MILÁN – Construir resiliencia se ha vuelto una suerte de mantra en los últimos años, particularmente durante la pandemia del COVID-19. Pero las acciones para impulsar la seguridad económica y fomentar la diversificación han sido lentas. Luego de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, esto podría estar por cambiar.
En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los actores económicos en todo el mundo depositaron una fe considerable –y creciente- en un compromiso internacional amplio con una economía global relativamente abierta. A diferencia del pasado más distante, cuando los países regularmente entraban en guerra para asegurar sus intereses económicos, a los responsables de las políticas poco les preocupaban las negaciones de acceso, arbitrarias o motivadas políticamente, a recursos o mercados críticos. Podían limitar sus temores a cuestiones como la exposición de la economía a condiciones de oferta y demanda cambiantes, y a veces a movimientos de precios violentos.
Pero las tensiones, fricciones y bloqueos en las cadenas de suministro globales durante la pandemia comenzaron a erosionar esa fe. Los precios y los mercados no eran el principal factor determinante de la distribución de vacunas. Asimismo, China, Estados Unidos y otros han erigido barreras altas para el acceso de mercado de compañías tecnológicas extranjeras (especialmente de sus rivales), citando temores de seguridad nacional.
En términos más generales, las sanciones económicas y financieras se han convertido en un arma preferida de la política exterior, especialmente en Estados Unidos. No debería sorprender, entonces, que las sanciones hayan representado el grueso de la respuesta de Occidente a la crisis de Ucrania, especialmente si se tiene en cuenta la posibilidad de que Rusia tratara cualquier intervención militar directa de la OTAN en Ucrania como una declaración de guerra. Estados Unidos y la Unión Europea se movieron rápidamente para excluir a los principales bancos rusos de las transacciones internacionales excluyéndolos del sistema de mensajes financieros SWIFT, y ahora han congelado los activos del banco central ruso.
La economía de Rusia ya se tambalea y hoy resulta evidente que la seguridad económica de un país depende de sus relaciones más amplias con sus socios comerciales, que deben ser razonablemente confiables y predecibles. Esto plantea desafíos serios en el corto plazo, particularmente para la UE, que está en la posición poco envidiable de depender fuertemente de las importaciones de energía rusa.
Tal como están las cosas, Rusia suministra casi el 40% del gas natural de Europa. El miedo a perder ese suministro ha limitado significativamente la respuesta económica de Occidente a la invasión de Ucrania. Por ejemplo, hubo una resistencia inicial de parte de los principales países de la UE a excluir a Rusia del SWIFT, y cuando se tomó la decisión, sólo se vieron afectados unos bancos “seleccionados”.
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Al mismo tiempo, Rusia depende de que la UE siga comprando su gas. De manera que quizás el arma económica más poderosa en el arsenal de Occidente sea una que la UE no puede usar sin infligirse un daño severo a sí misma. El resultado es similar a la “destrucción mutua asegurada” en la que el mundo se ha basado para disuadir los ataques nucleares.
Como reconoció Mario Draghi, el primer ministro italiano, la semana pasada, “Los acontecimientos de estos días demuestran que fue imprudente no haber diversificado más nuestras fuentes de energía y nuestros proveedores en las últimas décadas”. Por cierto, Europa parece haber sido arrinconada en materia energética, aunque las sanciones no relacionadas con la energía son sin duda duras y todavía se pueden fortalecer aún más. Como sea, los costos de cualquier sanción –incluyendo el aislamiento de Rusia de los mercados globales y la pérdida de acceso a productos y tecnología- depende en gran parte de hasta dónde China decida respaldar a Rusia.
Por ahora, los líderes europeos simplemente tendrán que enfrentar lo que venga. Pero, para fortalecer su seguridad a más largo plazo en un mundo cada vez más turbulento, los países también deben generar resiliencia económica –lograda a través de la diversificación- en sus estrategias de política exterior.
En el terreno de la energía, Europa podría emular a Japón, que también es completamente dependiente de combustibles fósiles importados. Japón le compra petróleo a varios países en Oriente Medio y gas natural en forma de gas natural licuado (GNL) a Australia, Malasia, Qatar, Rusia, Estados Unidos y otros. De todos ellos, Australia tiene la mayor participación de mercado (27%). Si las fuentes de energía de Europa fueran como las de Japón, la estructura de compensación del actual juego entre Rusia y Occidente sería muy diferente: Europa tendría el poder de imponer costos asimétricos a Rusia a través de penalidades relacionadas con la energía.
El valor de la diversificación aumenta con la magnitud de los riesgos relativamente desvinculados que uno enfrenta. Algunos señalarán que esa diversificación es costosa, sobre todo porque reduce la eficiencia. Pero si bien los costos tal vez no valgan la pena en un contexto estable y de bajo riesgo, no vivimos en un contexto semejante. En el mundo de hoy, los costos de la diversificación son eclipsados por los costos potenciales –y probables- de las alteraciones. En presencia de importantes riesgos parcialmente desvinculados, la diversificación es la mejor estrategia.
Esto no es válido únicamente para las importaciones. Considerando que el acceso al mercado se puede cerrar –China lo aprendió de primera mano durante la administración del presidente norteamericano Donald Trump-, los países también deberían esforzarse por diversificar sus mercados exportadores. Si bien es difícil diversificarse de economías tan grandes como Estados Unidos o China, los países pueden avanzar en esa dirección.
Por supuesto, el imperativo más urgente es diversificarse de socios comerciales impredecibles. Los socios con quienes las reglas de compromiso están claramente acordadas y probablemente se mantengan estables plantean muchos menos riesgos, reduciendo los beneficios de la diversificación. De todos modos, los países deberían evitar una dependencia excesiva de cualquier socio, no importa lo estable que sea, sobre todo por los crecientes riesgos de alteraciones vinculadas con el cambio climático.
Es importante observar que es poco probable que el nivel necesario de diversificación –es decir, un nivel que mejore la seguridad económica y la posición de negociación de un país en caso de una crisis- surja como un resultado puramente de mercado, porque los beneficios económicos y estratégicos no son capturados plenamente por los participantes de mercado. Si bien los participantes de mercado reconocen los riesgos y no se negarán a diversificar tanto mercados como fuentes de suministro, probablemente no lleguen lo suficientemente lejos.
En este escenario, la política pública y la coordinación internacional deben desempeñar un papel importante a la hora de impulsar este proceso. Afortunadamente, por ahora, los responsables de las políticas tienen un fuerte incentivo para tomar las medidas necesarias. Pero todavía está por verse si su sensación de urgencia persistirá o si se desvanecerá en tanto caigan los niveles de amenaza.
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To prevent unnecessary deaths from treatable diseases, the World Health Organization must be empowered to fulfill its mandate as the leading global emergency responder. If its $7.1 billion fundraising campaign falls short, we risk being caught unprepared again when the next pandemic arrives.
calls on wealthy countries to ensure that the World Health Organization can confront emerging threats.
Not only did Donald Trump win last week’s US presidential election decisively – winning some three million more votes than his opponent, Vice President Kamala Harris – but the Republican Party he now controls gained majorities in both houses on Congress. Given the far-reaching implications of this result – for both US democracy and global stability – understanding how it came about is essential.
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MILÁN – Construir resiliencia se ha vuelto una suerte de mantra en los últimos años, particularmente durante la pandemia del COVID-19. Pero las acciones para impulsar la seguridad económica y fomentar la diversificación han sido lentas. Luego de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, esto podría estar por cambiar.
En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los actores económicos en todo el mundo depositaron una fe considerable –y creciente- en un compromiso internacional amplio con una economía global relativamente abierta. A diferencia del pasado más distante, cuando los países regularmente entraban en guerra para asegurar sus intereses económicos, a los responsables de las políticas poco les preocupaban las negaciones de acceso, arbitrarias o motivadas políticamente, a recursos o mercados críticos. Podían limitar sus temores a cuestiones como la exposición de la economía a condiciones de oferta y demanda cambiantes, y a veces a movimientos de precios violentos.
Pero las tensiones, fricciones y bloqueos en las cadenas de suministro globales durante la pandemia comenzaron a erosionar esa fe. Los precios y los mercados no eran el principal factor determinante de la distribución de vacunas. Asimismo, China, Estados Unidos y otros han erigido barreras altas para el acceso de mercado de compañías tecnológicas extranjeras (especialmente de sus rivales), citando temores de seguridad nacional.
En términos más generales, las sanciones económicas y financieras se han convertido en un arma preferida de la política exterior, especialmente en Estados Unidos. No debería sorprender, entonces, que las sanciones hayan representado el grueso de la respuesta de Occidente a la crisis de Ucrania, especialmente si se tiene en cuenta la posibilidad de que Rusia tratara cualquier intervención militar directa de la OTAN en Ucrania como una declaración de guerra. Estados Unidos y la Unión Europea se movieron rápidamente para excluir a los principales bancos rusos de las transacciones internacionales excluyéndolos del sistema de mensajes financieros SWIFT, y ahora han congelado los activos del banco central ruso.
La economía de Rusia ya se tambalea y hoy resulta evidente que la seguridad económica de un país depende de sus relaciones más amplias con sus socios comerciales, que deben ser razonablemente confiables y predecibles. Esto plantea desafíos serios en el corto plazo, particularmente para la UE, que está en la posición poco envidiable de depender fuertemente de las importaciones de energía rusa.
Tal como están las cosas, Rusia suministra casi el 40% del gas natural de Europa. El miedo a perder ese suministro ha limitado significativamente la respuesta económica de Occidente a la invasión de Ucrania. Por ejemplo, hubo una resistencia inicial de parte de los principales países de la UE a excluir a Rusia del SWIFT, y cuando se tomó la decisión, sólo se vieron afectados unos bancos “seleccionados”.
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Al mismo tiempo, Rusia depende de que la UE siga comprando su gas. De manera que quizás el arma económica más poderosa en el arsenal de Occidente sea una que la UE no puede usar sin infligirse un daño severo a sí misma. El resultado es similar a la “destrucción mutua asegurada” en la que el mundo se ha basado para disuadir los ataques nucleares.
Como reconoció Mario Draghi, el primer ministro italiano, la semana pasada, “Los acontecimientos de estos días demuestran que fue imprudente no haber diversificado más nuestras fuentes de energía y nuestros proveedores en las últimas décadas”. Por cierto, Europa parece haber sido arrinconada en materia energética, aunque las sanciones no relacionadas con la energía son sin duda duras y todavía se pueden fortalecer aún más. Como sea, los costos de cualquier sanción –incluyendo el aislamiento de Rusia de los mercados globales y la pérdida de acceso a productos y tecnología- depende en gran parte de hasta dónde China decida respaldar a Rusia.
Por ahora, los líderes europeos simplemente tendrán que enfrentar lo que venga. Pero, para fortalecer su seguridad a más largo plazo en un mundo cada vez más turbulento, los países también deben generar resiliencia económica –lograda a través de la diversificación- en sus estrategias de política exterior.
En el terreno de la energía, Europa podría emular a Japón, que también es completamente dependiente de combustibles fósiles importados. Japón le compra petróleo a varios países en Oriente Medio y gas natural en forma de gas natural licuado (GNL) a Australia, Malasia, Qatar, Rusia, Estados Unidos y otros. De todos ellos, Australia tiene la mayor participación de mercado (27%). Si las fuentes de energía de Europa fueran como las de Japón, la estructura de compensación del actual juego entre Rusia y Occidente sería muy diferente: Europa tendría el poder de imponer costos asimétricos a Rusia a través de penalidades relacionadas con la energía.
El valor de la diversificación aumenta con la magnitud de los riesgos relativamente desvinculados que uno enfrenta. Algunos señalarán que esa diversificación es costosa, sobre todo porque reduce la eficiencia. Pero si bien los costos tal vez no valgan la pena en un contexto estable y de bajo riesgo, no vivimos en un contexto semejante. En el mundo de hoy, los costos de la diversificación son eclipsados por los costos potenciales –y probables- de las alteraciones. En presencia de importantes riesgos parcialmente desvinculados, la diversificación es la mejor estrategia.
Esto no es válido únicamente para las importaciones. Considerando que el acceso al mercado se puede cerrar –China lo aprendió de primera mano durante la administración del presidente norteamericano Donald Trump-, los países también deberían esforzarse por diversificar sus mercados exportadores. Si bien es difícil diversificarse de economías tan grandes como Estados Unidos o China, los países pueden avanzar en esa dirección.
Por supuesto, el imperativo más urgente es diversificarse de socios comerciales impredecibles. Los socios con quienes las reglas de compromiso están claramente acordadas y probablemente se mantengan estables plantean muchos menos riesgos, reduciendo los beneficios de la diversificación. De todos modos, los países deberían evitar una dependencia excesiva de cualquier socio, no importa lo estable que sea, sobre todo por los crecientes riesgos de alteraciones vinculadas con el cambio climático.
Es importante observar que es poco probable que el nivel necesario de diversificación –es decir, un nivel que mejore la seguridad económica y la posición de negociación de un país en caso de una crisis- surja como un resultado puramente de mercado, porque los beneficios económicos y estratégicos no son capturados plenamente por los participantes de mercado. Si bien los participantes de mercado reconocen los riesgos y no se negarán a diversificar tanto mercados como fuentes de suministro, probablemente no lleguen lo suficientemente lejos.
En este escenario, la política pública y la coordinación internacional deben desempeñar un papel importante a la hora de impulsar este proceso. Afortunadamente, por ahora, los responsables de las políticas tienen un fuerte incentivo para tomar las medidas necesarias. Pero todavía está por verse si su sensación de urgencia persistirá o si se desvanecerá en tanto caigan los niveles de amenaza.