Salvados por los impuestos

¿Qué les debemos a las nuevas generaciones? ¿Qué acciones estamos obligados a emprender para reducir los peligros que se ciernen sobre nuestros descendientes y nuestro planeta con la creciente probabilidad de que se produzca un calentamiento global y un cambio climático?

Casi todo el mundo, excepto gente como ExxonMobil, el vicepresidente de EEUU Dick Cheney y sus sirvientes a sueldo y acólitos confundidos, comprende que cuando los seres humanos queman hidrocarburos, se emite dióxido de carbono que va a la atmósfera, donde actúa como una sábana gigante, absorbiendo la radiación infrarroja que se libera desde abajo y recalentando la tierra.

Del mismo modo, casi todos entienden que, si bien el calentamiento global puede ser un problema mucho más grande o pequeño que lo que sugieren los modelos actuales, esta falta de certidumbre no es ninguna excusa para la inacción. De hecho, debería hacer que nos esforcemos más por protegernos de ella que si supiéramos que se comportaría exactamente según las proyecciones más aceptadas.

Finalmente, casi todos están de acuerdo en que los gobiernos, las instituciones sin fines de lucro y las compañías de energía deberían dedicar muchas más recursos a desarrollar tecnologías que generen energía que no emita gases de carbono, que hagan pasar a estos gases desde la atmósfera a los bosques y océanos, y que temperen la tierra mediante la reflexión de una mayor parte de la luz solar que llega a ella.

Es claro que los países más ricos del mundo deberían asumir la carga de enfrentar el cambio climático en las próximas generaciones. Después de todo, pudieron seguir un camino fácil y lleno de emisiones de gas para llegar a la industrialización y la riqueza. En la actualidad China, India y otros países en desarrollo no pueden hacerlo, y sería injusto castigarlos por ello.

De modo que hoy es el momento de construir, no interrumpir ni obstaculizar, las instituciones internacionales que gestionarán nuestra respuesta al cambio climático en los años próximos. Sin embargo, ¿deberíamos hacer algo más ahora y en la década siguiente?

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Los economistas gustan de pensar en términos de precios. Y cuando ven conductas que tienen efectos secundarios destructivos, les complace aplicarles impuestos. Pagar impuestos hace que las personas sientan en sus bolsillos la destrucción que causan. Aplicar un impuesto a alguien, que por ejemplo, conduce un vehículo utilitario de bajo rendimiento, es una manera de aprovechar la inteligencia colectiva de la humanidad para decidir cuándo los efectos secundarios perjudiciales son una razón para modificar el comportamiento.

Sin embargo, tiene que ser el impuesto correcto. Un vehículo utilitario que circula 15 kilómetros por la ciudad y gasta un galón (3,7 litros) de gasolina emite cerca de tres kilogramos de carbono hacia la atmósfera. ¿El impuesto adicional por “calentamiento global” debería ser de $0,05, $0,50 o $1,50 por galón? Nuestras opiniones cambiarán a medida que vayamos disponiendo de mayor información, pero por el momento la dimensión del impuesto depende de una pregunta de filosofía moral: ¿cuánto creemos que les debemos a nuestros descendientes distantes?

El economista australiano John Quiggin tiene un esclarecedor debate en su sitio Web ( http://johnquiggin.com ) que se acerca a la opinión de un impuesto de $0,50 por galón, ya que proyecta que dedicar dinero hoy a reducir las emisiones de carbono es una buena inversión para el futuro. Suponiendo que el ingreso anual per cápita crece en cerca de un 2% al año en todo el mundo, un gasto marginal de cerca de $70 hoy para reducir las emisiones de carbono valdría la pena si, considerando los efectos perjudiciales del calentamiento global y los costes de ajuste, el mundo de 2100 fuera $500 más rico, en términos de poder de compra del año 2006.

Por otra parte, los críticos señalan que el mundo de hoy es pobre: el PGB per cápita promedio, en términos de paridad de poder de compra, es cerca de $7000. Esperamos que el desarrollo y difusión de mejores tecnologías hagan que el mundo de 2100 sea mucho más rico, a un índice de crecimiento del 2% anual: $50.000 per cápita en términos de poder de compra del año 2006. De modo que los críticos argumentan que necesitamos hoy los $70 per cápita mucho más que lo que la gente -más rica comparativamente- de 2100 necesitará los $500 con que se beneficiaría por haber evitado los efectos del cambio climático global.

Sin embargo, lo que a menudo los críticos no dicen es que la misma lógica se aplica al mundo actual. Las rentas anuales per cápita promedio en EE.UU., Japón y Europa Occidental se acercan hoy a los $40.000, y a menos de $6.000 para la mitad más pobre de la población mundial. La misma lógica que dice que necesitamos nuestros $70 más que la gente del año 2100 dicta que deberíamos aplicar más impuestos a los ricos del mundo, siempre que cada $500 adicionales en impuestos del primer mundo generen sólo unos $70 adicionales en los ingresos per cápita de los países pobres.

En pocas palabras, si los ricos del mundo son tacaños con nuestros descendientes -que serán mucho más ricos- y si deseamos heredarles el caos ambiental, deberíamos ser generosos con los pobres del mundo. De manera similar, si somos tacaños hoy con los pobres del mundo, deberíamos ser generosos con nuestros descendientes.

Al menos, esto es lo que deberíamos hacer, si es que nuestras acciones se han de basar en principios morales distintos del de Leonid Brezhnev: aferrarnos a lo que tenemos.

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