Salvar al Sarkozy público

Desde que importantes figuras públicas firmaron un manifiesto en una revista francesa en el que denunciaban los peligros de un extravío monárquico –sin citar ni una sola vez el nombre del Presidente–, la atmósfera política en Francia ha estado eléctrica. La rápida caída en desgracia de Nicolas Sarkozy carece de precedentes en la historia de la Quinta República. Sus índices de popularidad están cayendo por los suelos y se prevé que su partido, el conservador UMP, tendrá malos resultados en las elecciones municipales que se celebrarán a mediados de marzo.

¿A qué se debe el desplome de la popularidad de Sarkozy? ¿Podrá recuperarse?

Estas preguntas son decisivas –y no sólo para Francia–, porque faltan cinco meses para una presidencia francesa de la Unión Europa que debería ser un importante paso adelante en la recuperación de Europa.

Los ataques a Sarkozy son muy personales y se centran tanto en su “esencia” como en su actuación. ¿Podrá encarnar a Francia con dignidad y legitimidad? ¿Podrá transformar intuiciones y discursos en acciones concretas? ¿Habrá perdido ya el contacto con la realidad, rodeado como está por un círculo de cortesanos de los medios de comunicación?

Para una mayoría de ciudadanos franceses, para los cuales los presidentes son “monarcas elegidos”, Sarkozy ha “desacralizado” la presidencia. A diferencia de las monarquías constitucionales, Francia no distingue entre el símbolo y la realidad del poder. Puede que Sarkozy quiera ser una combinación de Margaret Thatcher y Tony Blair, pero desde el punto de vista simbólico es también la Reina y, en su búsqueda de la modernidad y la transparencia, ha deslegitimado la dimensión simbólica de su función al mezclar su vida privada con la pública.

Por una parte, la fascinación de Sarkozy por los ricos ha contribuido a aislarlo del francés medio. Por otra, las tradicionales minorías selectas francesas, que tienen mucho interés en disociarse de alguien cuya formación educativa y reacciones instintivas lo señalan claramente como alguien distinto de ellos,  consideran vulgar su estilo llamativo. Se considera que su vida amorosa no es un asunto humano, romántico, y señal de energía juvenil, sino una distracción posiblemente fatal, la prueba definitiva de su “inmadurez”.

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Naturalmente, si el ambiente económico mundial hubiera sido más favorable y si no hubiese habido tanta preocupación legítima por la disminución de la capacidad adquisitiva, los franceses habrían podido mostrar una mayor indulgencia para su joven Presidente, pero parece que Sarkozy, en otro tiempo tan obsesionado con el poder, hubiera perdido progresivamente el contacto con la realidad después de alcanzar su objetivo. No se puede proclamar la impotencia ante los cofres estatales vacíos después de haber sacado adelante inútiles y costosas reducciones de impuestos para los más ricos y no se pueden pedir sacrificios al estilo de Churchill cuando se cae en una serie de fines de semana lujosos y muy publicitados con la novia más reciente.

Además, si Sarkozy ha erosionado, tal vez fatalmente, la “sagrada” naturaleza simbólica de la Presidencia, su forma de gobernar no ha representado una garantía compensadora. Al multiplicar las iniciativas, estar en todas partes a la vez, acelerar el ritmo de reformas a riesgo de confundir la calidad con la cantidad, violar tabúes y desdibujar las divisorias entre secularismo y religión, Sarkozy ha intensificado las dudas persistentes sobre la capacidad de un político brillante para llegar a ser un estadista o al menos un gobernante eficaz. Se ha considerado excesiva y peligrosa la influencia de su corte, al marginar y frustrar al Gobierno, al Parlamento y a su propio partido.

Pero es demasiado pronto para enterrar a Sarkozy. Si bien parece haber perdido el contacto con los franceses, es profundamente consciente de la disminución de su popularidad, que lo hiere, y nadie debe subestimar su capacidad para reinventarse con un nuevo gobierno después de las elecciones municipales y una mayor distancia de su círculo íntimo.

En cualquier caso, Francia no es Rusia. Pese a algunas semejanzas preocupantes entre Sarkozy y Vladimir Putin, la democracia francesa no está en peligro. Lo que está en juego es la dignidad del cargo presidencial y, aparte de eso, la capacidad de Francia para modernizarse.

De hecho, el daño más grave provocado por el actual clima político en Francia es el programa de reformas de Sarkozy. Es como si su personalidad se hubiera convertido en el peor obstáculo para su determinación de romper con el pasado. Tal vez un estilo rupturista demasiado descontrolado pueda propiciar en última instancia una parálisis en el fondo.

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