NUEVA YORK – Ya es evidente que el gobierno estadounidense del presidente Donald Trump traicionará a Ucrania en su lucha por resistir la agresión rusa. El propio Trump es víctima de desinformación o participante voluntario en un intento de engañar a los estadounidenses sobre las causas y consecuencias de la guerra.
Las mentiras de Trump incluyen afirmar que Ucrania también es culpable por la guerra; que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski no «tiene las cartas» para poner fin al conflicto en condiciones favorables; y que Ucrania no se podría haber defendido sin la ayuda de Estados Unidos. Pero todo el mundo sabe que Rusia lanzó una invasión no provocada, y todos recordamos las primeras semanas, cuando los ucranianos defendieron con coraje una línea de frente de 3000 kilómetros contra un ejército supuestamente superior, mucho antes de que llegaran las entregas de artillería, vehículos blindados y sistemas de defensa antiaérea occidentales.
La vergonzosa escena que se produjo en la Oficina Oval el 28 de febrero puso de manifiesto la hostilidad de Trump hacia Zelenski y su inclinación favorable al presidente ruso Vladímir Putin. ¿Será sólo que a Trump lo fascinan las figuras autoritarias que han logrado lo que él mismo ambiciona? ¿O será que Putin tiene «materiales comprometedores» sobre Trump (como muchos sospecharon durante su primer mandato)?
Sea como sea, Trump es contrario a la idea misma de Estado de Derecho, que subordina al interés político: la legalidad se usa cuando sirve a los intereses del presidente y se ignora cuando no. Los acuerdos entre países (incluso los que firmó él) se pueden romper a voluntad. Hace treinta años, en virtud del Memorándum de Budapest (firmado en diciembre de 1994), Estados Unidos, el Reino Unido y Rusia se comprometieron a defender la integridad territorial de Ucrania. A cambio, Ucrania aceptó renunciar al tercer mayor arsenal nuclear del mundo, heredado de la Unión Soviética. Ya en 2014 Rusia violó el acuerdo, con la invasión y anexión ilegal de Crimea; y ahora Ucrania ha sido traicionada por dos de los firmantes del acuerdo.
La negativa de Trump a honrar la palabra de Estados Unidos es vergonzosa. Los ucranianos cumplieron su parte del trato, y esperaban que Estados Unidos hiciera lo mismo. Estas traiciones traerán consecuencias fatales, y no sólo para Ucrania. Durante décadas, la seguridad de Europa se ha basado en el artículo 5 del tratado de la OTAN, según el cual un ataque contra un miembro es un ataque contra todos. Pero ya es obvio que Estados Unidos defenderá a Europa sólo cuando eso sirva a lo que Trump considera que son sus intereses personales. El derecho internacional y los tratados no significan nada para él, como tampoco para Putin.
Los europeos comienzan a adaptarse a esta dura realidad; sus tareas más inmediatas son crear una fuerza de defensa autosuficiente y decidir qué hacer con los 220 000 millones de dólares en activos soberanos rusos (de los 300 000 a 350 000 millones inmovilizados en 2022) que hoy se encuentran en jurisdicciones europeas. En junio de 2024, el G7 acordó usar los intereses de esos activos (50 000 millones de dólares) para dar ayuda financiera a Ucrania; y en enero de 2025 la Comisión Europea hizo el primer desembolso de 3000 millones de dólares. Pero esta medida parcial ya no es suficiente, ante la probabilidad de que Estados Unidos ponga fin a su propia ayuda financiera. Europa tiene que hacer más: confiscar todos los activos rusos bajo su control.
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En otro lugar hemos sostenido que esos activos se deben usar para financiar la reconstrucción de Ucrania, ya que la agresión rusa ha causado daños que superan con creces los 220 000 millones de dólares. Pero ahora hay una necesidad incluso más urgente. No se puede reconstruir un país que sigue bajo ataque y ocupación parcial. La justicia y el sentido común dictan que estos recursos se destinen a financiar la defensa de Ucrania. Europa puede utilizar cualquier maniobra legal necesaria, con tal que Ucrania reciba el dinero de inmediato, para comprar material militar y reparar las infraestructuras que Rusia no deja de destruir.
En esto no hay ninguna obligación europea de por medio. Rusia no puede alegar que los activos gozan de protección legal, al tiempo que destruye el Estado de Derecho y confisca con toda libertad activos occidentales dentro de su propia jurisdicción. Además, poner los fondos de inmediato a disposición de Ucrania redundará en beneficio de la propia Europa. Lo que Ucrania gaste en su industria de defensa acabará reforzando la propia capacidad de defensa de Europa y estimulando su tambaleante economía.
No hay tiempo que perder. Usar los fondos como garantía para una futura Comisión Internacional de Reclamaciones, como se ha propuesto, causaría demoras inaceptables. La marea autoritaria está en ascenso, y Europa se ha convertido en el baluarte del mundo contra ella. Aquí están en juego los valores europeos (y la defensa de las libertades civiles, de la democracia y de los derechos humanos en todo el mundo).
Como dijo hace poco el presidente francés Emmanuel Macron, «Europa debe redescubrir el sabor del riesgo, de la ambición y del poder». Si tras la debacle de la Oficina Oval, él y otros líderes europeos quieren convertir el apoyo retórico a Ucrania en acciones, deben hacerlo ahora y confiscar los activos rusos. Ucrania defiende a toda Europa: que Europa no se ampare en excusas legalistas.
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By choosing to side with the aggressor in the Ukraine war, President Donald Trump’s administration has effectively driven the final nail into the coffin of US global leadership. Unless Europe fills the void – first and foremost by supporting Ukraine – it faces the prospect of more chaos and conflict in the years to come.
For most of human history, economic scarcity was a constant – the condition that had to be escaped, mitigated, or rationalized. Why, then, is scarcity's opposite regarded as a problem?
asks why the absence of economic scarcity is viewed as a problem rather than a cause for celebration.
NUEVA YORK – Ya es evidente que el gobierno estadounidense del presidente Donald Trump traicionará a Ucrania en su lucha por resistir la agresión rusa. El propio Trump es víctima de desinformación o participante voluntario en un intento de engañar a los estadounidenses sobre las causas y consecuencias de la guerra.
Las mentiras de Trump incluyen afirmar que Ucrania también es culpable por la guerra; que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski no «tiene las cartas» para poner fin al conflicto en condiciones favorables; y que Ucrania no se podría haber defendido sin la ayuda de Estados Unidos. Pero todo el mundo sabe que Rusia lanzó una invasión no provocada, y todos recordamos las primeras semanas, cuando los ucranianos defendieron con coraje una línea de frente de 3000 kilómetros contra un ejército supuestamente superior, mucho antes de que llegaran las entregas de artillería, vehículos blindados y sistemas de defensa antiaérea occidentales.
La vergonzosa escena que se produjo en la Oficina Oval el 28 de febrero puso de manifiesto la hostilidad de Trump hacia Zelenski y su inclinación favorable al presidente ruso Vladímir Putin. ¿Será sólo que a Trump lo fascinan las figuras autoritarias que han logrado lo que él mismo ambiciona? ¿O será que Putin tiene «materiales comprometedores» sobre Trump (como muchos sospecharon durante su primer mandato)?
Sea como sea, Trump es contrario a la idea misma de Estado de Derecho, que subordina al interés político: la legalidad se usa cuando sirve a los intereses del presidente y se ignora cuando no. Los acuerdos entre países (incluso los que firmó él) se pueden romper a voluntad. Hace treinta años, en virtud del Memorándum de Budapest (firmado en diciembre de 1994), Estados Unidos, el Reino Unido y Rusia se comprometieron a defender la integridad territorial de Ucrania. A cambio, Ucrania aceptó renunciar al tercer mayor arsenal nuclear del mundo, heredado de la Unión Soviética. Ya en 2014 Rusia violó el acuerdo, con la invasión y anexión ilegal de Crimea; y ahora Ucrania ha sido traicionada por dos de los firmantes del acuerdo.
La negativa de Trump a honrar la palabra de Estados Unidos es vergonzosa. Los ucranianos cumplieron su parte del trato, y esperaban que Estados Unidos hiciera lo mismo. Estas traiciones traerán consecuencias fatales, y no sólo para Ucrania. Durante décadas, la seguridad de Europa se ha basado en el artículo 5 del tratado de la OTAN, según el cual un ataque contra un miembro es un ataque contra todos. Pero ya es obvio que Estados Unidos defenderá a Europa sólo cuando eso sirva a lo que Trump considera que son sus intereses personales. El derecho internacional y los tratados no significan nada para él, como tampoco para Putin.
Los europeos comienzan a adaptarse a esta dura realidad; sus tareas más inmediatas son crear una fuerza de defensa autosuficiente y decidir qué hacer con los 220 000 millones de dólares en activos soberanos rusos (de los 300 000 a 350 000 millones inmovilizados en 2022) que hoy se encuentran en jurisdicciones europeas. En junio de 2024, el G7 acordó usar los intereses de esos activos (50 000 millones de dólares) para dar ayuda financiera a Ucrania; y en enero de 2025 la Comisión Europea hizo el primer desembolso de 3000 millones de dólares. Pero esta medida parcial ya no es suficiente, ante la probabilidad de que Estados Unidos ponga fin a su propia ayuda financiera. Europa tiene que hacer más: confiscar todos los activos rusos bajo su control.
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En esto no hay ninguna obligación europea de por medio. Rusia no puede alegar que los activos gozan de protección legal, al tiempo que destruye el Estado de Derecho y confisca con toda libertad activos occidentales dentro de su propia jurisdicción. Además, poner los fondos de inmediato a disposición de Ucrania redundará en beneficio de la propia Europa. Lo que Ucrania gaste en su industria de defensa acabará reforzando la propia capacidad de defensa de Europa y estimulando su tambaleante economía.
No hay tiempo que perder. Usar los fondos como garantía para una futura Comisión Internacional de Reclamaciones, como se ha propuesto, causaría demoras inaceptables. La marea autoritaria está en ascenso, y Europa se ha convertido en el baluarte del mundo contra ella. Aquí están en juego los valores europeos (y la defensa de las libertades civiles, de la democracia y de los derechos humanos en todo el mundo).
Como dijo hace poco el presidente francés Emmanuel Macron, «Europa debe redescubrir el sabor del riesgo, de la ambición y del poder». Si tras la debacle de la Oficina Oval, él y otros líderes europeos quieren convertir el apoyo retórico a Ucrania en acciones, deben hacerlo ahora y confiscar los activos rusos. Ucrania defiende a toda Europa: que Europa no se ampare en excusas legalistas.
Traducción: Esteban Flamini