de los científicos y que la ciencia creó los medios para monitorear los acuerdos de control de armamento. No es de sorprenderse, entonces, que los jóvenes educados localmente en EU, y en gran medida en Europa, tiendan a evitar los departamentos científicos de las universidades, y que de los novicios la mayoría sean imigrantes recién llegados.
De cara a los impedimentos legales, el desprecio y la indiferencia, ¿qué pasará con la ciencia en el siglo XXI? Tengo esperanzas de que en los años venideros seamos testigos, entre otras cosas, de una explosión en la bioingeniería, con nuevas formas de administración de drogas, la creación de órganos artificiales, etcétera. Ninguno de estos avances será posible, sin embargo, si no hay un cambio de actitud. En lugar de la actual indiferencia que en ocasiones se vuelve abierta hostilidad, debemos buscar las condiciones que permitan nutrir la investigación científica y restituir la posición central de la ciencia en la cultura de las sociedades occidentales.
Reducir los impedimentos legales y cambiar de actitud no es algo que vaya a suceder de un día para otro. Primo Levi, el químico italiano que escapó a la muerte en los campos de concentración nacis para volverse escritor, escribió de forma conmovedora acerca de su vida como químico y acerca "del fuerte y amargo sabor de nuestro oficio, que no es más que un caso especial, una versión más escarpada, del oficio de la vida". Si el espíritu de la exploración y la creatividad científicas ha de ser renovado en nuestro tiempo, debemos crear sistemas educacionales y libros de texto basados en el tipo de espíritu que caracterizó a Primo Levi.
PARIS: Hace un siglo, pensando en lo que depararía el futuro, Anatole France dijo: "mi sueño es leer los libros de los escolares como serán en el año 2000". Ahora que el milenio es historia, quizá debamos preguntarnos si nuestros niños en edad de estudiar están siendo inspirados como Anatole France esperaba.
En el siglo XX hubo grandes revoluciones técnicas, como la televisión, el transporte aéreo y el desarrollo de cohetes y misiles. En un nivel más profundo, también ocurrieron dos revoluciones conceptuales. Desde los átomos hasta las estrellas, ahora tenemos una imagen precisa y operativa de casi todos los fenómenos físicos. La única brecha considerable en nuestro conocimiento se relaciona con el origen del universo. La segunda revolución conceptual inició con la biología molecular. En este renglón también tenemos una imagen precisa y operativa de todos los procesos de vida, desde las bacterias hasta la humanidad. Otra vez, la única brecha considerable involucra a los orígenes: la noción de la existencia de una "sopa primaria" en los océanos en la que los nucleótidos y los péptidos de alguna forma se orgranizaron para volverse organismos vivientes, no es del todo convincente.
En los libros de texto de la actualidad se enlistan estos logros con orgullo. Pero a las vidas de nuestros niños les falta algo que es importante para el avance científico. Falta el sentido de asombro por el futuro progreso científico, se está arraigando un creciente desinterés cultural por la ciencia. Además, cada vez hay mayores obstáculos legales para el progreso científico, los cuales están sofocando la inventiva en todas partes.
Anatole France vivió en una era de grandes inventores, como Gustave Eiffel y Thomas Edison. Él pudo discernir la floreciente explosión industrial del siglo XX cuando algunas de las compañías más importantes liderearon la innovación técnica e hicieron de la electricidad, la química, el transporte, las comunicaciones y las computadoras una parte clave de la vida cotidiana. Pero estas mismas compañías, que en gran medida dieron forma al siglo, ahora se enfrentan a una gran presión de sus accionistas, quienes quieren abandonar la investigación a largo plazo para favorecer las ganancias de corto plazo. Consideremos a las compañías petroleras: a pesar de que el mundo enfrenta una creciente incertidumbre en cuanto a nuevas fuentes de energía, estas empresas, que cuentan tanto con los recursos materiales como intelectuales para prepararse para el siglo venidero, han más o menos abandonado su papel como proveedores de una nueva visión.
Mientras que el espíritu del creciente desinterés en la ciencia básica (característico de los grandes grupos industriales de la actualidad) domina en Europa, en Estados Unidos(EU) la brillante contracorriente ha sido el surgimiento de pequeñas firmas "high tech" que han emprendido la investigación básica y se han enfocado en la reflexión a largo plazo. Como resultado, en EU se ofrecen mejores condiciones para los científicos que en Europa y el precio que el viejo continente está pagando por esto es muy alto. En los últimos cinco años, Francia perdió algunos de sus mejores especialistas en computación cuando éstos se fueron a norteamérica.
Pero tampoco en EU está todo bien. La indiferencia -en ocasiones la abierta hostilidad- hacia el progreso científico también está presente. Una institución que obstaculiza el dinamismo de Silicon Valley y las empresas "high tech", es el sistema legal. En mi pequeño rincón en la Ecole de Physique et Chimie (escuela de física y química) de París, tuvimos una muestra de las cortes estadounidenses cuando uno de nuestros equipos inventó un ingenioso sistema para monitorear el latido del corazón de los recién nacidos. Una sábana especial leía los signos vitales sin tener que colocar ningún instrumento en el cuerpo del bebé.
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El dispositivo podría haber sido de gran beneficio para los bebés de familias que han sufrido el Síndrome de la Muerte Súbita. La producción en EU, sin embargo, se vio bloqueada por la responsabilidad legal. Si sólo un niño muriese estando acostado en esta sábana, sin importar la causa, es posible que la compañía que la produjera fuera declarada responsable. Así que la sábana no fue producida y miles de familias siguen usando sistemas de monitoreo viejos y penosos.
Los obstáculos legales están alcanzando otros países, pero no están solos en la tarea de inhibir la ciencia. Otro invento estadounidense, que cada vez se exporta más a Europa, es la defensa de la postura "políticamente correcta", la cual en gran medida profesa que la ciencia es "una violación a la naturaleza". Frecuentemente reducida a propaganda anticientífica, esta postura es difundida desde los departamentos no científicos de las universidades y alcanza a los estudiantes y a los maestros, y al final a los niños. En todas partes, la excitación por el avance científico que atrapó a Anatole France está siendo sustituida por el miedo que surge de la ignorancia y por una incipiente censura del pensamiento científico.
Los jóvenes son particularmente vulnerables a esto. En el pensamiento popular la ciencia es culpable de la contaminación ambiental y del desarrollo de las armas, a pesar de que las decisiones que llevan a la producción de armamento son de naturaleza política, no científica, y de que la causa de la contaminación es la ambición de ganancias, no el progreso científico. Sin duda, los críticos políticamente correctos olvidan que el progreso en la lucha en contra de la contaminación viene en mayor parte de los científicos y que la ciencia creó los medios para monitorear los acuerdos de control de armamento. No es de sorprenderse, entonces, que los jóvenes educados localmente en EU, y en gran medida en Europa, tiendan a evitar los departamentos científicos de las universidades, y que de los novicios la mayoría sean imigrantes recién llegados.
De cara a los impedimentos legales, el desprecio y la indiferencia, ¿qué pasará con la ciencia en el siglo XXI? Tengo esperanzas de que en los años venideros seamos testigos, entre otras cosas, de una explosión en la bioingeniería, con nuevas formas de administración de drogas, la creación de órganos artificiales, etcétera. Ninguno de estos avances será posible, sin embargo, si no hay un cambio de actitud. En lugar de la actual indiferencia que en ocasiones se vuelve abierta hostilidad, debemos buscar las condiciones que permitan nutrir la investigación científica y restituir la posición central de la ciencia en la cultura de las sociedades occidentales.
Reducir los impedimentos legales y cambiar de actitud no es algo que vaya a suceder de un día para otro. Primo Levi, el químico italiano que escapó a la muerte en los campos de concentración nacis para volverse escritor, escribió de forma conmovedora acerca de su vida como químico y acerca "del fuerte y amargo sabor de nuestro oficio, que no es más que un caso especial, una versión más escarpada, del oficio de la vida". Si el espíritu de la exploración y la creatividad científicas ha de ser renovado en nuestro tiempo, debemos crear sistemas educacionales y libros de texto basados en el tipo de espíritu que caracterizó a Primo Levi.